Cuando nací, mi
madre no estaba en casa; así que nací solo. Fui a la vecina y le dije: “Señora ¡que he nacido!”. Al poco llegó
mi madre y se llevó una gran sorpresa.
¡Qué grande,
Gila!
El eco del
segundo disparo se apagó justo cuando se desvanecía la última campanada que
anunciaba la navidad de 1771. En plena
Nochebuena. Y en ese momento, 180 años después, irrumpió en el mundo
quien esto escribe. Fue la única vez que la familia dejó de cenar “sopa de menudillos”. De hecho mi primer
recuerdo es esa ausencia. Cuando, después de 60 años, dejamos de comerla, la
familia YA no existía.
Mi entrada en el
mundo está unida, pues, a esa escena ridícula, a ese “¡Adiós! ¡Adiós!” De ahí que mi vida en su primera parte fuera una
acumulación de despedidas.
“Werther”
exhaló su último suspiro (por cierto en la boca del mayor de los hijos de su
viejo y querido mayordomo) mediado el día de Navidad, librándose de una vejez
desdichada y comatosa, por evidente pérdida de masa cerebral.
También Charlie
Chaplin eligió este hermoso día para morir.
Y Maurice
Utrillo para nacer, de cualquier manera. El alcohol, sin embargo, lo conservó
puro. Miembro de la “Trinidad maldita”,
acabó sus días plácida y ricamente. Algo he dicho en otra parte.
No es este el
único presagio: “Por fin se elevó el
ancla, se largaron las velas y nos deslizamos adelante. Era un día de Navidad,
corto y frío, y cuando el breve día nórdico se fundió en noche, nos encontramos
casi en alta mar en el invernal océano, cuya congeladora salpicadura nos
envolvía en hielo como en una armadura pulida.”
¡¡Homérico!!
Mientras el “Pequod” zarpaba desde la isla de
Nantucket con Ismael y el “salvaje”
Quiqeg entre su tripulación, yo descabezaba mi primer sueño (y digo descabezar
porque ya lo hacía con dificultades). Y así como el “Pequod” abandonó aquel medio día la segura isla para internarse en
el complicado cerebro de Akab, así yo me deslizaba hacia el mar abierto, lleno
de monstruos, de la vida.
Me concibieron,
el primer día de la primavera del 51, en una hermosa cala, cerca de la ciudad
de Cartagena, donde mi padre, al comienzo de su triunfal carrera en la “benemérita”, vigilaba la costa con la
misma eficacia con la que después mantendría a raya el desierto de Fortuna.
Sólo le faltó conducir un caza, para que aquello de “por tierra, mar y aire”
fuera aplicable a mi progenitor.
«Fui
despertada por el sonido de una música nueva, maravillosa y desconocida tocada
por un conjunto de cámara. Al finalizar, Richard apareció con mis cinco hijos y
me entregó la partitura llamada “Regalo
sinfónico de cumpleaños”». (“Diario” de Cósima. Mañana del 25 de diciembre de 1870).
¿Puede alguien
sacarme de dudas: la hortera esta nació el 24 o el 25 de diciembre? Aquella
Navidad cumplía 33 años.
Se trataba del
estreno mundial del “Idilio de Tribschen con el canto de los pájaros de Fidi
y el amanecer del sol anaranjado, como cumplido sinfónico de cumpleaños.
Presentado a Cósima por su Richard”, después
llamado, juiciosamente: “Idilio de Siegfried”, una de las pocas
obras sinfónicas de Wagner, incorporada después, casi en su totalidad, a la
ópera “Siegfried”. Una estructura inspirada pero en la que se hacen
demasiado evidentes los puntos de sutura
de los diferentes fragmentos que lo componen. Una obra en la que los guiños y
confidencias familiares son tantas que pensaron reservarla para uso interno.
Sólo las “necesidades” financieras hicieron que Richard la vendiera.
