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sábado, 3 de agosto de 2013

Propuesta para hoy, día 3 de agosto. La Asociación de Amas de Casa lee la “La cartuja…” y lo celebra con un viaje a Parma.



 Los asteriscos *, como siempre, remiten a Efemerísticas razones.


 

Hasta el 3 de agosto (pongamos del año 1820, ¿o fue en 1818?) yo no había sentido sino distanciamiento por los hombres que habían intentado serme gratos (…) En cambio vi cualidades singulares en el preso que el 3 de agosto fue internado en la ciudadela.” (Clelia sobre Fabrizio, iniciando, añado yo, la segunda fase de la cristalización de su amor)

I

Cuando, en las postrimerías de los setenta, se pusieron de moda las Asociaciones de Amas de Casa, costumbre que aún perdura, las mujeres de mi pueblo decidieron no dejar pasar el tren… se engancharon al vagón de cola, pero lo hicieron a lo grande: lo rellenaron de comisiones. Así, se hablaba de la comisión de cocina, la comisión de viajes, la de lectura, la de labores manuales, la comisión de visita a los enfermos…
Los hombres, viéndose sometidos a la dictadura de los incipientes electrodomésticos y de los eternos los fogones, se apuntaron. A fin de cuentas también ellos eran amos de la casa, se dijeron. 

La cosa empezó de forma rutinaria: excursiones de un día a los Chorros del rio Mundo, de tres días al santuario de Fátima o un día de cata de vinos a la vecina Jumilla. Al poco, la comisión de lectura tomó la delantera y propuso una idea globalizadora: leer y viajar. Mari Carmen, la Animadora que se decía (y aún se dice) y que era maestra en una pedanía, propuso un ambicioso plan: Las mujeres en la literatura del siglo XIX. Tuvo que empezar por explicar concienzudamente el título: literatura, siglo, siglo XIX, e, incluso, mujeres. Cuando el terreno estuvo aplanado lanzó el programa: La Regenta, Madame Bovary, Anna Karenina y La cartuja de Parma. No había prisa, advirtió. Entrados en harina, la animadora redujo su ambición a La Regenta y La Cartuja de Parma, ahorrándose, así, el viaje a las estepas rusas y esquivando los peligros del Bovarismo


El viaje a Oviedo, ciudad vetusta, fue todo un éxito, una vez, eso sí, aceptado que lo del cochinillo era en Segovia. El viaje a Italia, tras la lectura de La Cartuja de Parma, fue un acontecimiento… del que aún farfullan los supervivientes.

Era digno de ver: Mujeres (los hombres se apuntaron por el viaje, la comida y tal) leyendo a Stendhal en los bancos de la iglesia o en la cola de los recién nacidos supermercados. Se paraban por las esquinas para comentar algunos párrafos que les habían llegado al alma, decían, o para debatir sobre la conducta de la Sanseverina y de Fabricio. Fue una época pasmosa, y digo fue porque esa excelente costumbre desapareció tras el primer ciclo de lecturas, que coincidió con la liberalización de la purria televisiva. Mediaban los los ochenta.

II

La lectura duró un verano, un otoño y un invierno. Hubo que contextualizar y eso, como Vds. saben, lleva mucho tiempo: Revolución Francesa, Napoleón, las campañas europeas y las coaliciones, el proceso de unificación de Italia… Y por otra parte, en el plano artístico, ubicar los diferentes estilos literarios y demás.
Cuando todo estuvo a punto, es decir, cuando acabó la lectura, y ya con el contexto asimilado, se planteó lo del viaje. Se apuntaron once vecinos que, añadidos a la Animadora, conformaban una docena evangélica: Josefa y Antonio, su marido, jubilados. Visitación y Jesús, su marido, sastre el uno y ayudanta la otra; cerraron por vacaciones. Amparo, mujer de Jeromo, el del estanco, que dejaron el establecimiento a cargo de los hijos mayores. Margarita, hermosa solterona y alma del grupo de lectura. Bartolo, en situación de baja, que se pensaba definitiva, a causa de unos vértigos inexplicados e impredecibles. Rita y su cónyuge, Ginés, ambos jubilados. Encarna, la carnicera; dejó su puesto al marido, ajeno por completo a las aventuras románticas y al despilfarro. Y Mari Carmen, la animadora, que, como he dicho, era maestra en una pedanía.

