La
Belleza abre puertas… ¡aunque sean las del infierno! Y Elisabeth Siddall era una
verdadera belleza. Un dechado, que se dice, de beldad. Dueña de una cabellera
espesa y trigueña adecuada para su oficio: diseñar y coser cofias y sombreros. Y
todo fue bien… hasta que aparecieron, en jauría, los prerrafaelistas,
D.G.Rossetti a la cabeza.
Vieron
en ella a la verdadera Simonetta Vespucci.
A
puñaladas se la disputaron. Finalmente se la apropió Rossetti que, además de
pintor, cultivaba las bellas letras y rondaba a la mujer de su socio W. Morris.
Así como Millais lo hacía con la mujer de Ruskin. Después vendría Bloomsbury y “Los Apóstoles” de Cambridge. Lizzie
nunca se acostumbró a ese sin dios (¿), pese a que desde que casualmente
envolvió un trozo de manteca con una hoja de periódico en la que estaban
escritos los veros de Tennyson: “Nadir
hay como ella / ni la habrá cuando nuestros veranos se hayan acabado”, se
había convertido en poeta (y pintora) “tapada”.
Una cosa es ser mujer poeta, se dijo,
y otra, bien diferente, objeto. Y fue
perdiendo la cabeza. Rosseti no le ayudó a buscarla. La pintaba obsesivamente
y, en la misma medida, ella se difuminaba. No entraré en truculencias. Ya saben
Vds. dónde acudir. Además, puesto a mermarla, le arrebató hasta la segunda “L” de su apellido.
Millais se la pidió prestada…para
enviarla a “una muerte de barro”
(Rimbaud).
Pues
nada, que le compró un vestido viejo y sucio, como de novia y mártir (¡por 4
libras!) y la arrojó a la bañera a remedar a "Ofelia 3". Ni en las tardes más
lúgubres del invierno londinense pudo la modesta modistilla soñar con tal
trágico honor. Millais ya había escogido el paraje-paisaje que convertiría la cutrez en paraíso. Había recorrido,
desde la desembocadura hasta la fuente, el río Hogsmill y encontrado el lugar
adecuado, en Ewell. Hundiéndose en el barro fue haciendo bocetos y tomando
apuntes de la flora del lugar, que resultó ser a tal punto parecida a la que
decoraba las paredes de la oficina de "Ofelia 1" que pudo pensarse en flagrante plagio. El río entonces era rápido y con fuerza
suficiente para mantener vivos varios molinos. Ahora recorre mortecino tierras
bajas
Pueden Vds., en unas cuatro horitas, recorrerlo casi en toda su
longitud. Cuando lleguen a Kingston, ya en la desembocadura, tomen una pinta en
“The Ram”, junto al viejo puente de
Clattern. En “The Ram” proponen un
juego, por el que el local se ha hecho famoso en los países de lengua hispana:
Te sirven la cerveza en una jarra cuadrada y si consigues beberte el contenido
sin derramar ni gota, te sale gratis.
He de decirles que voy por la tercera y, gracias al chubasquero, no tendré que
pasar por Marks & Spencer, que, por cierto, tienen rebajados unos
albornoces color cerveza tostada que son una monada.
En
su loca localización de exteriores destrozó varios campos de coles (el dueño
llevó el caso ante el juez y le cayó una severa advertencia), las moscas lo
martirizaron y el viento del norte lo empujaba hacia la corriente. Por suerte,
la pintura “A pleine air” no estaba
desarrollada.
Ahora
volvamos desde Kingston, a contracorriente, como los salmones. Tomemos asiento
a una mesa de madera de la terraza del Spring,
en el 1 de London Road, Ewel, patria chica de Petula Clark y lugar envidiable. Nos
pediremos una estrella (¡tienen!) y,
sin prisas, nos daremos a la recreación de los hechos.
Previsores
como son habrán llevado con Vds. el “esputofaif”
(yo sí). Busquen “Per la ricuperata salute di Ofelia” una cantata
de Salieri, Mozart y “Cornetti” (¿)
sobre texto de Da Ponte. Ni Ofelia 3 ni Ofelia 4, recuperaron la salud. Es más,
murieron como consecuencia de todo este dislate: “fantasma blanco sobre el largo (¿) río negro” (A.R.).
