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domingo, 16 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 16 de junio (SEGUNDA SERIE). La fuerza inspiradora del amor. Werther. Frankenstein lee Werther. Manolita Sáenz. Bloom. La señora Dalloway.



Asteriscos * remiten a razones efemerísticas. 28 de Prairial. Dedicado al tomillo (por la Revolución) y a las remesas familiares (por la comunidad internacional).

1

Yo conocía el amor de oídas. 

A partir del 16 de junio del año 1967 se me abrió el amor en toda su complejidad. La distancia entre la nimiedad de la anécdota y el recuerdo que pervive, demuestra la impresión que me produjo el descubrimiento… o revelación.

Conegüita” (pues así, puerilmente la llamaba) y yo, pasado el calor del día, disfrutábamos del rumor del agua espesa del río sentados en el puente y con las piernas colgando sobre el vacío. 


Un olor pútrido ascendía desde la negrura sólo mancillada por una media luna indecisa. En el transistor Vanguard modelo Centauro, sonaba el último éxito de Karina No somos ni Romeo ni Julieta. Y después sonó la aún más  novedosa…”If you’are going to San Francisco...” Jugábamos a descubrir constelaciones. El silencio fluía lento enmarcado por el citado rumor del agua y el sonido astillado de la radio. De vez en cuando una Rieju 125 rasgaba, como sólo sabían hacerlo las Riejus, el sosiego.

–¡Mira! ¡La Osa mayor!

–No, Conegüito, no. Es una Rieju.

–¡Tonto!


Y la lucecita roja se perdió decidida y melancólica, en la negrura de la noche. 

–¡Mira! Y allí la Osa Menor… Siguiéndola llegaríamos al polo norte… Y acerqué mi cabeza a la suya para poder seguir la dirección que marcaba su dedito índice. Y fue entonces que una oleada de galán de noche (también llamada Dama nocturna), habiendo vencido la fetidez del río, nos envolvió con su pegajoso efluvio y no pudimos separarnos. Sus ojos eran la más hermosa y sencilla constelación y yo estaba perdiendo el tiempo buscando a Casiopea
Unos pasos, procedentes de Escorpio, avanzaban incontenibles. Venían precedidos por un resuello premonitorio. Ahí subía, esforzado, el tío Miguel, (tío de “conegüito” vamos, y vecino mío):

–Pili… ¡A la casa!

Nos levantamos como si nos hubiera picado la constelación. El Vanguard cayó al río; sonó como si hubiera caído en arenas movedizas. Scott Mackenzie gorgoteó un poco y se calló. A mí me arreó un guantazo que se oyó hasta en la pedanía de Las Norias. Rebotó en uno de aquellos vetustos mecanismos y volvió a su lugar de origen y así, en este vaivén, estuvo algún tiempo, hasta que se detuvo en un lugar indeterminado entre donde nos encontrábamos y las cenias. Aficionados a las psicofonías dicen haber oído algo por los alrededores de la casa del Palop.

Que por qué me acuerdo de la fecha exacta; muy fácil: Al día siguiente, cuando me miré en el espejo, vi en mi mejilla derecha la reproducción exacta del cielo nocturno tal como puede verse, en aquellas latitudes, todos los 16 de junio. 

Y también recuerdo el bigote que se gastaba el tío Miguel, que hoy describiría como de talabartero hanseático.

Sócrates tuvo la suerte de Diótima que, con bellas parábolas y mucha paciencia, lo fue introduciendo en los misterios del amor. A mí, el tío Miguel me sumió en el desconcierto.


Con los años supe que en el preciso momento en que la complejidad del amor me estallaba en toda la cara, Eric Burdon entonaba, en Monterey, aquello de Ángeles jóvenes, motos…en las Noches de San Francisco y que le seguirían Simon y Garfunkel que, con pinta de seminaristas postconciliares, entonaron los Sonidos del silencio; y que la canción del desconocido Scott había sido arteramente ideada como publicidad del evento… ¡El verano del amor!

2

Yo no pensé en el suicidio, pese a haber leído Werther; pensé en la star de mi padre.

3
16 de junio de 1771.
“¿Por qué no te he escrito? Es extraño que me lo preguntes tú, que eres tan inteligente. Deberías haber adivinado que me encuentro bien, e incluso… Brevemente, he conocido a alguien que afecta muy de cerca mi corazón… ¡Un ángel…! ¡Psé! Cada cual dice lo mismo de la suya, ¿no es así? No obstante, no puedo explicarte lo perfecta que es, porque es perfecta. Es suficiente decir que me ha robado todos los sentidos.”

