Ya
veo a Hegel en la terraza. Husmea el aire. Ha reconocido el angelical perfume
de mis Custodios. Según descendemos, mueve la cola con más alegría y cuando
pongo el pie en tierra se me lanza con intenciones desconocidas.
–¿Qué bien hueles. ¿De dónde vienes?
–¡Del Infierno!
–Nadie lo diría.
Por
olvidar, he olvidado hasta la bolsa del Condis (¡con la ropa interior!) y, lo
siento, el ¿Master Jager? ¿Mike Jaeger?...bueno la bebida del ciervo, para el vecino.
El
nombre de Rosa fue creciendo hasta
cubrir todo el cielo de Berlín. Y llegó a las estepas rusas. Desde allí
llegan los lamentos de Kopionkin, trozos congelados de su amor apasionado por
Rosa, la Roja. “Fuerza Proletaria” relincha con furia y desconsuelo. Chevengur,
ese eterno hueco en el
espacio-tiempo, está de luto. Kopionkin, como Alonso Quijano (*) salió esta
mañana al despuntar el alba a ajustar cuentas con Berlín. Se lamenta de que al
lucero del alba no le llamen “Rosa”. Cuando llegue encontrará una ciudad
desconocida y nadie podrá darle razón de su amada… ¡ni de los sicarios!
Bávichev,
orgulloso y ejemplar; codicioso y suspicaz ciudadano soviético, director de una
fábrica de alimentos que quiere convertir
en portentosa, deja una nota:
“Camarada Prokudin:
Los envoltorios de los caramelos
(adjunto a la presente le envío doce muestras) se deben diseñar teniendo en
mente al consumidor (chocolate, rellenos, etcétera), pero con un estilo nuevo.
Rosa Luxemburgo no (he averiguado que ya se utiliza: ¡¡es un merengue con sabor
a fruta!!) lo mejor sería encontrar algo científico o poético: ¿geografía?, ¿astronomía?).
Un nombre serio con un sonido atractivo: ¿Esquimal? ¿Telescopio? Telefonéeme
mañana miércoles a la oficina, entre las una y las dos. Sin falta”
¡Da
la vida por la revolución para que tu nombre se asocie a un merengue afrutado!
George
Heym, muerto tal día como hoy, del año 1912:
UMBRA VITAE.
“La
gent esguarda enlaire pels carrers
I
llença la mirada als grans senyals del cel,
On
els cometes amb els nassos de foc
Llisquen
amenaçadors per les torres de punxes.
I
totes les teulades són plenes d’astr`legs,
Que
amb uns grans telescopis apunten cap al cel,
I
d’encantaires, sorgits dels forats de la terra,
Inclinats
en la fosca, un astre conjurant.
Suïcides
passen en la nit en hordes grans
Que
van cercant llur essència perduda,
Encorbades
a migjorn, a llevant i a ponent, i a tramuntana,
Agranant
la pols amb escombres-braços.
Es
lo que se dice premonición. Heym imaginó a las multitudes escudriñando el cielo
en busca de nombres adecuados para los caramelos de Bávichev. No se quedó ahí
su capacidad visionaria, sino que también cantó a Ofelia (Bávichev ¡la realizó!...¡Lean Vds. “Envidia” de Olesha!).
Seguro
que les recuerda algo más:
OFÈLIA.
“En
els cabells un niu de rates d’aigua,
I les mans amb anells com aletes
Dins
del corrent, així va surant per l’ombra
De
la gran selva que reposa dins l’aigua.
El
darrer sol, que era per la fosca,
S’ensorra
endins de l¡escriny del seu cervell,
Per
què morir? Per què sura tan sola
Per
l’aigua entrbolida de falgueres i herbes?
(…)
Ella
llisca invisible en l’escorta de l’aigua,
Però
per allà on passa la gentada empaita
Amb
ala inmensa cap a una fosca pena,
Que
ombreja ampla una riba i l’altra.
(…)
El
riu se l’emporta, ella s’ensorra,
I passa per ports endolats d’alguns hiverns.
Baixa pel temps. Etrnitats avant,
El poeta tenía 25 años y un alma
expresionista. Los que entendían lo tenían por un genio poético y los que no,
lo tenían por un infeliz que se pirraba por el patinaje artístico. La mañana
del 16 de enero del 19, él y un amigo fueron de excursión al Wansee. Era
martes… ¡ni te cases ni te embarques! Y, despreciando la sabiduría popular, se
embarcaron a patinar por la superficie helada del río-lago. Al mediodía salió
el sol. El hielo sudaba. Un observador atento hubiera estado al caso. ¡Pero
ellos eran jóvenes!
Bueno, vale: pues se abrió el hielo y el
lago se los tragó. Heym llevaba el corazón lleno de versos y se hundió
rápidamente. El amigo, lo siguió por fidelidad.
Un siglo antes, von Kleist y su amiga “Henriette” Vogel (¿Les suena el
apellido? ¿Les suena el tiro que rompió la cabeza de Rosa, la sanguinaria?… y
es que los pájaros vuelan por
doquier) jugaron al juego de “Ofelia”.
¡Si dragaran el Wansee!...¡o si se
recogieran psicofonías!...
Y 57 años, exactos, después, Jun Palach
se inmola en la plaza de Wenzel de Praga. Y es que la (contra)revolución no
privilegia ningún “elemento original”…
pues también los ha habido enterrados vivos…
y asfixiados.