(Los
asteriscos*, como siempre, remiten a razones efemerísticas)
I
"La mejor
herramienta para un rey griego* es una maleta". Para todos los reyes, diría yo.
II
Y ahí va otro: "Santa
Catalina nos libre de la muerte repentina"...
He aquí un dicho
dicho a la ligera: pues qué mejor muerte que una muerte súbita. Pero, ya saben,
el pueblo ama las rimas fáciles y olvida fácilmente las incomodidades de la
agonía. Santa Catalina, a cuya memoria la santa iglesia católica, apostólica y
romana, dedica el día de hoy fue un intento de cubrir la sombra gigantesca de
Hipatia de Alejandría. Sólo pudo cubrir los pies. La sombra de Hipatia es
larga, pues fue largo el atardecer, como salida del pincel de Chirico. Hablando
de pinceles… contemplen, analicen…
los cuadros de Caravaggio y Gentilleschi…
En ese intento
pusieron sobre sus espaldas, milagrosamente ilesas, la responsabilidad de velar
por los filósofos, apologistas, predicadores, teólogos, prisioneros, jóvenes
casaderas, barberos y de todos aquellos cuyo quehacer tuviera alguna relación,
por lejana que fuera, con las ruedas: carreteros, molineros, afiladores,
torneros, hilanderas, ciclistas, alfareros y también de los traperos, cuya
relación con las ruedas se me escapa. Súmenle los archivistas, abogados, juristas, bibliotecarios, personas en trance de muerte,
estudiantes, maestros, mecánicos, enfermeros y las secretarias y taquígrafos.
Añádanle, los conductores, los encargados de hacer girar las ruedas del bingo,
los que voltean la rueda de la fortuna...
De
tal manera que la sola presencia celestial de Catalina hace inútil cualquier
otra intercesión. Los demás santos son redundantes. Catalina es la Chuck Norris
del Empíreo.
Quiero
suponer que su estampita se balanceaba, rumbo a Las Vegas*, colgada del espejo
retrovisor del Gran Tiburón Rojo. “Sympathy forthe Devil”. Comienza el
periodismo Gonzo. 1971.
III
―¿Cuál es su nombre de
pila?
―Auguste.
―¿Apellido?
―Auguste [debería haber respondido Deter].
―¿Quién es su esposo?
―Auguste.
―¿Apellido?
―Auguste [debería haber respondido Deter].
―¿Quién es su esposo?
Auguste Deter vacila, y a continuación responde:
―Creo que... Auguste.
―¿Su esposo?
―Oh.
―¿Qué edad tiene?
―51.
―¿Dónde vive?
―¡Oh, usted ya estaba con nosotros!
―¿Es usted casada?
―Oh, estoy muy confundida.
―¿Dónde está usted ahora?
―Aquí y en todas partes, aquí y ahora, no me culpe.
―¿Dónde está?
―Todavía estamos viviendo.
―¿Dónde está su cama?
―¿Dónde debería estar?
Se suspende la sesión, y la mujer almuerza carne de cerdo y coliflor. Sigue la entrevista:
―¿Qué quiere comer?
―Espinacas.
―¿Qué está comiendo ahora?
―Yo solo como patatas, y después rábanos.
―Escriba un cinco [eine Fünf]
―Ella escribe «una mujer» [eine Frau].
―Escriba un ocho [eine Acht].
Ella escribe «Auguste». Al escribir, dice varias veces: «He perdido, por así decirlo».
Esta escalofriante y desoladora conversación, por
así decirlo, tuvo lugar tal día como hoy del año 1901, en el Hospital Psiquiátrico de
Frankfurt, entre el Dr. Alzheimer y la paciente Auguste Deter. Y así está
recogida en los archivos del hospital.
Catalinita bendita, tú que todo lo puedes... ¿no
podrías hacer algo por estos pobres desgraciados que se hunden en la nada?
Mira, me conformaría con que liberaran a sus cuidadores. ¿No podrías
comentárselo a Rajoy y a los demás? ¿No? Bueno... ¡ya lo suponía!
Se
va borrando en orden inverso... hasta llegar a la lisura de las primeras horas.
Eso de "cuchara", "bicicleta",
"manzana"... Conseguir hacerte un cigarrillo a la primera,
sin que se te olvide nada... ¡ese es el verdadero test! O sea que si el doctor hubiera nacido marcado como José Ramón Julio
Márquez Martinez* la enfermedad sería conocida como la enfermedad del
"pollo frito".
IV
¿Es necesario
insistir?... pues insisto: A mí el tiempo y el espacio me la refanfinflan. Y
como prueba de lo que digo, les diré que
Fidel Castro morirá el 25 de noviembre
del año 2016, sesenta años, exactos, después de poner los pies en el Granma,
allá frente al puerto de Tuxpan, en la orilla pantanosa de Santiago de la Peña…
y tres años, exactos, desde el momento en que acabo de escribir esta frase. Recién empezado el domingo 25, la embarcación,
comprada a una empresa americana por el Cuate, puso rumbo hacia el Golfo
de Méjico... ¡con destino a Cuba!
