-1-
“Consagrado
a
la memoria
de
John
Talbot
quien
a los 18 años de edad
se
llevó un tiro
en
un tabernucho
1
de noviembre de 1936
Este
tarro de mayonesa
con
flores mustias
fue
puesto aquí hace seis meses
por
su hermana
que
ahora está en el manicomio”
(Richard
Brautigan: “La pesca de la trucha en América”)
-2-
“Muerto
Jarry,
tristángulos,
azulean las sábanas.”
Recuerdo
como si fuera ayer la mañana en la que me desperté sobrecogido por
la potencia metafórica de esos versos. Había tenido un sueño
geométrico, mejor geométrico-analítico. Y ese era el resultado.
Jarry
pasó, según dilapidaba su fortuna, de un suntuoso apartamento en
Boulevard Saint Michel a vivir en casa de su hermana en Laval (en su
Bretaña natal), tras habitar en el de Port Royal y en la desfasada
rue Cassette (¡¡)…además de incontables estadías en casa de
amigos y conocidos. Por cierto, él fue quien le puso “Aduanero”
a Henry Rousseau. Niño prodigio del absurdo. Prodigioso adulto
absurdo. Pionero de la bicicleta: Compró en Laval una bicicleta a
Tronchon, una “Clement
de Luxe 96”
y nunca la pagó. El último y definitivo requerimiento le llegó
cuando criaba malvas. Se ahorró 525 francos.
Asistía
a los entierros en bicicleta, era su pasión. Amigos o desconocidos.
Veía un cortejo fúnebre y lo consideraba una meta volante. Su
humor es, ya, “umor”,
antes que Vaché lo apostillase. Aficionado a las pistolas, tanto
como a sus otras dos grandes aficiones (bicicleta y absenta), un día
empezó a disparar sin ton ni son en el jardín de unos anfitriones:
DUEÑA:
“¡Imagínese
que llega a darles!”
(a los inevitables niños).
JARRY:
“Bueno
no se preocupe, señora, le haríamos otros.”.
Por
cierto la pistola se la quedó Picasso. La misma con que amenazó a
dos descerebrados en Horta de San Joan (Orta d’Ebre).
Sobre
su obra: “Ubú”
y la “patafísica”
del Dr.
Faustroll,
“el
Super Macho”…tendremos
ocasión de volver en la propuesta correspondiente. Ahora bastará
con rememorar su deceso.
Tal
día como hoy,
del año 1907, moría, tísico, en el Hospital de la Caridad de
París, Alfred Jarry. Arruinado y destrozado por la absenta, como 7
años más tarde lo haría Modigliani. Su último deseo fue que le
trajeran un mondadientes. Es como si toda la vida hubiera estado
esperando ese momento. Asestar un golpe definitivo a las chorradas
que los agonizantes de renombre ideaban para embellecer el tránsito…y
darle un toque de solemne dignidad al momento en el que no hay nada
más que ausencia. Si la vida había sido un festín, urgía un
mondadientes…para entrar en el más allá sin restos de comida. Un
detallazo
por su parte. Morirse sin lavarse los dientes añade un innecesario
toque cutre. “No
hay ética sin estética”
¡¡RECUÉRDENLO!!
La
primera obra que le fue representada, lo fue en el cabaret artístico
de Montmartre “4-Z’arts”.
Precisamente Machado, mesetario y un tanto mojigato, anotó: “En
París celebran (en
el
Quat’Z-arts,
sic)
todos los años un baile monstruo al que asisten los hombres
disfrazados y las mujeres desnudas. Es una fiesta llena de
pretensiones paganas, que admira a los rastacueros”. Era
el París “Apache”…
¿Qué quieres?
Allí,
en ese mismo hospital, en la cama 22 de la sala Boyer, tal
día como hoy,
del año 1924, César Vallejo, convaleciente de una operación a que
había sido sometido dos días antes, escribe: “Hay,
madre, en el mundo un
sitio
que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez
grande”.
Mientras
Jarry agoniza, Machado conoce a Leonor y gana la cátedra. Se
casarán en el 1909. Él tenía 34 años (los mismos que Jarry
cuando murió) y ella 15 primaveras. En diciembre del año siguiente
van a París (tercera vez para Antonio). Sigue un curso con Bergson.
En julio Leonor sufre una hemoptisis y, pese a la proximidad, no fue
atendida en la “Charité”
(¿). Vueven a Soria gracias a R. Darío. Murió al verano
siguiente, de tisis.
La
bicicleta era para él un tratado de metafísica y de ética (y de
estética). De metafísica por cuanto significaba, de forma
paradójica, la inmovilidad esencial del tiempo (no en vano (¿o sí?)
recibió magisterio de Bergson). Como Duchamp: La repetición de lo
mismo bajo la apariencia de la diversidad. Una fusión del eléata y
del “oscuro”.
La Bicicleta (como instrumento ético) permitía una visión fugaz y
estoica de la vida: un leve rozar la superficie de las cosas. Y ¡qué
bello y moderno resultaba Jarry subido en el velocípedo!...la
hipnótica música radial, minimalista. Sólo interrumpida por los
canoros trinos de su timbre destellante. Era su esqueleto externo. Su
alma corpórea.
