Los asteriscos (*) remiten a
razones efemerísticas.
Por un cúmulo de razones que
no viene al caso analizar, a finales del XIX se puso de moda la
barba, cuanto más cerrada mejor. Aparentar madurez daba crédito.
Pues, a fin de cuentas, en aquellas décadas no existían salidas
diseñadas para jóvenes: no existía la NBA ni la FIFA ni las
olimpiadas. No existía la informática, yacimiento de trabajo
juvenil. No existía la industria de la moda ni la publicidad ni la
industria discográfica. Sólo existían las minas, los campos, el
ejército... y los hospicios. Además había pasado el sarampión
romántico, así que no importaba ir con la barba semejando un jardín
en decadencia. La consecuencia más evidente era que podrías estar
hablando con un chaval recién salido de la ESO y parecerte el
mismísimo emperador Francisco José.
Quizás influyera otra razón
más inquietante: disimular los rasgos faciales, y craneales en
general... no fuera a ser que coincidieran con algunos de los que,
tras alocadas observaciones, catalogó Lombroso (*) como
indicios de naturaleza criminal. Lombroso mismo: Tenía un
físico de indudable tirada sensual agresiva... ¡se dejó barba!
Lombroso respiraba el aire de la época e incluso expulsaba menos
dióxido de carbono que otros; sus últimas intenciones eran defender
a la sociedad de las naturalezas aún no-humanas.
¿Qué otra cosa se pretende hoy día? ¿Alguien cree en la sincera
voluntad de reinserción del sistema penitenciario? ¿No lo dejó
bien claro Nietzsche? ¿No lo remachó Foucault? En
lo único que se equivocó Lombroso, y, en realidad, no es una
equivocación, sino una insuficiencia,
consecuencia del escaso desarrollo de la cosa:
no incluyó a los banqueros ni a los políticos profesionales en la
categoría de psicópatas, categoría
que, por otra parte, se ocultaba tras la histeria, la neurosis y la
psicosis.
Para
Lombroso no había delincuente inocente: cuanto más involuntariedad
concurriera, más peligroso se volvía el tipo.
La cárcel o el manicomio. Ahora bien: un loco no podría estar en
una cárcel, ni un delincuente no-loco
en un manicomio. Cada cual en su sitio. ¡No me digan que no es un
gran avance! La pena de muerte estaba en su apogeo. Él, sin embargo,
no era jurista. Había, como siempre, una división del trabajo y en
el último escalón estaban los verdugos: brazos ejecutores de la
fatalidad y del dominio de clase y, ellos mismos, siempre al borde de
la locura, sino locos de remate desde el principio. También los hubo
de difícil, por acumulación
apabullante de rasgos,
ubicación en el sistema del médico italiano, exhaustivo
por demás: Criminal nato (y subdivisiones); demente moral; demente
epiléptico/locos dementes (y subdivisiones); Pasionales y, por si
alguien conseguía deslizarse por algún vacío teórico...,
¡Ocasionales!
Yo
mismo, arrastro una barba de semana y media... y
es que últimamente noto que arrecia en mí la agresividad contra los
encargados del Condis: Siempre, pero siempre: una o dos cajas
cerradas,
no les importa la cola que haya., van a la suya. Las verduras han
tocado fondo: tienes que comprar dos kilos de brócoli para poder
hacer una cena decente para dos. Los plátanos ¡ay, los plátanos!,
parecen tarrinas
envueltas en pieles encontradas en el container... Así, con la
pelambre, disimulo la dureza mandibular y la barbilla fruncida, de
rabia. Lo malo es que la barba no oculta el fuego que emana de mis
ojos ni el bulto, en el
bolsillo, del
cuchillo de cocina.
¿Han
visto Vds. una fotografía de Caille Claudel (*)?
¿No? Pues véanla y díaganme si le ven rasgos de delincuencia o
locura...¡la tristeza no cuenta! Sin embargo estuvo encerrada en un
manicomio ¡30 años! En contra de su volutad. Y allí murió tal día
como hoy del año 1943, el
año en que se descubrió la estreptomicina que dio el golpe
definitivo al mal romántico. Su
hermano, beato y halitósico, se encariñaba con los ocupantes:
"Francia,
escucha a este viejo hombre (Petain)
que piensa en todo y que habla como un padre / Escucha esa voz
razonable sobre
ti, que expone y explica...". Él,
Paul
Claudel, y el resto de la familia, firmó su ingreso en la
institución para locas.
Su locura había sido la libertad, el arte y el amor (¡¡)... en
tiempos equivocados (?).
Rodin, "sátiro
y déspota",
la utilizó y la sepultó bajo una de sus piedras monumentales.
Nunca
sabremos qué
le debe el arte de
Rodin a
esa oveja dispuesta al matadero. Analicen "La
edad madura"
y saquen conclusiones. Un aborto no
querido
fue
el detonante de la separación. Era la época de las barbas
disimuladoras. No soy nadie para culpar a Rodin de no haberse
separado nunca de la abnegada Rose
Beuret, la pobre también pasó lo suyo; pero su comportamiento con
Camille lo hace digno de entrar con pleno derecho en el catálogo
lambrosiano.
