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lunes, 24 de junio de 2013

Propuesta para hoy, 24 de junio. SEGUNDA SERIE. Rathenau. “Las Mamellas de Tiresias”.


“Alrededor de las 10’45, aparecieron dos automóviles en la Köningsallee desde Hundekehle. En el primero, venía un caballero mayor, solo, en el asiento trasero. Pudimos verle con claridad, porque la capota estaba  bajada. El segundo automóvil era más grande, descapotable, abierto, de seis asientos. Siempre hay muchos autos en la Köningsallee, pero todos notamos enseguida a éste debido a la curiosa indumentaria de cuero que vestían sus ocupantes; el conductor iba delante, los otros dos atrás. Llevaban abrigo largo y gorra, ambos de cuero, que sólo dejaban al descubierto la cara…”

El relato de los albañiles continúa, pero creo que no hace falta. Erns von Salomon lo cuenta de forma más patética; no en vano fue quien consiguió el coche y le dio el último empujoncito. Unas ráfagas a bocajarro y, para rematar lo muerto, una granada de mano.



¿Ven Vds. cómo el hábito hace al monje?

Ya les he dicho a Vds. que “Hegel” procede de los Sudetes y quizás sea por esta razón que siente predilección por la cosa alemana y tal, incluyendo los “Lieders” naturalmente. Desde que está conmigo, las visitas a Berlín, donde se encuentra como en casa, son más frecuentes y su zona preferida son los “barrios” occidentales, donde una tupida vegetación oculta vergonzosas mansiones, muchas de las cuales, debido a los impuestos, supongo, han pasado a manos de  siniestras corporaciones. Pues en uno de nuestros paseos por la Köningsallee, justo en la curva en la que desemboca la Edenerstrasse, descubrimos un pedrusco, siempre florecido, en memoria de Walter Rathenau. Quiso la “razón efemerística” que fuera exactamente el 24 de junio del año pasado. 


Yo sabía que en tal fecha habían acabado con la vida de ese distinguido demócrata liberal, de ascendencia judía, medio homosexual, magnate de la industria eléctrica, alto y calvo, ministro de exteriores de la recién proclamada república de Weimar, firmante del pacto de Rapallo (¡con la URSS!), amigo de banqueros, defensor de la supremacía de la raza blanca y, para más inri, ferviente nacionalista alemán. Yo lo sabía… pero encontrarme con el monolito desencadenó toda una serie de rememoraciones. “Hegel” aprovechó y meó discretamente. Como no divisamos ni restaurante, ni bar, ni cantina, nos sentamos en la hierba.

No hacía mucho que habían asesinado a Erzberger, y casi a diario a anónimos militantes revolucionarios. Los jueces hacían la vista gorda. El gobierno, de centro izquierda, en su  afán de ganarse al centro (derecha), transigía con el estado de cosas. El punto simbólicamente álgido fue el asesinato de Rathenau. Lean Vds. “Una princesa en Berlín”. Se dirigía, como hacía diariamente, a la Wilhemstrasse. Esa mañana no llegó.



No crean Vds. que Erzberger y Rathenau pertenecían al PKD o al ala izquierda del SPD… ni siquiera al ala más derechista del SPD. Eran demócratas, que se dice, de centro, liberales; pero, y eso les perdió, partidarios de cumplir con las exigencias de los aliados, con la intención de ir suavizando esas condiciones y el segundo, además, firmante. El entierro del ministro de exteriores fue la hostia. La inflación galopante dio al acontecimiento visos de apocalipsis.

Todo se evidenció con la eclosión revolucionaria del 9 de noviembre de 1918… Y volvió a evidenciarse con las sucesivas derrotas del 19, del 20, del 23… Y hubo, además, un signo de la gravedad terminal de los tiempos. Mientras las multitudes aclamaban en Berlín la caída del emperador Guillermo y el nacimiento de la república soviética, en París, otras multitudes, al grito de “¡Abajo Guillaume!”, hacían la segunda voz. Apollinaire, en las últimas, creyó que todo París deseaba su muerte: “¡Quiero vivir! ¡Tengo muchas cosas que decir!”… y se calló para siempre. Bretón a Aragón:

“Pero Guillaume
APOLLINAIRE
Acaba de
Morir.”