–Zenquiu!
–¡Son 5 euros y la voluntad!
“Ofelia 3”, hija de Polonio, nombre
radioactivo donde los haya, y hermana del valeroso Laertes, pero ella misma una
abstracción, se enamoró de Hamlet. Shakespeare, sin embargo, no estaba para
ternuras: Su joven amigo Herbert le había robado su Coralina (Mary Fitton) y se entregaba (Hamlet, Macbeth…) a
sueños de venganza y asesinato. Así que le aconseja, por medio de un inestable
Hamlet, que se meta en un convento… si no quiere bañarse en sangre. Ofelia 3 (ahora
Ofelia 4) prefirió bañarse en una bañera. Allí la colocó el desconsiderado
Millais. Cubrió la tina con un enjambre floral y colocó candelas debajo del
recipiente para mantener el agua templadita. Esto ocurría en el estudio del
pintor en Gower Street, junto al British Museum, en pleno invierno de 1852.
Las candelas se consumieron y con ellas la salud de Elisabeth. Abría la boca como si estuviera cantando, en realidad tiritaba. Neumonía, depresión, y láudano. Neumonía por la desidia, depresión por la desconsideración y la “hija” muerta, y láudano… ¡para olvidar!
Las candelas se consumieron y con ellas la salud de Elisabeth. Abría la boca como si estuviera cantando, en realidad tiritaba. Neumonía, depresión, y láudano. Neumonía por la desidia, depresión por la desconsideración y la “hija” muerta, y láudano… ¡para olvidar!
Dicho
de otra manera: Cuando quitó el tapón de la bañera, sólo quedó el vestido. Ella,
se deslizó, cual ofidio, por la tubería y ya no “volvió”.
Permítanme
este interludio: Volvió. Pero lo hizo
en forma de anguila y apareció por el conducto de agua fría en el lavabo de
Nicolás, cocinero de Colin (“L’écume des jours”).
El
padre de la ninfa lo demandó por
incuria y perversidad. El juez admitió la primera acusación y se declaró
incompetente para juzgar la segunda. Millais pagó los gastos del tratamiento y
Rossetti las dosis (y la sobredosis)… y los derivados del sepelio, que resultó
una especie de escenografía gótica y estrafalaria. El clímax llegó cuando el
pintor, en un rapto poético, colocó sobre el pecho de su amada los tomos de
poesía que no había habido manera de publicar. El peso de los versos hizo que “Ofelia 4” exhalara su definitivo último
aliento.
Fue
enterrada en el cementerio de moda: el Highgate, a un centenar de metros de
donde una década más tarde llevarían a Marx que, mientras Millais destrozaba a
Elisabeth, (1851-52), escribía, en la cercana calle Dean, nº 64 (actualmente
26-29), en pleno Soho, “El 18 de Brumario”.
Wilhem Liebknecht, padre del mártir, nos da noticias sobre las precarias
condiciones de la morada.
Londres
estaba lleno de conspiradores exilados y expulsados
La
casa original ya no existe. Y en los bajos, para que lo sepan, hay un
restaurante conocido, el “¿Quo Vadis?”.
Si se cansan del Spring, pásense por
allí. ¡Ah, y la consabida plaquita!...
equivocada por cierto.
Los
remordimientos reconcomían a Rossetti, y dedicó todos los años que le quedaban
a pintar a Lizzie con una devoción
obsesiva que culminó en “Beata Beatrix”.