Aquella mañana de domingo, Nietzsche se encontraba en la magnífica casa
de los Wagner a la orilla del “Lago de
los Cuatro Cantones” y fue testigo del acontecimiento. Aún llevaba la caca de
la guerra franco-prusiana pegada en el culo. Su “experiencia de guerra”
fue más bien limitada y poco heroica. Les regaló: a ella, un adelanto de lo que
sería “El origen de la tragedia” y a él, una lámina de Durero: “El
Caballero, la Muerte y el Diablo”. Regalos, vistos desde la
distancia, sumamente adecuados.
Este día tan señalado ha sido elegido por muchos para nacer o morir. O
para dar significado a ciertos acontecimientos. Es un verdadero “cluster”.
Es necesario un cedazo bien calibrado para seleccionar lo pertinente.
La misma “Lolita” (“Lo”) lo eligió para dar a luz. Su
hija (así lo prefiero) tendría ahora mi edad y viviría en una “verdirrosa”
ciudad de Nueva Inglaterra “engordando y engordando hasta morir”.
Por suerte H.H. no vivió para verlo.
Hace un mediodía espléndido. “Hegel” y yo comemos unas “migas
tortilleras” (bueno, él lo que cae) en Mahoya. Estas migas si no las
acompañas con un tintorro de la tierra, al mero contacto con los líquidos
bucales, se convierten en mortero. Para despegarlas tendrías que pedir la
radial al vecino. ¿Qué qué hacemos aquí, al borde de la nada y no estamos
celebrando este señalado día con la familia? ¿Qué quieren que les diga? En mi
familia hace años que hemos llegado a un acuerdo cordial y beneficioso: nadie
pide explicaciones a nadie. Nadie se ve obligado a nada… ¡No me dirán que no es
una gran ventaja una familia así!
¿Cuántos de Vds. no darían una fortuna por estar tan ricamente en
Fortuna, comiéndose unas “migas”, sin necesidad de aguantar al cuñado o
a los niños, sabiendo, además, que esta noche serás bienvenido y que eso forma parte
de tu intocable forma de ser? ¿Qué no darían muchos de Vds. por una familia
como la mía, en la que todo fluye sin obstáculos, sin compromisos y que,
además, le garantiza a uno unas comidas de navidad como, seguro, no las han
visto en su vida…y no digamos ya catarlas?
Una gran ocurrencia de Shane Mac Gowan (nacido tal día como hoy, del
año 1957): acelerar la música folklórica irlandesa sobre una ruidosa base
punk-ska y litros de alcohol. Un Bukovsky
desdentado y deslenguado que dio personalidad (esquizofrénica) a uno de los
grupos que más han llegado a mi corazón (sobre todo si te ponías al lado de los
bafles): “The Pogues” (elegante simplificación de “Bésame el culo”).
Con Joe Stummer ya fue otra cosa.
Le pongo los auriculares a “Hegel” y le enchufo “Sketches of
Sapin” y “Fiesta”, levanta las orejas, arruga el ceño, husmea el
aire y sobre dos patas comienza una danza frenética. Los bajos de la mesa le
parece escenario escaso y se lanza al centro de la plaza.
–Pero,
“Hegel”… ¿lo tuyo no era el “lieder”?
–¡Ya
ves!
Acabado el espectáculo se acerca a exigir la recompensa. De todos los
rincones de la plaza le llueven trozos de cerdo que se zampa sin dejar de mover
el rabo. El camarero nos trae, de parte de un siniestro grupo de autóctonos que
se inflan a “michirones”, una botella de “Jameson”… ¡y que no
sobre ni una gota!
–¿No
tienes esa de “Sex Machine” (*)?
Lo cojo por una oreja y lo meto debajo de la mesa. Me dice no se qué de
Van Gogh. Este perro tiene una memoria excepcional. Pues sí, Van Gogh, tal día
como hoy, del año 1888, estaba siendo trasladado al Hospital de Arlés.
“El
25 de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk Eastman amaneció en una de las calles
centrales de Nueva York. Había recibido cinco balazos. Desconocedor feliz de la
muerte, un gato de lo más ordinario lo rondaba con cierta perplejidad.” Su tarifa por cortar una oreja ascendía a 15 dólares,
por una puñalada exigía 25 y 100 dólares “por el negocio entero”.
