Noche de “risillas”
(Moderna). El “flaco” (Stan Laurel)
con su tupé a lo Tin-tin y su mirada de miope desamparado, no ha parado de
revolotear alrededor de la cama. También el perro parece más contento: un
lametazo en la mano destapada: helado de carne.
Su loncha de jamón de york (hoy doble ración), bufanda siete leguas y, a la
espera de la “budionovka”, apuro los
últimos días de la gorra “Ignatius”.
Sigue el frío. Paseamos despacio (no podría ser de otra manera): Es como mi
sombra (blanca). El día que desaparezca el animal, pareceré el personaje de von Chamisso.
Habrán notado vds. el cambio de estilo. Me he cansado del “yo mayestático”
y del futuro perfecto. La soledad ¡sin paliativos! Lo utilizaba para dar a
entender ¡la multiplicidad de mi yo! (¿).
Ahora sólo para cuando estemos donde no estamos.
Ato al perro en la (su) farola. Fifti-fifti. En casa el aceite
y orégano griegos y unas olivas de Kalamata que he encontrado en un rincón.
¡dios aprieta, pero no ahoga! (¿).
Volveríamos a París (mejor, nos habríamos quedado en el Hotel de la Régence
donde tomaríamos un desayuno continental y dos calvados)... Pza de la
Bastilla... Faubourg de Saint Antoine y, siguiendo los malecones...llegaríamos
a las Tullerías. Aquí tuvo lugar el desenlace: el asalto de las Tullerías
obligó al Borbón, sitiado, a abdicar (¡a favor de su nieto!) y a salir huyendo
hacia Londres. Nunca volvería.
“¡Honor a los trabajadores de París!” (F.E.)
El París que veremos no tiene nada que ver con el que hubiéramos visto en 1848 (o incluso mucho después). Hubiéramos pasado, de camino a Châtelet y Tullerías, por la siniestra plaza de la Grève (ubicación de la guillotina y punto de reunión de la fuerza de trabajo a subastar), y por todo un laberinto inmundo de callejas que llegaban hasta las fétidas aguas del Sena. Tampoco el majestuoso decorado del Louvre, Rívoli, Tullerías. Entonces Le quartier du Carroussel...”Era una selva...habitada por una acumulación loca de pequeñas industrias” (...) “un campo de barracas” donde convivían hombres y animales. (E.H.).
En “Música en las Tullerías”
(Manet, 1862) se respira el aire de la
Restauración Imperial. Baudelaire parece sentirse cómodo pese a que, como
decíamos ayer, “he sentido pasar sobre mí el viento del ala de la imbecilidad”.
La sífilis va desplegando sus fases.
Cruzaremos a la Rive Gauche por el puente de la Concordia. Nos pondremos nerviosos ante la ausencia de locales en los que poder tomarnos algo. Y un poco de agorafobia.
Frente a la salida del puente se encuentra, en el Quai d’Orsay, el Palacio Borbón. Tras la Revolución del
79 y ante la escasez de ingenieros, el decreto del 21 de Ventoso del año II
puso las bases de lo que sería l’Ecole
Polytechnique, inaugurada como “Escuela
central de Trabajos Públicos”.
Napoleón le
dio carácter militar. En
Enero de 1817, añadió “Royal” a su
nombre. Y después, naturalmente, “Imperial”.
Se le conoce como la escuela “X” (dos cañones cruzados. Nada que ver con la X
de Malcolm) para indicar la importancia de las matemáticas en su plan de
estudios (una nueva Academia: “No entre nadie que no sepa geometría”. Pero
no decía nada de cómo debían salir). Actualmente es un semillero del 1%.
En los días revolucionarios de febrero, el general Aupick (padrastro de Baudelaire,
no lo olvidemos) era el director de la escuela y, según testigos, se comportó
de forma comedida (pese a todo se libró de ser linchado gracias a la
intervención de los estudiantes pro-republicanos). Siempre supo leer (releer)
adecuada y favorablemente las circunstancias (Monarquía, República, Imperio)
hasta su “honorable” retiro en los acantilados de Honnfleur, por entonces uno
de los paisajes marinos preferidos por los pintores de la época.
Mientras Aupick daba muestras de prudencia, su hijastro se lanzó de cabeza
en la revolución (¿) para solucionar de una vez por todas su problema
edípico-financiero: “¡¡Hay que fusilar al
general Aupick!!”.
Todo Saint Germain estaba lleno de barricadas. Tal día como hoy, del año
1848, Baudelaire fue visto (¿por la mañana? ¿por la tarde? ¿por la noche?) en
la barricada de la calle Buci armado con una reluciente escopeta de caza de dos
cañones “y una magnífica cartuchera de
cuero amarillo igualmente inmaculada”
(C.P.). “¡Acabo de disparar unos tiros!”