Una vulgar “gripe española” acabó el trabajo que la esquirla de un obús había comenzado. Y en verdad que tenía muchas cosas que decir, como, por ejemplo, aquel episodio morboso que alteró sus glándulas mamarias y que le condujo a producir verdadera leche maternal (así lo cuenta Derain) y que pudo haber sido la imagen incitadora del drama: “Las mamellas de Tiresias (un drama surrealista”), cuyo contenido dejo a su curiosidad (o falta de ella).  
El término “surrealista” ya había aparecido en las notas que el mismo Apollinaire había redactado para el programa de “Parade”, estrenada, con gran escándalo, como es natural, el mes anterior al estreno de   ”Las mamellas…” El éxito del término está, sin embargo, unido a esta segunda obra, en cuyo Prefacio participó Breton (dijo… una vez hubo muerto el polaco).  El programa de mano mostraba un dibujo de Picasso.




Bueno pues, una radiante tarde de domingo, precisamente el 24 de junio del año 1917, se estrenaba, tras un provocador retraso, “Las mamellas de Tiresias” en el minúsculo Conservatoire Renée-Maubel de la rue de l’Orient de Montmartre, actual theatre Galabru (Michel). 






Otra pequeña multitud agitaba sus paraguas, pues el paraguas es inseparable del lechuguino y del crítico, incluso, como era el caso, en días hermosos. Los indignados ocupaban toda la calle, desde Lepic a Lepic… pues sepan Vds. que ese callejón es un brazo de la calle-río-Lepic y forma una isla frente a la cual se levanta el teatro. Breton, que curaba una apendicitis insidiosa (y eterna) en La Pitié, encontró un hueco para hacer acto de presencia. Allí lo esperaba Vaché vestido de militar de un ejército desconocido; agitaba una pistola al aire y amenazaba con vaciar el cargador de su pistola sobre la agriada multitud. El tumulto continuó dentro y poco faltó para que Apollinaire, de azul celeste-teniente de ejército, encontrara una muerte deshonrosa que le hubiera privado de la deshonra posterior. La obra pareció periclitada al antipatético Vaché; simplemente “divertida” al expectante Breton y una tomadura de pelo, al resto, que, de haberlo sabido, hubieran sacado billete para Fátima, envuelta en portentos intermitentes*.




Breton sacó en claro que una época, la de las provocaciones idiotas y aburridas, moría y que Vaché (y Cravan) anunciaban el futuro. Como anunciador de futuro fue Marsilio de Padua que en su “Defensor pacis”, acabado tal día como hoy, del año 1324, teorizó un nuevo ordenamiento de las relaciones entre el poder papal y el terrenal, aunque lo cierto es que ese “nuevo orden” no acaba de imponerse…¡y estamos en el siglo XXI! (¿o no?). Como también fue un punto final y un nuevo comienzo “La Fuente” de R. Mutt (¿Elsa von Freytag?) que Duchamp acababa de presentar en la exposición de Artistas Independientes en Nueva York. O como lo fue la Revolución Rusa que, por entonces, ya se quería PERMANENTE.

Una princesa en Berlín” comienza, tras la necesaria contextualización, de forma premonitoria, enfocando contrapicadamente la figura de Rathenau que está pasando, junto a Max Liebermann, (pintor ligeramente inspirado por Monet y los suyos) una agradable velada en la casa de recreo de los Waldstein, en el Wansee (Berlín). Helena Waldstein, “la bella Helena”, no disimula la admiración que le profesa. Parecían conformar un grupo pictórico.

De más está decir la relación profesional existente entre los Waldstein y los Rothschide, cuya sede parisina se encontraba por entonces en el 19 de rue Laffitte, frente a uno de los tantos locales que poseía Vollard en esa calle, templo de galeristas y marchantes de arte. El tal Vollard había abierto, en el número 37, su primera galería (1893), que amplió con la compra (1895) del número 39, convirtiendo la primitiva galería en un verdadero centro irradiador. En el 96, compró el número 6 que, rápido, amplió con la compra de los números 2 y 6, de tal manera que rue Laffitte pudo, con todo derecho, haber cambiado su nombre para adoptar el del famoso marchante, como antes había llevado el de Artois, futuro rey Carlos X. Sin embargo siguió llamándose Laffitte. Y allí, en la galería del número 37-39, Picasso hizo su primera exposición parisina. Fue inaugurada tal día como hoy, del año 1901 y compartía espacio con Iturrino. Picasso, fulminado por el espectacular e invernal suicidio de Casagemas, iba abandonando el eclecticismo vanguardista de sus primeras obras para sumergirse en azules melancólicos. La exposición fue un éxito de proporciones adecuadas: vendió 15 cuadros ya antes de abrir la muestra. Y el protofauvistaYo, Picasso”, gozó de cierto reconocimiento.