Todo está escrito (y
filmado). Infórmense Vds. Infórmense.
¿Había
previsto Lambroso la
"tipología
Mercader(*)"?
Con
el borgiano nombre de Jacques Monard, el
"gnomo"
asestó el golpe de piolet. Brazo ejecutor. Verdugo. Loco él mismo;
locura que mamó en las tetas de su madre Caridad. Si
hubiera leído lo que escribió ese hombre, no lo habría matado,
dijo... Pues ¡haber leído! Los remordimientos, sin embargo, no
hicieron mella en su distinguida, aunque
corta,
vejez. ¡Que
la tierra te sea tan pesada como el "Balzac"
del maestro, verdugo!
¡Vaya!
La cosa va tomando forma. Parecía un día destinado al olvido y
miren Vds. por donde van saliendo asuntillos que el peso del tiempo
intentaba sofocar.
2.
No crean Vds. que en este país
nuestro, durante la larguíiiiisima postguerra, fueron todo tiros en
la nuca y enterramientos en cunetas rurales (que la tupida red de
autovías evitan), desfenestraciones, o ametrallamientos frente a
recintos eclesiásticos, no. Están Vds. muy equivocados sí así
piensan. Hubo también juicios y cada juicio, aunque el final fuera
el mismo, derivaba al desgraciado hacia una puerta ("del
infierno") diferente para "entrar en la
eternidad".
Y aquí entran en juego los
verdugos, ese sufrido cuerpo de funcionarios del estado que, desde
Mariana Pineda, se mantuvo legalmente activo hasta Puig Antich y el
"nadie" Heinz Chez (busquen Vds. en el blog y
encontrarán otras referencias).
Nunca se convocaron
oposiciones y, la verdad es que nunca se formaron colas ante la
puerta del ministerio correspondiente para exigirlas, pero, digo yo,
de alguna forma se debería hacer la selección. Creo que la cosa se
resolvería así: La parte más inteligente de la Guardia Civil
caminera, en misión especial y secreta, sería enviada en parejas,
como es natural, a recorrer los campos de España con esa misión.
-- ¡A los buenos días!
--¡Sea! ¿Qué se le
ofrece a esta pareja tan simpática?
-- Pues, nada, que
pasábamos por aquí y nos hemos dicho...
La guía Michelín asomaría
por un bolsillo de la guerrera del guardia primero, si lo había. Por
el otro, un resumen de las tipologías de Lombroso.
--Decir, decir...¡se dicen
tantas cosas!-- y serviría dos copuzos de Veterano a rebosar. El
guardia segundo se agacharía a ras y sorbería con deleite el
espirituoso. El guardia primero, más experimentado, cogería la copa
con soltura y firmeza y, sin que le temblara el pulso, se la llevaría
directa a la boca. Daría un trago tremendo y se le erizarían los
ocultos pelos del lomo, como a los pastores alemanes.
La barra estaría a rebosar.
Gentes que (¡en estas fechas!) buscaría trabajo en la vendimía,
habría desertado o estaría "echando un vale", que
se dice. La sagacidad de la benemérita tendría que manifestarse en
discernir con exactitud quien de los bebedores presentes sujetaba la
copa con más fiereza, seguridad, decisión y, a poder ser, la
llevaba a la boca con más precisión. Todo un trabajo de campo que
exigía tomar apuntes, hacer medias, baremar y, sobre todo, decidir.
Hubo alguien que, por amor a las efemérides, solicitó seis Gin tónic * de una tacada.
No ahorrarían invitaciones para desempatar. Cuando vieran que
alguien de los presentes había sido capaz de pimplarse media docenas
de copuzos sin que le temblara el pulso, ni le goteara la barbilla,
ni cerrara los ojos melancólico, ni diera señales de
arrepentimiento y estuviera dispuesto a ir a por la séptima con la
ilusión del principiante...a ese lo llevaban a un rincón y le
hacían la suculenta propuesta funcionarial. Normalmente era
aceptada. Eran tres mil del ala por transportar un montón de hierros
de un sitio para otro. Hubo quien, cuando veía de lo que se trataba,
desistía: pocos, es verdad. También los hubo que, introducidos en
el hábito, llegaron a sentir tanto asco de todo que pidieron su
ingreso en la orden franciscana. A los más, le llegaba la jubilación
y nunca les importó el paisaje desolado que dejaban a sus espaldas.
Si no soy yo, será otro, decían ingeniosamente. E, incluso, los
hubo que no se estancaron en la indiferencia, sino que sentían cómo
les brotaba la rama del orgullo profesional a cada giro de tornillo
que propinaban.
Y esto viene al caso porque
tal día como hoy, dieron garrote a Juan García "Correderas",
natural de Telde (Gran Canaria). Las razones son tan comunes que
avergüenza decirlas: negarse a pelear en el bando fascista. Matar a
un falangista que había torturado a su familia-rehén. Pertenecer,
dicen, al partido comunista. De nada valieron las peticiones de
clemencia que se cursaron hasta desde el Vaticano, esa cueva (cava)
de inmundicia. Tal día como hoy del año 1959, Bernardo Sánchez
Bascuñana, verdugo oficial de la Audiencia de Sevilla dio
garrote vil al valiente "Correderas". Esto, como
comprenderán, es sólo un ejemplo tomado casi al azar.
