¿Qué les había dicho? ¡Toda
la semana atufando a muerto!
Ayer decía: "Oigo que
alguien llama a una tal Matilde que, creo, acaba de pasar por delante
de la cantina. Hegel ladra: Ese ladrido especial que emite cuando se
trata de un asunto de enjundia." y entonces fue cuando
abandonamos la cantina del Día y nos dirigimos a casa, a meditar
sobre el asunto.
Otoño del año 1908. Mahler,
que desde el mismo inicio del año está en el Metropitan, acaba de
estrenar la 7ª, en Praga y acaba de componer "La canción de
la tierra". Ya saben Vds. que él siempre componía en
verano, en su casa de vacaciones. Schiele se harta de tanto busto
redondo y deja la Academia de Bellas Artes, hace su primera
exposición universal y empieza a ser reconocido como pintor
expresionista, aunque no quepa en ningún grupo. A Gerst, sin
embargo lo expulsan. Schoenberg, a la manera de los científicos del
momento, sufre una crisis de fundamentos (¡y algo más!) e intenta
subsanarla yendo a las raíces, disolviendo el sentido común y
liberando las partículas elementales de su arte: las notas... ¡que
hagan lo que quieran! (tampoco es eso, pero...) ¡que se asocien de
maneras diferentes! Ese año, tras el Segundo Cuarteto,
podemos afirmar que ha alcanzado la "atonalidad" y
su música puede empezar a ser calificada de expresionista. A
él no le gustaba mucho esa caracterización, todo hay que decirlo,
prefería "pluritonalidad". Kandinsky y los
cubistas, por caminos diferentes, llegarán a Roma. Loos, O.K.,
K.K.... Europa Central arde en la helada ciudadela de Dite.
Fue
entonces que el desorden y el desespero entró en la
casa de
los
Schönberg
atacando por el punto neurálgico. Su (de
él) música
se mantenía en los límites extremos del postromanticismo; lo que le
ocurrió no pudo expresarlo mediante armonías tradicionales y antes
de tirarse a degüello, prefirió lanzarse al estanque helado de la
atonalidad.
Richard
Gerst
tenía 20 años cuando murió Klimt. Su obra estaba influencida por
el maestro y por la Sezession.
La muerte del patriarca le sumió en lo más oscuro de la noche
creativa. Amaneció convertido en pintor expresionista
y
deseoso, además, de dar reinda suelta a la expresión de toda su
vida interior, que era mucha y compleja. (Aquí,
y por lo que vendrá, viene a cuento: "No
es
el
deseo el que se convierte en necesidad, es todo lo contrario: son las
necesidades las que se convierten en deseo"*).
En
Viena, entonces, un suicido más o uno menos no era nada que
preocupara. Y
eso lo sabía el jovencito. Así que debería esmerarse, si quería
que se hablara de lo suyo.
Matilde,
por su parte, no había nacido para musa. Su metro y medio y sus 60
kilos eran un hándicap.
No
obstante la vida te trae sorpresas y
nadie sabe cuánta perversidad se esconde en la cabeza de un hombre.
Su marido, el músico, tampoco
pasaba de 1'65. Todo su grupo: Zemlinsky (su
cuñado),
Mahler, K.Krauss... estaban sujetos a la maldición no proferida: "No
pasarás del 1'68".
Sólo Alban Berg, el discípulo, y Gerst, el introvertido, habían
podido escapar a
la maldición. Así que Matilde cuando vio en casa a un mozalbete
esbelto, se quedó perpleja y la cosa se complicó.
Pongo
en el esputofaif
el Cuarteto
nº 2
de Schoemberg...¡y espero la reacción de Hegel! Mueve las orejas
como si estuviera atravesando un campo magnético.
La
relación del matrimonio con el joven desquiciado se remontaba al
1906, pero fue al año siguiente cuando Schöenberg, atraído por
todas las artes, quiso iniciarse en la pintura y, de paso, que
también lo hiciera Matilde y así podrían divertirse juntos y tal.
Contrató al joven., y
juntos empezaron a pintar en un estudio ubicado en la última planta
del edificio del matrimonio.
Todo el círculo de amistades fue retratado. El músico se reveló
como un pintor interesante y expresionista,
naturalmente. Siempre
que veo "La
mirada roja"
me la imagino dirigida al desgraciado Gerst.