III

Primero fue establecer las fechas. Hubo opiniones para todos los gustos, que si salir el 8 de marzo, como propuso Margarita, para coincidir con la fecha de la salida iniciática de Fabricio en pos de Napoleón; en su contra: la meteorología y las prisas. Josefa, jubilada, propuso estar el 18 de junio en Waterloo y de ahí ir bajando hasta llegar al lago Como, siguiendo, a la inversa, el itinerario de Fabricio; en su contra: la duración y el cansancio. Fulgencio, el del estanco, que por el hecho de lucir en la fachada del establecimiento una bandera española, se creía una autoridad, defendió que llegáramos a Parma el 3 de agosto para asistir, de memoria, claro, dijo, a la entrada de Fabricio en la Torre-prisión. Los inconvenientes, si los había, no se pusieron de manifiesto. Visitación, la mujer del sastre, hermosa y soñadora como era, se refirió al 27 de octubre… para celebrar, dijo, el cumpleaños de la bella Clelia

Por votación se estableció que se entraría en Parma el día 3 de agosto

Establecida la fecha, se pasó el itinerario en sí. Josefa insistió en su gigantesco plan. Antonio, viendo lo descabellado de la idea de su mujer, y no queriendo tirar por la borda la idea de su cónyuge, propuso una solución intermedia: entrar como fuera a Suiza, llegar a Lugano y cruzar el paso de san Gotardo para dejarnos caer, dijo, sobre el lago Como.  


Bartolo sugirió seguir la ruta Napoleón y, desde Grenoble, bajar, por Suiza, a Parma. Mari Carmen defendió con ardor la idea de que lo importante era llegar a Parma lo más rápido posible y que desde allí ya se irían moviendo. Hubo otras sugerencias. Finalmente se decidió lo que la maestra había propuesto: Viajarían, pues, a Parma por la carretera normal, es decir, por Nîmes, Montpellier, Niza, Génova, Tortona (¡y podríamos visitar el campo de batalla de Marengo!, exclamó Encarna, la carnicera), y ¡¡Parma!!

IV

El día 2 de agosto, sábado, del año 1986, sexto aniversario de la masacre de Bolonia, salía, a las siete de la mañana, de X., Murcia, una DKW F1000 gigantesca dispuesta a revivir, a grandes rasgos (todo sea dicho) las aventuras y desventuras incluidas en una de las más grandes obras literarias de todos los tiempos: La Cartuja de Parma. Los doce pasajeros, soñadores, por la hora y por el momento histórico, guardaban un silencio preñado de significación. Jesús, Jeromo y Mari Carmen se harían cargo del timón. Bartolo, que tenía carnet de conducir, fue excluido por esa su dolencia desconocida e imprevisible. Colgaron la obligatoria pancarta y, al grito de “veni vidi, vici”*, el vehículo conducido por Jeromo, se puso en marcha.


Hasta Alicante, todo fueron carrascales y cantos al uso: Eeees-tribor que gana que gana… Para ser conductor de primeeeeeera… 
Cuando la excitación cedió, la Animadora propuso, con el fin de refrescar el tema, ir comentando diferentes aspectos de la obra (y del autor) que pretendían honrar y, así, dirigiéndose a Visitación:

–¿Qué personaje, por las razones que sea ¿vale? te ha gustado más?

–¿A mí? pues… la Sanseverina. Es tan decidida, va tan directa a lo que quiere, pone tan bien sobre la mesa de juego su belleza, es tan desprendida y tan poco burguesa… y ¡cómo sabe soportar la inconsciencia de Fabricio!

–Y noble que es. Lo digo no en el sentido clasista, que también, sino de corazón. Noble de corazón. Su amor, si así podemos llamarlo, por Mosca es un ejemplo de nobleza de corazón. Porque es más importante la nobleza de corazón que la de clase. Eso creo yo –agregó Jesús, su marido, mostrando con ello que el asunto había sido comentado en el lecho conyugal.

