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viernes, 14 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 14 de junio. Bourbon. Marengo. Potenkim.

La cosa viene de lejos. No hace falta, sin embargo, remontarse al “divino” Noé.  Basta con viajar al pasado unos dos mil años y colarnos en una boda que se estará celebrando en Caná, la actual Kafr Kanna, a unos 15 kilómetros al oeste del mar de Galilea. Toda esta zona era llamada Canaán, derivado del nombre del nieto de Noé a quien el viejo maldijo por ver su desnudez beoda.

¿Ven Vds. Como todo está relacionado?

Pues allí, en aquel destartalado desierto (y no entremos en la “madre de todos los temas”), alguien llamado a la inmortalidad realizó el milagro más importante, significativo y compasivo de toda la historia taumatúrgica de la humanidad. El tal, hecho el milagro y habiéndose puesto hasta el culo de lo que, en principio, era agua y bajo la atenta y desconsolada mirada de su madre, se largó hecho una fiera hacia Cafarnaún y se lió a zurriagazos con los “mercaderes  del templo”. Subido en la yegua de la paranoia habló del templo en primera persona y se postuló para “Mesías”. Hasta las palomas,  a las que tan gran papel les estaba reservado, salieron graznando, dicen.





Durante siglos el vino siguió siendo vino. Se resistía a revelar sus secretos. Tuvieron que ser los curas y monjes, descendientes de aquel  iracundo, quienes abrieran el alma del vino y le arrancara el “espíritu”. También en esta historia se siguió la lógica de la modernidad: hacia la “inmaterialidad”. Todo empezó con un grano (materia) de uva y ha acabado (de momento) en ráfagas embriagadoras. Desde aquel primer líquido espeso y turbio hasta la actual transparencia, casi inmaterial, mediaron noches de insomnio, ansias desaforadas de eternidad…en fin: deseos locos de matarse a cubatas de güisqui.

He de decir, aunque creo que ya está dicho, que a mí el güisqui no me va. Ni siquiera el bourbon; es decir, el bourbon ni verlo. Aunque no le quito mérito. El reverendo Elijah Graig tuvo la fortuna del hallazgo, hoy hace exactamente 226 años.

Haciendo una excepción compro una botella de bourbon (¡en el condis, naturalmente!). Sólo por razones ef(i)emerísticas. Aprovecho y compro un pollo (¡que no tenga gusanos!). Pregunto si tienen cangrejos de río. Me responden que me vaya a cagar (al rio). Buenos, pues unas cigalitas… de las pequeñas. Cuando abandono la barra de la pescadería dejo detrás comentarios jocosos y, algunos, verdaderamente ofensivos. Me dirijo hacia el basurero de las verduras y elijo una rama de apio y unos champiñones. Hoy la gente está demasiado sensible. Incluso irascible.

Oiga, consumidor…¡que no es jueves! Siempre está Vd. en medio– Juro que no he visto en mi vida a la señora que me increpa. Me interno por el pasillo central hacia la alacena de las especias y cojo una bolsita de laurel. ¿No será todo un homenaje a Chesterton (*)? Excepto a mí, todas se dirigen entre sí con unos sonoros y cómplices: “Hola, querida”, “Hola, cariño”. Alguien se ha disfrazado de cura y se pasea, de negro hasta los pies, por entre los productos agonizantes. Quizás venga a dar los santos óleos a los quesos o a los yogures. En conjunto parece una performance, digna de “Santa Mónica”. Se detiene ante el armario de los licores y coge delicadamente una botella de “Four Roses”. Creo que está confundiendo los “roles” y la ef(i)eméride.

El Condis es la metáfora del mundo caduco. En realidad no es ninguna metáfora: es la caducidad. De ahí que les haya advertido con respecto al pollo. Aquí se está siempre a un paso corto de una revuelta de largas consecuencias. ¿Recuerdan Vds. Lo del “Acorazado Potemkim”, ese “territorio invicto de la revolución”? Pues todo empezó por una carne preñada de larvas. Las aguas ya estaban revueltas. Todo el año 1905 fue un año convulso y profético: desde el mismo inicio.





