“Cuando
se hundieron las formas puras
Bajo
el cri cri de las margaritas
Comprendí
que me habían asesinado.
Recorrieron
los cafés y los cementerios y las iglesias.
Abrieron
los toneles y los armarios.
Destrozaron
tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya
no me encontraron
¿No
me encontraron?
No.
No me encontraron.
Pero
se supo que la sexta luna huyó torrente arriba
Y
que el mar recordó ¡de pronto!
Los
nombres de todos sus ahogados.”
(F.G.Lorca: “Poeta en Nueva York”)
Estoy cruzando Los Monegros. En
coche. Mis ángeles custodios también merecen unas vacaciones. Estarán en las
orillas del Arno refrescándose. Su presencia purifica las aguas infectas.
A derecha e izquierda, desierto: como
alma de recién nacido, en la que aún no ha brotado nada. O la de un “alzheimérico”, en la que ya se ha
borrado todo. En todo caso: un paisaje de alma. Si quieren vds. como la
superficialidad vacía de una novela de Robbe Grillet (*). Ha sido una muy buena idea lo de la neverita portátil. Dos
cervezas por cada cien kilómetros. Dentro de dos cervezas estaré en Nájera.
Ya me relamo pensando en las orejas fritas. Esta afición a los “desperdicios”
del cerdo ha sido algo sobrevenido. Me acosté despreciando “els peus de porc” y demás y a la mañana
siguiente, como inspirado por el Espiritu (oso) Santo, no paré quieto hasta que
no llené la parrilla de orejas, rabos y “peus”.
El significado profundo de tan radical cambio de gusto se me escapa. Tampoco
descarto que sea un medio para algo, que de momento me es desconocido. Los
caminos de dios son imprevisibles y también inescrutables.
En el I-pod: “Woodstock”.
Sabrán vds. que tal día, del año 1969, mientras el huracán Camila
azotada el estado de Misisipi y yo servía copas en una “discoteca” de Mazarrón entre plantas de higos chumbos y
escorpiones, concluía en Woodstock (Nueva York) el festival de rock más
importante de todos los tiempos. Hace como dos horas que Jimmy Hendrix habría
acabado la canción que cerraba el
evento: “Hey Joe”: “Adónde vas con esa arma en la mano?...Voy a
dispararle a mi mujer!...” Otra
bonita canción para inaugurar un congreso feminista. Y hablando de feminismo y
tal, me viene a las mientes que tal
día como hoy, del año 1958,
se publicó “Lolita”: Suicido (¿), asesinato,
muerte en la cárcel y feliz alumbramiento. Una Moritz. Humbert Humbert (E. A.
Poe) Anabel (E.A. Poe) y “Lo”:
mortífero triángulo escaleno. La obra toca un asunto no tan perverso como
parece…pero, en fin, no seré yo (aquí) quien se meta en camisa de once varas.
Un mérito incuestionable: Ha establecido el uso y el significado de “lolita” para referirse como vds. saben a
una “ninfa”.
Les ahorro la descripción de la
comida (aunque ya tienen una idea general) y la lista de aguardientes
engullidos. Voy a Galicia, a O Barqueiro, en la costa de Lugo. Una casa perdida
entre eucaliptos y grelos. Al pie de la ría. Y como nada ni nadie me lo impide
y la luna está casi llena, decido hacerlo de un tirón. Repongo en Burgos. En
Astorga (centro comarcal de la Maragatería, “seca pobre y fría, comercia con animales”), por gusto efemerídico,
consigo unas mantecadas. Sé que no es
el momento; como tampoco lo es del cocido maragato…pero ¿qué quieren? Mi afán
(y sed) de conocimiento me empuja. Fueron creadas en el convento de Sancti Espiritu(oso). Por suerte llevo
la neverita. Ponferrada y la Ponferradina,
que siempre me jode la quiniela. Y de madrugada en la ría.
Junto a la puerta hay una pieza de
hierro (no puedo decir más…porque no lo sé. Tampoco sé si es una pieza de algo
o es un Todo.) y debajo está la llave, medieval. Dos vueltas a la derecha.
Empujo. Los pernios rugen. Tanteo con la mano derecha la pared de la derecha
(¡natural!) hasta que doy con el interruptor. Es una cocina de unos 3 x 5
metros. Enfrentada a la puerta de entrada una escalera asciende (si estás
arriba, baja). La escalera se proyecta unos 60 centímetros en el interior de la
cocina. Esos 60 centímetros, hasta la pared de la derecha, en la que se abre un
ventanuco, acogen la cocina y debajo de la ventana está el fregadero. La
bombilla, sin protección, parece una luna de pacotilla. Doy un paso al frente y
tres a la derecha. Estoy en el centro del espacio. Sobre la mesa dos moscas,
con las patas hacia arriba, parecen dormir…pero en realidad están muertas. Lo
he comprobado (aunque no hacía falta comprobarlo, pues las moscas duermen de
lado). Paso el índice de la mano izquierda (¡que intervenga también la zurda!)
alrededor de los cadáveres y dibujo en el polvo de semanas unos círculos
alrededor de los cadáveres. Recaigo en que la ventana está defendida con una “celosía”
(*). Abro el grifo y suena como si Gargantúa hiciera gárgaras. Cierro el
grifo. Abro la nevera: absolutamente nada. Como Los Monegros después de una
nevada. Separo una silla 68 centímetros de la mesa y me siento. Saco el tabaco,
el papel de fumar, los filtros, las cerillas… (¿falta algo?). Saco un
papelillo. Lo aseguro entre el pulgar, el índice y el corazón de la mano
izquierda. Despliego el saco de tabaco y con los homónimos de la mano derecha,
pellizco un poco de tabaco que deposito sobre el papel. He olvidado el filtro.
Es un filtro fino, de 5’2 mm. Dejo el papelillo y su contenido sobre la mesa,
saco un filtro del tubo de celofán en el que está embutido y lo coloco
cuidadosamente en el extremo derecho del cilindro. Los índices y los pulgares
dan forma a lo que, una vez conformado, podrá llamarse “cigarrillo”. Me lo llevo a los labios. Y, en fin, me fumo el
cigarrillo y me pimplo un vasito de “El
Afilador”, un orujo que acabo de
localizar en la alacena de las bebidas (de los líquidos, hablando con
propiedad). Me relleno el vaso y salgo a inspeccionar. La luna se refleja en
las aguas de la ría. Se oyen grillos...cri...cri... y me ha parecido ver una luciérnaga (o
quizás sean chiribitas).
Un Lorazepán…¡y a dormir! Mañana
será otro día (espero).
Las moscas, muertas, siguen dentro
de los círculos.