"El viernes 15 de
abril de 1927, Ippolit Matvéevich se despertó, como de
costumbre, a las siete y media e inmdiatamente se caló en la nariz
unos quevedos con puente de oro pasados de moda...." (Ilf
& Petrov: Las doce sillas)
¡Hasta aquí puedo leer!
Vdes. tienen que continuar, si
quieren entrar en contacto con una de las mejores novelas de la
primera época soviética y, sin duda, la más divertida. Y es que el
feliz día en que se encontraron Ilf y Petrov debería ser festivo en
todo el universo-mundo.
Durante los tiempos de la NEP
y de los "compañeros de viaje", la censura se relajó y
también la conciencia de clase. Proliferaron arribistas, pequeños
comerciantes sin escrúpulos y algunos campesinos se enriquecieron a
costa de las necesidades públicas. La burocracia del partido fue,
dando giros incomprensibes, tomando posiciones. Cuando se dio por
finiquitada (1928) para dar paso (desacompasado) a la frenética
industrialización y a la colectivización forzosa, estaba en
condiciones de acabar con la oposición interna y expulsar a Trotsky
de la URSS. Pronto siguieron el Realismo Socialista y los
decretos contra el Formalismo en
las artes. Se desplegó, como ven Vdes. un complejísimo aparato que
daría cobertura a todo tipo de excesos y crímenes, convirtiendo la
tortura previa en una de las "Bellas Artes"
de las que hablaba el romántico.
La
vieja Petujova, antes de morir, aquel mítico 15 de abril, revela a
su yerno, el venido a menos Ippolit (que
ha tenido que abandonar Stárgorod (trasunto de Odessa) por la
presión de la revolución)
la existencia de un tesoro encerrado en una de las doce estupendas
sillas que abandonaron en su residencia anterior. Ponte a buscar a
estas alturas... Ippolit viaja a Odessa y allí se encuentra
con el Gran Intrigante
Ostap Bénder, modelo perdurable de granuja y ocasión
de escarnio para los bienpensantes del régimen. Al mismo tiempo la
vieja ha descargado,
presionada por la muerte inminente, sobre
su confesor, el ingenioso ,
decidido y ridícula víctima
del tinte de pelo Titanic (*),
padre Fiódor, la pesada carga que ha estado ocultando durante una
decena de años.
Busquen
Vdes. doce sillas por todo el Imperio... esa búsqueda es el
esqueleto de esta demoledora novela satírica. El
comienzo de la novela supera al de La Regenta. Un comienzo estático
y plano que presagia un codicioso movimiento centrífugo. Cada silla
abre un nuevo escenario y cada escenario un cúmulo de despropósitos.
El final lo resume todo en
una conclusión sorpresiva y
moralejante... ¿moralejadora?...
Infórmense Vdes...Infórmense.
Reconocerán
referencias a la Sinfonía de las sirenas (Bakú)
de Avraámov; a las puestas
en escena de Meyerhold, el mártir; a los barcos propagandísticos...
y a las perplejas reacciones
que despertaban en los somnolientos espíritus del proletariado y de
los campesinos, a los que les aguardaba una inminente Sinfonía
Fúnebre.
Que
la novela era una obra de genio fue reconocido por las altas
instancias, las mismas que denegaron el imprimatur,
pese a lo cual, siguieron con
vida hasta que la muerte natural, dada las circunstancias, los
alcanzó por separado: Al primero, la tuberculosis y al segundo un
accidente de aviación en Crimea (¡potencia
profética del arte!),
cuando regresaba de la sitiada
Sebastopol. Eso, y no otra
cosa, lo emparenta con Pedro Infante que, exactamente 15 años
después, estrellaría su avioneta en pleno centro de la ciudad de
Méjico. Murió, como es natural.
Ilf
y Petrov observaron, describieron y sacaron consecuencias. Hurgaron
en los detritus con un humor insobornable y mantuvieron la dignidad
entre tanta miseria moral. Valga
como ejemplo su mutis por el foro en el intento (logrado gracias
a Gorky)
de poetizar la barbarie del Canal de Báltico.
A
Trotsky, aquel año de 1927, le
quitaron la silla y enseguida
lo enviaron a ¿Alma?
Ata, en Kazajistán:
La conmemoración del décimo
aniversario de la Revolución había sido sonada, como sonado había
sido el primero de mayo en Stargorod (trasunto de Odessa). Trotsky
siguió pensando que el stalinismo era un simple "error".
Trotsky
quería, con esos mimbres, construir un "hombre nuevo":
"Por fin mi querido homo
sapiens, voy a trabajar sobre tí". Y
Bujarín apostillaba:
"Ahora debemos dirigir nuestros esfuerzos a crear en
el menor tiempo posible el mayor número de máquinas vivas
especializadas, preparadas y dispuestas para entrar en circulación".
