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miércoles, 23 de octubre de 2013

Propuesta para hoy, día 23 de octubre. Boecio. Incidentes en la Barcelona de 1920.



El 23 de octubre cae dentro del cono de sombra de mi ignorancia. Lo cual, teniendo en cuenta el tute de ayer, es una suerte. Podré dedicarme en cuerpo y alma a mis devociones, entre las cuales, y no la menos importante, la lectura de la “Leyenda dorada”.



     

Ayer  la santa iglesia católica, apostólica y romana, honraba a un manojo de elegidos de verdadera categoría: Melonio, Abercio, Alodia y Nunilo y Verecundo (ente otros de menor categoría): todos santos, y las gemelas, además, vírgenes.
De ningún de ellos hay noticias en el libro áureo. De san Melonio… ¡en ningún sitio!...sería fruto de temporada.
De Verecundo algo sabemos. Conocemos su inseguridad congénita que todo lo resolvía con un: “¡me lo ha dicho mi padre!”. Tenemos conocimiento de que su nombre en escritura jeroglífica es: 


                          

Lo cual nos indica la antigüedad de la “verecundia”. En efecto es “vergonzoso” remitirse a la autoridad de algún supuesto experto en la materia para dar por zanjada una “questio diusputata”: “¡Ya lo dijo Aristóteles!”.
Esta falacia, catalogada, no siempre es mezquina. A veces se recurre a una autoridad reconocida que ha dedicado toda la vida al estudio de la cuestión…en ese caso no es que el tal lo dijera, sino que lo “demostró”. Ya no se trataría, pues, de un argumento falaz: “¡Ya lo dijo Marx!” (en referencia, por ejemplo, al “valor-trabajo”).

De Abercio sabemos que es autor del epitafio más largo de la historia de la muerte:



"Ciudadano de una ciudad elegida, me he hecho este monumento estando vivo, para tener en el momento oportuno una sepultura para mi cuerpo. Mi nombre es Abercio, y soy discípulo de un casto pastor que apacienta rebaños de ovejas por montes y llanuras, el que tiene grandes ojos que miran hacia abajo a todas partes. Este mismo, en efecto, me enseñó las Escrituras de la vida, dignas de fe. Él me envió a Roma a contemplar mi palacio real y a una Reina de vestido y sandalias de oro; vi a un Pueblo que tiene un luminoso sello. Visité también la llanura de Siria y todas sus ciudades y, habiendo cruzado el Éufrates, Nisibi; y en todas partes encontré compañeros de fe anduve de ciudad en ciudad teniendo a Pablo conmigo, y la fe me guio en todas partes, y en todas partes me preparó por comida el pescado de la fuente grandísima, pura, que la casta virgen siempre toma y ofrece a comer cada día a sus amigos, teniendo un buen vino que dona con el pan. Yo, Abercio, mandé que se escribieran en mi presencia estas cosas, a la edad de setenta y dos años. El que comprende y piensa lo mismo que yo, ruegue por Abercio. Que nadie ponga a otro en mi sepulcro, o si no, pagará 2000 áureos al erario de los Romanos y 1000 a mi querida patria'."

Todo un compendio de Teología Simbólica, que necesitó de una lápida más grande que la piedra madre de la “Pietà” de Miguel Ángel. Y que denota una obsesión mórbida por no ser olvidado. ¡Pobre Abercio!... ¡si supiera en que ha devenido su antiguo renombre!
Algún poeta se ha preciado de ser “el poeta con el cabello más corto del mundo”.

Distinta suerte ha corrido Boecio, cuya santidad (discutida) celebra hoy la inquisición, ¡perdón!, la institución eclesiástica. Tras una época dorada, en que pasó por ser la voz del “Filósofo” en lo referente a la Lógica (falacias incluidas), su fama declinó. ¿Qué hubiera sido Boecio sin “Ignatius Reilly”? ¿Un Casiodoro cualquiera? ¿Un mero transmisor? Sin duda muy por detrás de Isidoro “el sevillano” (nombre de expreso de medianoche).  Ignatius lo rescató del olvido y de la indiferencia para devolverle la actualidad que siempre ha merecido:

“Para pacificar a su madre y mejorar las condiciones de vida en casa, le había dado “La consolación por la filosofía”, una traducción inglesa de la obra de Boecio, escrita mientras sufría una prisión injusta y le había dicho que se la diera al patrullero Mancuso, para que la leyera mientras estaba escondido en su cabina”


El patrullero Mancuso, obligado por su ineficacia a los destinos más innobles y humillantes, infierno del que saldría sólo mediante algún éxito contrastable, cumplía su vergonzoso deber vigilando, travestido,  desde el pestilente interior de un WC.