Una semana antes había conocido en Wahlheim a Car(lota) (hay más Carlotas en la Alemania de la época que rutas del vino). Hizo el gilipollas bailando, rebosante de strum und drang, minués, contradanzas, alemandas, valses… y, para olvidarse de la tormenta que estalló en aquellos momentos, jugando “a contar”. Fue el galán de la noche. Y Lota, la dama.

Mira que había otras muchachas; pero no… tuvo que ser Carlota, comprometida con el bueno de Alberto. ¡A mí se me va a resistir!, se dijo el petulante y pretencioso joven… ¡A mí se me va a resistir! 
Cuando Carlota se acercó a la ventana abierta para mirar las constelaciones y la luna creciente y recordó la gran oda de Klopstock…
¡No quiero lanzarme
al océano
que abraza los cuerpos celestes todos!...
su suerte estuvo echada. Era domingo.

Bueno, ya saben Vdes. cómo acabó todo. Y la puntilla la dio Goethe 44 años más tarde cuando la devenida viuda apareció por Weimar con una excusa adecuada; apenas le ofreció el pan y la sal. Tampoco Wagner reconoció a Mathilde-Isolda, esposa de banquero.

No hacía ni dos años que el Olímpico-Hatem había dejado de visitar a Marianne-Suleika von Willemer. Quizás su (de ella) capacidad inspiradora había desaparecido en cuanto cumplió los 31. Pues es bien sabido que el Espíritu es carnívoro. Tenía la costumbre, el olímpico, de mirar, en las casas ajenas a las que era invitado... hasta debajo de las camas... y husmear las estancias como un braco de Weimar con el fin de que no se le escapara ninguna presencia femenina con la que alimentar su espíritu.

Marianne, esposa de banquero (¿qué tendrán de irresistible (para los poetas) las esposas de los banqueros?...), fue en este caso más poeta que el jupiterino: Sus sentimientos eran más sinceros y la falta de costumbre restaba artificiosidad. Goethe ya había sobrepasado los sesenta, pero ¿qué importaba?: el amor, como afirmó Diótima, es crear en la belleza, y desear la eternidad.  ¿Qué le importa al amante/amanta poeta el sentimiento del amado/amada? 

Aunque todo el “Diván…” está atravesado por la presencia de Marianne, es en el libro VIII, El libro de Suleika, donde la presencia se hace efectiva. Cinco de los poemas que lo componen fueron escritos (¡confirmado!) por la mujer. Precisamente los dos que musicalizó Schubert están entre esos cinco (Suleika I (opus 14), Suleika II (opus 31). 
Schumann, Mendelssohn, Hugo Wolf, R. Strauss, Schoenberg…

Otro tanto ocurrió con la jovencísima Minna, oculta en la Otilia de las Afinidades

Sólo al final de su vida probó de su propia medicina, mezclada con las templadas aguas de Marienbad. (“Baño María”).

Parezco un crítico resentido pagado por algún lobby actuando en pos de la conservación de las buenas costumbres.

Werther no se comió el turrón (mazapán, más bien) y lo que es peor, no dejó comerlo a los demás. Con la última campanada de la noche de Navidad, es decir a la hora en que yo nací, se descerrajó “un tiro sobre el ojo derecho; los sesos habían saltado…aun respiraba.” Todo parecía indicar que “se había disparado sentado ante su secreter, que después había caído, y entre convulsiones, había rodado alrededor del sillón. Estaba enteramente vestido y calzado, con el traje azul y el chaleco amarillo(como recién sacado de IKEA). No había bebido más que un vaso de vino. La botella de Emilia Galotti estaba abierta sobre su mesa de trabajo.”



Era la noche del jueves al viernes y la noche, de boca de lobo.

¡¡La botella de Emilia Galotti estaba abierta!! ¡¿Cómo que la botella!? ¡¡¡Se trataba de Emilia Galotti!!! drama-tragedia de Lessing, estrenada por aquellos días. Lessing, contra Corneille y otros, defiende una ilustración que una el entendimiento y el ánimo, desarmando así la posterior fundamentación del sturm und drang. Sin esta referencia a Lessing, cuya presencia ronda por algunos otros capítulos, la obra de Goethe pierde parte de su mordiente. Que el anónimo traductor equivoque de forma tan tendenciosa el texto quizás se deba a que Lessing murió mientras visitaba a Angott, comerciante en vinos.