Offenbach (”La Bella Helena”) vivió en el número 11 y en el 45 había nacido Monet, que, por entonces, se asfixiaba entre ninfeas. Y para cerrar Laffitte, decir que en el número 16 estaba la galería de Durand-Ruel, patrón de los impresionistas en general y de Monet, en particular.

Se me había ido el santo al cielo. Decía también que todo lo anterior lo pensé sentado junto al pedrusco que recuerda el asesinato de Rathenau. Cuando se acabó el filón, le puse el bozal al perro y tomamos el S-Bahn. En Berlín no hay problema. 

Bajamos por Kreuzber donde había sido invitado por un antiguo colega al que yo, a su vez, había invitado a mi pocilga de Conde Borrell. Era algo así como una contraprestación. Aún recuerdo la cara, entre el asco y la decepción, que puso no más pisar la primera baldosa. Él, como es natural, esperaba un apartamento coqueto, alegre, cómodo… y se encontró con un erial siniestro. La cocina no funcionaba desde hacía años, en la nevera guardaba la plancha y los zapatos, y los sillones, lo más noble, procedentes del Palacio de Pedralbes, pero “recuperados” por un equipo de jóvenes afectados, en mayor o menor medida, por enfermedades mentales y dirigidos por un inepto dependiente de Servicios Sociales del Ayuntamiento, los había dejado completamente inservibles. Pasó una semana inolvidable.

... Y también les había dicho que guardaría secreto sobre el contenido de las “Mamellas…” Pero, miren, ya puestos, cargo en el I-pod “Las mamellas…” y otras canciones sobre textos de Apollinaire, de Poulenc, ato al perro y nos largamos al chiringuito. Pido un tanque. El camarero, que me conoce, me hace repetir el pedido. Repito: ¡un tanque!...que vengo de Alemania. Me lo sirve con aprensión, acompañado de un platito de quicos.

Muchas cosas habían pasado en Francia y pocas buenas. Desde el imperdonable aplastamiento de la comuna (1871) entrado en barrena (Alsacia-Lorena, Caso Dreyfus…). Y, por si fuera poco, la población no aumentaba o, al menos, no lo hacía al mismo ritmo que lo hacían sus rivales y enemigos. Las madres francesas ya no traían al mundo niños en número suficiente. Los hombres franceses parecían haberse vuelto estériles. La cuestión de la natalidad pasó a primer plano. Una sensación de acabamiento, como un espectro, recorría las Galias. De nada servía la pócima de Asterix. La Tour Eiffel, (“pastora, el rebaño de los puentes muge esta mañana”) no conseguía excitar a nadie. Ni tampoco la tremenda Parisienne que se enseñoreaba sobre la puerta de entrada al recinto de la Exposición Universal de 1900. Había sido diseñada como símbolo de fertilidad… pero ¡nada! la natalidad seguía estancada.

Apollinaire no es que estuviera demasiado preocupado, pero aprovechó el motivo para pergeñar un llamamiento chusco a la procreación, al feminismo y al antimilitarismo (¡!)… Será el marido, ante la conversión de Thérese en Tiresias, un barbado varón, quien dé a luz a 40.049 niños en una noche. En fin una tontería que puede salvarse si la puesta en escena es convincente. Lo de las “Tetas”, pues sí, Thérese se las arranca, vuelan… y las abate como si de aves canoras se tratara.

Briten sustituye la verdadera Zanzibar, lugar del “drama”, por una Zanzibar imaginaria frente a las costas de Montecarlo: “suficiente tropical para un parisino como yo”, dijo. Las dos primeras sopranos, atravesadas por la severidad de la orden final: "Ô Français, faites des enfants!", quedaron embarazadas antes del estreno y tuvieron que ser sustituidas.  Y ya puestos en harina quiero expresar mi rechazo intransigente al nuevo misticismo de la maternidad. No me refiero, claro está, al uso comercial del tema, que también, sino a actitudes fundamentalistas que observo entre mis iguales.




Traer un hijo al mundo, se mire como se mire, es un acto de irresponsabilidad, o como mínimo, irracional… ¡y no digo más! (ni menos).

–¡Hala, Hegel! ¡A casa!... que veo que van a interpretar, psicoanalistas ellos, tu compañía como una sustitución.

–Pero aún te queda medio “tanque”… ¡y se está tan bien aquí!

–Bueno… ¡pues tráeme el sudoku!

N.B.
“Ah, los hijos de la noche… pero qué guarros son!”* (como dijo el poeta en un arranque de romanticismo que se tornó en sinceridad en pleno hemistiquio).





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