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martes, 7 de enero de 2014

Propuesta para hoy, 7 de enero. Epifanía de Beckett. Stabat Mater…


1.

La vida, la muerte y la casi muerte de Beckett estuvo muy ligada a la lotería nacional española… y a los viernes.

2.

Beckett nació en el cuarto mes del año 1906. Viernes santo ¡y 13!... (Los “encantos del viernes santo”, ya saben ustedes…) y murió en 1989, el día de la lotería de navidad. Había solicitado, pues desde que rechazara el dinero del Nobel se había aficionado a este mundialmente conocido sorteo,  que le enviaran un décimo del 13406. Algo le tocó… pero, tras la espera reglamentaria, se lo embolsó el estado. 

 


El grueso tocó en Paiporta que así compensaba los sinsabores y la inquietud que estaban produciendo las correrías del  loco del hacha y el destino de la envenenadora de Alacuás.

3.

Esquivó la muerte tal día como hoy del año 1938, justo un día después del sorteo de reyes que, por entonces aún no había alcanzado la categoría de Sorteo Nacional Extraordinario y se conformaba con ser una simple rifa. Por cierto el número afortunado fue el 17215 y también cayó en Valencia.

El caso es que Beckett y el matrimonio Duncan salían del cine.

Habían visto “La gran ilusión”, película un tanto meliflua, como intentaba explicar el novelista a sus compañeros, del gran Renoir. A no ser que hubiera habido sesión matinal, debía de ser casi noche cerrada. La luna crecía. Era viernes. Un personaje abellacado, Prudent de nombre, les viene de frente. Grand Chaumier (París, naturalmente) no es una calle ancha. Se dirige directamente a Samuel, le hace unos gestos incomprensibles y, al no tener eco, le asesta dos puñaladas que afectan el muslo y la periferia del corazón… dejándole una querencia por los personajes tullidos y estropeada, para siempre, la vena sentimental, que no del sentimiento.

 

  

Hay quien habla de un celestino, de un arregla-citas. Quizás Samuel no quisiera poner de manifiesto esta faceta suya y lo apartara displicentemente. Ese feo a mí no se me hace– se dijo el celestino y envistió, con la cheira en la derecha, dispuesto a llevarse palante al julandrón.

Lo que siguió fue rápido y, parece que confuso. Suzanne Deuxchevaux- Dumesnil, jugadora de tenis, aparece entonces… ¡y para siempre! Joyce tuvo algo que ver en la recuperación de nuestro héroe.

Cuando Beckett, aficionado al tenis, fue a preguntarle al bueno de Prudent por los motivos, éste respondió, en el más puro estilo beckettiano, no sé y que lo sentía mucho y tal. Bueno; quizás esto también sea una invención.

Mientras nacía el interés, hasta convertirse en amor, de Deuxchevaux-Dusmenil por Samuel, el dos caballos se estaba gestando. Desde que Michelin había comprado la Citroën, pensó en la fabricación de un coche bueno, bonito, barato y pequeño. En la fecha del percance ya se habían producido las primeras unidades. La fabricación en masa tuvo que ser interrumpida por la guerra. Alemania copiaría la idea. El mío, antes de que me lo quemaran, era de color crema, con una bonita capota café con leche.

  

Durante la recuperación, Alemania ocupó los sudetes y los nacionales ocuparon Madrid. Los procesos de Moscú ya estaban casi demodés y la primera exposición surrealista está a punto de abrir sus puertas. A buenas horas, mangas verdes.

4.

Lo del cine tiene sus peligros. Una tarde-noche del verano del mismo año, Odon von Horvast salía del cine (¿le Petit Marbeuf?) de ver “Blancanieves y los siete enanitos” y paseaba por los Campos Elíseos (Paris, naturalmente) su naciente ilusión por Hollywood. Descargó tremenda tormenta de final de primavera. Se refugió bajo uno de los árboles del paseo que, de haber sido Berlín, hubiera sido un tilo. Se descolgó un rayo y fue a parar sobre la rama bajo la que se cobijaba el bueno de Odon: fractura de cráneo; hermoso remedo del final de su última novela.