Hasta el momento, la
conmoción que el 1'82 de Gerst había producido en los bajos
horizontes de Matilde, pudo ser contenida. Pero la cosa no podía
sujetarse y no se sujetó. El verano del año 1908, se largaron todos
de vacaciones a la montaña, no lejos de donde Mahler estaba
componiendo la citada "Canción
de la tierra".
Schoenberg estaba, como
he dicho,
sumergido en el "2º
Cuarteto".
Gerst llevaba la mano a Matilde que no acababa de cogerle
el truco a la cosa y, en los ratos libres, pintaba retratos cada vez
más abstractos: Los comitentes no sabían si reír o llorar. Él,
tampoco. Matilde, tampoco. Schoenberg, tampoco. Todos podían hacer
suyo el verso de Stephan George: "Siento
el aire de otro planeta".
Schoenberg, que había dado por concluido su cuarteto, le añadió el
significativo
IV
movimiento,
por amor a la simetría e impulsado por ese aire
y las sospechas.... que se confirmaron el 26 de agosto, cuando
Matilde y Gerst, en el alojamiento del último, fueron pillados in
fraganti
(¿en fragante?): concretamente: con las manos en la masa.
Hegel, se levanta y sale a la
terraza. Ya ha tenido suficiente.
-- ¿Y los lieders? ¿para
cuándo?
De
nada valieron promesas ni expresiones
de
arrepentimiento. La pareja huyó: primero a Gmuden, a orillas del
Traunsee,
que,
como el nombre indica, se les apareció como un sueño roto (o
incompleto)
y después, perseguidos
por los remordimientos (y
por el músico),
a una discreta pensión del bario de Nussdorf, al norte de Viena y
a la vera el Danubio.
Pasaron
juntos tres días con sus noches, y al cuarto... Matilde, regresó a
casa: "¡Los
niños!"
(Se
hicieron patentes los buenos oficios de Webern).
Septiembre fue tormentoso. Gerst, desorientado (aunque no tanto, al
parecer) cogió un estudio en el 20 de la Liechtensteinstrasse, la
misma calle en la que vivía el matrimonio. Matilde siguió
visitándolo y
Schoenberg, perdiendo pelo. El destinado a Mesías de la nueva música
estaba calvo. Se miraba al espejo y no encontraba consuelo. La culpa
volaba de un apartamento a otro. Todos se sintieron culpables aquel
septiembre del año 1908 y
la cadena se rompió por el eslabón más débil.
La
tarde del día
4 de noviembre, a
eso de las 16'30,
mientras
tenía lugar un concierto al que, por venganza, no había sido
invitado, Richard, se dirigió a su estudio de la Liechtenstein,
seguido muy
de cerca por los negros nubarrones del remordimiento. Se desnudó
ante el espejo y se probó la ropa interior de su amada (quiero
creerlo así). Y, de esa guisa, montó un desaguisado de envergadura:
quemó cuadros, rasgó cartas, descoyuntó muebles (teniendo la
precaución de dejar, por lo menos, una silla indemne), se apuñaló
y, como pudo, se colgó del aplique de la lámpara del techo. Así lo
encontró su hermano. Todo
esto ocurría a menos de cien metros de la casa de Freud, en la
Bergasse. Matilde
reaccionó como enamorada. Schoenberg, como respetable
cornudo.
Deleuze,
nunca se psicoanalizó: Esa es la diferencia...
¡el resto, si por resto entendemos el final, es idéntico!
Aquel
4 de
noviembre
del año 1995, Deleuze se despertó inquieto. Se preparó una melita
y se la tomó entera. Su inquietud se multiplicó por varios enteros.
Para calmarse cogió un periódico y se puso a solucionar el juego
de las diferencias. No
pudo encontrar ninguna. Todo le parecía igual.
Además, le asaltó el extraño pensamiento de que el juego estaba
mal enfocado, debería ser: el
juego de las identidades,
pues la diferencia
tiene
prioridad ontológica.
Nada es idéntico
a sí mismo nunca. "¡Ni
yo!",
pensó. "¿Soy
yo, o soy el
Otro, Guattari,
que sobrevive en mí?".
Lo
intentó con el sudoku. Solucionó el mediano y cuando iba a atacar
el difícil, le sobrevino un ataque de asma. Observen
las fotografías del filósofo y díganme, con el corazón en la
mano, si con esas uñas se puede uno poner a solucionar
entretenimientos: "Toucher
des doigts un objet, et surtout un tissu, m’est d’une
insupportable douleur nerveuse".
