(Los asteriscos remiten a “razones efemerísticas”)
El “profundo sueño dogmático” de Kant no sería tan “profundo” cuando pudo ser despertado por
el suave roce de Hume (*). Es
evidente que no estaría tirado entre los fardos del puerto de Cariño. Para ese
despertar hubiera hecho falta los “martillazos”
de “Dionisos, el crucificado”.
Lo que más echo en falta en estas
lejanas tierras es el “condis”, con sus algaradas habituales. La buena voluntad
de Xosé me está convirtiendo en un ser pasivo y desconectado de las desazones
del pueblo llano. Ahora me entretengo haciendo listas de productos que compraré
en cuanto llegue. La verdad es que si tuviera un telescopio mediano y que pudiera
sortear las irregularidades del terreno, podría, en directo, ir siguiendo las
entradas y salidas del antro.
Y es que tal día como hoy, del año 1509, Galileo presentó ante los
prohombres venecianos su “telescopio”.
Subieron al campanile de san Marcos y
desde allí enfocaron a las islas de la bahía, vieron obreros soplando, pero no
quedó claro si creaban las botellas o las vaciaban. El “telescopio” no proporcionaba más pistas. Enfocaron hacia alta mar y
vieron barcos como si estuvieran aparcados en la parada del vaporetto. Pero no encontraron, tras
discutirlo concienzudamente, la utilidad del instrumento. Galileo pensaba que
sería una ventaja en manos de las compañías de seguros, que verían antes que
nadie la llegada, ilesos, de los barcos mercantes. Propuso otras utilidades. Y
lo recomendó a todos los estados europeos, por diferentes y contradictorios
motivos. Sus necesidades pecuniarias eran muchas…
En realidad ese “telescopio” era suyo,
porque lo había construido él. Sin embargo él no fue el inventor. Se vendía
como un entretenimiento en los puestos de comerciantes holandeses. Él, eso es
lo importante, ideó una nueva aplicación para el artilugio: Lo convirtió en el
primer instrumento científico que ampliaba el mero uso de los sentidos. Fue el
primero en dirigirlo a los cielos. Al año siguiente publicaría (“Siderius nuntius”) sus descubrimientos,
decisivos para la aceptación del sistema copernicano…Y empezaría su “calvario” personal. Aunque le pusieron
las orejas de burro y el sambenito, no
llegó la sangre al río
Infórmense vds. Infórmense…
Con la última hoja de la “Voz de…”, me filtro una melita. Y disuelvo el sabor ferruginoso
de la sangre con el áspero y punzante del “Afilador”.
Mucho “Afilador” hará falta para
neutralizar la sangre que tal día como
hoy, del año 1936, se vertía en las celdas de la “Lubianka”.
Todo empezó el 1 de diciembre de
1935 con el asesinato de Kirov. ¡Esa fue la señal! La oposición trotskista
estaba siendo desmantelada (eufemismo). La mancha se extendería hasta anegar a
todos los “antiguos bolcheviques”. El
partido hacía tiempo que se había metamorfoseado: estaba plagado de “nuevos NEP” cuyo único interés era
conservar sus privilegios (a costa de lo que fuera). La Constitución “más democrática del mundo” se estaba
cocinando (quedaría cruda). El plan quinquenal resultó un éxito y ahora se
esperaba que los esfuerzos se dirigieran a la producción de bienes de consumo
masivo. La revolución española estaba ansiosa por ser traicionada y mientras la
traición llegaba, se batió de forma heroica y ejemplar. La revolución china
esperaba pacientemente. Gorky acababa de morir (¿) y Yagoda se escondía tras
las cortinas.
Stalin lloró a Kirov con lágrimas
de cocodrilo. Y como un reptil anfetamínico se lanzó a la destrucción de todos
sus oponentes, agrupados en un fantasmal “Centro
Unificado Trotskitsa-Zinovievista”.
Trotsky, de momento, estaba a salvo.
Bueno, a lo que iba. Tal día como hoy, del año 1936, sacaron
a Kamenev y a Zinoviev (que eran dos, no uno) de sus celdas de la “Lubianka”, donde habían sido
re-conducidos el día anterior, tras la farsa del “primer proceso” y conducidos
a la sala de ejecución. Para los detalles lean vds. “La corte del zar rojo”
(por demás decepcionante, espectacularmente demagógico y vacío de análisis
históricos: allí, en aquella “corte”,
sólo se bebía, se comía, se fornicaba, se traicionaba, se torturaba, se
mataba…). La inestabilidad política de K. y Z. fue una constante. Su indecisión
en los momentos cruciales, una compulsión… ¡Pero de ahí a meterles una bala en
la cabeza…! Las balas fueron limpiamente sacadas de sus cráneos,
escrupulosamente frotadas y cuando adquirieron el brillo original, catalogadas
entre los “recuerdos” lascivos de
Yagoda. Cuando le llegó el turno a Yagoda, las heredó Yezhov. Y allí las
encontraron finalmente, cuando también a este último le llegó la hora.
