En
la edición de Lourdes Carriedo se afirma: “El
domingo 17 de abril de 1917 (el narrador) conoce a Marthe”. Él tiene 16 años, ella 18.
A
mí, como saben, esas efemérides me arrebatan
(como diría el otro, el desaparecido); así que cuando descubro su falsedad me
encorajino: El 17 de abril de 1917…
¡cayó en martes! y, además, el narrador nunca precisa de fecha de ese
encuentro. Fue un domingo de abril, cierto, pero no el día 17. Pero, en fin…
La
luna estaba como una finísima rodaja de sandía; el 21 desaparecería.
Mientras
el narrador se reprocha no haber sido lo suficientemente valiente como para
besar en el cuello a Marthe (guerra),
Vaché remite a Bretón la definición de UMOR: “Creo que es una sensación–casi dije un SENTIDO–eso también–de la teatral (y lúgubre) inutilidad de todo.” Breton
se encuentra en La Pitié, esta vez
como enfermo, a la espera de una operación de apendicitis, lo que no era
obstáculo para asistir a los miércoles floridos
de Apollinaire y escribir un, inédito, estudio introductorio a Calligramas. Radiguet mariposeaba y
Cocteau salivaba.
Nord-Sud (“rival”
de SIC) con Reverdy al frente, ve la luz.
Al
final de la primavera, mientras Marthe,
aconsejada por la maldad del narrador, elige los muebles con los que castigará
a su marido ausente (y el amante presente sueña con los versos de Baudelaire…):
(…) Tendremos camas de olores
suaves,
y divanes tan profundos como
tumbas,
y en los estantes flores extrañas
abriéndose
para nosotros bajo cielos más
puros. (…)
…
Marguerite revela a su hijo Louis (Aragon) la identidad de su verdadero padre.
Hoy,
17 de abril del año 2018, tampoco es domingo… ¡es martes! y no hay luna. El 17
de abril de 1891 fue viernes y Rimbaud, el infernal,
se embarca en Adén con destino a Marsella. Allí le cortarán la pierna y le
darán tanda para el más allá.
Estoy
en los alrededores de la gare de Sucy, lindante con Ormesson, bajo las
influencias del Marne. Sureste de París. En media hora se encontrarán en la
gare de Lyon. Después de buscar y rebuscar he dado con este Kebab perdido entre
boucheries, farmacias y
establecimientos financieros. Por cierto, si no tienen mi pasión por las
efemérides, ni una atracción desmedida por el pasto... ¡ni se les ocurra pasar por aquí! Para más desgracia el camarero me
comunica que no sirven alcohol, así que pido una granadina y ¡salga el sol por Antequera!
Si
Udes. leen la novela, estarán al caso. No se viene aquí por gusto. Han
desaparecido los prados, los riachuelos, las flores y flota en el aire la
desilusión. ¿Desilusión he dicho? ¿Qué desilusión? Nunca la hubo. Flota la
sordidez. Frente a mí un puente de
hierro resto de antiguas épocas. Bonito sitio para beber una granadina: El amor
todo lo puede.
Perdonen Udes. el párrafo anterior: lo escribí antes de visitar la localidad. Sigue siendo un sitio estupendo para una granadina, pero he acabado de zonas verdes hasta la coronilla.
Bueno,
pues eso. Un chaval se enamora de una chica comprometida con un joven que está
en el frente. Se trata de la primera guerra y de las largas e inesperadas vacaciones. Mujeres deseosas, jóvenes
serviciales. Amor a primera vista y toda una lección de “amor pasión” y
ejemplificación de cada una de sus siete fases (Stendhal).
¡La guerra como condición de posibilidad de la felicidad! (provisional).
¡La guerra como condición de posibilidad de la felicidad! (provisional).