“Miró de nuevo “La consolación por la filosofía”, abierta en su regazo, y pasó una página lacia y húmeda. El libro estaba deprimiéndole aún más. El tipo que lo había escrito acababa torturado por orden del rey, según decía el prefacio. El tipo que escribía aquello acabaría con algo clavado en la cabeza. Al patrullero Mancuso le daba pena aquel tipo y se sentía obligado a leer lo que había escrito. Hasta el momento, sólo había logrado avanzar unas veinte páginas, y empezaba a preguntarse si aquel Boecio no sería jugador. Siempre hablaba del destino y de la suerte y de la rueda de la fortuna. En fin, no era precisamente de esos libros que te hacen ver el lado bueno de la vida.”

De cómo llega el ejemplar a “La noche de la Alegría”, un tugurio-tapadera de la calle Bourbon (N. Orleans); del debut de “Harla O’Horror” y su periquito, y del desenlace del conjunto, no les hablaré. 



Infórmense Vds. e, instruyéndose, pasarán uno de los momentos más divertidos de su vida. Recuerden (cliqueen “me gusta”) que fui yo, Kino, quien les recomendó esta lectura, con el fin de que dios (¿) lo anote en mi “Haber”.

Así como Platón distinguió en la turbia corriente del amor, un brazo que se dirigía hacia la eternidad (“es la perfecta posesión de una vida interminable toda ella junta y de una vez”, Boecio) de las Ideas y otro brazo hacia el mundanal pasar; así como Agustín de Hipona distinguió en el complejo discurrir de las generaciones, una “ciudad de Dios” y otra “ciudad de los hombres”, así Boecio habló de la música “mundana”, de la música “humana” y de la “instrumental”. Estableciendo que el “músico” es el que “comprende” el que “sabe” (desde un punto de visto pitagórico). Los “instrumentistas” y “cantores” que no están imbuidos de la teoría musical, que no comprenden los elementos musicales que atraviesan el mundo y la vida humana, están en el nivel de la “mímesis” (por decirlo así). Sin embargo, dicen los especialistas, que, Boecio, ayudó a romper esa separación que él mismo ayudó a consolidar.  ¡Sea así!

Parecía que el tema impediría dedicarme a mi liturgia…

Completo el rito y bajo al condis. Día de chubasquero. Paso por el parque con la gravedad de la sombra de una nube de tormenta. Me dirijo al estante de los “perritos” y demás envasados pestilentes. Cojo el último paquete de “franfurt” y un tubo de mostaza. Las obras de readaptación siguen su curso. ¿Qué pasa? ¿Es el día de la salchicha? Todas las mujeres van con un paquete de “franfurt”  y un tubo de mostaza. ¿Han intentado sabotear mi homenaje a Ignatius?  Un señor que empuja un carro de combate, camuflado con hojas de acelga, viendo mi pobre bagaje, me cede el turno. ¡Gracias, buen hombre. Dios (¿) se lo anote en su “Haber”!  Junto a la caja, en infantiles letras, pero gigantescas: “Hoy 2 x 1. Comprando una unidad de salchichas “El Perro”, la segunda le sale gratis. Y por si fuera poco, la mostaza gratis". Vuelvo a por la segunda. El del tanque bosqueja una protesta…pero no quiere, finalmente, enturbiar su buena acción.


Vuelo como un vampiro a zamparme el conglomerado. Este inocente homenaje me va a costar la salud: una botella de ribera, un fifti-fifti y dos remolques de orujo blanco… ¡no hay dios (¿) que se lo trague!

Y como hace día de lucir chubasquero, me largo a Barcelona. Me encasqueto la gorra orejera “tipo Ignatius”. Tarjeta dorada. Lado mar. Bajo en “Liceo” y me lanzo ramblas abajo, como agua de torrentera, en busca de una cazalla con pasas. Impongo respeto con este atuendo. La corriente de turistas se abre como las aguas del mar Rojo y la herida se cierra tras mis pasos. La “cazalla” del Arco está cerrada.  Sigo hacia el paralelo y me acomodo en las gélidas sillas del “Rincón del Artista”, en la confluencia del Paralelo con Nou de la Rambla (mi calle). Sí, exacto, allí donde se encontraba el Pompeia. Aquí, en mis años mozos, entraba a trompicones a comerme las lentejas de las 4 de la mañana.

     –¡Camarero! –Acude presto.

     –Póngame Vd. un aguardiente, ese aguardiente alemán del ciervo.

     –No gastamos d’eso.

     –Pues un vodka, ese de césped de búfalo, que lleva una brizna de hierba dentro.

     –No gastamos d’eso.

     –Pues nada, joven, tráigame de lo que gasten.

En tres minutos aparece con un “copuzo” de cazalla. La deja sobre la mesa  y tengo que hacer esfuerzos ímprobos para arrancarla. Del envite queda media vacía. Por suerte llevo chubasquero. Un cigarrillo “Lucki luke” y paso a recrear unos incidentes que ocurrieron en Barcelona tal día como hoy, del año 1920.