Junto a K. y Z. fueron acusados (y
rematados) otros. La maldición llegó a toda la familia de Kamenev, cuñado de
Trotsky
…Infórmense vds. Infórmense…
No hacía falta ser un Vychinsk (que
jamás fue un bolchevique) para lograr
los espectaculares resultados del “proceso”.
Hubiera bastado insinuar, como de paso: “Aquí
alguien ha matado a alguien”. Kamenev se comportó, pero el pobre Zinoviev
hasta lamió los zapatos del verdugo. No opusieron resistencia. Lo reconocieron
todo. Y hubieran reconocido, para mayor agravio, haber participado en la banda
de gaiteros de Cariño. La crueldad, sin embargo, tuvo un límite (tendente al
infinito).
Stalin: “La gratitud es una enfermedad del perro”.
Pues yo le estoy muy agradecido a
Xosé por los kilos de grelos con los que me ha mantenido con vida. Y a mi
anfitrión, por la caja de aguardiente. Cuando descubra el estropicio…yo ya
estaré lejos.
K. y Z. ya estaban muertos. El día
25 de agosto los remataron.
Algo así le pasó a Nietzsche. Su primera
muerte ocurrió aquel fatídico 3 de enero de 1889, bajo las arcadas neoclásicas
de la plaza Carlos Alberto de Turín y la segunda (definitiva) tal día como hoy, del año 1900. También
a O. Wilde lo mataron, “de profundis”,
en la cárcel y murió, miserablemente, avanzado el otoño, durante los fastos de
la Exposición Internacional de París. Strindberg describía su “camino de Damasco” y enviaba cartas, sin
respuesta, al filósofo moribundo. Munch culminaba el “Friso de la vida”. Ibsen sufría su primer soponcio…
Horlderlin.
Overbeck acudió a Turín y condujo
(con la redecilla para el pelo del señor Fino. Como el payaso que quería ser)
el despojo a una clínica de Basilea: con el doctor Wille (¡doctor voluntad!)
Pasados unos días, acudió su madre y lo internaron en la clínica del doctor
Binswanger de Jena. Poco a poco su megalomanía se reveló innecesaria. Pasado un
año, su madre se lo llevó a la casa familiar en Naumburg.
“Llegué
muy temprano, porque no podía demorarme mucho. Su madre le hizo pasar a la
habitación; yo le felicité porque cumplía 50 años y le entregué un ramo de
flores. No entendió ni una palabra de lo que le dije. Tan sólo las flores
parecieron atraer, por un momento, su interés, pero inmediatamente después fueron ignoradas.”
(Deussen)
Cuando en 1897 murió su madre, su
hermana Elisabeth, la proto-nazi, se hizo cargo del “loco” y empezó la labor de adecuación a los tiempos “modernos”.
Ya sé que a N. no le gustaba
pimplar. En eso nos diferenciamos. Y en el bigote. Sabedor de la diferencia, y
aceptándola, mi pimplo un cuartillo de orujo con unas gotas de café-melita. Los
grelos los dejo en la olla: que florezcan y den abundante cosecha para
carnaval. ¡Estoy de grelos hasta…!
En verano de 1989, en el centenario
del colapso turinés, y en vísperas del colapso del pacto de Varsovia, estaba yo,
pasando necesidad y sorteándola a base de pepinillos, en Erfurt (RDA). Había
conseguido una beca para la realización de un curso de lengua y cultura de la
República Democrática Alemana (sic). Precisamente el día 25 de agosto me
acerqué en mi flamante “Samba” a
Rocken. Era una aldea de espaldas a su muerto ilustre. Había una fiesta
popular: ensalada de patatas, salchichas y música de compás binario. No sé qué
se celebraba. Quizás la extraordinaria cosecha de patatas o quizás la llegada de un cargamento de
cosméticos de contrabando. Las tumbas de Friedrich y de su madre estaban
cubiertas de maleza al pie del muro de la casa natal. No recuerdo si también
estaba la de su hermana, la proto-nazi. Hice todo un recorrido por los lugares
de infancia del filósofo.
Años después me enteré de que la casa y las tumbas
peligraban. Una empresa minera de extracción de lignito había conseguido
permiso para hacer catas en unas hectáreas dentro de las cuales se encontraba
la casa. Las catas fueron exitosas y todo parecía que se iba a convertir en una
mina a cielo (¿) abierto: lo más parecido al infierno. La cosa se solucionó y
se dotó a los difuntos de unas tumbas y demás, de un gusto pueril, a la altura
de la “postmodernidad”. Hubiera sido
un final adecuado para sus restos: mezclados con lignito hubieran inflamado el
mundo. Dinamita.
Cargué el “Samba” con una vajilla de porcelana polaca y un juego de copas de
Bohemia. Además de una armónica Chrometta
de Hohner de doce celdas y unas
gafas de motorista de los años veinte (que hicieron furor en las pistas de
Bikini). Cuando llegué a Barcelona los periódicos anunciaban la inminente “caída
del muro de Berlín”.
Bueno,
mi estancia en la ría ha tocado a su fin: sin desentrañar el secreto de las
aguas y sin catar el marisco. Pero con un amigo, Xosé y con una fobia: los
grelos.