Este lapsus entrañable, sólo, en mi experiencia, tiene parangón con aquel otro, malintencionado: ¡¡traducir Viernes (Robinson Crusoe) por Domingo!!

4
Si vdes. quieren una crítica ideológicamente más cercana del significado histórico del Werther lean a Lukács, de quien cito lo siguiente:


… Desde luego que el joven Goethe no es ningún revolucionario, ni siquiera en el sentido del joven Schiller. Pero en un sentido histórico más amplio y más profundo, en el sentido de la vinculación íntima con los problemas básicos de la revolución burguesa, las obras del joven Goethe significan una culminación revolucionaria del movimiento ilustrado europeo, de la preparación ideológica de la Gran Revolución Francesa.
En el centro del Werther se encuentra el gran problema del humanismo revolucionario burgués, el problema del despliegue libre y omnilateral de la personalidad humana. Feuerbach ha escrito: «Que no sea nuestro ideal un ser castrado, desencarnado, copiado; sea nuestro ideal el hombre entero, real, omnilateral, completo, hecho». Lenin, que recogió esa frase en sus apuntes filosóficos, dice sobre ella que ese ideal es «el de la democracia burguesa progresiva, o democracia burguesa revolucionaria»…

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Hagan boca con la siguiente propesta:

Noche del 16 al 17 de junio del año (sin verano, pero con amor) 1816: Una tormenta más memorable que la Werther y, por supuesto, un juego de más enjundia que aquel que propuso la dulce Carlota.



Aquella noche en Villa Deodati (¿Diótima?) resultado de la propuesta de Byron, surgieron relatos imperecederos, entre los cuales Frankenstein… de Mary Shelley.
Ya saben Vdes.; recordarles, sin embargo, que el científico encuentra a su criatura en ruta hacia el polo norte.

Habla la criatura:
“Durante una de mis acostumbradas salidas nocturnas al bosque, donde me procuraba alimentos para mí y leña para mis protectores, encontré una bolsa de cuero llena de ropa y libros. Cogí ansiosamente este premio y volví con él a mi cobertizo. Por fortuna los libros estaban en la lengua que había adquirido de mis vecinos. Eran El paraíso perdido, un volumen de Las vidas paralelas de Plutarco y Las desventuras del joven Werther de Goethe. La posesión de estos tesoros me proporcionó un inmenso placer.”

Lo primero que leyó fue Werther. Nunca lo hubieran imaginado ¿verdad? Pues ¡sí! Ese desventurado tenía el corazón rebosante de amor y dulzura.

*****
Supongo que la situación de la mujer (¡si hoy es la que es!) no era para tirar cohetes. Había que tener las ideas muy claras, o un irresistible apremio de la carne, para salirse del lecho matrimonial. Castigadas de por vida a vivir en la topografía siniestra que el marido va construyendo… Ilusiones, esperanzas, esperas…hijos… hijas…hijos… hijas…Cualquier atisbo de otra cosa resultaba fascinante.
Oigan a Marina Heredia (Bulerías de Luís de la Pica) y me ahorrarán el esfuerzo-analítico: 


Los hombres, sobre todo si habían alcanzado una cierta posición, podían darse sus vueltecitas y construirse una vida social paralela a las obligaciones conyugales. Si, además, era poeta, se excusaba en su oficio para ir en busca de materia primera… cuanto más primeriza, mejor. Y eso sin mencionar la vanidad que acompaña reiteradamente a los esforzados del verso.


5
“(…) Tomé la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caballo de S.E.; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca, justo en el pecho de S.E. (…) pero S.E. se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavonado que traía a la mano (…)”. Quizás pusiera una ramita de tomillo por aquello de conmemorar y tal.


Quien así se expresa es Manolita “libertadora del libertador”. Quito estaba a parir. Gente de toda índole y condición había acudido a recibir al Mesías Bolívar, vencedor de la Campaña del Sur. De los balcones caía una espesa lluvia de flores, tan espesa como aquella de rosas y violetas que el severo Heliogábalo*, "el anarquista coronado", ordenó para acabar, por sofocamiento, con sus invitados; "¡No podemos respirar!", dijeron.



 “La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores”.

Nunca una muerte ha sido tan perfumada (ni perversa).

