Ourense está rodeada de fuego. El
calor es asfixiante. Y, por si fuera poco, la humedad que sube de la
enloquecida ría, pone las cosas imposibles.
Hoy se me presenta una verdadera alternativa: o bañarme en
colesterol en Vilalba (que prepara las fiestas de San Ramón), en compañía de
los jubilados de media Galicia y después echar unas partidas al bingo y asistir
a la agonía de alguno de los participantes;
o bien, visitar Cariño…y dedicarle la estancia a la dama de mis sueños.
Sin
mirar la ría.
En una hora estoy en Cariño. Al
final-final de la ría de Ortigueira.
Desconozco las razones toponímicas (o
el arrebato) de quien otorgó el nombre. Sea como fuere, el paraje no tiene nada
que pueda relacionarse con la ternura. Pero, si a eso vamos, tampoco Fortuna
tiene nada que ver con el nombre que le endosaron. O Caravaca, por decir algo.
Lo cierto es que estoy en Cariño pimplándome una cerveza en el bar que hay
justo enfrente del cuartelillo (nunca
mejor dicho) de la Guardia Civil. ¡Por favor! ¿En ese cuchitril deben de estar
hacinados los miembros de la benemérita y sus familias…como en los pasillos de
cualquier ambulatorio de la Seguridad social? Claro, después salen de ese
agujero con ganas de expansionarse y pasa lo que pasa.
Soy el único cliente, creo que en
semanas. La ensaladilla parece engrudo. Los boquerones en vinagre, no hay dios
(¿) que los despegue del plato, se han pegado como la venda a la herida. La
especialidad son los cacaos y los quicos: imperecederos. Cuanto más se
sequen más se acercan a su esencia: frutos secos.
Huyo de este ventorrillo. Quizás en
el puerto esté la cosa un poco más animada.
Transito por la calle Fraga
Iribarne, por la de la Constitución, por la de la Paz… ¡Dios (¿) mío, dame
paciencia y húrtame la glándula de la lógica.
El sol está en su cénit local. Las
sombras se acortan, parecen querer huir del calor sofocante e introducirse en
aquello que las produce. O, directamente, dejar de existir para siempre…aunque
sea gratis. “Peter Schlemihl” (Von Chamisso (*)) la perdió por una bolsa de monedas de oro que nunca se
acababan. Ya saben vds. el destino del héroe “desombrado”… hasta su final feliz en Tebas con su perro “Fígaro”. La simbología es neta: la
pérdida de una parte esencial de nosotros mismos no se puede pagar con dinero.
Otra versión de “pacto con el diablo”.
La obra es uno de los cuentos más deliciosos (¡?) de la literatura universal,
apropiado para todas las edades. Así que si tienen hijos léanle esa conmovedora
e instructiva fábula.
La familia de Chamisso procedía de
Francia. Huyó de la Revolución y de la guillotina, que fue implantada
definitivamente en Francia tal día como
hoy, del año 1792. Y ello por razones humanitarias y de igualdad. Sobre
este artefacto ya he dicho algo en otra ocasión. No recuerdo cuándo. Pasan los
días, se amontonan los acontecimientos sin orden ni concierto y, con ese
amontonamiento, mi lucidez, si alguna vez la tuve, se va apagando.
Hablando de pactos diabólicos y
tal, me viene a las mientes que tal día
como hoy, del año 1798, nació
Jules Michelet. “La Bruja”, que por
estas tierras se tiene como obra de cabecera, puso a las claras, de forma imaginativa
(que no histórica), la naturaleza de la “brujería”
medieval.
De camino me encuentro con el bar ”El
Puerto”. Tiene, en la acera, unas mesas metálicas, miserables y a temperatura
de fusión. Un toldo a franjas azules y blancas, como una gigantesca camiseta
del “Deportivo”, irradia calor. Unos
mozalbetes de “La Safor” (los
reconozco de lejos), casi en pelotas, acaban de pegarse un atracón de lo que
ellos denominan marisco: mejillones y sardinas.