– Yo la veo demasiado impulsiva; no tiene en cuenta, a veces, las consecuencias de sus actos y otras veces hace cosas cuyas consecuencias pueden perjudicar la causa ¿no? Es lo que quería decir, es demasiado impulsiva y, a veces, manipuladora. – Eso dijo Antonio mientras se servía un poco de café de un gigantesco termo.

–Pero su amor por Fabricio, jamás, pero jamás, declarado expresamente, la salva de todo y la pone por encima de cualquier otro personaje.­– Así se expresó, emocionada y con los brazos cruzados sobre su imponente pecho, Margarita– Cuando aparece ella todo se ilumina aunque sea de noche ¿no es verdad? Y todo se llena de alegría, aunque esté destrozada por dentro. ¿Qué no? ¡Vaya!

–¿Y eso de que dicen que el modelo de la jovencita sanseverina, cuando aún no era Sanseverina, fue la pequeña Eugenia de Montijo, después emperadora de los franceses gracias a su casamiento, tras desechar a Jerónimo (Jeromo se sonrojó; todos lo vieron en el espejo retrovisor y Amparo, su mujer, lanzó una mirada destructora), con el sobrino bastardo de Napoleón? ¿Qué hay de verdad?– quiso saber Visitación


Mari Carmen, la maestra y animadora del grupo puso de manifiesto la existencia de dos cartas de la niña Montijo, de la edad de la jovencita Sanseverina, a su querido padre en las que se refiere a la asiduidad de Stendhal y a su simpatía. Merimée, el de Carmen, lo había introducido en tal noble domicilio parisino. En una de las cartas la niña Eugenia se lamenta de que el señor Beyle haya desaparecido. La carta está fechada el 11 de noviembre de 1838. En efecto, Stendhal se ha encerrado dispuesto a no salir hasta que no acabara lo que después sería La Cartuja de Parma. La empezó el día 4. De hecho, según enigmática nota a pie de página, el vertiginoso, aquí Bartolo dio un respingo, capítulo III está dedicado a ella. Y no es el único indicio. La Sanseverina ejemplifica el “españolismo” del que siempre hablaba el autor.

Rita, ante el asombro de su marido, se decidió por la dulce Clelia. Pero si tú eres más tozuda que una mula, le dijo Ginés, su marido. Y, además, no te gustan los pájaros.
–¡Qué sabrás tú!– fue la enigmática réplica de la cónyuge, que ya se imaginaba contemplando la romántica torre a la luz de la luna.
La señora Visita, como también la llamaban, suspiró con resignación.

Así, de esta forma tan instructiva cruzaron Valencia y llegaron a Peñíscola, donde pararon. Comieron sardinas en el puerto y continuaron viaje rumbo a Barcelona. 

Sólo Jeromo defendió a Mosca: su discreto amor, su ironía y sentido de la realidad lo coloca muy por encima de los demás, exageradas siluetas (sic). Aunque, a veces, parece sacado, cuando lo sacan de quicio, de una tragedia de Shakespeare. Y como conducía pareció que su opinión valía el doble.

Fabricio tuvo una valedora en Mari Carmen: El segundo Fabricio, aclaró, el que sale transformado de la Torre Farnesio. Allí arriba, dijo, cerca del cielo pudo darse cuenta de que él también era capaz de amar. El castigo fue el premio; le abrió la puerta al mundo del amor… El primero es un personaje impulsivo y valeroso, ¡vale!, pero voluble y maleable… y sin una idea muy clara de qué quiere hacer con su vida.

Estuvieron de acuerdo en que los personajes, aunque inolvidables, y profundos, tenían una profundidad estrecha, por así decir. Su psicología era fuerte, pero simple… todo centrado en el amor y sus circunstancias. Los personajes son como piezas en un tablero de ajedrez y los cuatro basculan al menor movimiento de uno de ellos. Esta sutil apreciación, hecha por Bartolo, fue del agrado general y cerró el tema.