Pasan
las veladas de invierno acurrucados junto al fuego de madera de olivo; llegan cartas del frente que son consumidas por
ese fuego propiciado por el suegro. Marthe
y el narrador, para los que la guerra es una circunstancia propicia, juegan al
amor pasión que, en marzo del 18 (un año después del primer encuentro),
cumpleaños del narrador, se consuma… y empieza a consumirse. Breton empieza a
leer a Lautréamont y a recitarlo a gritos en las lúgubres galerías de
Val-de-Grâce. El narrador ha cumplido 17 años y Marthe le ha regalado una bata
de estar por casa idéntica a la suya. Jacques
sigue en su batallón con la mosca
tras la oreja. No le importaría que una esquirla de obús se alojara en su
cráneo… como acaba de pasarle a Apollinaire; por suerte la gripe española acechaba.
¡Tú aquí defendiendo el honor de la patria, y en retaguardia perforándote el honor!
¡Tú aquí defendiendo el honor de la patria, y en retaguardia perforándote el honor!
Aquí
la historia (era de esperar) inicia el descenso (por una temporada) a los
infiernos. Con la posesión se descubre el déspota y la sierva. Y a su alrededor
la jauría de los bienpensantes.
Bueno,
la cosa sigue. Marthe se queda
embarazada. Hijos de la guerra como, Althusser, Edith Piaf… Armisticio. El niño
nace sietemesino y, gracias a esa irregularidad, se aclara la paternidad. El
mismo novelesco día dos jóvenes son encontrados muertos en el Hotel France de la ciudad
de Nantes. Uno era Vaché. Vaché no estaba dispuesto a morir en tiempos de
guerra… ni a morir solo: “Moriré cuando
quiera morir… Pero entonces moriré con alguien. Morir solo es demasiado
aburrido…”
Jacques
vuelve del frente. Marthe muere
(¿gripe española?) pronunciando el nombre de su amado, y el narrador,
aventajado aprendiz de verdugo, se dispone a empezar un nuevo curso escolar. Jacques vivirá para (y por) el niño, al
que cree su hijo.
“Al ver aquel viudo tan digno y que
dominaba tan bien su desesperación, comprendí que a la larga, las aguas del río
vuelven a su cauce. ¿Acaso no acababa de saber que Marthe había muerto
pronunciando mi nombre y que mi hijo disfrutaría de una existencia razonable?”…
¡¡Demasiado joven para tanto cinismo!!
En
Zurich se inaugura la Galería Dada: “La
Tempestad”.
Como
en Balzac, como en Stendhal… el amor-pasión desemboca en la desgracia.
Inevitable no pensar en los desenlaces, vertiginosos, de las dos grandes
novelas de Stendhal. Y, naturalmente, en los análisis psicológicos de La Princese
de Clèves. Radiguet entronca con esa tradición tan francesa del ¿realismo
psicológico-sentimental?, rechazando las nuevas formas que surgían de las cenizas: “Retorno al orden”.
La
novela fue un éxito. Anunciado como el nuevo Rimbaud, Radiguet, ese “niño con
bastón”, fue enculado… uy, perdón, encumbrado, de las manos ubicuas y tremendas
(más grandes, incluso, que las Miguel-angelescas
de Isadora) del acomodaticio y halitósico Cocteau, al olimpo de las letras que
se dice. Lástima que muriera a los 20 años. Era el año 1923. Dada fallecía y el
surrealismo estaba a punto de manifestarse oficialmente.
Cuando
volvieron los supervivientes, a la patria no le salieron las cuentas: Faltaban
un millón y medio… y sobraban los cientos de miles de mutilados o afectados por
esa nueva enfermedad que dio en llamarse neurosis
de guerra. Estremece leer el catálogo
(que recogió Elmer Ernest Southard) de
mentes y cuerpos destrozados por la guerra, junto con los nombres de los
médicos que trataron a las víctimas en sus respectivos países de origen.
Se
marcharon alegres: He aquí una oportunidad de reivindicar mi hombría y la
superioridad de mi patria, se dijeron. Volvieron, alterados, a un mundo que no
era el suyo. Entre lo anecdótico, lo que le pasó al infeliz Jacques de la
novela de Radiguet.
Abandono
este desolado kebab sin tocar la granadina y me dirijo a la estación. Media docena de
individuos, desde las diferentes esquinas de esta malformada plaza, hacen lo
mismo. Veo cómo el camarero, sin remordimientos, se pimpla el rojo brebaje.