El acorazado iba a la suya, apartado del resto de la manada, por las negras aguas del Ponto Euxino. La marinería estaba formada, en su mayoría, por campesinos que no habían visto el mar en toda su vida y, menos, sufrido sus embates. Deambulaban como borrachos, que también, con la cabeza entre las manos buscando un punto de apoyo y vomitando lo no comido. En esas condiciones, que te muestren media res llena de gusanos y que te profeticen que esa será tu comida del medio día, de la noche y de los días venideros…Los que pudieron, protestaron. Los que no podían ni hablar, expresaron su disconformidad aumentando el volumen de los vómitos. La cosa iba siguiendo el guión de todos los motines habidos y por haber: detenciones e intentos de fusilamientos. Pero el tiro les salió por la culata: murieron la mitad de los oficiales. Y, por supuesto, el médico que certificó la calidad de la carne.

La noche del 14 de junio llegaron a Odessa enarbolando la bandera roja. Allí se unió el funeral de los marineros caídos con la huelga general que se estaba desarrollando. La cosa tomó dimensiones “rusas”. Vinieron barcos de Crimea. El Potemkim  puso rumbo a Rumanía… (pero esa es otra historia que será explicada en su momento, justo pasado mañana, día de la “matanza de la escalera” (¿))

El episodio del Potemkim fue juzgado por Lenin como el primer intento de crear el núcleo de un ejército revolucionario y como tal aupado al número uno en el ranquin de los acontecimientos pre revolucionarios.

¿Les suena Isabelle Collin Dufresne? ¿Y si les dijera que adoptó el nombre de un color (que no era gris “marengo”?)…¡No caen! Si les dijera que el color era el preferido de Warhol para su peluca ¿caerían?. Era “surrealista” antes de conocer a Dalí, pero el pintor se lo hizo evidente: convirtió el agua en una bebida fuerte y apetitosa. Probó en “The Factory” y tuvo sus 15 minutos de gloria. ¿No caen?  Coincidió en un producto de la “Factory”, con la desafortunada Valérie Solanas.



Bueno: ¡Ultra Violet! Murió tal día como hoy, religiosa perdida. Sus “memorias” dejaron las cosas claras respecto a aquel atajo de impostores. ¡Venga…un brindis por la Ultra Violet!

¡Y otro por Borges*!... aquel ciego a quien escribí para pedirle un prólogo, sabiendo yo, interesado, que esa era su especialidad. El hombre no me contestó. Creo que había dejado a mi sagacidad la respuesta, de ahí que me haya apropiado del prólogo original a su “Historia General de la Infamia”. Por cierto, murió en Ginebra. La niña de la Puebla*, otra que la cascó tal día como hoy, había nacido en Cazalla (La Puebla de). ¡Se acumula el trabajo!

¿Qué para qué quiero el pollo y demás?

Saben Vds. que Napoleón no era un gourmet. Se hubiera conformado con una big mac o con un plato de acelgas, como nuestro ínclito malafollá Juan Ramón Jiménez. Pero aquel 14 de junio del año 1800 había sido largo y duro. Se había desarrollado la decisiva (y lastimosa) batalla de Marengo. La victoria, alada, había dudado durante casi toda la jornada. Finalmente se posó en las filas francesas. Marengo, por cierto, no está lejos de donde empecé mi aventura tridentina, Tortona. Napoleón estaba hambriento (cómo estuvieran los demás no viene al caso). El condis, a esas horas, ya había cerrado y los austríacos habían reducido a carbonilla la cocina (y la despensa) del general. Así que el cocinero Dunand y su recua de ayudantes, ataviados al uso, hicieron una incursión en las masías de la contorná y arramblaron con lo que pudieron, sin lógica alguna; aunque ya sabemos que las relaciones entre las “cosas” son “invenciones” (“proyecciones”, si Vds. quieren) del sujeto, el cocinero, en este caso. Consiguió un pollo, unos cangrejos de río, olivas, huevos, champiñones, una hermosa trufa…y con todo ello cocinó un plato llamado a ser imperecedero: una especie de “mar i muntanya” que hizo las delicias del emperador. Cualquier cosa, en aquellas condiciones, hubiera hecho sus delicias. En ausencia de vajilla la ración le fue servida sobre una rodaja de “pa de poble”.


