“Ahora bien, con este esbozo el
pintor trabajaba en su casa en las litografías, tratando, litografía tras
litografía, de alejarse cada vez más del aspecto natural, y al mismo tiempo de
no violar su estilo artístico, sino más bien acercarse cada vez más a él, línea
tras línea. Es así por ejemplo que el pabellón de la oreja ya perdió las volutas humanas del borde minucioso, y se
convirtió en un arabesco semicircular y hundido, en torno a un pequeño orificio
oscuro.” (Kafka. 23 de
diciembre del año 1911. Sábado).
“El domingo pasado por la noche, a
las 11 y media, un pintor llamado Vincent van Gogh, natural de Holanda,
apareció en la maison de tolerance nº. 1, preguntó por una tal Rachel y le
entregó una oreja con estas
palabras: “Guarde este objeto cuidadosamente”. Luego desapareció. La policía
informada de estos hechos sólo atribuidos a un pobre loco, buscó al día
siguiente a este individuo y lo encontró acostado en su cama y sin dar a penas
señales de vida” (Prensa de Arlés bajo el rótulo de “Noticias locales”. El hecho había
ocurrido tal día como hoy, del año 1888).
–“Ecce auris – diría el desdichado
entregando un ensangrentado papel de estraza. Entrégueselo al pintor del futuro. Sé que los modelos naturales
escasean. ¡He aquí mi contribución!
Hacía
dos meses exactos que Gauguin había recalado en Arlés con la intención
manifiesta de coproducir un “Japón en el
sur” (y con la intención latente de pirárseles a la primera de cambio). No
es que Vincent le cayera mal (¡al contrario!), pero no podía soportar su
cháchara sobre la autenticidad y la necesidad de no apartarse lo más mínimo de
la naturaleza. Gauguin había optado por el “sintetismo”
y no estaba dispuesto a coger una pulmonía exponiéndose al inclemente mistral.
Venía contento. Theo (van Gogh) había conseguido vender alguna cosa y le había
prometido ayuda financiera. Además la casita parecía acogedora y, tal como pudo
comprobar en el cuadro que le envió Vincent, de un amarillo arrebatador que
anunciaba el oro de la esperanza y la amistad. Van Gogh compraba y Gauguin cocinaba.
Perfecto. La economía doméstica rulaba. Pero la economía del espíritu (¿)… Arlés
le había defraudado profundamente. Este no era el reino de la luz y del color.
Era la tiranía del blanco-gris que sofocaba cualquier muestra de color local.
Gauguin deseaba el trópico y se encontró con el desierto.
Gauguin
avanzaba, de la mano de Bernard, hacia una reducción esencialista, un
esquematismo de los volúmenes, hacia un perfilado espeso y definido, hacia los
grandes campos de color, hacia el olvido de la pincelada corta y nerviosa,
hacia una meditada composición, hacia lo desconocido… Van Gogh profundizaba en
las pinceladas electrizadas, como campos magnéticos; en el empaste. ¿Puedo decir
que la obra de Van Gogh es como una ranura por donde se muestra el mundo?
¿Puedo referirme a su obra como “hierofante”?
Las obras de Gauguin son “proyecciones”,
donde aprendemos acerca del artista. Las de Vincent, “agujeros en el mundo”,
por donde miramos ateridos.
–¿Te vas a ir?
–¡Sí!
Entonces
Vincent recortó una frase que había en un periódico y se la puso en la mano a
Gauguin: “El asesino se había dado a la
fuga”.
Gauguin
lo tenía claro. No quería que se repitiera la escenita del café. No quería
porque no sabía si podría volver a contenerse o le metería un estacazo que le
partiría la cabeza. Vincent no podía vivir con esa incertidumbre. Así que aquel
fatídico domingo de diciembre, cuando Gauguin, después de una cena frugal,
salió a estirar las piernas y a hacer lo que tuviera que hacer, oyó unos pasos
agitados y familiares. Se volvió y vio al “loco”
que lo amenazaba con una navaja barbera. La mirada de Gauguin fue como la de
Medusa. El infeliz armado, volvió sobre sus pasos y, martirizado por las erinias,
entró en la casa amarilla (a esa hora, parda). Cuando salió llevaba en la mano
un paquete ensangrentado…
“Al pasar ante la maison de tolerance nº 1,
regentada por una tal Virginia…la prostituta (Rachel) cuyo nombre de guerra era
Gaby, en presencia de la propietaria me entregó un periódico… diciendo: “Mire que regalo nos ha hecho el
pintor”. Les hice algunas preguntas y abrí el envoltorio, que resultó contener
una oreja. Mi deber era informar a mi superior… que partió hacia su casa con
otros gendarmes” (Recuerdos del
policía Robert).
Mientras
Vincent se dirigía, sonámbulo, a su casita amarilla, tras hacer entrega del
paquetito, Nietzsche (¡Ecce homo!)
volvía a casa de la familia Fino a seguir ajustando cuentas con Wagner. No
había tiempo que perder (¡ni que ganar!):
(“El arte de Wagner está enfermo.