A las ocho de la tarde, Mano(lita), como Lota, se acicaló para al baile de honor y allí 

“…Al ver que nos acercábamos se levantó, disculpándose muy cortésmente y atento a nuestro arribo se inclinó haciendo una reverencia muy acentuada. (…) S.E. Bolívar me miró fijamente con sus ojos negros, que querían descubrirlo todo, y sonrió. Le presenté mis disculpas por lo de la mañana, y él me replicó diciéndome: ‘Mi estimada señora, ¿Es usted la bella dama que ha incendiado mi corazón al tocar mi pecho con su corona? Si todos mis soldados tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas’”. A no ser, digo yo, que las espinas de las rosas acabaran con medio ejército, como acabó con Rilke…ya, por lo demás, mortalmente enfermo de neumonía:

Rosa, oh contradicción pura, placer,
ser el sueño de nadie bajo tantos
párpados.

Bailaron una contradanza, un minué y hablaron de Plutarco; como si estuvieran ensayando una representación de Werther

Así empezó lo que acabó con la deplorable muerte de Bolívar, el 17 de diciembre de 1930, confundida con la disolución progresiva de la Gran Colombia. Fue una verdadera "Love Story" (*).

6
Si me pierdo tal día como hoy, no me busquen en Dublin ni alrededores. Ni en la Torre Martello ni en el camposanto de Glasnevin… ni aunque me nombraran caballero de la orden de Finnegans. Ni aunque me lo pidiera Riba ofreciéndome un cuartillo de Kilbeggan. Harto estoy de lechuguinos, currutacos, pisaverdes, mujeres con parasoles de época y de hombres con levitas eduardinas. Harto de bocadillos de gorgonzola con borgoña. 



¿Se deduce de lo dicho que el autor está, también, harto del Ulysses?

No. De ninguna manera. El autor sigue considerando la obra de Joyce, sin llegar a comprenderla del todo, como el omega y el alfa de la novelística europea.

¿Podría el autor citar una escena memorable?

El autor considera que la escena (cap. 17) en la que Bloom y Stephen orinan en el jardín mientras contemplan, destacándose entre otras constelaciones, la insegura luz de la habitación adúltera, es una de las escenas más desesperadamente poéticas de la literatura mundial.

“Una estrella se precipitó con gran velocidad aparente a través del firmamento desde Vega en la Lira sobre el cénit más allá del grupo de estrellas de la Trenza de Berenice hacia el signo zodiacal de Leo” (ed. Rueda).
Ya había empezado el 17 de junio del año 1904. No había luna. 


Joyce: “Impotente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera…” Recuerden ustedes que este inolvidable arranque fue escrito en Trieste… ¡el 16 de junio de 1915!

Virginia Woolf, que no se atrevió a publicar Ulysses, quiso emular  a Joyce con La señora Dalloway: un día de junio (¿el 16?) en la vida de miss. Dalloway y en la muerte de Septimus… que nada tenía que ver con Septimio Severus, tío abuelo del ingenioso Heliogábalo*.



 “…Me encantan las flores me encantaría ver toda mi casa anegada de rosas…
… y los pobres burros resbalando adormilados y los vagabundos embozados sesteando a la sombra de la escalinata y los carros de bueyes con sus grandes ruedas y el castillo milenario sí y los moros todos tan apuestos vestidos de blanco y con turbantes de rey invitándome a entrar en sus tenderetes y Ronda con los antiguos ventanales de las posadas ojos al acecho tras rejas que los enamorados besan luego a escondidas y las bodegas nocturnas con los portones entornados y las castañuelas y la noche que perdimos el barco en Algeciras el sereno haciendo su ronda apaciblemente con su fanal y Oh aquel horrendo torrente tan profundo Oh y el mar el mar cárdeno a veces como fuego y el esplendor del crepúsculo las higueras del jardín de la Alameda sí y las minúsculas callejuelas siempre misteriosas y las casas rosadas y azules y amarillas y las rosaledas y el jazmín y los geranios y los cactus y Gibraltar donde siendo yo moza me decían Flor de la montaña sí cuando me prendía una rosa del cabello como hacían las muchachas andaluzas o quieres que me prenda una de color carmesí sí y cómo me besó junto a la muralla árabe y yo dije para mí tan bueno éste como otro y entonces le dije con los ojos que volviera a pedirme matrimonio sí y él entonces me lo pidió sí le dije que dijera sí mi flor de la montaña y primero lo rodeé con mis brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y su corazón palpitaba enloquecido y sí dije sí quiero Sí”.




FIN DE ULYSSES

Por cierto... llevamos 83 años sin saber el paradero (aunque sí el destino) de Andreu Nin. 










































RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...