  

Años más tarde, del Petit Marbeuf, sacaron con los pies palante a Boris Vian (Vernon Sullivan). Había asistido de incógnito a estreno de la adaptación de su novela “Escupiré sobre vuestras tumbas”. Él se había opuesto. Infarto de miocardio.

5.

 

  

Y, ahora, damos un salto y nos plantamos en 1945. Europa está en ruinas. Lo poco que queda en pie está siendo aniquilado por los bombardeos aliados. Samuel, que ha participado, (y condecorado) en la resistencia francesa, decide un viaje a Irlanda. Pasea por Dun Laoghaire. Quizás haya ido a contemplar de lejos la torre Martello y rendir el último homenaje (de despedida) a Joyce, muerto reciente. O quizás, simplemente, a comer pescado con patatas fritas.

Una tormenta literaria se desploma sobre el malecón. Algo sucede en los interiores de Samuel. Se conmueve hasta el dobladillo de los pantalones. Todo está contado en la dudosa e incompleta última cinta de Krapp: “Lo que de súbito vi entonces es esto: que la creencia que había guiado toda mi vida, es decir... Grandes rocas de granito, la espuma saltando a la luz del faro y el anemómetro dando vueltas como una hélice; veía claro, en fin, que la oscuridad que yo siempre había luchado por contener, era en realidad mi mejor...”

Este momento, que los críticos lo califican de epifánico, pues suponen que algo se le manifestó, quiero situarlo, por epifánico, en el día 6 de enero, fecha de la rifa de reyes, por entonces ya convertida en Sorteo extraordinario del Niño. El número agraciado fue el 14862 y estuvo muy repartido.

Por muy bien que se analice la cinta nada sacamos en claro. ¿Qué fue aquello que se le manifestó al final de aquel siniestro muelle, precisamente allí donde las autoridades han acabado por poner la acostumbrada plaquita? ¿Qué acontecimiento espiritual tuvo lugar en aquel esforzado escalador de la nada?

 


... escribir las cosas que uno siente… No es un gran consejo.

Samuel tenía pensado y decidido alejarse de la sombra de Joyce y lo decidió frente a la torre martello, suponiendo la veracidad de la escena, lo cual es mucho suponer. Hay críticos que la sitúan en el pequeño puerto de Killiney. Tanto da. E, incluso, los que la sitúan en la habitación de su madre en Foxrock (1946), geografía más adecuada para una meditación de tanta enjundia y transcendencia.

Hubiera hecho falta la sagacidad implacable de Sherlock Holmes para arrojar luz sobre esta incertidumbre, sino engaño. Hoy cumpliría 168 años. Había nacido en la epifanía de 1854, viernes: Fue sembrando indicios para que alguien estableciera la fecha. La luna, al 50%.

6.

Comprendió, creo, pues él mismo lo afirma, que Joyce “había avanzado lo más posible en el control de su propio material… siempre estaba sumándole cosas… Comprendí que mi camino estaba en el empobrecimiento, en la falta de conocimiento y en la eliminación, en restar más que en sumar”. Y para esta operación de sustracción era necesario el diálogo interior en primera persona, lejos de la omnipotencia de la tercera y otros recursos estilísticos… y del buen orden autoritario del lenguaje. Él sería, pues, el Joyce del vacío.

 Laforet ganaba el Planeta con “Nada”.

La mejor herramienta de un crítico es la goma de borrar. Y la mejor crítica, la página en blanco resultante, que no es lo mismo que una virginal hoja en blanco.

A partir de entonces empezó a escribir en francés, lengua que dominaba pero que no era maternal. Adecuada para ese distanciamiento (y descoyuntamiento) que pretendía. Y empezó a ser Beckett.

7.

