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domingo, 7 de abril de 2013

Propuesta para hoy, día 7 de abril. SEGUNDA SERIE. Día mundial de la salud. Brautigan. Wittgenstein. “Corrección”. Comienza el final del “Coronel no tiene...”



1
Con un retraso habitual, pero impropio  (habitual, por la melancólica desidia que arrastra el servicio de correos que ve próximo su fin, e impropio, porque lo se me anuncia ya hace semanas que tuvo lugar), me ha llegado una carta de Mediasalud, que, digo yo, si lo que me ofrecen es una media salud para qué la quiero... ¡ya la tengo! Podrían cambiarse el nombre y pasar a denominarse SaludCompleta. Pero en fin ¡que inventen ellos!

Desde hace años sólo recibo cartas de compañías médicas que se preocupan por mi audición, por mi vista, por mis articulaciones y, a veces, como es el caso, desde una visión más holística, me tratan como un organismo vivo, aunque, suponen, por poco tiempo.

Normalmente las tiro directamente a la papelera, pero hoy, quizás debido a la luminosidad del cielo, a la hermosura del canto de los pájaros o a que Hegel me ha despertado más contento que unas pascuas, a cuyas puertas estamos, he abierto el sobre. He tenido que ejercer violencia contra mí mismo: abajo, a la izquierda (del sobre), unas gafas cubren dos ojos absolutamente diferentes: uno redondo y el otro, el derecho, como un acento circunflejo. Completa el emblema, pues de eso se trata, un mostacho tipo Enrique Granados. Sobre el conjunto se despliega un festón azul marino en el que con letras blancas se me desea un Feliz día del Padre; a mí, que me cago en los hijos y en los padres.

Vean Vdes. la imagen.




Dentro un A4 formando un tríptico horizontal que, cuando lo despliegas, muestra toda su miseria: 15 años cuidando de ti, me dicen, y para celebrarlo me han escogido a mí, y a otros 74, que suponen desvalidos, para hacernos entrega de un regalo sorpresa que, desde ya, te anuncian con letras Colibrí 54: una tablet de 7’’ que inundará de diversión todo su hogar, y para ilustrar el concepto, un grupo de quicos, vestidos de blanco inmaculado se carcajean ante tus narices. Padre, madre, parejita y, para completar el maléfico grumo, abuelo /a en plena forma. No deben pasar de los 35 pero te quieren hacer creer que son jubilados, cuyo contento y bienestar se deben no sólo a la tablet, sino, principalmente, a su decisión y arrojo por haber escogido Mediasalud como la vía más rápida de entrar en el más allá.

Para recogerla tendremos que pasarnos, a las 19.30 h, por el casino, comunican en letra pequeña. Además te invitan a que escanees un código QR como adelanto de la verdadera felicidad.

Si a las 21 h. del día de marras, impulsado por la compasión y por la curiosidad propia de literato, me hubiera acercado al bar de los chinos para ver de cerca el desenlace, lo que hubiera visto hubiera sido para hacerle llorar a uno: un verdadero jubilado, avanzando a paso cansino, con una tablet de 7’’ sobre sus temblorosas manos y el fatuo fulgor sulfuroso del aparato iluminando su cara que, en esas condiciones, más parecería la de un delincuente que la de una persona que ha sido colocada más allá del bien y del mal... y no hablemos ya de cuestiones estéticas. Así fue, aunque yo no lo viera.
Aunque pensándolo bien, todo haya sido un inteligente apaño, dado que hoy el universo-mundo celebra el día de la Salud. Con mejor criterio, la Convención Republicana, lo había dedicado a la cicuta.

2
El siete de abril ¿del año 1955? había nacido el muerto, amigo de Agustín. El coronel se puso su inhabitual traje de paño negro, con olor a naftalina, desechó el paraguas del que sólo quedaban las varillas y, bajo una persistente lluvia de octubre, dio comienzo a la novela que lo conduciría irremisiblemente a sentirse tan “puro, explícito, invencible” como para responder “MIERDA” al insidioso “¿y qué comeremos?” de la madre de su difunto hijo, nacido precisamente, un mes exacto antes que aquel a quien llevaban a enterrar.



En la infinitud de hijos de san Luís, de los cuales, cien mil entraron, tal día como hoy del año 1823, en nuestra querida pie de toro, un muerto más o menos, no se hubiera notado.

3
Por suerte o por desgracia”… así empezaba nuestro amigo W. (no, no era el “Watusi”) cualquier proposición, fuera atómica o molecular, lanzando al mundo, ya de por sí ambivalente, una ambigüedad ética y ontológica que nos sumía a todos en un estado de ensoñación divertida e inquietante: “Por suerte o por desgracia me voy a tomar una cerveza” o “por suerte o por desgracia, no me ha dotado dios (“sive natura”) del don de lenguas” o “por suerte o por desgracia esta noche hay eclipse de luna”… Esta apertura, esta epoxé, le debía más a su desconocimiento de la hermenéutica fenomenológica que a su total desconocimiento de Wittgenstein, y lo emparentaba con un budismo cercano a Schopenhauer o a la duda existencial propia de Kierkegaard, aunque la duda no hacía mella en su decisión o afirmación. Lo decidido o afirmado no se veía afectado lo más mínimo por esa introducción fatalista. Ni él. Sólo nosotros. “Por suerte o por desgracia tengo cáncer de pulmón”, nos dijo un día y “por suerte o por desgracia, esto se acaba”. Y se acabó, por desgracia.

