“Imposibilidad
de escribir una sola línea.” (Kafka. 23 de marzo de 1915).
Sin embargo…¡hay
que escribir!
Llega un momento
en nuestras vidas en el que inexcusablemente
hemos de aclararnos en torno a las aportaciones “escénicas” de Stanislavsky, Meyerhold, Piscator, Brecht, Topor,
Grotowsky, P. Brook, P. Weiss…No podemos dejar pasar la vida hablando del “Actors Studio” (y de Marlon Brando o de
Harvey Keytel) liquidando el tema entre confusiones y generalizaciones “sonrojantes”. Ese momento aún no ha
llegado para mí: así que seguiré con las confusiones y generalizaciones
vergonzosas.
Tal
día como hoy, del año 1926, Elisabeth Hauptmann
escribía esta nota:
“Brecht
encuentra la fórmula del “teatro épico”: interpretar de memoria (citando gesto
y postura), y orienta su escritura en esa dirección. Él mismo interpreta las
secuencias, y así surgen las “escenas demostrativas” (como B. B. las llama)”
Asja Lacis y
Karl Valentin no fueron ajenos a ese parto.
Todo empezó con
Stanislavsky y su “método de acciones
físicas”: una propuesta de simplificación formal y moral, mediante la cual
el actor se adueñaría de su trabajo (a través de un proceso de profundización
psicológica) y los espectadores se sentirían tocados por la “verdad” que emanaba del escenario. “El
naturalismo sin razón y el formalismo
sin espíritu” son las causas del “arte indigente”. El naturalismo de
Stanislavsky no es una burda imitación simiesca: ha introducido en él la
reflexión y el estudio. Su formalismo no es frío y artificial: ha introducido
en él el soplo de la vida (¡¡).
Meyerhold y su “teatro condicional” continuaron la cosa
y añadieron una dimensión simbólica a la puesta en escena. Ya saben Vds. de la
potencia de símbolo: es tal que no necesita nada más. Escenarios vacíos.
Objetos en lugar de decoraciones. Intencionalidad política en vez de
neutralidad estética. Su propensión a la metáfora le llevó al paredón.
Sembró con éxito
en Piscator y en su “teatro político”
y “proletario”. La representación se
soportará en su contenido socio-político y no en la manipulación emocional o en
la mera belleza formal. Introdujo “mecanismos”
significantes: proyecciones, artefactos mecánicos, escenarios giratorios…
Y llegamos a
Brecht y su “teatro épico”, “dialéctico” (heredero del “teatro político”). Su objetivo era
claro: modificar el mundo mediante la comprensión, que conducirá a la acción. Su
“distanciamiento”, anti-sentimental y
anti-romántico, pretende focalizar la atención en el acontecimiento y sus
causas. El actor no tiene individualidad. Sube al escenario armado con “gestos” estereotipados y “expresionistas” (…”caras blancas de queso”,
K. Valentín), como de cine mudo (por cierto… ¡qué gran tragedia su desaparición!).
Habrá que citar
a Peter Lorre (*)… ¿no? Tenía un gran sentido del humor. ¿No se lo
creen? ¿Por qué, si no, escogió una película de Jerry Lewis para despedirse del
mundo? En esos momentos, en los que el ataque mortal se apoderaba de él, sus
ojos aprendieron a expresar un nuevo “afecto”: la curiosidad dolorosa y
burlona, que añadió, ya inútilmente, a su infinito registro.
Resulta curioso:
En Stanislavsky, de tanta interiorización, el actor deja de ser él para
convertirse en “esencia” humana. En
Brecht esa “despersonalización” se
consigue con medios opuestos. No se
trata de elegir, ni de comparar. Para Brecht era incuestionable la unión
dialéctica entre fondo y forma, y para el contenido de sus obras la mejor y más
eficaz forma era el “teatro épico”.
Pero la “esencia” del primero es
sentimental y la del segundo “intelectual”.
Quizás esa brecha esté en el origen del “teatro
pobre” de Grotowsky, que involucra el “esencialismo”
de Stanislavsky y la desnudez del “teatro
épico”.
Peter Brook, el
grande, convierte el teatro en otra cosa. Entierra el “teatro muerto” y propone “Centros
de Investigación Teatral” en los que durante años se desentrañan todos los
aspectos que concurren en un texto. Actores de diferentes procedencias y “etnias”, (así como no profesionales) se
encargarán de ir expresando todas las posibilidades. La lógica del teatro de Brook choca con la
lógica comercial: exige mucho tiempo y grandes espacios. A veces, incluso,
espacios geográficos determinados en los que la asistencia no podría (ni de
lejos) costear el costo de producción. Los intereses de los espectadores dan
sentido a la representación. Un buen ejemplo sería el “Marat Sade…” (P. Weiss) con todo el trabajo de investigación y toda
la reflexión metateatral implicada. O, en fin, “Monos como Becky”, “documental-teatro”, en la que Joaquim Jordà
hace representar a los “enfermos” del
“Centro de Salud Mental del Maresme” el asesinato del doctor Egas
Moniz. La representación en la que culmina todo, es, en realidad, lo de menos.
Lo importante ha sido el camino seguido para llegar allí, la transformación
ocurrida en cada uno de los “actores-pacientes”
y en el propio “director-paciente”.
Aquí he anotado
el mero guión, por así decir, de lo que me espera. No se puede estar toda una
vida con ese irritante vacío. Espero tener tiempo para profundizar y poder
presentarme ante el altísimo, el día del examen final, con la lección
aprendida.
Anotado lo
anterior, me pimplo un carajillo de Terry (mitad-mitad) y me zampo unas
tostadas rociadas con el magnífico aceite griego y salpicadas con picante
orégano del “Monte Negro”, recogido
mata a mata por mi amigo Blasi: algo así como “Cocodrilo Dandee” de Peloponeso.