Había, sin embargo, un hueco en su corrículum; la poesía. Los versos le huían y en su locura imaginó la traca final: abrir la tumba de su amada y recuperar los versos que en un exceso de altruismo había depositado sobre el pecho de la infeliz. La pandilla lo jaleó y montaron otra escena gótica. Lizzie estaba, dijeron, intacta, bella como cuando dejó la sombrerería. Y los versos también. Rossetti los publicó desde su infierno de Chelsea:
Había, sin embargo, un hueco en su corrículum; la poesía. Los versos le huían y en su locura imaginó la traca final: abrir la tumba de su amada y recuperar los versos que en un exceso de altruismo había depositado sobre el pecho de la infeliz. La pandilla lo jaleó y montaron otra escena gótica. Lizzie estaba, dijeron, intacta, bella como cuando dejó la sombrerería. Y los versos también. Rossetti los publicó desde su infierno de Chelsea:
“Yacen tus manos abiertas en la hierba…”
Laertes
dejó dicho: “Dadle sepultura y que broten
violetas de su carne pura y sin mancha”.
Tal día como hoy,
del año 1972, unos pescadores de camarones de Talofofo (al este de la isla de
Guam, Japón), “desenterraron” a
Schöichi Yokoi. “Es un poco vergonzoso,
pero he vuelto”, dijo, después de
estar escondido en una cueva desde el final de la segunda guerra mundial.
EPÍLOGO.
“–…Escúcheme, Kavalérov. He
inventado una máquina así… Puede hacer saltar una montaña por los aires. Puede
volar. Levantar grandes pesos. Tritura minerales. Sustituye los fogones de la
cocina, el cochecito del niño, la artillería de largo alcance… Es el genio de
la mecánica… No puedo hablar de mi máquina sin que el corazón me salte como un
huevo en agua hirviendo… La he dotado de ciento de habilidades…capaz de
todo…Pero se lo he prohibido. Un buen día comprendí que me había sido dada la
posibilidad sobrenatural de vengar mi época…He corrompido mi máquina adrede.
Por despecho… ¡La doté de los sentimientos humanos más banales!... Vengué mi
siglo…engullen el siglo XIX como una boa constrictora engulle un conejo…
¡Nuestros sentimientos, los rechazan; nuestra técnica, la absorben! Me vengaré
en nombre de nuestros sentimientos. Mi máquina habría hecho feliz a la nueva
era al instante…habría sabido conducirla al cenit de la técnica. Pero mire, ¡no
se harán con ella! Mi máquina es la ofensa cegadora que la era agonizante
inflige a la que nace. Cuando la vean se les hará la boca agua…”
(“Envidia”. Yuri Olesha)
Esa
máquina es “Ofelia 5”.
Dejen
ya el Spring y vuelvan a casa.
EJERCICIO 1.
Háganse un “book” con imágenes de Ofelia. Les propongo:
1.
Delacroix: “Hamlet hace reproches a Ofelia”
“Ofelia
loca”. (1834)
“La muerte de Ofelia” (1853)
2. Arthur
Hughes: 2 obras (1851-53)-(1863-64)
3. George
Frederic Watts (1864).
4. Ernest
Hébert.
5. Pierre
August Cot (1870).
6. Jean
Baptiste Bertrand.
7. Williams
Gorman Wills.
8. Richard
Westall.
9. Cabanel
(1883)
10. Waterhouse:
3 obras (años 90)
11. Paul
Albert Steck (1895)
12. Millais:
“Ofelia” (1851-52).
“Primer brote de locura de Ofelia”
“Hamlet y Ofelia”.
13. Odilon
Redon (1903)
El
orden sería el siguiente:
1º.
Waterhouse: Ofelia está sentada en la rama de sauce.
2º.
Cabanel: La rama se ha roto. Ofelia yace en el suelo. Flores esparcidas.
3º.
Paul Albert Stack: Ofelia se hunde vertical, a plomo.
4º
Delacroix: Ofelia muere. Su brazo sigue agarrado al sauce.
5º
Millais (y otros): Ofelia es llevada por el río y la muerte le acecha.
EJERCICIO
2.
Propongan
un simbolismo para las flores (“flores
para una flor”) que aparecen en el cuadro de Millais. Propongo:
·
Rosa:
Laertes llamaba “Rosa de mayo” a su querida hermana.
·
Sauce,
ortiga,: amor abandonado, dolor, inocencia.
·
Pensamientos:
amor en vano.
·
Amapola:
muerte.
·
Violetas:
castidad.
·
Margaritas:
recuerdo. Dolor de amor.