Amontonan las botellas de vino debajo de la mesa. Su risa es contagiosa:
te contagia un odio irresistible por la raza humana.
Paso de largo.
“Cariño” mío, tendrás que
conformarte con esta amargura, con este deambular sin sentido. Quise ofrecerte
la excursión del día…pero más me hubiera valido ir a jugar al bingo (y al
entierro).
En la cantina (¿cómo llamarlo?) del
puerto pido un bocadillo de atún (¡que me abran la lata en mis narices!) con
olivas rellenas de bote y un tercio de cerveza. Por suerte tienen “La voz de Galicia”: “Muere un niño de doce años atragantado por una salchicha”. Es la única noticia que, sin
ser alegre, parece tener visos de verdad. Me salto las primaveras árabes, Siria
y demás.
Infórmense vds. en sitios serios.
Resulta que el chaval que, digo yo,
iría con hambre de semanas, cogió la salchicha que le ofrecían y la engulló,
como engulliría una boa a un lepórido de monte. Con la envoltura incluida. No
pudieron hacer nada por su vida. La salchicha taponó lo que tenía que taponar
para matarlo. En Cádiz…Pero las noticias corren como la pólvora. A Schumann le
pasó algo parecido (¿). Es lo que tiene ese dar generoso, ese ofrecer desprendido,
ese obsequiar altruista…Por cierto, Schumann puso música a algunas canciones (“lieder”) de von Chamisso.
En eso que aparece un ciego (¿) con
gafas de sol de un negro absoluto. Lleva los “iguales” cogidos con una pinza al bolsillo de la camisa de manga
corta. Tantea el terreno con el bastón extensible, como la araña evalúa su red.
Se dirige a la barra y coge, sin vacilación, una banderilla que se zampa entre
ácidas muecas. Tiene práctica el muy bribón. Se saca el palillo a la velocidad
de la luz. Y se queda impertérrito
mirando al frente, según la proporción áurea. Ha sido como una operación
taquigráfica. Un esquema de acción.
Este cabrón me va a dar suerte:
–Oiga
vd. invidente…
–¿Es
a mí?
–¿Ve
vd. cualquier otro ciego, aquí entre nosotros?
–Pues
no. No lo veo. Pero pudiera haber algún otro escondido o qué sé yo…
–¡Deme
un “muerto”!
Escoge a ciegas un boleto, lo dobla
en cuatro. Escupe en el boleto (y me cae en las “crocs” chinas), lo frota contra la madera de la barra y lo dirige,
empapado en cerveza agria, hacia donde se supone que se encuentra el
interlocutor: YO. Lo cojo y me lo guardo en el bolsillo (¿en cuál? ESO ¡no
importa! Importa que compro un “ciego”
y me lo guardo!).
–Cantinero…¡Póngale
OTRA banderilla al lotero. Esta la pago yo!
EL
CANTINERO: ¡¡¡¡¡
EL
CIEGO: ¿Lo jugamos a los chinos?
Bueno ha pasado la mañana de esta
forma tan nuestra. No puede dudarse de que estamos en tierras de “brujas”.
De vuelta a la ría. Ahora parece
que está subiendo. Cojo otra hoja del “Diario
de Galicia” y me preparo una
Melita. Unos chupitos de “El Afilador”.
La guillotina (*). El pobre Luís XVI
introdujo un perfeccionamiento decisivo: la inclinación de la hoja. Sus últimas
palabras, huérfanas de gestualidad mayestática, fueron: “¡Ven Vds. como YO tenía razón!
Pequeños cúmulos, en rebaño.
El sol produce “a través del húmedo velo de las nubes una
luz tenue, casi submarina, con sombras prendidas que se disolvían como el humo.