Ya
hacía años que necesitaba oxígeno: "Siento
el aire de otro planeta",
pensó
mientras se precipitaba desde el cuarto (o el quinto) piso del
edificio de la Avenida Niel que hace esquina con la calle Balny
d'Auricourt, París, naturalmente. Y también pensó que se
convertiría en un capítulo del libro "De
los
desfenestrados".
"Fui
hombre de armas durante 27 años. Mientras no había oportunidad para
la paz, se desarrollaron múltiples guerras. Hoy, estoy convencido de
la oportunidad que tenemos de realizar la paz, gran oportunidad. La
paz lleva intrínseca dolores y dificultades para poder ser
conseguida. Pero no hay camino sin esos dolores".
Eran las 9
de la noche,
hora hebrea. En París dos horas menos. A las 9'30,
tras el canto de "La
canción de la paz",
Rabin hizo mutis por una escalera lateral, precisamente por aquella
en la le esperaba Yigal Amir. A los 40 minutos fue declarado muerto.
¡Descanse en PAZ!
"Ce
sont [les] organismes qui meurent, pas la vie".
Ya
que están allí, ante el edificio funesto, bajen un poquito más y
se encontrarán con "Aux
savoir du marché".
Entren. ¿Ven la mesa redonda a su izquierda, junto a la cristalera
que da a la calle? ¡Siéntense a ella! Vendrá el camarero como un
viento seco y violento y les conducirá a una mesita "para
uno" que hay justo
debajo de la carta-televisión y junto a las escaleras que conducen
al váter (miren la
fotografía.
Es la mesita de la parte inferior derecha).
Lo de la carta-televisión lo descubrirán un poco más tarde...
cuando todos los comensales dirijan sus miradas hacia donde,
precisamente, se encuentra vd., desamparado. Y
la cosa siguió así:
--¿Comerá
el señor?
--
Pues no sé si comerá el señor, pero yo me zamparía un plato de
caracoles.-- la
carne gallega se paga a 160 euros el kilo. Se retira y, tras cruzar
unas palabras con el camarero de la barra, vuelven, cosa insólita,
con un "as de
bastos" impropio de
esta parte noble de la ciudad de la luz.
--
Sabíamos que algún día nos tocaría a nosotros.
¡Aquí no se sirven
caracoles! ¡Vaya vd. a comerlos a la hermosa Provence! Y
diciendo lo dicho, me retiran el servicio, me quitan la silla, me
cogen por los brazos y me arrojan a rue... "¡como
al Lute!", pensé.
Y,
ahora, recordando el episodio, me voy a preparar un ¡kilo!
de caracoles. Es muy fácil, siempre que los tengan ya engañados
y cocidos.
En una olla con agua
pongan cebolla, jamón, chorizo del bueno, laurel, hierbas de
Provenza, tomillo, romero, orégano, sal y una guindilla... recuerden
que tienen que caber los caracoles y
arrímenla al fuego. Cuando les parezca que ya está todo en su
punto, echen los caracoles y esperen un cuarto de hora. Antes habrán
comprobado si tienen palillos. Lo que sobre, si sobra, me lo traen
para Hegel.
A
la misma hora en que Rabin
hacia mutis por la escalera lateral, pero 148 años antes, una
multitud se agolpaba ante la puerta de la enorme casa de Mendelssohn
en Leipzig. Esperaban lo
que sucedió. La muerte del compositor se anunció a las 9'30. Tenía
38 años y toda un historia de apoplejía familiar le seguía.
Es
el momento de la tristísima despedida (Nachtlied,
opus 71),
su última composición. Hegel,
en cuanto oye la voz de Janet Baker, se lanza contra la crsitalera de
la terraza. ¡Es un cabeza cuadrada!
--
Pero, ¡Hegel! ¿No ves la puerta?
--
Es el deseo, querido Kino.
Con
respecto a Matilde, aquella inesperada musa, añadir que su
inesperada aventura
inspiraría a su marido "Die
glückliche Hand",
opus 18
y su opus 17 Erwartung. A
Alban Berg (1'92
centímetros.)
su "Concierto de
Cámara" del año
25 y a su hermano Zemlinsky "Una
tragedia florentina".