El azar es una cosa muy seria.
No hay misterio más profundo que el
azar; ni más apasionante. El término azar,
como todos los conceptos, nombra un conjunto de sucesos, cada uno de los cuales
nos es desconocido. Y todos juntos constituyen la causalidad, el azar cogido por las hojas.
El arte moderno es arte de azar.
Establezco el 4 de octubre como día internacional del azar (y de los
animales, naturalmente).
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Con mi proyecto de perro me he
plantado en París. Mis Ángeles nos han depositado, al estilo Pontormo, en medio
de ese “triángulo misterioso” (L-P. Fargue) que forma Poissonnières, Grands
Boulevards y Magenta, concretamente en
los desolados escalones que conducen al pórtico jónico de Saint Vicent-de- Paul.
Amanece. Hegel exonera el vientre y me mira exigiendo que retire las
vergüenzas. Extraños personajes deambulan por La- fayette, Campos Elíseos del
distrito X, en busca de hierofanías. Lo sagrado se manifiesta sutilmente en
forma de ingenuo perfume de repostería recién fabricada… que se mezcla con el
de cadera de ángel en ascensión (a lo Giotto).
–¡No me dejéis tirado todo el día!
–Volveremos al anochecer. Disfruta– y dejan caer desde las alturas mi bufanda de siete leguas– Te hará falta…
“El 4 de octubre último (1926), al final de una de esas tardes ociosas y
tristes, cuyo secreto de saber pasarlas yo tengo, me encontraba en la calle
Lafayette. Después de haberme detenido unos minutos ante el escaparate de la
librería de L’Humanité y haber comprado la última obra de Trotsky, seguí
andando en dirección a la Ópera…”
Consciente de que la espera será
larga, nos dirigimos a la ridícula terracita de la Maison Bleue.
…Y es que, claro, hasta el azar objetivo necesita de ciertas condiciones
y condicionantes.
Díganme ustedes si yo, con mi rutinario discurrir de casa al Condis y del Condis a casa, puedo tener la suerte de encontrarme con una
prefigurada Najda. Hay que salir a su encuentro, vale, pero, ¡hombre!, que
tengas ciertas probabilidades de éxito. De encontrarla sería, definitivamente,
indicio del fin del mundo (al menos como lo conozco). Y que no venga el poeta con
aquello de que “hay otros mundos pero…
Encajados en este mínimo espacio
esperamos la aparición del camarero, tan milagrosa como la de Nadja subiendo por Lafayette. Por
cierto, no es necesario que se rompan la garganta intentando pronunciar esa “j”
maravillosa que sigue a la “d” y precede a la “a”: digan simplemente Nadia. Es como si se llamara Espe.
“Acababa de cruzar una plaza cuyo nombre he olvidado o ignoro, allí
delante de una iglesia. De repente, a unos diez pasos de mí, andando en
dirección contraria a la mía, veo a un señor, traje verde acelga, y él también
me ve. Camina con la cabeza levantada, agitando de vez en cuando sus pelambres.
Es pesado y fuerte como un león. Una
imperceptible sonrisa depredadora aflora, diríase, en su rostro. Me dirige la
palabra sin contemplaciones, le digo que tengo prisa, que tengo cita en una
peluquería de Magenta. Le es igual; casi obligada, tomo asiento a una mesita de
un café cercano a la estación del Norte. Me hace contarle media vida. Invento
una historia de un amor desgraciado y él parece gozar con mi sufrimiento. A su
pregunta respondo que me llamo Nadja (¿qué
le importará a él mi verdadero nombre? Podría haberle dicho que Mercedes* o
Violeta*). Él dice llamarse André… y, por lo que presiento, necesitado de poesía
y de misterio… ¡Qué pesadez!..
Impertinente estuvo una semana larga. Harta, le espeté socráticamente: Yo
estoy destinada al manicomio, pero tú, querido amigo, lo estás a la gloria…
¡Quién sabe quién se lleva la peor parte!”
Lo dicho, el camarero no aparece, de
hecho ni siquiera está abierto el local. Hegel me mira exigente y parece
indicarme que el bar de enfrente está abierto. Cruzamos la plaza en dirección
inversa a como lo hizo Bretón aquel memorable atardecer. Nos colamos en la
pecera del Riviera y esperamos. Este bar, o como se le llame por estos lares,
en Lafayette, hace esquina con la plaza de la iglesia.
