La cosa viene de lejos.
No hace falta, sin embargo, remontarse al “divino” Noé. Basta con
viajar al pasado unos dos mil años y colarnos en una boda que se estará
celebrando en Caná, la actual Kafr Kanna, a unos 15 kilómetros al oeste del mar
de Galilea. Toda esta zona era llamada Canaán,
derivado del nombre del nieto de Noé a quien el viejo maldijo por ver su
desnudez beoda.
¿Ven Vds. Como todo
está relacionado?
Pues allí, en aquel
destartalado desierto (y no entremos en la “madre
de todos los temas”), alguien llamado a la inmortalidad realizó el milagro
más importante, significativo y compasivo de toda la historia taumatúrgica de
la humanidad. El tal, hecho el milagro y habiéndose puesto hasta el culo de lo
que, en principio, era agua y bajo la atenta y desconsolada mirada de su madre,
se largó hecho una fiera hacia Cafarnaún
y se lió a zurriagazos con los “mercaderes del templo”. Subido en la yegua de la
paranoia habló del templo en primera persona y se postuló para “Mesías”. Hasta las palomas, a las que tan gran papel les estaba
reservado, salieron graznando, dicen.
Durante siglos el vino
siguió siendo vino. Se resistía a revelar sus secretos. Tuvieron que ser los
curas y monjes, descendientes de aquel
iracundo, quienes abrieran el alma del vino y le arrancara el “espíritu”. También en esta historia se
siguió la lógica de la modernidad: hacia la “inmaterialidad”. Todo empezó con un grano (materia) de uva y ha
acabado (de momento) en ráfagas embriagadoras. Desde aquel primer líquido
espeso y turbio hasta la actual transparencia, casi inmaterial, mediaron noches
de insomnio, ansias desaforadas de eternidad…en fin: deseos locos de matarse a
cubatas de güisqui.
He de decir, aunque
creo que ya está dicho, que a mí el güisqui no me va. Ni siquiera el bourbon; es decir, el bourbon ni verlo. Aunque no le quito
mérito. El reverendo Elijah Graig tuvo la fortuna del hallazgo, hoy hace
exactamente 226 años.
Haciendo una excepción
compro una botella de bourbon (¡en el
condis, naturalmente!). Sólo por razones ef(i)emerísticas.
Aprovecho y compro un pollo (¡que no tenga gusanos!). Pregunto si tienen
cangrejos de río. Me responden que me vaya a cagar (al rio). Buenos, pues unas cigalitas… de las pequeñas. Cuando
abandono la barra de la pescadería dejo detrás comentarios jocosos y, algunos,
verdaderamente ofensivos. Me dirijo hacia el basurero de las verduras y elijo
una rama de apio y unos champiñones. Hoy la gente está demasiado sensible.
Incluso irascible.
–Oiga, consumidor…¡que no es jueves!
Siempre está Vd. en medio– Juro que no he visto en mi vida a la señora que
me increpa. Me interno por el pasillo central hacia la alacena de las especias
y cojo una bolsita de laurel. ¿No será todo un homenaje a Chesterton (*)? Excepto a mí, todas se dirigen
entre sí con unos sonoros y cómplices: “Hola,
querida”, “Hola, cariño”. Alguien se ha disfrazado de cura y se pasea, de
negro hasta los pies, por entre los productos agonizantes. Quizás venga a dar
los santos óleos a los quesos o a los yogures. En conjunto parece una
performance, digna de “Santa Mónica”.
Se detiene ante el armario de los licores y coge delicadamente una botella de “Four Roses”. Creo que está confundiendo
los “roles” y la ef(i)eméride.
El Condis es la
metáfora del mundo caduco. En realidad no es ninguna metáfora: es la caducidad.
De ahí que les haya advertido con respecto al pollo. Aquí se está siempre a un
paso corto de una revuelta de largas consecuencias. ¿Recuerdan Vds. Lo del “Acorazado Potemkim”, ese “territorio invicto de la revolución”?
Pues todo empezó por una carne preñada de larvas. Las aguas ya estaban
revueltas. Todo el año 1905 fue un año convulso y profético: desde el mismo
inicio.
El acorazado iba a la
suya, apartado del resto de la manada, por las negras aguas del Ponto Euxino.