Sesenta años
exactos separan esta primera navegación de la segunda y definitiva. La primera,
según lo estableció Platón, es aquella
en la que los vientos empujan tu barquita y la ponen en orden a la navegación
de altura. Los vientos cesan y hay que darle al remo... ¡segunda navegación!
Bien. Esta es una imagen poderosa en la que no puedo perder tiempo. Siento que
mi corazón se encoje. Me pimplo un carajillo al cincuenta por ciento...
¡Vaya, he
olvidado el azúcar!
Lunes, 25 de
noviembre del año 2013. La luna, como en aquella noche mejicana, está en la
mitad de su recorrido.
Lean Vds. si quieren, la propuesta para
el día 2 de diciembre, dedicada al tema.
V
Todo empezó con una conversación de
enjundia. Así lo cuenta el rústico y baqueteado Levon Helm.
--Soy Bob Dylan
--Diga usted.
--Bueno, este... eh, ¿qué les parecería
tocar en el Holliwood Bowl?
--¿Quién más hay en el cartel?
--Nosotros.
Dejó el teléfono y salió disparado al
WC. Acababa el verano del año 1965.
Bob Dylan estaba inmerso
en plena "traición eléctrica": En Newport había quedado claro.
No habría marcha atrás. Ahora necesitaba una banda estable y con garantías.
Los que se
llamarían The Band, habían hecho su aprendizaje con el bullicioso,
simpático y rockabilero Ronnie Hawkins,
en los cálidos tugurios de la helada Canadá. Como es natural, tomaron el nombre
del padre, y, así, como "halcones" (Hawk), se dieron a
conocer... y con el roce vino el cariño: podrían sobrevivir sin Ronnie y sin
sus multas. No estaba claro, sin embargo, si sobrevivirían, adolescentes como
eran, al mandamiento del demonio que Ian
Dury había formulado. Pasaron a llamarse "The Levon Helm Sextet",
pues habían fichado a un saxofonista (Jerry
Penfound), pasando de cinco a seis. Después, ya sin el sexto, fueron "The
canadian Squires", siguieron como "Levon and the Hawkins",
y retornaron a "The Hawkins"... Levon Helm era el alma y Richard
Manuel, el afilado espíritu, destinado a la perdición; Robertson, el animoso; Hudson,
"el diferente" y Danko,
pese a que era el más alto, el bajo. Su música, a duras penas, se escuchaba
desde la puerta del bar de Toronto en el que tocaran. Y sin embargo...."dios
(?) escribe ¿recto?, ¿torcido?..." ¿cómo era aquello?... ¡Ya no me
acuerdo! ¡Hace tanto tiempo! Alguien escribe, eso parece claro, pero ¿dónde?
¿cómo? ¿con qué? ¿quién lo borra? ¿quién lo lee?... ¡Santa Catalina, échame una mano!
Y en esas
estaban, siete años después, "con el rabo entre piernas"
(Danko), cuando se recibió la llamada y la contestó el rústico Levon.
El quinteto
decidió que, como avanzadilla, fueran Helm y Robertson. La cosa salió bien y se
exigió el contrato de los cinco. Lo que pareció un ultimátum fue, precisamente,
lo que Dylan deseaba. Al Kooper
abandonó el barco tras lo del Holliwood Bowl al enterarse que la
fatídica Dallas estaba anotada en la agenda: "Si allí habían asesinado
a Kennedy, ¿qué no le harían a ese tipo?". La división de
opiniones y las trifulcas acompañaban al grupo como si se tratara de Curro
Romero. Por suerte podían huir en limusina y jet privado. Helm, el rústico, no
aguantó el sobresalto de las tijeras y se retiró a una plataforma
petrolera del Golfo de Méjico....y Robertson fue poniéndose cómodo. Dylan le
inspiraba y llegó a convertirse en "la más impresionante persona
autoeducada". En sus correría por el Sur de la nación se había ido
impregnando del ritmo machacón, cansino, escueto, arisco... de quien camina
hacia las raíces "mitológicas" de los USA, superando la
monótona y solitaria tristeza del blues y el "cariño-bailemos-toda
-la noche" del rock and roll tradicional. Tampoco el lisérgico "Revolver"
le desvió de su camino.
Ahora se trataba
de avanzar por el desierto como un vaquero con esperanzas pero, de momento,
desorientado. Calzando botas resistentes, como las que Jane Fonda proponía en
aquellos días.
Sería un
pleonasmo redundante decir que Dylan estaba allí.