“hasta
el día en que no cese esta locura que consiste en dejar que la gente
circule a pie, sin previa autorización, matrícula, freno, timbre,
bovina ni faros, tendremos que vérnoslas con ese peligro público:
el peatón temerario”.
¡¡Que
le pregunten al Dr. Hofmann!!
Dadaístas,
surrealistas, locos de atar…todos se reclaman de Jarry.
No
crean Vds. que he olvidado lo principal: “El
alcohol es la única bebida higiénica”.
Así que chupinazo de calvados y café de melita (el de siempre).
Tostadas complementadas con los “dones”
griegos. Y como es fiesta, doble “fifti-fifti”.
Paso
por el huerto a recoger los últimos tomates del año: “Salmorejo
fin de temporada”
y una botellita de Ribera. El salmorejo es una comida que roza la
perfección: sobre un mar rojo, un sol amarillo, unos círculos
blancos, unos jirones de un color ámbar hanseático y unas gotas
“amebáceas”
de
un verde Ava Gardner.
-3-
“Era
la fiesta de todos los santos. La noche del primero de noviembre se
acababa. Podían ser las tres, las cuatro de la mañana cuando puse
el punto final a mi novela “Moravagine” y lancé un suspiro de
alivio”
Corría el año 1925 y Blas Cendrás se encontraba en Biarritz, en la
“Mimoseraie”,
finca residencial de Eugenia Errazuriz, que se preciaba de tener su
pintor: Picasso. Su músico: Stravinsky y su poeta: B. Cendrás,
escritor de una sola mano…Pero ¡qué mano!
Algo
he dicho en otro lugar sobre la obra.
No
se molesten, de lo que fue un paraíso quedan los muros desnudos. No
encontrarán, cosa rara, la inevitable plaquita en recuerdo de tan
ilustres visitantes-moradores.
-4-
“El
día de Todos los Santos, en el momento en que, después de oír misa
(¿¿). Me disponía a embarcar en una góndola para regresar a
Venecia, pasó junto a mí una mujer estilo Laura que, tras dejar
caer una carta a mis pies, siguió avanzando. La recogí y vi que
aquella misma mujer, satisfecha de haberme visto recogerla,
reemprendía la marcha (…) “una religiosa que le ve desde hace
meses todos los días de fiesta en su iglesia, quiere que la
conozca.”
Era
el año del señor de 1753. Y así empezaba una “pasmosa
cadena de aventuras
amorosas”
que cimentaría su fama de conquistador y de hombre de mundo. La
fiesta duraría dos años. En 1755 es detenido (¡faltó papel para
anotar los cargos!) y conducido a la prisión de “Los
plomos”
(por el material que la cubría), situada en un anexo al palacio
ducal, con el que se comunicaba por el “Puente
de los Suspiros”.
No eran suspiros de enamorados… Sitúense de espaldas a San Giorgio
Maggiore. Enfrente tendrán el Palacio, construido contra toda
lógica: la masa compacta y pesada, que debería soportar las
delicadas arcadas góticas, son soportadas por éstas. A su derecha
verán la ría del Palacio y un puente que la cruza: “Puente
de los suspiros”.
El edificio grávido y rotundo en el que desemboca el puente: ¡La
cárcel de los plomos!
Allí
tenían aposento los “Señores
de la noche de lo criminal”
y allí fue conducido Casanova. Allí pasó nuestro héroe un año
cumplido. Y tal
día como hoy,
del año 1756 consiguió, evadirse.
Su
intrincada y accidentada fuga añadió la osadía a su abultado
número de admirables “virtudes”.
Parece
evidente que Casanova “arregla”
las fechas, para ponerse bajo la protección de “Todos los
santos”. Y verdaderamente le protegieron.
No
volvería a Venecia hasta 1774. Lean vds. “La
última aventura de Casanova”
de Schnitlzer, “triste
y desolador”
capítulo apócrifo que completaría sus inacabadas “Memorias”
(¡IMPRESCINDIBLES!) y que se aparta de las conclusiones de los
“casanovianos”.
Schnitlzer, explorador de lo mórbido, hunde a Casanova en el
ridículo y la vergüenza en el mismo terreno sobre el cual
fundamentó su fama. Marcolina será el arma del destino.
Por
cierto, su último deseo fue (el primero de su madre) una sopa de
cangrejos de río. La mala suerte, que en sus últimos años le
acompañó, había dictado un año extremadamente seco… ¡y no
encontraron cangrejos! Alfred Jarry no tentó a la suerte…
¡y
se dio por comido!
Acabaremos
la tarde con un gintónic
(¡limones de Murcia!), y con “Casanova”
de Fellini. Si quieren Vds. oigan fragmentos de “Don
Giovani”
de Mozart, inspirado, dicen, en las aventuras que el aventurero
relató al músico, al que le unía su afición por la masonería,
mientras se zampan una pizza “veneciana”...¡con
mayonesa!
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