La marinería estaba formada, en su mayoría, por campesinos que no habían visto
el mar en toda su vida y, menos, sufrido sus embates. Deambulaban como
borrachos, que también, con la cabeza entre las manos buscando un punto de
apoyo y vomitando lo no comido. En esas condiciones, que te muestren media res
llena de gusanos y que te profeticen que esa será tu comida del medio día, de
la noche y de los días venideros…Los que pudieron, protestaron. Los que no
podían ni hablar, expresaron su disconformidad aumentando el volumen de los
vómitos. La cosa iba siguiendo el guión de todos los motines habidos y por
haber: detenciones e intentos de fusilamientos. Pero el tiro les salió por la
culata: murieron la mitad de los oficiales. Y, por supuesto, el médico que
certificó la calidad de la carne.
La noche del 14 de
junio llegaron a Odessa enarbolando la bandera roja. Allí se unió el funeral de
los marineros caídos con la huelga general que se estaba desarrollando. La cosa
tomó dimensiones “rusas”. Vinieron barcos de Crimea. El Potemkim puso rumbo a Rumanía… (pero esa es otra
historia que será explicada en su momento, justo pasado mañana, día de la “matanza de la escalera” (¿))
El episodio del Potemkim
fue juzgado por Lenin como el primer intento de crear el núcleo de un ejército
revolucionario y como tal aupado al número uno en el ranquin de los
acontecimientos pre revolucionarios.
¿Les suena Isabelle
Collin Dufresne? ¿Y si les dijera que adoptó el nombre de un color (que no era
gris “marengo”?)…¡No caen! Si les dijera que el color era el preferido de
Warhol para su peluca ¿caerían?. Era “surrealista”
antes de conocer a Dalí, pero el pintor se lo hizo evidente: convirtió el agua
en una bebida fuerte y apetitosa. Probó en “The
Factory” y tuvo sus 15 minutos de gloria. ¿No caen? Coincidió en un producto de la “Factory”,
con la desafortunada Valérie Solanas.
Bueno: ¡Ultra Violet! Murió tal día como hoy,
religiosa perdida. Sus “memorias”
dejaron las cosas claras respecto a aquel atajo de impostores. ¡Venga…un
brindis por la Ultra Violet!
¡Y otro por Borges*!...
aquel ciego a quien escribí para pedirle un prólogo, sabiendo yo, interesado,
que esa era su especialidad. El hombre no me contestó. Creo que había dejado a
mi sagacidad la respuesta, de ahí que me haya apropiado del prólogo original a
su “Historia General de la Infamia”. Por cierto, murió en Ginebra. La niña de la
Puebla*, otra que la cascó tal día como hoy, había nacido en Cazalla
(La Puebla de). ¡Se acumula el trabajo!
¿Qué para qué quiero el
pollo y demás?
Saben Vds. que Napoleón
no era un gourmet. Se hubiera
conformado con una big mac o con un
plato de acelgas, como nuestro ínclito malafollá
Juan Ramón Jiménez. Pero aquel 14 de junio del año 1800 había sido largo y
duro. Se había desarrollado la decisiva (y lastimosa) batalla de Marengo. La
victoria, alada, había dudado durante casi toda la jornada. Finalmente se posó
en las filas francesas. Marengo, por cierto, no está lejos de donde empecé mi
aventura tridentina, Tortona.
Napoleón estaba hambriento (cómo estuvieran los demás no viene al caso). El
condis, a esas horas, ya había cerrado y los austríacos habían reducido a
carbonilla la cocina (y la despensa) del general. Así que el cocinero Dunand y
su recua de ayudantes, ataviados al uso, hicieron una incursión en las masías
de la contorná y arramblaron con lo
que pudieron, sin lógica alguna; aunque ya sabemos que las relaciones entre las
“cosas” son “invenciones” (“proyecciones”,
si Vds. quieren) del sujeto, el cocinero, en este caso. Consiguió un pollo,
unos cangrejos de río, olivas, huevos, champiñones, una hermosa trufa…y con
todo ello cocinó un plato llamado a ser imperecedero: una especie de “mar i muntanya” que hizo las delicias
del emperador. Cualquier cosa, en aquellas condiciones, hubiera hecho sus
delicias. En ausencia de vajilla la ración le fue servida sobre una rodaja de “pa de poble”.
Y no quedó ahí la cosa.