Zamiatin, reccionando contra el
taylorismo, configuró un "Nosotros" que
dio pánico al mismo Orwell. Aquel mismo año Olesha publicaba
Envidia y presentaba,
harto de tanta mortadela
proletaria, la máquina de las máquinas: Ofelia
la llamó. Y ya puestos,
Fiódorov, en un arrebato de misticismo declaró que la propiedad
privada no podría abolirse si no se abolía el tiempo. Otros estaban
ocupados con la abolición del espacio.
Nuestro
héroes, ajenos a tanta teorización,
cruzaban el Imperio encapsulados en agujeros de gusano.
El trío esquivaba las ondas
estimulares que le llegaban desde los laboratorios de Paulov.
Shostakóvich componía
su primera ópera y su segunda sinfonía. Shólojov empezaba
El Don Apacible,
Eisenstein ensamblaba las
últimas secuencias de Octubre,
basada en la obra de Reed,
y
Platonov
se ponía manos a la obra:
"Las antiguas ciudades provinciales suelen estar
situadas a la vera de raidos senderos de bosque..."
La
risa que sucede a una situación cómica (porque
hay otra que procede del
sadismo) es una condición de
lo humano (o ¿al revés?). Dicen, sin embargo, que también las
hienas ríen a mandíbula batiente...y los cocodrilos lloran. Sea.
Reformulo: La hienicidad
y/o
la humanidad son
condiciones
de la risa (o ¿al revés?). Procede, la
comicidad, de un desajuste
entre lo esperado y lo que es, de ahí que si no se posee la
capacidad de anticipación la risa no aparezca. El
reconocimiento de lo cómico es indicio de inteligencia y la adustez
lo sería de una mente roma. La risa que procede de lo cómico, en
ausencia de armas intimidatorias, hiere con más acierto que la
indignación.
No
estaban los tiempos para bromas: Se había diseñado un futuro
esplendoroso, al servicio del cual había que movilizar a todo bicho
viviente. Los magros
resultados sepultaban los sufrimientos: media población trabajaba
para la otra media y lo hacía, he aquí lo cómico, convencidos de
que ese era el camino justo para acanzar una sociedad igualitaria.
No
había espacio (bueno, espacio había, lo
que no había era cintura, aunque sí cinturón),
para la risa. Así, la gente iba al
trabajo o paseaba con piedrecitas en los zapatos o, algunos, con
verdaderos cilicios monacales, con el
fin de contener la hilaridad que te
asaltaba de forma rutinaria y en cada momento de tu
anodina existencia. Te
lloraban los ojos (¿qué si no?) de tanta contención. Te
temblaba la barbilla. Se te
inflaban los carrillos... Siempre, llegado el momento, esos síntomas,
podrían ser interpretados como inicio del llanto, pues, sepan Vdes.
que la risa y el sollozo andan juntos un trecho.
" -¡Reirse es un
pecado!-decía. ¡Sí, no hay que rirse! ¡ y no hay que sonreir!
Cuando veo esta nueva vida, estos cambios, ¡tengo ganas de rezar!
-Pero si nosotros no nos
limitamos a reírnos-replicábamos-. Nuestra finalidad es
precisamente la sátira de aquellas personas que no comprenden el
periodo de reconstrucción" (Nota
previa a El Becerro de oro
de Ilf y Petrov).
¿No les viene a la cabeza el
monje ciego (y sus razones) de la novela de Umberto Eco?
Los
escritores satíricos del momento no lo pasaron bien. Otros lo
pasaron peor. Zóshchenko, de los hermanos Serapion, se libró por
los pelos, amarrado a su banqueta de zapatero. Zamiatin, Olesha,
Mayerhold, Platonov, los
obertius...
Aquel año, 1927, el premio
Nobel de literatura recayó sobre Bergson, autor de La Risa: «en
reconocimiento a sus ideas ricas y vitalizantes y la habilidad
brillante con la que se han presentado».
2
Como
Udes., sin duda saben, tal
día como hoy, del año
1856, tuvo lugar el conocido
como incidente de la tajada de sandía
que ofreció la oportunidad a los USA a intervenir en Panamá. Lo que
empezó por 5 centavos, sigue abierto en canal. Pues
bien, John Reed, cuya obra sirvió de guía a Eisenstein, murió de
infección generalizada tras zamparse una rodaja de sandía
en un mercadillo de Daghestán
(Cáucaso). El incidente parece ideado especialmente para el
inmortal Óstap
Bender.
3
"Me moriré en París
con aguacero,
un día del cual tengo ya
el recuerdo.
Me moriré en París -y no
me corro-
tal vez un jueves, como es
hoy, de otoño. (...)"
No,
no fue un jueves. Era viernes santo y llovía en
París.
Director: "Perdón, camaradas... Perdón... El insecto está fatigado. El estrépito y la iluminación lo llevaron a un estado alucinatorio. Tranquilizaos. Aquí no ha pasado nada. Mañana volverá a estar tranquilo... En silencio, ciudadanos, dispersaos hasta mañana, ¡Música,march!"
F i n 1928-1929