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domingo, 1 de septiembre de 2013

Propuesta para hoy, día 1 de septiembre. Muerte de Adriano IV, papa, condimentado con algunas metáforas de Borges.



Que en boca cerrada no entran moscas es, además de un poético y defensivo consejo, una proposición que enuncia una imposibilidad  física que roza lo tautológico. 

 

Adriano IV, Nicolás Breakspeare de soltera, papa número 169 de la Iglesia Católica, fue destinado por el azar a dar renombre imperecedero a la villa de Agnani cuya grandeza se vería incrementada por la histórica bofetada pre-cismática, con guantelete de hierro, que un Colonna, espoleado por Felipe el Hermoso (el francés), le arreó al avaricioso Bonifacio VIII que, de bondad, sólo tenía lo que se reflejaba en su nombre impropio. Fue el simbólico final de la edad media. Como la espuria patada en el trasero de Mozart lo fue del Antiguo Régimen… Y de paso para mostrarnos que no somos nadie y que otros aún son menos.
Añadir la mítica bofetada que le arreó Breton a Erheburg poco antes del Congreso de Escritores; la más discreta de Toscanini a R. Strauss por su veleidades y la cinematográfica... que encajó a la perfección nuestra Rita H.



El 1 de septiembre del año 1159 amaneció, que no es poco. Nicolás, dadas ya las nueve, pidió que le trajeran el salto de cama. Las moscas estaban pesadas, septembrinas.
Desayunó huevos, jamón, panceta y ajos y cebollas… acompañado de un vaso de vino del terruño. Finiquitó con una infusión de algarroba, a la espera del descubrimiento de América y los adelantos en la destilación. Evacuó en el pestilente agujero en la vertical exacta del pozo ciego. Las moscas se arremolinaban. Como de costumbre, no se lavó. Pidió, ¡siempre pidiendo! que le vistieran y se ató a la cintura una bolsita con flores secas de lavanda… La comitiva, ni eso. Dispuestos para el paseo matutino parecían un grupo de cuervos ahítos, gaviotas del odio, o un desordenado fardo de ropa arte povera… Y, así, envueltos en tremendas telas color cárdeno y tocados por sombreros dispares, salieron, entrecerrando los ojos, mostrando la encía, a la luz zaratustriana de la hora del ángelus… y dejando a rebufo el acostumbrado rastro de mierda humana. Los atribulados vecinos de Agnani cerraron las ventanas.
La panceta y la cebolla empezaron a surtir efecto y el interior de los hábitos a llenarse de gases putrefactos. Se cogieron de la mano, asiento del neblí, para no elevarse como globos aerostáticos. En realidad en eso consistía la levitación, pero no estaban, aquella mañana tan calurosa y predestinada, para milagros baratos.


Al pasar por la placeta del pueblo, el ruido cantarín y alegre de la fuente les atrajo como a las moscas un panal de miel. Adriano IV, papa, fue el primero en amocharse. Con delicadeza para que ni una gota de agua salpicara su piel, abrió la boca desdentada y la colocó en la vertical del chorrito, como antes había colocado cuidadosamente el culo en la vertical del pozo ciego. El agua limpia, fresquita llenó su oquedad. Cuando iba a dar el segundo trago, una mosca entró ligera y curiosa en esa lóbrega cueva. Revoloteó y decidió investigar los interiores de la tráquea, o faringe o laringe…. que nunca sé que es exactamente qué. Quiso gritar que se ahogaba pero sólo pudo articular las vocales abiertas. El séquito miraba pasmado cómo el santo padre se cogía la garganta con las manos, cómo la lengua, espada de la boca, se tornaba negra, cómo los ojos, piedras de la cara, pugnaban por salirse de las órbitas y cómo finalmente la misma cara se tornaba cárdena. El séquito lo consideró reflejo, pero Nicolás, abandonando por un momento la garganta se aferró al pecho, casa del aliento, y cayó redondo al suelo produciendo un ruido amortiguado por la excesiva acumulación de textil. La mosca logró escapar con el último suspiro.


Así fue como murió Adriano IV que había sucedido a Anastasio IV.


RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...