Para no remontarme a la
"década ominosa", arrancaré la genealogía en
Casimiro Municio, perteneciente a la sección de los que
necesitaba ponerse como una cuba para ejecutar su trabajo que,
después, le salía como le salía... ¡casi ni miraba! Hasta tal
punto, que un reo, fuera de sí por su impericia, le arrancó medio
dedo de un bocado. El puesto lo heredó Cándido Cartón, que
junto con el incomprendido (y maestro de Copete), Florencio
Fuentes, fueron los únicos verdugos que se mantuvieron en activo
desde la República hasta los inicios del franquismo. Y es que el tal
Florencio, de Valladolid, le daban ataques de culpabilidad y, además,
decía, le hacían la vida imposible a su familia. Pidió la
renuncia. Le fue concedida... más un expediente disciplinario. Tras
años mendigando, se suicidó en 1970. RIP.
A Cándido (sin duda su madre
no sabía el destino del retoño) le sucedió Bartolo Casanueva
que, retirado y habiendo estrenado casa en el hermoso y serrano
pueblo de Setenil de las bodegas (no lo confundan Vds. con el pueblo
de las siete mil bodegas) fue apuñalado no en una ocasión, sino en
dos por vengativos anarquistas. Y fue de este Bartolo de
quien, Bernardo Sánchez Bascuñana, recibió las artes de
matar mientras que en Barcelona estrenaba plaza Vicente López.
Bernardo, era enemigo de innovaciones y siempre empleó el
mismo antiquísimo garrote. Si mata decentemente...¿para qué quiero
cambiar?, contestaba a todos aquellos que le reprochaban su desidia.
Fueron 17 los que "fueron traspasados a la eternidad".
Siempre se agarró al cargo: su infancia había sido un horror. En el
36 acudió a la Guardia Civil, dirección contraria a la que siguió
el "Correderas". En el 49, habiéndose enterado de la
vacante de Sevilla fue a pedirla, hizo la demostración
correpondiente y se la concedieron. Se mantuvo en su puesto hasta el
72.
Junto con Vicente López
Copete y Antonio López Sierra, fueron los "Queridísmos
verdugos" de Marín Patino.
Le sucedió José Monero
Renomo (Pepe). A él le cupo el honor de ejecutar al
último (y único) a ese "desconocido" alemán que corría
pareja suerte que Puig Antich. Su torpeza hizo llorar a los hombres
de acero que vigilaban el acto. Y al cura, de una aleación mucho más
dura ... y eterna.
La otra rama, la levantina,
quiero empezarla con Nicomedes Méndez López (sucesor
de Lorenzo Huerta) un genio en su oficio, innovador nato.
Impulsado por esa naturaleza que dios (?) le había dado, inventó la
"variante catalana", muuuucho más suave y rápida;
la estrenó con Santiago Salvador, el del Liceo (busquen en el blog).
Ramón Casas dejó constancia de su porte en la ejecución de Anacito
Peinado.
Nicomedes era
verdaderamente puntilloso, el orgullo de la profesión se le
notaba a la legua... ¡Cuánto lamentó el retiro! Siempre pensó que
había sido precipitado y que su tacto y buen hacer seguían siendo
necesarios.
A Nicomedes, le sucedió
Rogelio Pérez y a éste Federico Muñoz, ambos muertos
por justicieros inolvidables. A Rogelio, torpe donde los
hubiera, se lo cargaron en Tarrasa y a Federico en un bar de
Vilapicina, a la sombra del Turó de la Peira. Lo de Rogelio
era para echarse a llorar, y asi ocurría. Más torpe que Moreno
Renomo. Sus actuaciones parecían descuartizamientos. Solana, que
acudió en busca de inspiración a una de sus liturgias, lo dejó
dicho.
El cuerpo de verdugos nunca ha
sido muy extenso. Ha sido un círculo familiar, por así decir, al
que la dureza del oficio ha tendido a unir con una fuerza casi
electromagnética. Aprendieron como los aprendices, a la sombra de un
experto que los iba introduciendo en los misterios del torniquete y
de las geometría helicoidales. Y mención especial al maestro de
maestros: Lorenzo Huerta; por sus "aulas" pasaron
Rogelio, Nicomedes e, incluso, el grandísimo y fino
estlista Mayoral. Un verdadero innovador. Un estudioso del
oficio.
En fin... Sólo el azar (?)
hizo que estuvieran a este lado del tornillo.
A estos, en su mayoría les
dio un empujoncito el hambre, pero ¿qué me dicen Vds. de los
verdugos por vocación?
Ya me dirán Vds. quién toma
bocado después de lo dicho: Dos copuzos de veterano, un cigarrillo
lucky luke y a dormir. Y nada, por dios (?), de remolacha cocida.