Alguna vez afirmó que: “Muchos bailecitos del Bowery eran más bravos
que la guerra europea”. Lean a Borges.
La botella de “Jamenson” refleja los últimos rayos de sol. Sobre
la mesa un arcoíris. En un rincón de la plaza el grupo siniestro controla la
marcha de la cosa. De aquí nos sacarán con los pies p’alante. O igual me
quieren robar el perro. Levanto el vaso en su dirección y lo elevo un poco en
señal de gratitud y de vasallaje. Ellos asienten a cabezadas.
¿Conocen Vds. a Vic Chesnutt? ¿No?...
¡Pues a qué esperan! Su música doliente, ácida, sobresaliendo de oleadas
de sonido espeso y sucio o, por el contrario, paseándose por entre pellizcos
dolorosos, es de la que no se olvida. Su manera mínima de tocar la guitarra (mano
izquierda reducida a tres dedos útiles y
mano derecha inutilizada, como un Django parapléjico), su voz doliente y sus
“letras” lúcidamente estremecedoras. Escuchen “Cobarde” y díganme cuanta
valentía hace falta para afrontar la cosa. Él, simpático y amoroso, reducido
desde su juventud a una supervivencia grotesca, siembra dignidad en las, a
veces, estériles tierras de los oyentes.
Acumuló facturas con un Seguro Privado
que finalmente no pudo pagar. Debía 60.000 dólares y no podía pagarse
ninguna intervención más. La Compañía lo entendió y lo dejó morir. Él prefirió
quitarse la vida (tal día como hoy,
del año 2009). Otro ejemplo del “ejemplar” sistema sanitario
estadounidense. Para no salirme del tema: También el padre de Billie Holliday
murió como un perro a las puertas de un hospital… ¡por negro y por pobre!
Antes del suicidio, el “Ángeles Times”: “Si alguna vez usted
necesitó un claro ejemplo de la crueldad institucionalizada del sistema de
salud americano, pregunte a Vic Chesnutt”.
Y el propio Chesnutt afirmaba: Podría morir mañana por otras
operaciones que necesito que no me puedo permitir.
Busquen en You Tube: “Empires of tin” película (?) de Jem Cohen
(apunten este nombre en la lista de sus favoritos), cójanse una botella de “Master
Jaeger” (¿)…vamos, el del ciervo y suelten amarras: Roth y Bush padre,
unidos en una crónica de la decadencia. Chesnutt y los suyos convierten la
filmación en penosamente inolvidable.
El grupo de la esquina sigue “intrigando”. Creo que nos quieren
romper las piernas, “Hegel”. Tu baile… ¡Atento, “Hegel”, se acerca
uno!
–Buenas
tardes
–Buenas…
“Hegel” se eriza y yo cojo la botella de “Jamenson” por
el cuello dispuesto a lo que sea. ¡Lástima que aún quede un culito!
–No
es Vd. el hijo de su padre…etc…etc y el hermano de …etc…etc
–Pues…
¡sí! ¡Pa lo que haga falta!
Resulta que son antiguos condiscípulos de la escuela de los “cagones”.
Intercambiamos recuerdos. Los suyos son más abundantes y coloristas. Todos
juntos nos pimplamos otra botella de “Jamenson”. El sol se pone. El
arcoíris desaparece. La plaza gira. Creo que nos vendría bien un paseo. Nos despedimos entre
promesas y buenos deseos.
–¡Felices Pascuas!
–¡Felices! Y que nos
volvamos a ver con salud.
Dejamos
el coche en la plaza y nos vamos al “Balneario” andando. “Hegel”
trota como
un
potro. Mientras llegamos hay tiempo suficiente para rememorar el último paseo
de
Robert
Walser. ¿Tampoco conocen a Walser?
¡Vaya!
Hay un
paseo más triste (15 de enero), pero el último paseo de Walser se las trae.
Tanto
que
decido dejarlo para la tarde.
La
piscina termal sigue abierta.
Media
luna. Las palmeras se mecen.
¿Me baño
o no me baño?
–¡Ahógate!