–Prisa tienen ustedes–en castellano antiguo.
En efecto, las mesas aún no están
completamente desplegadas y al camarero le faltan algunos detalles: meterse la
camisa por dentro del pantalón, cambiarse las zapatillas de fieltro por unos
zapatitos presentables y pasarse el peine. A más de subirse la cremallera del
pantalón.
–No se preocupe por nosotros. Estamos… pero no como si no estuviéramos.
Siga usted, buen hombre, con sus quehaceres.
–Mejor vuelvan dentro de media hora.
Así fue como, antes de lo previsto,
retrocedimos unos metros hasta el número 120 de Lafayette, antigua sede de
l’Humanité. “Las oficinas y talleres empezaban a
llenarse. De arriba debajo de las casas se abrían puertas, algunas personas se
estrechaban la mano en las aceras, que empezaban a animarse…” Así más o menos lo describió Bretón.
Él, al atardecer; nosotros, al amanecer.
En lo que fue sede hay, ahora lo sé,
una “École de droit”; Head es su
nombre e imparte “parcours d’excellence”…
(Y es que la forma de una ciudad cambia
más rápido ¡ay! que el corazón humano)
Nada que ver; nada que mirar. También
esto es una revelación del destino. Picasso, en Lafayette, dibujaba cabezas,
construía extrañas guitarras y jugaba con objets
trouvés; Aragón-campesino perseguía el azar por los pasillos del pasaje de
la Ópera. Los cadáveres exquisitos ya
habían sido inventados y Duchamp… reflexionaba sobre una celada irresistible
mientras intentaba colocar los cuadros de Picabia. Blaise Alias (según confesión
a Maurice Sach) se encuentra con “une
fille pâle un peu anglaise (lainages, oeil bleu, romance, vacance, etc.) qui
dès qu’elle est dans un dancin a de véritables transports.” Recorren rue
Pigalle, la zona de Loreto, rue Blanche, Clichy… Y es que París contaba con 644
bailes públicos, 2.000 restaurantes, sin contar bares, cafeterías, salas de
juegos y “maisons oû la femme “curieuse”
d’un homme, s’arrangeait pour satisfaire cette suriosité”. Así que no es
nada extraño que André, el patético, se topara con una Nadja. Lo raro fue que
no se encontraran con Alias y la inglesita.
París estaba lleno de aventureros en busca de su aventura.
París, 1926. Walter Benjamin se enamora de la ciudad, pero
ella no le corresponde… Incomprendido y desconocido, en ocasiones se siente
profundamente solo. Lo que no le impide empezar a trabajar en la que será la
obra de su vida, El libro de los Pasajes. Por su parte, cada noche, Ludwig
Hohl camina por París, descubriéndola barrio por barrio. Su mirada de
extranjero se cruza con la de Léon-Paul Fargue, auténtico parisino, nostálgico
y brillante. Y entre ellos aparece también el gran paseante Franz Hessel.
Como iba diciendo, Breton entró en L’Humanité
y compró lo último de Trotsky; aventuro que sería ¿Adónde va Inglaterra? Última de sus obras traducida al francés y
que el propio autor, en Crimea, prologó… Y es que ya estaba con la maleta
hecha
Así que Bretón abrió y leyó: Inglaterra se halla actualmente en un
atolladero mucho más, no cabe duda, que cualquier otro país capitalista…
cerró el libro y lo guardó en uno de sus enormes bolsillos de su chaqueta color
acelga.
Justo en ese momento, en el momento
en que Breton guardaba el libro en el enorme bolsillo de su chaqueta color
acelga, nacía en Caravaca de la Cruz el más grande los escritores desconocidos:
Miguel Espinosa.
Infórmense Vds. Infórmense y no me
sean catetos.
Volvemos al Riviera y ocupamos una
mesita. La calle ha alcanzado su tráfico rutinario. El camarero, peinado y con
la camisa por dentro de los pantalones nos pide la comanda:
–Caracoles! sil vu plé. Y un poquito de agua para el perro.