Tras algunos
conciertos, vino "la gira de la traición" de la primavera del
66, con el Concierto de Manchester como
símbolo. Oír el directo da tericia (o tiricia o como se diga...ya
me entienden ¿no?)
Después vino
"Blonde on Blonde" (sólo Robertson) e inmediatamente después,
el ¿accidente? de moto y un nuevo cambio de planteamiento. Dylan, impedido y
padre (¿o es lo mismo?) se retira a la idílica Woostock a cuidar de su retoño y
de su mujer y en busca de sosiego.
Era otoño. 1966.
El óscar de Hollywood fue, oportunamente, para Fred Zinnemann.
Donovan se
pasaba a la psicodelia. Zappa irrumpía en contra de la psicodelia. Los Beach
Boys maravillaron en su debut. Jefferson Arplane, Mama's and the Papa´s. Por
estos lares Black is Black era
omnipresente; los Brincos se empeñaron en que bebiéramos champagne y abandonáramos de una vez El Gaitero… y Fraga acababa de salir de aquel baño infame.
Los "Halcones"
habían reducido bruscamente la velocidad y la inercia les estaba empujando
hacia Toronto. En Nueva York no hacían nada. Como Helm estaba en lo del
petróleo, o en el maíz, tanto da, no pudo coger el teléfono. Lo cogió quien más
cerca estaba. Era Bob... que si querían que... tal y más cual… Al cabo de unos
días, Danko ya se había encaprichado de un destartalado caserón en los prados,
llenos de mariposas*, de Woodstock. Todo rosa relajante. Allí se instalaron los
tres: Roberston, casado, buscó domicilio conyugal y Levon, como se ha dicho,
"estaba en lo del petróleo o en el maíz, tanto da". ¡¡The
Big Pink!!
Por aquellos
días, en las afueras de Londres, Barrett ideaba un nuevo nombre para su grupo:
"Pink Floyd": por Pink Anderson y Floyd Council,
bluesmen de Georgia ("In my mind". Óiganla en la versión de
Richard Manuel. Desde que la cantó en la campaña de Lindon Jhonson, georgiano y
demócrata él, lo hacía cuando algo llegaba al momento álgido. Una lástima que
no aparezca en el disco ni en la película
The Last Waltz. Ronald Reagan, sin embargo, se comería el turrón
como gobernador de California)... y tres años antes había aparecido "The
Pink Panther". Rosa (Pink)
Morena, habiendo triunfado en la Gran Manzana, vuelve a su hogar; mi primo, el
de la Belter, encauzó el desastre.
Bueno el caso es
que Dylan pasaba allí las horas muertas y entre todos fueron creando un sonido
inédito (hay quien dice que fue "el paso del rocanrroll al rock").
Fueron días de amor y mucho rosa...divertidos, fructíferos, relajantes,
sorpresivos...
Y así surgieron
las "cintas del sótano" y el primer y mejor álbum del grupo
aún sin nombre para su nueva andadura: "Music fron Big Pink".
Bueno, pues, se pusieron "The Band" y zanjaron el asunto: pues eso es
lo que eran, una banda. Loar las bondades (que se dice) del disco es redundar.
Hablar de todos aquellos a los que les abrió una vía de escape o, simplemente,
de tránsito o, simplemente, una vía, sería una tarea inacabable.
Todos (y cada
uno de ellos) eran imprescindibles. Si faltaba Danko, por accidente
automovilístico, no se tocaba. Si Manuel, por sus cosas, no se tocaba.
Si a Robertson le daba un ataque de pánico escénico y el hipnotizador fallaba,
se interrumpía el concierto... La riqueza de sonidos y matices, así como su
trabajo vocal era la resultante de diferentes, e intransferibles, fuerzas.
Siempre, eso sí, fieles a la máxima de que lo menos es más.
Miren
atentamente la carátula del LP y se harán una idea. El dibujo, es obvio, es de
Dylan. El jolgorio es compartido.
Allí y así
empezó todo. Luego vendría la confirmación ("The Band")
e, inmediatamente, el estancamiento. Allí se fraguó ese estilo indescriptible,
de fuerza contenida, de tierna aridez, viril, honrado, casi mítico, al servicio
de la variedad, que volaba tras la estela de los teclados de Hudson o avanzaba
con decisión y esfuerzo siguiendo las baquetas de Levon, con las que parecía
practicar de aizcolari. Los falsetes de Manuel te traspasaban..., su piano
cantarín… Las voces de Danko y Helm te erizaban. Robertson nunca prodigó sus
solos en plan Clapton... (que, procedente del grupo de Mayall, presentaba su
supergrupo Cream, en las antípodas
musicales y morales de "The Band") aunque siempre le gustó
chupar cámara: Se creía el líder.
Y así acabó todo (el resto es
silencio (o no me acuerdo)).