Los temas que lleva al escenario—problemas de personajes históricos--, su
pasión convulsiva, su sensibilidad enfermiza, su gusto estético, que introducía
especias cada vez más fuertes, su inestabilidad que disfrazaba de normas, y
sobre todo la elección de sus héroes y heroínas, considerados como tipos
fisiológicos, (¡una galería de enfermos1): todos estos elementos juntos
componen un cuadro clínico que no deja lugar a dudas: Wagner est un névrose”)
El
innombrado y hambriento personaje de Hamsum dice adiós a Christania.
Munch
pasea por la Karl Johan. Un grito
está a punto de desgarrar los cielos huérfanos de dios.
La luna, decreciente y visible al 81%. Las
sombras, sin embargo, eran proyectadas enteras. Era la hora “en la que uno sólo querría escribir música”
(Renard, tal día como hoy, del año 1892).
“La paleta actual es absolutamente colorida: azul celeste,
rosa, naranja, bermellón, amarillo intenso, verde claro, rojo vino puro,
violeta. Pero mediante el esfuerzo de todos los colores se obtiene de nuevo
calma y armonía; ocurre algo parecido a lo que ocurre con la música de Wagner,
que, aunque la ejecute una gran orquesta, no por eso resulta menos íntima.”
(Carta de Vincent a su hermana, que no entendió
nada. Y menos cuando le aseguraba que estaba en Japón: el lugar en donde los cuerpos no proyectan sombras. Desde
Turín llegó un bufido chiricciano).
“(…) Me siento como un extraño en
Arlés; ¡el paisaje y la gente me parecen tan pequeños, tan mezquinos! Vincent y
yo, en general, no solemos estar de acuerdo en nada, especialmente en cuanto a
pintura (…) “Tenéis razón brigadier”, le contesto para que me deje tranquilo.
Le gustan mucho mis cuadros pero, cuando estoy pintando, siempre cree que estoy
equivocado en esto o en aquello. Él es un romántico y yo me inclino más bien
hacia un estado primitivo” (Gauguin. Carta a Bernard. Arlés.
Mediados de diciembre, 1888).
“Veo que me está esperando con los
brazos abiertos; se lo agradezco, pero por desgracia, todavía no puedo ir. Mi
situación aquí es muy penosa; debo mucho a Théo y a Vincent y, a pesar de
muchos desencuentros, no puedo tener nada en contra de un corazón excelente
que, además, está enfermo, que sufre y me solicita (…) De cualquier manera me quedo
aquí, pero mi marcha sigue estando pendiente” (Gauguin.
Carta Schuffenecker. Arlés. Mediados de diciembre. 1888).
Vincent
lo había intuido cuando retrató la “ausencia”
de Gauguin. Éste lo había retratado pintando unos girasoles. Aquél le
correspondió con el “retrato” de su
silla vacía, sobre cuyo asiento descansaba una lóbrega palmatoria. Y es que, en
realidad, apenas se conocían: cuando Van Gogh llegó a París, Gauguin se marchó
a Pont-Avent. Cuando Gauguin volvió a París, Vincent se fue a Arlés. Y tras el
hecho luctuoso, Gauguin se marchó a París y el “loco”, al hospital…paso previo para el psiquiátrico. Podrían haber
coincidido en París, pero, para entonces, Vincent criaba malvas. Gauguin se fue
a las antípodas. Théo y Bernard fueron el medio.
A
la mañana siguiente, Gauguin, consumido, entró en la casa de la plaza de
Lamartine. La casa le pareció amarillo-azufre. Un policía guardaba la entrada y
le soltó a bocajarro:
–“¿Por qué ha matado a su amigo?”.
–¿Matado? ¡Es lo que tenía que
haber hecho! – Pensó.
Subió
al primer piso. Vincent yacía en la “habitación
de artista”. Miró largamente por la ventana. “¡Angustiado que estás tan cerca siempre de la ventana, empañados sean
los cristales!” (P. Handke. 23
de diciembre de 1976). Comprobó que el muerto estaba vivo, cogió sus cosas,
salió, tomó un billete para París y, desde la estación llamó a Théo Van Gogh. Dejad que los muertos entierren a sus
muertos.
“Hoy no pasó nada y si pasó algo es
mejor callarlo, pues no lo entendí”. Así reflexionaba García
Madero, realvisceralista, tal día como hoy, del año 1975.
Si
mis datos son verdaderos, tal día como
hoy, del año 1995, se estrenó Dead
Man (Jarmusch), con lo que la cosa se espesa y se cierra el círculo.
Y
asistimos, acompañados de Nadie, a las nupcias del Cielo y el Infierno… Y la
guitarra de Neil Young engalana de frío adelantado la muerte prometida.
¿Ha
quedado claro?
“¡Oh padres enfermos de un hijo aún
más enfermo, que por tanto se vio obligado a recorrer solo el vía crucis de un
poeta implacable, por motivos absolutamente íntimos e insuperables, por un
destino fatídico, fatalísimo e irremediable que llevaba de forma directa a la
ruina!” (P. Altenberg. 23 de diciembre de 1918. Dos semanas
antes de morir)