Pasado Villafranca del Penedés, Antonio, con prostatitis, hizo parar. 

–Bueno, chicos, ¿y qué pensáis del estilo de Stendhal?– lanzó la Animadora.
Mari Carmen, sustituyó a Jeromo y, para amenizar, puso El matrimonio secreto de Cimarosa. Y después se descolgó con una cinta de Caruso*.
Y con ese fondo tan apropiado se entabló una conversación que sobrevivió hasta Nîmes, donde llegaron ya dadas las tres de la mañana. El tema fue abierto en canal y descuartizado. Encarna, la carnicera, fue quien lo expresó de esa manera. 


Rita y Ginés dijeron que tenían conocidos en Nîmes y que estaría bien hacerles una visitita. El resto les mostró el reloj y se desechó la idea. Comieron unas morcillas que había preparado Encarna y echaron, una cabezadita: cada oveja con su pareja… y Margarita sobre el hombre inestable de Bartolo. 

Ginés, en sueños, dijo todo lo que tenía que decir sobre el tema, que todos los curas le parecían unos puteros… Fermín de PasFabrizio del Dongo… ¡Antonia, Antonia! 

Sólo lo oyó Mari Carmen, la conductora.
El microbús seguía su dificultoso rodar.

Esto es, en resumen, lo que se sacó en claro: Stendhal es seco, va al grano. No le interesa mucho la descripción por la descripción. Según el modelo del Código Civil, apostilló la Animadora. Alguien dijo que, a pesar de ser un alma romántica, tenía una manera de expresarse realista al servicio de la expresión de sentimientos. Y otros fueron desgranando: Naturalidad. Exactitud. Delicadeza. Ironía. Ligereza. Sobriedad. Nada de redundancias. No se entretiene y va directo hacia el final. Parece que improvise y sin embargo todo está perfectamente planificado. Aquí Amparo introdujo un giro: A mí ¿qué queréis que os diga? Me ha gustado mucho la forma de manejar el tiempo. No te dice “pasaron siete meses durante los cuales…”, si no que te lo dice con detalles que, como el chirimiri, te van calando. Por ejemplo si es verano, pues dice que la Sanseverina iba ligera de ropa. Si se trata de un día ventoso, digo yo, te dirá que el conde Mosca se sujetaba el sombrero. O te presenta a los personajes de golpe cinco meses, un año o lo que haga falta, más allá. ¿Me explico? O se refiere a una celebración que, además, actúa como indicación temporal. Es muy bonito. Es como si recordara y fuera copiando de su memoria. 

Margarita, ruborizándose, citó de memoria: “la virtud fue igual a su felicidad (punto y coma) tengo que irme, dijo a Matilde, cuando vio aparecer la luz del alba”. ¡Ha logrado resumir una noche de amor con un punto y coma!... 

–Pues ¡vaya!–Jesús.

Y para acerrojar su apreciación recitó el penúltimo párrafo de la novela: “La condesa reunía, en una palabra, todas las apariencias de la felicidad, más sobrevivió muy poco tiempo a Fabricio, al que adoraba y que pasó sólo un año en la Cartuja.” 

–¿¡Lo veis!? Ahí está todo dicho. No hace falta que nos cuente el disimulado sufrimiento de la tía. Ni la agonía de Fabricio, huérfano de amante e hijo. Ni la inutilidad de su estancia en la Cartuja.

Ginés estuvo de acuerdo, a pesar de advertir que la primera cita de Margarita estaba sacada de Rojo y Negro, y citó en su apoyo algunos párrafos en los que las elipsis se convertían en destilados (precipitados). Así lo dijo, poniendo de manifiesto su capacidad crítica (y colando de manera subrepticia su afición al aguardiente). 
Cuando intervino Jesús, que había sustituido a Mari Carmen al mando del timón, la luz del alba asomaba por la zona de Cannes:

–Llega un momento en que Stendhal parece que se desentienda de los acontecimientos.
 El final de la novela se encamina de forma vertiginosa, (Bartolo dio un respingo) hacia un final que más o menos se espera. Es como si ya no se interesara por sus criaturas… una vez agotada sus potencialidades amorosas, vamos, digo yo.