“¡Muerte al general Aupick!”. Jules
Vallés no tendrá compasión de él, ni después de muerto. Baudelaire ¡que jaleaba
al municipal para que golpeara “al
enemigo de las rosas y los perfumes”! (“Salón”
de 1846), no había cambiado...ni cambiaría. En “Mi corazón puesto al desnudo”,
donde recuerda estos acontecimientos y su actitud: “Gusto por la venganza...Placer
natural por la demolición...Ebriedad literaria”... Su furor era metafísico
y como toda metafísica vale tanto para
un roto como para un descosido.
Tomaremos la calle de la Universidad, que tras atravesar la Bonaparte se
convierte en Jakob. Seguiremos hacia la rue Seine que nos conducirá, girando
a la izquierda, a la rue Buci. Nos
sentaremos al arrimo de un cañón de gas y pediremos un Ricard. Nos resultará
difícil imaginar el bullicio de la revuelta. Un bullicio animal y no
mecánico; gutural...gargantas que
hubieran agradecido un buen trago de “vin
de barrière”...un traguito de absenta o cualquier otra bebida
que no fuera sangre.
La huída del rey forzó la creación de un gobierno provisional que, por fin,
repartió el poder entre las diferentes clases que habían derrotado
completamente a la monarquía de Julio. El “partido”
obrero estaba representado por Louis Blanc y Albert. Como argamasa y símbolo de
la falta de contenido: la imaginación sentimental de Lamartine y su “idealista”
apelación a la mayoría de los franceses frente al proletariado en armas. Fraternité, amor, felicidad general;
borrachera general de fraternidad en la que participó también el proletariado
de París (aún confundido respecto a muchas cuestiones). El gobierno provisional
es, (Lamartine dixit): “un gobierno que
acaba con ese equívoco (¡!) terrible
que existe entre las diferentes clases”.
No asustar a nadie: esa es la orden del día. Vivir y dejar vivir. La
Revolución no encontró resistencia y esto la desarmó. “Fue una adaptación a las condiciones de la sociedad burguesa” (K.M.).
Mañana haremos el balance.
Aquí hubiera nadado como pez en el agua, Picco della Mirándola, capaz de reconciliar lo irreconciliable y superar todos los cismas. (Nacido el 24 de febrero de 1463 “en una gran sala apenas calentada del castillo de la Mirándola...Emilia, a algunos kilómetros al oeste de Ferrara” (E.B.). Su defensa de la dignidad del Hombre (¡!) se basaba en su (don divino) carácter camaleónico: podría convertirse en lo que quisiera. Olvidó Picco las condiciones que determinan esas transformaciones. Pero... ¿Qué queremos? ¡Era el siglo XV!
Con estas divagaciones se nos habrá hecho la hora de comer. Nos dirigiremos
al Café de Beaux Arts, en el Quaie
Malaquais, frente al Louvre.
-¿Me río yo acaso de su (vuestra) ridícula carta-menú...
Escargot: Le
six...4’50 E....Le
douze...8’50.?
-¿Me río yo acaso de su (del menú) sintaxis abrupta y de su contenido sentimental?
-¿Me río yo acaso de sus (vuestros) uniformes, sacados de la liquidación de
la “Casa de las Mantas”?
-¿Me río yo acaso de sus (de los jefes) ridículas mesas y de sus flores de
tela? ¿de sus velitas-velatorio?
-¿Os denuncio, acaso, por servir foie (salvajada donde las haya) y sólo
foie?
DEBERÍAN VERME ¡Y ME VERÁN! CON MI NUEVA BUDINOVKA...
Nos sentaremos a pesar de las incontenibles explosiones de risa y codazos
cómplices. Nos sentaremos y esperaremos la llegada de quien tenga a bien venir.
Y cuando llegue, nos levantaremos (nos enrollaremos completamente con la
bufanda blaugrana, nos encasquetaremos la gorra-orejera y, colocando la silla
educadamente en su posición original, nos dirigiremos hacia la puerta de
salida: “Au revoire, les copains”! “¡hay
más bares que longanizas!”.
Aún podremos encontrar algún tunecino abierto. Pediremos un Gyros “complet” y el alcohol lo compraremos en
un carrefour o algún sitio parecido.
Y...(Como el dinosaurio de Monterroso, o como la sopa en el país de los monstruos de Sendak): ¡el
perro se encontrará con una comida maravillosa! (por desconocida, intempestiva
y oriental). Teofanía laica (si se me
permite esta contradicción evidente): por una pequeña fisura del tiempo ha
entrado en la vida del perro un milagro. Le parecerá normal. Diarrea asegurada.
Nosotros: espinacas del huerto y vino sin etiqueta y fifti-fifti. Paseo
vespertino. ¡Lo dicho! (por lo del perro).