Y no quedó ahí la cosa. La jornada merecía un buen remate; así que el cocinero con cuatro cositas improvisó un dulce a base de harina, uvas, marrasquino y pasta de almendra…y lo llamó “polenta”. “Polenta del Marengo” no la confundan Vd. con la polenta corriente y moliente.

Miren la foto adjunta y verán el estado en el quedó en emperador tras el atracón.

Ahí tienen la razón de mi interés por el pollo. Yo, de “motu proprio” añado medio litro de vino blanco y lo flambeo con media botella de bourbon, llevando cuidado de no reducir a carbonilla mi cocinilla de tres fuegos, ni pegarle fuego a la campana extractora. El postre me lo ahorro.

Y ahora viene un verdadero enigma en cascada: ¿De dónde procede el nombre de “gris-marengo”? ¿Por qué el caballo que cabalgaba napoleón se llamaba “Marengo”?

Veamos. Empezamos con la segunda pregunta: por la victoria del día, dicen. Pero…entonces ¿cómo se llamaba antes? Algún nombre debería tener el animalito. Napoleón debería de ordenarle cosas y no hubiera podido dirigirse a él como “Marengo” puesto que la victoria aún no había sido alcanzada. Pregunta sin responder.
Respecto a la primera pregunta: Algunos lo atribuyen al color de la arcilla del lugar: gris oscuro.

Mi versión (descabe(a)llada): El caballo se llamaba “Marengo” (¡a saber por qué! Napoleón tenía una cuadra de más de 130 caballos y tenía que inventar nombres para todos). Era gris oscuro y no blanco como lo pintó David. Por cierto, era un jinete mediocre. David quiso, según todas las evidencias, retratarlo como un héroe. Ese tono gris oscuro casi negro, tan elegante y sufrido pasó del caballo al color y, para dejar constancia imborrable, a la población en la que se desarrolló la matanza. Con esta hipótesis quedan respondidas las dos cuestiones. Algo parecido ocurriría en Magenta.



¡Qué buen caballo fue “Marengo”! Su físico, pese a que no alcanzara el metro y medio de alzada (un poquito menos que su ilustre caballero), era portentoso; árabe y valiente a fuerza de condicionamientos E-R. Su cualidad moral, fuera de toda sospecha: por no pisar a una liebre en las heladas estepas rusas, zigzagueó y dio con el general en el hielo. Participó en Austerlitz, en Jena, en Wagram y en la celebérrima batalla de Waterloo. Herido en ocho ocasiones, siempre resurgía como “Ave Fénix”. 

Precisamente en Waterloo fue capturado por el ejército inglés, llevado a Inglaterra y vendido como esclavo…como un Platón cualquiera. Murió a los provectos 38 años. Su esqueleto, dicen, se conserva en el Museo Nacional de la Armada de Sandhurst. Allí hay, en efecto, el esqueleto de un caballo. No se sabe el color.

¡Ni un solo monumento honra su memoria!

El “pollo a la Marengo” ha salido de muerte. Lo acompaño con restos de vino (“gallo nero”) de la Toscana, recuerdo de aquella aventura tridentina a la que me he referido y que Vds. conocen. Enchufo el sputofaif  y que suene “Tosca” de Puccini. Puccini aprovecha de forma magistral el potencial dramático del equívoco que se produjo en Roma el mismo día de la batalla. Llegó la noticia de la victoria imperial (“Te Deum”) y los realistas durmieron a pierna suelta. Al día siguiente (¡la victoria es alada!) arribó la verdad: La Francia Revolucionaria había vencido…etc etc.

Pueden escoger: Orlando de Lasso *, Morales *, Carpentras*… todo un recorrido por el siglo XVI.

Quizás prefieran tastar el pollo al ritmo de TASTE (Rory Gallager*): “On the Board”.
¡Cómo ha cambiado todo sin tener la compañía de “Gorrión”! Lo que antes era ligereza, ahora es pesadez; lo que ternura, frialdad; lo que era a impulsos del corazón, ahora lo es a impulsos de la voluntad. Me estoy convirtiendo en lo que dejé de ser: un aburrido profesor.

NB:
Aquí les dejo la receta del “Gris Marengo
Hexadecimal: #505D5B
RGB: (93, 93, 91)
CMYK: (53, 42, 44, 26)











RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...