La jornada merecía un buen remate; así que el cocinero con cuatro cositas
improvisó un dulce a base de harina, uvas, marrasquino y pasta de almendra…y lo
llamó “polenta”. “Polenta del Marengo” no la confundan Vd. con la
polenta corriente y moliente.
Miren la foto adjunta y
verán el estado en el quedó en emperador tras el atracón.
Ahí tienen la razón de
mi interés por el pollo. Yo, de “motu
proprio” añado medio litro de vino blanco y lo flambeo con media botella de
bourbon, llevando cuidado de no
reducir a carbonilla mi cocinilla de tres fuegos, ni pegarle fuego a la campana
extractora. El postre me lo ahorro.
Y ahora viene un
verdadero enigma en cascada: ¿De dónde procede el nombre de “gris-marengo”? ¿Por qué el caballo que
cabalgaba napoleón se llamaba “Marengo”?
Veamos. Empezamos con
la segunda pregunta: por la victoria del día, dicen. Pero…entonces ¿cómo se
llamaba antes? Algún nombre debería tener el animalito. Napoleón debería de
ordenarle cosas y no hubiera podido dirigirse a él como “Marengo” puesto que la victoria aún no había sido alcanzada.
Pregunta sin responder.
Respecto a la primera
pregunta: Algunos lo atribuyen al color de la arcilla del lugar: gris oscuro.
Mi versión
(descabe(a)llada): El caballo se llamaba “Marengo”
(¡a saber por qué! Napoleón tenía una cuadra de más de 130 caballos y tenía que
inventar nombres para todos). Era gris oscuro y no blanco como lo pintó David.
Por cierto, era un jinete mediocre. David quiso, según todas las evidencias,
retratarlo como un héroe. Ese tono gris oscuro casi negro, tan elegante y
sufrido pasó del caballo al color y, para dejar constancia imborrable, a la
población en la que se desarrolló la matanza. Con esta hipótesis quedan
respondidas las dos cuestiones. Algo parecido ocurriría en Magenta.
¡Qué buen caballo fue “Marengo”! Su físico, pese a que no
alcanzara el metro y medio de alzada (un poquito menos que su ilustre
caballero), era portentoso; árabe y valiente a fuerza de condicionamientos E-R.
Su cualidad moral, fuera de toda sospecha: por no pisar a una liebre en las
heladas estepas rusas, zigzagueó y dio con el general en el hielo. Participó en
Austerlitz, en Jena, en Wagram y en la
celebérrima batalla de Waterloo.
Herido en ocho ocasiones, siempre resurgía como “Ave Fénix”.
Precisamente en Waterloo
fue capturado por el ejército inglés, llevado a Inglaterra y vendido como
esclavo…como un Platón cualquiera. Murió a los provectos 38 años. Su esqueleto,
dicen, se conserva en el Museo Nacional de la Armada de Sandhurst. Allí hay, en
efecto, el esqueleto de un caballo. No se sabe el color.
¡Ni un solo monumento
honra su memoria!
El “pollo a la Marengo” ha salido de muerte.
Lo acompaño con restos de vino (“gallo
nero”) de la Toscana, recuerdo de aquella aventura tridentina a la que me
he referido y que Vds. conocen. Enchufo el sputofaif y que suene “Tosca” de Puccini. Puccini aprovecha de forma magistral el
potencial dramático del equívoco que se produjo en Roma el mismo día de la
batalla. Llegó la noticia de la victoria imperial (“Te Deum”) y los realistas durmieron a pierna suelta. Al día
siguiente (¡la victoria es alada!) arribó la verdad: La Francia Revolucionaria
había vencido…etc etc.
Pueden escoger: Orlando
de Lasso *, Morales *, Carpentras*… todo un recorrido por el siglo XVI.
Quizás prefieran tastar
el pollo al ritmo de TASTE (Rory Gallager*): “On the Board”.
¡Cómo ha cambiado todo
sin tener la compañía de “Gorrión”!
Lo que antes era ligereza, ahora es pesadez; lo que ternura, frialdad; lo que
era a impulsos del corazón, ahora lo es a impulsos de la voluntad. Me estoy
convirtiendo en lo que dejé de ser: un aburrido profesor.
NB:
Aquí les dejo la receta
del “Gris Marengo”
Hexadecimal: #505D5B
RGB: (93, 93, 91)
CMYK: (53, 42, 44, 26)