–¡Lo sabía! Yo, por mí, no tengo inconveniente en que usted se suicide… pero ¿cómo se los pido al camarero a las 8 de
la mañana?
–Dígale que son para mí.
El cocinero, que algo ha oído, sale
de su refugio enarbolando un rulo de amasar. Nos levantamos y seguimos nuestro
triste, esforzado y efemerístico peregrinar. ¡Qué dura es la cultura!
Nuestros pasos (definitivamente
perdidos) se encaminan hacia los alrededores de la Estación del Norte. De la
estación hermana nos llegan los ecos de la celebración del nosécuantos aniversario del Orient-Express*. Antes de que nos
abrume la tristeza giramos hacia Magenta. Hegel camina comiendo el zumbido de los abejorros y alejando de su acero a la marta y al armiño. Y de esta forma tan
sublime llegamos, por Chabrol, al cruce de Lafayette con Poissonnières.
Mis rituales son simples, inocentes,
diría. Soy mitómano rural, sin pretensiones… En el fondo lo que me importa es
pimplar (a la salud del hecho
conmemorado). Ya imaginan, pues, a qué vamos a Poissonnièrs. Es duro. Trasegar
todo el día bajo la malévola mirada de los camareros de París es algo que no se
lo deseo ni a mi peor enemigo (que se dice). Claro que peor estaría en Viena
rememorando el estúpido acto de Weininger*.
Entramos en la Brasserie Les Volcans. No
hay ni dios.
–¡¡¡ Le masque facial !!!– voz en off.
Y es que he olvidado por completo que
estamos en los días señalaitos.
–¡¡¡ El perro !!!– voz en off
Hegel mueve la cola al verse
reconocido. No hay ni dios. Se oye el
eco de la cola del perro cortando el aire.
–Si hay alguien en la sala que se corporice y dé la cara.
Desde detrás de la barra, como si
amaneciera, surge una cabeza rapada y roja. Por un momento he creído que era
desecho de guillotina. O una colada de lava… Pero no, la cabeza iba unida a 1’80
cm. de masa muscular y, por lo que siguió, de creatividad sin restricciones.
Según entraban los desafortunados clientes iban siendo distribuidos según el
color de la ropa que portaban: los marrones a la izquierda, los negros a la
derecha… a las mujeres las colocó en la mesa del centro. A mí y a Hegel nos
colocó a ambos lados de la puerta como estatuas de porcelana. En un momento
determinado empezó a sonar el Bolero. A
cada repetición de la frase musical nos
exigía… Bueno, ya saben ustedes como va eso de los happenings. Cuando concluyó el azaroso martirio nos confesó su
debilidad por las efemérides y nos recordó que hoy, 4 de octubre del año 2021, conmemoraba
el 62 aniversario del primer happening público (con permiso de Cale) y de la
inauguración de la galería Reuben (NY). Era su particular homenaje, humilde y
apasionado, a Kaprow.
Infórmense Vdes. Infórmense.
Que en París exista un camarero tan
fogosa y ardientemente, volcánico diría, aficionado a las efemérides y que el azar lo haya puesto en mi camino… Y
que se llame André…
Por aquellos exactos días, comenzaba
el juicio contra Durruti, Ascaso y Jover: Por aquello de Alfonso XIII (más
vidas que un gato), ya saben ustedes. Bretón no hace ninguna referencia, pese,
o quizás por ello, a estar al servicio de
la revolución.
Nuestro papel de adornantes figuras
de cerámica nos ha dejado con el síntoma de Raynaud: exigimos café y cruasán
gratis. Hegel, que no toma café, reclama doble de cruasán.
A todo esto ya han dado la del ángelus.
Invoco a mis ángeles y doy por terminada esta jornada que se premonizaba poética. La ascensión tiene lugar
en los mismos sórdidos escalones de Saint-Vicent-de- Paul.
–Has vuelto a perder la bufanda– a modo de saludo.
Si Bretón hubiera presenciado nuestra
espiral ascensión (a lo Pontormo) hubiera escrito algo que explicara el azaroso
y repentino despliegue de la dialéctica hegeliana sobre el cielo de París.