–También en Rojo y Negro el final es abrupto, conciso, seco… y de una poesía imbatible– Concluyó Margarita, conocedora de la otra obra inmortal de Stendhal.

V

Antonio, urgido, mandó parar en San Remo. Desayunaron. A todos les pareció que el café italiano era una estafa: no daba ni para un sorbo. Por suerte llevaban los termos, café y un infiernillo, así como los restos del despiece del último cochino. Siguieron rumbo a Génova. El aire acondicionado comenzó a fallar. Se abrieron las ventanillas y Bartolo empezó a dar signos de su ignota dolencia: temblores, vértigos, sudor frío… Margarita pensó que se trataba del síndrome de Stendhal. El vehículo, esquivando Génova, se lanzó hacia Tortona, donde Encarna propuso visitar el campo de batalla de Marengo. Eran las dos de la tarde y el sol caía a plomo. Nadie respondió a la sugerencia y Jesús, dueño del volante, puso una cinta de Fosforito* y aceleró, dejando a la derecha la ciudad y a la izquierda el lóbrego recuerdo. Antonio volvió a detener el vehículo. Josefa, su mujer, miro a los viajeros con resignación y dejando a las claras que su vida era un calvario. Aprovecharon para estirar las piernas. Estaban en Voghera, a un tiro de piedra, como quien dice, de ¡¡Parma!!, en donde entraron a las tres de la tarde por la vía Europa siguiendo el riachuelo más seco que el Segura, se dijeron. Volvieron los carrascales y otros cánticos alborozados, ante el pasmo de los escasos transeúntes. De la pancarta quedaba un girón, una cinta estrecha como de corona de muerto. Postrimerías del domingo 3 de agosto que se presumía glorioso.


El hotel estaba por aquellos andurriales, tan parecidos a los que cercan cualquier ciudad del mundo…Murcia, sin ir más lejos, sentenció Jesús.

–¡¿Y es esto Parma?!– preguntó exclamando Amparo.



Antonio aprovechó y, cuando estuvo listo, salieron todos bordeando el rio, plagado de mosquitos, hasta que llegaron a lo que les pareció la arteria (sic) principal, según expresión exacta de Mari Carmen: Vía Mazzini. Caminaban a la sombra de los soportales, como personajes Chiriquianos que quisieran escaquearse. Llegaron a la plaza Garibaldi. Todos a una dijeron tener hambre. Juntaron cuatro mesas ante la mirada atónita del camarero del bar del rincón y se sentaron bajo las sombrillas de birra Peroni. El camarero, anonadado, se acercó temeroso a tomar notar. Un clamor se lo puso fácil: Parmesano y jamón… y ¡tortellini! que tienen la forma del ombligo de Venus durmiente, ilustró la Animadora. ¡Y que sea todo de aquí!, aclaró la señora Visita… que a veces te dan gato por liebre. Todos estuvieron de acuerdo en la bebida: Lambrusco de la tierra. Menos Bartolo, cuya extraña dolencia se agravaba con los espirituosos.



–Pues como íbamos diciendo, La Cartuja de Parma son varias novelas en una: empieza presto, como novela de aventuras; se convierte en una tremenda novela de amor y todo sin dejar de ser una novela de intrigas políticas. Es realista, es romántica, es melodrama, es tragedia… 

–Realista primeriza, aplica su realismo a los sentimientos.

Estas categorizaciones fueron lanzadas anónimamente al tórrido aire de la Plaza Garibaldi.
Margarita preguntó al camarero sobre las bellezas del lugar. El servidor fue desgranando: La catedral y el baptisterio, Parmigianino, Corregio, el teatro, muuuchos palacios…Verdi, Paganini… Lo veis, aún no nos ha servido y ya quiere que paguemos, dijo, agrio, Jerónimo, el estanquero. Margarita volvió a preguntar, ante el silencio ansioso del grupo, por la Cartuja de Parma y por La Torre Farnesio. Ma…Non ho mai sentito parlare di loro, fue la terrible respuesta del mozo.