Durante toda la mañana, en el esputifaif: todo el repertorio de canciones
históricas francesas y la “Sinfonía
Fantástica” (1830), una verdadera revolución musical.
Tal día como hoy, del año 1607, se estrenó en el palacio ducal de Mantua (el
primer recinto dedicado especialmente para ópera data de 1635. Venecia) la que
pasa por ser la primera ópera verdadera: “L’Orfeo”
de Monteverdi y Striggio. Sonará la hermosísima obra en el Esputifaif durante
todo lo que queda de tarde. Nos interesa Orfeo, no Monteverdi, ni las múltiples
versiones que del mito se han hecho (hasta Cocteau). El mito es pre-homérico,
Orfeo ya acompañó a los Argonautas: acompasando su remar y haciendo dulce el
trayecto y el descanso. Hijo de Calíope, (musa de la poesía y del canto, y de
Apolo el dios del arco y la lira, “el que
mata de lejos”, “el matador de lobos”) se dedicaba al pastoreo en los campos
floridos de Tracia.
Enamorado de Eurídice, celebran los esponsales entre cantos y danzas bucólicas. Una víbora muerde a Eurídice y todo se viene abajo. Ella la primera, que es arrastrada al reino de Plutón y de Perséfone. Orfeo, inventor del alma inmortal, partícipe de la divinidad, incansable buscadora de destinos post-mortem (por la mezcla de maléfica sustancia carnal de los Titanes) se somete a la katábasis homérica para romper, desde dentro, lo establecido desde tiempo inmemorial. El Hades homérico es el olvido, el pasado pasivo, el amontonamiento indiscriminado de la historia. Orfeo pretende establecer la conexión entre el pasado y el presente. Desea recuperar a Eurídice. Su arma: la música. La Esperanza lo abandona en la misma entrada del antro. No hay esperanza en la lucha que se avecina, pero la esperanza nos ha guiado hasta aquí. No tendrá ningún Virgilio que lo guíe. Los amos del lugar son convencidos por el poder de su música (y por su secreta seguridad de que no conseguirá devolver a su amada al mundo de los vivos).
La música acompaña el relato. Nos servimos un Dry. Al perro se le erizan
los pelos. Pero cuando se le cuenta de qué va, en realidad, la historia, mueve
el rabo y desea que Eurídice y Orfeo sean felices y coman perdices (y que le
dejen los restos).
La condición: que no vuelva la vista atrás en el ascenso al mundo de los
vivos. Si lo hace, perderá a Eurídice para siempre. ¡Volvió la cabeza para
mirar! Y Eurídice, agarrándose vanamente al vacío, fue desvaneciéndose como el
humo. Orfeo comprendió, de repente, la inutilidad de su esfuerzo. Difícil
pintar esa ausencia.
Orfeo como “Ángelus Novus”: El pasado ha depositado en nosotros sus esperanzas. Nuestra tarea es darles cumplimiento. Pero sin nostalgia. Con la vista puesta en el futuro. ¿Fue Eurídice la que imploró una mirada amorosa? ¿Fue Orfeo quien quiso asegurarse? El resultado fue el mismo. Faltos de decisión, sobrados de sentimentalismo... ¡sucumbieron!: Una al olvido eterno y el otro, a la melancolía y, finalmente, a ser destrozado por las Bacantes (aunque Monteverdi, deus ex machina, lo ascienda a los cielos en el fulgurante carro de Apolo). No vale convertir una derrota en victoria. Las derrotas se asumen. Y “aprenderemos a equivocarnos mejor”.
Orfeo intentó romper el orden establecido: deseando lo imposible.
Intentando lo imposible (¿). ¡Otra vez será!
Querría decir más cosas... Indicios, relámpagos...pero no acabo de
establecer las conexiones. La música de Orfeo...uniendo el cielo y la tierra
¡Ahí está la clave!
Ya es noche cerrada. Tomaría granadina (símbolo del renacer, y bebida de
los exilados rusos en París, cuando se reunían en torno a Lenin, allá por 1909
en Montparnasse). Pero en esta casa no hay de ese tipo de bebidas. O un “Parfait Amour”, la única bebida azul
que conozco....Aquí tampoco se estila esas excentricidades. En su defecto,
seguiremos con el vino.
Huevos fritos rociados con aceite de trufas y un fifti-fifti. Paseo
nocturno: el perro va como soñador, más lento que de costumbre. Me mira de vez
en cuando y me sonríe. Dormiremos bien.
... Si quieren pueden escuchar "Orfeo en los infiernos" de Offenbach. Otra forma de ver la cosa.
... Si quieren pueden escuchar "Orfeo en los infiernos" de Offenbach. Otra forma de ver la cosa.
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