Era la luz que Leonardo prefería, porque daba, según él, un encanto particular
a los rostros femeninos”. Y esta luz era filtrada artificialmente con un
toldo desplegable, según el gusto o la necesidad. El toldo cubría un patio
rectangular de 10 x 20 codos, pintado de negro. Leonardo había dispuesto la escena
en la casa de Piero Basto-Martelli, comisario de la Señoría. Florencia,
naturalmente. Y allí acudía la señora Lisa, de ascendencia napolitana y tercera
esposa de Francesco de Giacondo.
Si se colocan vds. dándole la
espalda al Baptisterio, se abrirá ante vds. la calle Martelli. La segunda casa
a la izquierda. Allí fue retratada la Gioconda. Objeto de esperanzas
incumplidas, caritativa, recatada, fiel, cariñosa madre (que no “madrastra”).
En fin…todas aquellas virtudes que hacen de una mujer un monumento funerario.
Leonardo alquilaba músicos y bufones para que las largas sesiones se hicieran
más llevaderas. Le hablaba de Venus y tal… Pero ¡ni por esas! Un día de verano,
tal como hoy, del año 1505, posó por última vez. La pintura quedó incompleta
(Vasari). El pintor fue añadiendo toques impregnados de melancolía, hasta que
decidió olvidarla, imbuido como estaba en el desvío del Arno y la “Batalla de Anghiari”. La obra pasó, con
Leonardo, a la corte de Francisco I. Napoleón se enamoró de ella y la clavó en
su dormitorio. En 1815 pudo ser contemplada en el Louvre.
Y allí estuvo hasta tal día como hoy del año 1911.
Era lunes, y como saben vds. el
lunes es el día en que cierran todos los museos del mundo. A las siete de la
mañana, Vincenzo Perugia, que había trabajado en el Museo y que conservaba
llaves e indumentaria, se puso la gabardina blanca, propia del “staff”, entró como Perico por su casa,
descolgó el cuadro, lo liberó del marco, lo enrolló y salió por donde había
entrado, con el precioso botín oculto en la gabardina. En la pared dejó el
vacío más famoso de la historia del arte. Frente a él, el vacío de I. Klein es
una impostura… Aquel hueco batió el récord de visitantes. La gente hacía colas
que llegaban hasta Vendôme, para ver ¡Nada! Fue de las primeras provocaciones
artísticas, de un interminable y aburrido rosario de ellas. No nos olvidemos de
Dorgelès.
Las peripecias que siguieron y el
desenlace son conocidos por vds. Pero quizás no sepan lo que paso a relatarles.
Picasso, que había abandonado “Le Bateau Lavoir”, por un piso burgués
en el Boulevard de Clichy, y que no sé por qué motivo le había dado por la
comida sana y por el agua, se aburría sobremanera. Poco a poco, sin embargo, se
fue acostumbrando a los fastos. Su único día divertido eran los domingos,
cuando acudían los amigos: Salmon, Apollinaire, Max Jacob y, a veces, “Manolo”, que por entonces ya había “emigrado” a Céret.
Ya, “en cordada” con Braque, se había sumergido en la deconstrucción
hermética de lo real. El verano anterior, en Cadaqués, había llegado al límite.
Tocaba replantear el problema. Se decidió un regreso lento y cargado de
experiencia, a la realidad. El verano de 1911, en Céret, se observarán los
primeros detalles de este regreso (cubismo sintético)… ¡No digo más!
Picasso acude a la invitación de
Manolo. Después acude Fernanda, Braque, su esposa y otros amigos. La estancia
acabó de forma abrupta.
El 22 de agosto los vespertinos
anuncian el robo de “La Joconde”. El 24, en “L’Intransigeant”, Apollinaire, olvidadizo, se queja de la poca
vigilancia de los museos franceses (vox
populi) y concluye “El Louvre está
pero guardado que un museo español”.
Apollinaire ha cometido una imprudencia imperdonable.