–¿Y la Scala*?

Siamo a Parma, signora. Non a Milano.

–Pues… ¡vaya!– sentenció Jesús.

Comieron y bebieron en silencio, abatidos por la terrible noticia que no acababan de creer. Sólo se oía el crepitar del lambrusco.

VI

Bueno ya está todo dicho. El resto fue silencio. Preguntaron en dos oficinas de información turística y en ninguna le dieron razón… ¡dijeron que nunca habían existido! ¡Que fueron invenciones poéticas! Que la primera era un símbolo de la enclaustrada desesperación de Fabrizio y la segunda un transporte retórico-poético del castillo de Sant'Angelo de Roma donde estuvo preso Pellico. Añadieron que, ya puestos, podían visitar la abadía cisterciense de Valserena, también conocida, por razones evidentes, como la Certosa de Parma. Fue abandonada cuando Napoleón, añadió. Lo que hay ahora es un Centro de Estudios, etc…etc. ¡Hay un Pagmigianino! 


Eso fue todo.
El grupo se fue apagando con las últimas luces del día. 

Al día siguiente, pues nada de lo sucedido esa noche es digno de contarse (a no ser las horas que pasó la señora Visita asomada al balcón contemplando incrédula el desolado entorno. Y que dos balcones más a la izquierda Rita lanzaba, con lucecitas cortas y largas que destacaban sobremanera, pues, en contra de sus esperanzas, no había ni rastro de luna, un “Rita pensa a te” descorazonador. Era una noche de boca de lobo, que se dice. Los mosquitos revoloteaban por entre la frases luminosa), visitaron la plaza del Duomo. Allí Bartolo tuvo otro ataque que, nuevamente, fue interpretado por Margarita como ejemplo del famoso síndrome. Se asombraron de que el parmesano no estuviera rallado y envasado en bolsitas. Sonrieron melancólicos ante unos espaguetis tremendos y negros. Compraron unos Baci y cancelaron la segunda noche de hotel, pues no querían, dicen los que sobreviven, pasear su ridículo por las calles de su querida Parma. 






Salieron a las cinco en punto de la tarde del día 4 de agosto. Llegaron a su destino el día 5, a las cinco en punto de la tarde.

Habían salido el 16 de termidor, dedicado al malvavisco, recomendado para, la uretritis y las picaduras de mosquito.

La Animadora, sobre cuya cabeza recayó la afrenta, resumió: Ha sido como en la novela. Un comienzo presto, abierto, ilusionado… y un final cerrado, oscuro, fúnebre, por así decir.

VII

Cuando Margarita, de pechos imponentes, abrió el primer bombón pudo leer: Il vino dà poco godimento, cerco il dolce piacere dell’amore.
Abrió el segundo y leyó: Ferita del dolce cacciatore l’alma si arrese in braccio all’amore.
Se comió la caja entera entre lágrimas que no pudo compartir con nadie.



VIII

Es necesario anotar el melancólico temor que siempre tuvo Stendhal de no ser leído ya en 1880, año de Nana, de los Hermanos Karamazov, del primer tranvía eléctrico establecido en San Peterburgo y de la muerte de Flaubert. La vivencia de mis convecinos refutan de forma concluyente aquel temor melancólico… y un poco coqueto.


BONUS

1.
El día 3 de agosto del año 1818, Stendhal se encuentra en Bolonía y escribe: “Su valor (de las mujeres) tiene como una especie de reserva que falta a su amante; se pica su amor propio y entonces las mujeres encuentran tanto placer en poder rivalizar en lo más recio del peligro con la firmeza del hombre que las molesta a menudo por la altivez de su fuerza y de su protección, que la energía de este goce las eleva sobre cualquier temor que en aquel momento provoca la debilidad de los hombres.”
Como si pensara en la futura Sanseverina.
2.
En el 3 de agosto de un año impreciso, sitúa Stendhal la escena de la ramita “cristalizada” de las minas de sal de Hallein (Salzburgo), proponiendo por primera vez su famosa teoría de la cristalización del amor, a la que habrá oportunidad de volver.






















RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...