La herida de Saint-Cloud se hizo más grande: desde Passy, hasta la Port de Vanves. Los de Versalles entraban a chorro sin encontrar resistencia y siendo jaleados por la gente de orden: hacia Trocadero, École Militaire, Montparnasse… La segunda traición se pondrá de manifiesto en seguida. Les Comunards, confiados en lo escrito con los prusianos, dejaron débilmente defendidas las entradas situadas al Norte y al Este…Por Batignolles, bajaban turbas de “gubernamentales”, para los que los prusianos habían abierto las puertas…¡Siempre igual!...¡Qué solidaridad de clase!...Marx ya había avisado: ¡reforzad las puertas del norte, defendidas por los prusianos!...No os fieis de sus promesas ni de sus firmas…¡Os traicionarán!
“¡¡Mañana!!
Apenas
si tendremos algunas horas para abrazar a los que amamos; disponer nuestro
testamento y prepararnos para quedar bien ante el pelotón de ejecución.
¡Soy
más corrompido!...Quisiera comer opíparamente antes de partir. Debe estarme
permitido alegrar la garganta y el corazón con un poco de vino añejo, antes de
que me laven la cabeza o me enjuaguen con plomo las entrañas.
¡La
Comuna no se perderá por tan poca cosa!...
…Y
habré tenido la ocasión de acabar como un vividor tras haber vivido como un
muerto de hambre.
--¡Señora
Laveur!...una botella de Nuits, morcilla con patatas, un pastel de cuarenta
sueldos (¡me lo llevaré!) y confituras de la abuela…de las que tiene sobre el
armario, ya sabe… ¡Señores, a su salud!
He
permanecido allí más de una hora. El borgoña estaba demasiado caliente…la
morcilla demasiado grasa, y el pastel demasiado dulce.
(Ven
vds. a los pobres se nos niega hasta nuestra última voluntad…se regatea con la
calidad de nuestro último refrigerio…Pobre Vingtras…¡No pudo brindar con un
vino decente por la separación definitiva!...”Au revoire, les enfants!”)
--“¿un
vasito más para terminar?...
--¡No,
no! Gracias. No quiero tener la cabeza pesada.
Dejo
la servilleta y cojo el sombrero. Con Langevin… ¡hacia donde nos han dicho que
estaba Lisbonne!…………………………(Puerta de Versalles)
--¡Presente,
coronel!
--¡Mejor!
Los pobres estarán contentos de ver a su lado a alguien del gobierno. Todo está
en orden, he tomado mis medidas, y como me estoy cayendo de cansancio, voy a
echar un sueñecito en este rincón. Hagan vds. lo mismo, créanme; es mejor no
agotarse prematuramente.
Seguimos
el consejo y nos tendemos sobre una guerrera, con una cartuchera por almohada,
no muy lejos de una cama donde yace, repulsivo en su uniforme azul celeste, un
argelino ordenanza de Lisbonne, a quien ayer hizo papilla un obús, y cuyo
cráneo hundido parece haber sido roído por las ratas.
¡No
duermo! Escucho, con la oreja en el suelo, los ruidos que pueden venir de la
lejanía.
--¿Existe
una línea de defensa, un plan de conjunto?...
El
general La Cécilia es, según me han dicho, el comandante de este sector de
París, y lleva estos secretos en la pistolera de su silla de montar. Ha de
venir a dar las últimas instrucciones a Lisbonne.
--¡Nosotros
no sabemos nada!
Cuando
en la Comuna, queríamos meternos en cosas de guerra, el Comité Militar hacía
sonar sus espuelas y nos volvía a enviar a Instrucción Pública!...o a cualquier
otro sitio…¡Cada cual a su agujero!...
--¿Ha
sido vd. soldado?...¿Entiende de eso?...Se ha nombrado una comisión…¡No les
ponga su pluma entre las ruedas!... ¡Deje actuar a los especialistas!
Ah!...¡ahora
me muerdo las uñas!...¿Dónde está La Cécilia?...No oigo acercarse su famoso
caballo…(…)
Tengo
ganas de levantarme, tomar el primer rocín que me salga al paso, montarlo y
salir al galope hacia París, para aullar mi rabia y llamar al pueblo…¡Pero eso
sería deserción, cuando se acerca el enemigo!...
De
madrugada, las patrullas de exploración han sorprendido a mujeres demasiado
harapientas, a tipos con demasiado mal aspecto. Apelan a su miseria para
explicar sus correrías nocturnas y, como uno de ellos ha dicho que iba a buscar
algo para comer, yo, acordándome de mis pasadas hambres, he evitado que lo
fusilaran. Sin embargo, sus manos son muy blancas…y su lenguaje muy correcto.
Por
fin llega el sueño…Echo una última mirada, pesada y mortecina, a estos bajos
mal iluminados, sobre cuyo pavimento estamos extendidos cinco o seis hombres,
que cesan en sus ronquidos cuando un obús cae demasiado cerca, pero que no se
molestan por tan poca cosa”.
Es el domingo 21 por la noche…Los de Versalles se están infiltrando por las puertas de la izquierda. Por todo París corre la noticia…Se vuelven a levantar las barricadas. Louise Michel…deja de leer a Baudelaire y se dispondrá a defender las barreras de Montmartre… Las mujeres construyen las barricadas de la rue y la plaza Blanche…
Es el domingo 21 por la noche…Los de Versalles se están infiltrando por las puertas de la izquierda. Por todo París corre la noticia…Se vuelven a levantar las barricadas. Louise Michel…deja de leer a Baudelaire y se dispondrá a defender las barreras de Montmartre… Las mujeres construyen las barricadas de la rue y la plaza Blanche…
Todos se disponen a morir…¡Y lo
saben!...