Mientras tanto, Géry-Pieret, un “aventurero” belga, declara en las
páginas del “Paris-Journal” que él había robado (1907) tres
estatuillas ibéricas del Louvre (dos de las cuales fueron ofrecidas a Picasso
que las compró por cincuenta francos y las “utilizó”
para “Las señoritas de Aviñón”). Al mismo tiempo que publica su aventura, el
“aventurero” ofrece la tercera
estatuilla al diario, que la compra en vistas a la publicidad consiguiente y a
posibles investigaciones posteriores.
Así las cosas es lógico que Picasso
y Fernanda hicieran las maletas y se prepararan para lo peor.
Apollinaire, enemigo, en plan
futurista, de los museos, e íntimo ex–amigo del “aventurero”, calibra exactamente el peligro: Son los sospechosos
número uno del robo de la Monna Lisa. Va a recibirlos a la Estación y se
dirigen raudos a Clichy. Los artistas tiemblan “como niños contritos y espantados”. Sólo Fernanda mantiene el tipo.
¿Qué hacer? Además, por si la cosa
estuviera poco cargada, ¡son extranjeros! Y pueden ser expulsados del país.
B. Cendras lo cuenta de forma
inmejorable: ¡léanlo!
Hacen planes para deshacerse de la
mercancía. Fernanda (los artistas tiemblan de indecisión) les consigue una
maleta grande y, amparados en la oscuridad de la noche, se dirigen al Sena,
como descuartizadores peligrosos. Sus palpitaciones resuenan en un radio de 9
metros. Algunos cristales vibran, con vibración sospechosa. Sombras cruzan las
calles. La pareja se pasa el fardo cada cinco minutos, con precisión asesina. Ya
cerca de la corriente, oyen un ruido que sobrepasa el murmullo estable de la
urbe. Espantados, vuelven a subir, con botas de siete leguas (*), hacia Clichy, con el fardo.
Fernanda les sacó ropa interior limpia. Y volvieron al principio: ¿Qué
hacer?...pero…¡peor!: había una solución menos. Los rosados dedos de la Aurora
asomaban por Menilmontant. Fernanda les prepara una Melita con la página de “L’Intransigent”. Y fue entonces cuando
les vino la idea definitiva (nada original): entregarían las estatuillas al “París-Journal” que, en beneficio de la
publicidad, las devolverían sin citar nombres.
Y allí los tienes a las siete de la
mañana, esperando a que abrieran las oficinas en las que trabajaba Salmon. Se
hizo la entrega y ¡todo parecía concluido!
Pero…¡NO! El día 7 de septiembre
fue detenido Apollinaire: Una semana en la “Santé”
(no confundan vds. con “Une semaine de
bonté”):
“Avant
d’entrer dans ma cellule
Il
a fallu me mettre un
Et
quelle voix sinistre ulule
Guillaume
qu’es-tu devenu”
También fueron a por Pablo. Y aquí
vino lo imperdonable: Picasso renegó, por tres veces, de su compañero del alma:
“Je ne connais pas de poète”. Finalmente
todo se aclaró (pero la herida se había producido) y también Apollinaire,
absolutamente inocente, fue sobreseído (Enero de 1912). El “affaire”
fue ocasión para que los fascistas de siempre, esta vez en la voz de Daudet, mostraran
su desprecio por los judíos, extranjeros y “metecos”.
Apollinaire quiso hacer algo para
ganarse el reconocimiento y la nacionalidad francesa: se fue a la guerra y
volvió con la cabeza llena de metralla. Murió de la gripe “española”.
La Gioconda apareció en 1913:
Convertida en mito.
Acabo la olla de grelos que me
trajo Xosé y me dispongo a ver “La Banda
Picasso” de Fernando Colomo. Bueno…¡entretenida!
Pongo el teletexto para comprobar
el cupón. Lo saco. Lo despliego y… ¡está en blanco!
–¡Me
cago en el ciego de los cojones!
Monna Lisa sigue sonriendo.