Leamos:

“…La muerte de mi madre por ejemplo. ¿Había muerto ya cuando llegué? ¿O murió más tarde? Muerta para enterrarla, quiero decir. No lo sé. A lo mejor no la han enterrado todavía. Sea como sea, soy yo el que estoy en su cuarto. Duermo en su cama. Uso su vaso de noche. He ocupado su lugar. Cada vez debo de paréceme más a ella. Sólo me falta tener un hijo. Pueda que tenga alguno en cualquier parte.” (comienzo de Molloy)

 


Sigamos leyendo:

“Hoy mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo. “Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame.” Nada quiere decir. Tal vez fue ayer” (comienzo de El extranjero).

  

¡Qué no hará una madre por nosotros! Empezando por nuestro principio que, sin ella, hubiera sido imposible y acabando por el final (de ella).

… Y es que de la madre, como del cerdo, se aprovecha todo.

8.

Wittgenstein, en la vecina costa de Gales, también estaba en su momento epifánico que le condujo a la renuncia de las principales tesis del Tractatus, a favor de los juegos del lenguaje y el aire de familia

Y meditaba:

“Ya ve (a Malcolm), sé que es difícil pensar bien acerca de la “certeza”, la “probabilidad”, la “percepción, etc. Pero, si cabe, todavía es más difícil pensar o intentar pensar, con verdadera honestidad acerca de tu vida y las vidas de los demás. Y el problema es que pensar en estas cosas no es apasionante, sino a menudo realmente repugnante. Y cuando provoca repugnancia, entonces es más importante…

  

… No se puede pensar decentemente si uno no quiere hacerse daño. Lo sé porque yo mismo siempre lo rehúyo.”

Los aliados entraron en los campos y ¡Popper! alcanzó su cénit. La prensa española seguía ocultando el desastre de las potencias del eje. En Barcelona podías comprar una magnífica torre en la parte alta por 6.000 euros. Alguien había perdido un pendiente de oro y brillantes y esperaba recuperarlo con un señuelo de 60 céntimos de euro, la mitad de un alquiler mediano.

Se repartieron juguetes.

9

El stábat mater, como ustedes saben, es un poema medieval, convertido en himno sufriente, atribuido a Jacopone da Todi (fanciscano). Muchos lo han llevado al pentagrama. De entre todos los existentes, el de Rossinni es el más conocido (con permiso de Pergolesi). Se refiere a las angustias de María a los pies de la cruz en la que su hijo, en aquel primer viernes santo, acababa su estancia en este mundo. Juan es el único que lo recoge explícitamente. Los otros tres evangelistas se limitan a citar la presencia lejana de unas mujeres, entre las cuales, María.

En su versión definitiva, la obra de Rossini se estrenó en París tal día como hoy del año 1841.

  

Así pues, Juan y María lloran desconsolados. Jesús, después de haberse descolgado, es un decir, con aquello de Padre, perdónales, porque no sabeny de prometerle el paraíso al buen ladrón, dirigiéndose a su madre exclamó: “Mujer he ahí a tu hijo” y, después, mirando a Juan: “He ahí a tu madre”. Lo que faltaba, se dijo el discípulo amado, comentario que ya había hecho, entre dientes, su, recién ungida, madre.

Jesús que no oyó, ni nadie, los agrios comentarios, siguió a lo suyo hasta completar las siete últimas frases, con el fin de que Haydn tuviera materia prima:

 “ Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”

“¡Tengo sed!”

“ Todo está consumado”

“ Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”…

 

No le dio tiempo (o no quiso) a completar la octava:

… “Padre, Padre... es que no pasarán nunca estas diez horas” (Metrópolis)


 

 

Y fue entonces cuando la oscuridad cubrió la tierra y cundió el sin dios.

 

BONUS

La primera estrofa, en versión de Lope de Vega, dice así.

La Madre piadosa parada

junto a la cruz y lloraba

mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa,

traspasada y dolorosa,

fiero cuchillo tenía.

 

RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...