Si no puede ser Vd. profundo, intente, al menos, ser confuso.

El tal, siempre suspendía la Lógica I, y, como es natural, nunca se introdujo en la Lógica II… y es que, decía, por suerte o por desgracia no sé cómo simbolizar esas partículas modales. De nada servía que le instruyeras en la naturaleza exacta de la “proposición”. Para él una “proposición” no existía si no iba precedida por esa advertencia que empapaba la frase de connotaciones inapropiadas. El mundo, para él, era, no el conjunto de hechos, sino el conjunto de consecuencias que se derivaban de una acción o afirmación trivial (o no).

Me siento tan mal
Que quiero escribir un poema
No importa: cualquier poema, este
Poema”



Esto lo escribía Richard Brautigan el 7 de abril del año 1969 (“La pesca de la trucha en América”). Busquen en el archivo del blog y algo encontrarán de este intempestivo y melancólico autor. Y un siete de abril, del año 1891, empiezan las anotaciones del “diario de la pesca de la trucha de Alonso Hagen”, hermano, según la intuición del autor, de la vieja a quien prestaba algunos servicios:

7 de abril de 1891………………………….Truchas perdidas 8
15 de abril de 1891………………………….Truchas perdidas 6
(…)
23 de septiembre de 1891…………………..Truchas perdidas 3

TOTAL SALIDAS 22…………………… TOTAL TRUCHAS PERDIDAS 239

MEDIA DE TRUCHAS PERDIDAS POR SALIDA………10,8

La última página del diario recogía las sumas totales de los años comprendidos entre 1891 y 1897. Alonso salió a pescar en 160 ocasiones y perdió 2.231 truchas, con una media en siete años de 13,9 truchas perdidas por cada vez que salió a pescar. Bajo las sumas totales había un breve epitafio de la pesca de la trucha en América compuesto por Alonso Hage. Decía algo así:

Estoy harto.
Llevo siete años saliendo a pescar
y no he capturado una mísera trucha.
He perdido cada una de las truchas que mordieron el
anzuelo.
O bien me saltan
o se me escurren
o se retuercen
o me rompen el enganche
o se dan una barrigazo
o se van a tomar por culo.
Nunca he puesto las manos encima de una trucha. Pese a lo muy frustrante que ha sido
me parece un experimento interesante
en el fracaso total
pero el año que viene será otro
el que tenga que salir a pescar truchas.
Será otro el que tenga
que salir a por ellas.”

Yo no estoy mucho mejor, así que no me extenderé en la irrespirabe “Corrección” de Thomas Bernhard. Bastará con que anote que tal día como hoy, Roithamer termina el cono para su hermana en el centro geométrico del bosque de Kolernhauss… y al mismo tiempo muere su hermana. ¡Mejor! Una vida entera dentro de esa inversa geometría dantesca hubiera sido insoportable y es que hay amores que matan. Recordarles a Vds. la relación de la obra con Wittgenstein y con toda su familia de suicidas. Algo tiene que ver, aunque yo no sepa verlo, la obsesión por la pureza de formas, el orden y la limpieza con el odio profundo a la vida propia y a la ajena. Si la dejadez fuera indicio cierto de lo contrario, yo sería como san Francisco de Asís: todo amor por las bestias, incluyendo al prójimo y a mí mismo… ¡cosa que tampoco ocurre!




Brautigan, sin embargo, escribió su best seller en una tienda de campaña, apoyando la máquina de escribir sobre la hierba y rodeado de su desordenada familia… ¡y también se suicidó!
A Hegel, que ha leído el libro, se le erizan los pelos del lomo pensando en el taxidermista y en la malafollá de estos amantes de la quietud eterna y sarnosa.
Aunque parezca lo contrario (o no), Bernhard no es un escritor filósofo, ni un filósofo escritor… Es un escritor que utiliza el estilo de algunos de sus admirados filósofos. La distancia entre la persona y el personaje es tan grande como la existente entre los propósitos de Alonso Hage y sus resultados.

Mientras Alonso ponía punto y final a su interesante experiencia como pescador de truchas, Wittgenstein, a la tierna y maliciosa edad de ocho años, se hacía la pregunta fundamental: “¿Por qué debería uno decir la verdad si puede serle beneficioso decir una mentira?” Nietszche había dicho algo al respecto… en un sentido extramoral, naturalmente… y Kafka archivaba agravios que haría estallar años más tarde.








RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...