Durante aquellos años Europa ardía y la parte baja de Barcelona estaba en estado de guerra permanente. La burguesía catalana, con las fuerzas armadas del Estado (o al revés) quería imponer orden…el tipo de orden que se impuso en Berlín en enero del 19. El “Sindicato (de pistoleros pagados por la patronal) Libre” disparaba a troche y moche, en especial contra la CNT. El Pararelo y lo que llamamos “Barrio Chino” era feudo de la clase obrera y allí se movía como anguila en aguas pantanosas.



Bueno, pues, al caer la tarde de tal día como hoy tres individuos circulaban pegados a las paredes, como las salamanquesas, haciendo ventosas con sus dedos. Llevaban un rollo de pasquines en contra del capital y a favor de la causa obrera. Pegaban con cola de pescado que les habían pasado sus camaradas de la Barceloneta y con brochas procedentes del gremio de pintores. La luna no ayudaba. Los carteles quedaban, con las prisas y los nervios, ilegibles. Una pareja de policías divisó al trío y sus movimientos levantaron sospechas. El trío huyó y se refugió en el bar “La Tranquilidad”, abrigo de perseguidos, consuelo de atribulados. Allí reinaba “Tumulto”, hermano de “Algarabía”, hijos ambos de “Convulsión”. Ya sacaba el mesonero la botella de tintorro…pero pasaron como centellas. El vino cayó sobre el mármol de Crevillente. Uno cupo en el váter. El otro se escondió detrás de un pilar de cajas de cerveza. Y el tercero se desvaneció “euridicianamente”. El segundo, apellidado Iglesias, fue atrapado “ipso facto”. El primero se encastilló. “Levantaré la tapa de los sesos al que intente entrar”. Llegaron guardias de seguridad. Un ejército dirimía en la puerta lamentable del váter. El acorralado amenazaba. Los fascistas, a una, encabezados por el guardia Roncero, se lanzaron contra la resignada puerta y le dieron con la puerta en las narices. Inocencio Feut sangraba como un cerdo. Tenía 24 años. Quiso ser empleado de correos y acabó en Marruecos, disparando a las chumberas.El revólver cayó por el agujero del váter turco. Le obligaron a sacarlo.

A media noche fue detenido el tercero en cuestión.

Fíjense Vds, en los nombres de los elementos implicados en el asunto. “Bar la tranquilidad”, “Inocencio”, “Iglesias” y “Roncero”. Si con esos nombres puede urdirse una trama tan grotesca (y criminal)…Esto fue aducido por los desgraciados.

El camarero, que ve mi copa vacía, aparece con la botella del “Afilador” y me la llena hasta el borde. Ni se le ocurre limpiar la mesa. Me ajusto la gorra y me aprieto el chubasquero. Una nueva sacudida… y la copa se queda a la mitad.

Esa misma noche un grupo de pistoleros irrumpió en la plaza de Rius y Taulet. Era sábado y los paisanos departían en las puertas de las tabernas. Dispararon a troche y moche, a su estilo. No hubo muertos, pero sí muchos heridos graves. Un poco más tarde en el cruce de Martínez la Rosa y Buenavista, un obrero especializado en mosaicos, fue tiroteado. Le atravesaron la pierna derecha y fue atendido en el Clínico. La huelga del metal continuaba. 



     Esto ocurría a diario. Después vendría el asesinato del “Noi del Sucre” y el paréntesis ominoso de la dictadura. La burguesía catalana tuvo momentos de respiro. Protestó, pero sus protestas no llegaban ni a Sant Boi. ¿Cómo quieren Vds. que la clase obrera se quedara con los brazos cruzados?

Y mientras me pimplo lo que ha quedado, medito sobre la posibilidad de que los empresarios, fieles a sí mismos, vuelvan a pasar la gorra para destinar los fondos a los grupos fascistas. El capital gradúa sus ataques: cuando fallan los “aparatos ideológicos del Estado”, incluyendo la prensa, echan mano a las pistolas… ¡sin contemplaciones!

Un escalofrío recorre mi espina dorsal. El camarero, al quite, me rellena la copa.

–Podría Vd. limpiar la mesa ¿no?  A este paso no voy a catar el orujo.

–Pensé que quería Vd. contextualizar. Confraterniza, y me vuelve a rellenar el “copuzo”. Ha caído la noche. El Paralelo luce sus mejores galas. La barra se llena de viandas. Los asiduos acuden desde los cuatro puntos cardinales. En la pared cuelgan fotografías de ilustres de la escena.
Me levanto tambaleante, derribo la mesa (como de costumbre) y me despido de la multitud agitando la “orejera”. Los clientes ignoran mi cortesía y comienzan con los chistes y las chistorras.

Ahora sí que infundo pánico. Soy “M”, el “vampiro de Barcelona”.  Lado mar. Por la ventanilla un murciélago gigantesco nos escolta.



















RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...