Precisamente fue
Giorgos, el carnicero (en sentido literal) de Trikala, quien dirigió mi atención hacia el “Eduardo II” de 1923. Fue durante sus ensayos que Asja y Valentín dejaron
caer aquello de las “caras blancas de
queso”, primer paso hacia el esquematismo y la abstracción. Panaiotis,
cabrero, por su parte, nunca ha comulgado con esas técnicas tan “heladas” (así las califica), ha
preferido siempre el calor que desprende el “método Stanislavsky”. Así, dice, se hace entender por sus
rumiantes. Y es que allí, por los altiplanos del Cilene, la teoría teatral es un asunto que interesa
sobremanera.
–¿A
qué método se ajusta el mundo “como voluntad y representación”?¿Cuál es método natural que tiene el mundo para
representarse?
Hegel empieza a
ponerme en verdaderos aprietos conceptuales.
Y continúa “…por que el mundo no son
las cosas, son los hechos. Las cosas no se representan… ¡son! Sólo los
“hechos”, en tanto que relaciones anudadas, pueden ser “representados”.
–“Hegel”…
¡Has oído campanas, pero no sabes dónde!
--O.K.* (Oll Korrect)
--O.K.* (Oll Korrect)
Y es que
Wittgenstein, tal día como hoy, del año 1913, estaba pensando el contenido
de la carta que le enviaría el 25 a
Russell, en la que se quejaba del martirio que supone no tener el talento
suficiente para expresar lo que se quiere
(y lo que quería era hallar la forma de representación capaz de abarcar
todo el contenido significativo del mundo y que hiciera evidente el error
categorial de la “Teoria de los Tipos”
del profesor inglés).
Es necesario
profundizar en la naturaleza de la “representación”.
En el mismo
momento en el que Wittgenstein se lamentaba de su limitación, A. Cravan, “chevalier
d’industrie, marin sur le Pacifique, muletier, cueilleur d’oranges en
Californie, charmeur de serpents, rat d’hôtel, neveu d’Oscar Wilde, bûcheron
dans les forêts géantes, ex-champion de France de boxe, petit-fils du
Chancelier de la Reine, chauffeur d’automobile à Berlin, cambrioleur, etc.,
etc. “, a oscuras (no por las mismas
razones que el “pirómano” Wranka”), se aburría en su vivienda de la Avenida del
Observatorio. Calibraba la distancia entre sus deseos y la monótona realidad
diaria: “Estoy aquí porque la vida no
tiene solución”. Y estaba, sin embargo, a punto de ser testigo de una epifanía.:
dina
“C’était la nuit du vingt-trois mars dix-neuf
cent treize. Il
pleuvait (yo añado: era Domingo de Pascua y plenilunio) Dix heures avaient déjà sonné. J’étais
couché tout habillé sur mon lit, et je n’avais pas pris soin d’allumer la
lampe, car ce soir-là je m’étais senti lâche devant un si grand effort. Je m’ennuyais affreusement.”
Y se le presentó (nada más ni nada menos) su
tío Óscar (como un “paquidermo”, “más musical
que plástico”), ahora Sebastián Melmoth. Demasiado viejo para su edad: pelo
ralo y blanco, dientes sustituidos por verdaderas pepitas de oro, tono general
apagado…
–“¿Tus
oídos pueden escuchar cosas inauditas?”
Habría muerto, pobre
y abandonado, durante los fastos de la “Exposición Universal” de 1900. Sin
embargo ¡ahí estaba!... bebiendo unas copitas de Brandy de Jerez y (¡de
perdidos al río!) unos vasos de vino de “barrière”,
rojo como la sangre. Se confiesa cansado e incapaz de ir a seguirla a Montmartre. Escribe, mientras puede, unas obras para Sara
Bernhardt y unos versos, que considera los últimos. Cravan, que se cree su hijo
y de Nelly (“mi madre y yo, no hemos nacido para comprendernos”) le
propone publicar alguna cosa en “Maintenant”.
Imposible. Melmoth le permite hablar del
encuentro, pero sólo cuando pasen seis meses. Por eso esta entrevista sonámbula
fue publicada en el “Maintenant” nº 3 (Octubre, Noviembre de 1913) y no en el
número 2, de marzo-abril.
Así pues, sobre
las 3 de la mañana del Lunes de Pascua, O. Wilde se pierde definitivamente por las calles de Montparnasse…mostrándole a
su “sobrino” una forma elegante de desaparecer de este mundo, que Cravan
conservará en la memoria y pondría en práctica en el Golfo de México, recipiente de suicidas.
Fue precisamente
en 1913, cuando el verano tocaba a su fin, que el misterio de Wranka empezó a
desentrañarse y fruto de ese desentrañamiento volvió a ser José Koljaiczech,
(abuelo de Óscar). Con ese nombre no podía aspirar a la felicidad…ni siquiera a
la tranquilidad. Desapareció en las
aguas del Vístula (allí donde Wittgenstein sintió el aleteo de la muerte)…o
puede que, cogido al fondo de una balsa maderera fuera a parar al Báltico y de
allí, dios sabe cómo, a Búfalo, USA.
Lean Vds. las
aventuras y desventuras de Óscar (y de media Europa) en el “Tambor de hojalata”, publicada tal
día como hoy, del año 1959.
Pongan la cristalería a salvo.
* * * * *
“Estaba acostado sobre mis
sábanas
Como un león sobre la arena
Y, por efecto admirable,
Dejé caer mi brazo…”
“Ah ! laisse-moi rire, rire, mais rire comme Jack
Johnson ! “
(A. Cravan)