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lunes, 8 de julio de 2013

Propuesta para hoy día 8 de julio. Shelley y compañía.



Asteriscos* responden a efemerísticas razones.

1
A las 9:20 subo al avión. A las 13:20 bajo y estoy, dicen, en Génova. Antes hemos parado no sé dónde. No recuerdo nada. En efecto, estoy en Génova: en el aeropuerto Cristóbal Colón con mi bolsa de las olimpiadas de México. He sido arrastrado por mi locura efemerística, que me va a costar la bolsa y la vida. Se suda. Me siento a una mesita, pido una grappa y pongo en orden mis propósitos. Miro mis notas: He venido, creo, a rememorar el fin de Shelley…
–¡Camarero!– y giro el índice de la mano derecha, señalando la copita. El paquistaní no entiende el signo. Tengo que acercarme a la barra. Me la pimplo de pie. Me dirijo a la estación de Cornigliano. Llego vivo, de milagro. No saben ustedes lo que son las obras en Italia. Italia es un buen ejemplo de aquello del desarrollo desigual y combinado. Quince minutos esquivando gilipollas motorizados. Un cercanías me lleva a la estación de Nervi. Salgo. Me acodo a una mesita inestable; aparto la macetita de rigor y espero. Pido un panini al prosciutto  y una cerveza. Cierro con un corretto de grappa. El camarero no encaja lo del fifti-fifti
Se suda, oigan, se suda. A las cinco y diez piso los andenes de la estación de Viareggio. Llevo 10 horas ausente y siendo transportado d’aquí pa’llá. Mis Ángeles, todo hay que decirlo, se han negado de todas todas: que si tengo que asumir mis excesos y tal y más cual. ¡Cabronas! Cuando me recupere…
Pregunto a una abuela por el monumento a Shelley, pues supongo que lo habrá. La abuela se encoge de hombros, frunce los labios y arquea las cejas. Sólo le falta pasarse el dorso de la mano por la sotabarba. Echo a andar hacia la playa. Lo adivino por los transeúntes: Se nota cuándo van o vienen, excepto si son gallegos.




En el cruce de Mazzini con IV de noviembre, flaneando, giro a la izquierda, al azar… y en cinco minutos, flaneando, estoy delante del busto del poeta, salvado de no sé qué barbarie por un comosellame héroe local. El inevitable Café Shelley se encuentra en una esquina de la plaza. Ambiente hortera, juvenil, bullanguero… como no podía ser de otra manera (¡!). Las solapas de los niquis se alzan como guillotinas. No quiero ni imaginarme cómo estará por las noches. Pido una cerveza en la terraza y espero que pase el calor. Según el calor amengua, va creciendo la sofocante ola-reguetón: son como vasos comunicantes.  
Para ir a la playa tiene usté que cruzar la plaza dedicada a D’Annunzio, atreverse con el viale Daniele Manin, y atravesar la espesa jungla de baños privados que cierran el paso. Si lo consigue, se abrirá ante usted un arenal sahariano sembrado de sombrillas como si fueran coles. En algún lugar de esta playa, o puede que en la arena que duerme bajo el asfalto de la plaza. O puede que, incluso, debajo mismo del café Shelley… 

2
Cuando aquella mañana de un día de finales de junio del año 1822, Shelley, entusiasta marinero de agua dulce, borró, decidido, el “Don Juan” que había escrito en la amura de babor y caligrafió “Ariel”, estaba firmando su sentencia de muerte.
Y es que, para dar velas a su inspiración, les dio por navegar y, como dinero no faltaba, encargaron dos veleros como el que encarga dos cafés. Los Shelley, para reposo de la nave, alquilaron una casa en la costa de Lerici. Byron lo aparcó en Livorno. Todos hacían vida en Pisa. Bueno, la verdad es que resulta difícil seguir el rastro de esta troupe que aumentaba día tras día. 

El barco de Shelley, en su primer viaje (de Génova a Lerici), ya había dado pruebas de su naturaleza inestable: Graves defectos de diseño le habían dotado de una fuerte querencia hacia las simas… Estaba claro que Percy era marinero de agua dulce… y un esteta.
Byron, entusiasta de la idea marinero corsario”, recibió en Livorno el suyo, al que bautizó con el revelador nombre de “Bolivar” que, por entonces, integrado definitivamente El Ecuador a la república de Colombia, se hacía cargo de la campaña del Perú. 
Byron prefería hacer los trayectos a nado–manifestó. 
Hagan el favor de poner en el sputofy la música que escribió Mahler para los niños muertos. Desde lo de Frankenstein ningún niño (y pocos adultos) había sobrevivido. Este que, ahora, acuna Mary, Percy Florence, parece la excepción sin la cual no hay regla que se precie. No hacía ni dos meses que Byron había embalsamado el cuerpecito de Allegra y lo había facturado para Inglaterra. Y sin embargo… Ahí estaban, dispuestos a circunnavegar el globo. Mientras, se entrenaban en estas estúpidas aguas. 
Este palíndromo: “In girum imus nocte et consumimur igni” sobrevolaba elegante.
Un negocio editorial forzó una reunión presencial en Pisa. Shelley y Williams navegaron desde Lerici y aparcaron en Livorno. En Lerici quedaron, cual Penélopes, Mary, Jane, compañera de Williams, por quien Percy bebía los vientos y los elementos (y sus retoños). ULTIMOS POEMAS.


El 8 de julio, o sea tal día como hoy, del año 1822, acabados los asuntos que los habían llevado a Pisa, Percy y Williams, ayudados por un pobre desgraciado, inician el viaje de vuelta. Antes pasan por el banco y compran regalos para las mujeres... que tejen en Lerici.
Las tres de la tarde. Todo estaba en calma. Hacía semanas y semanas que no llovía. Las rogativas se sucedían. Shelley pensó con emoción en Vasco de Gama poniendo rumbo a la India (*).
3

CALIBÁN. - ¡Que el maligno rocío que barría mi madre con una pluma de cuervo sobre el malsano aguazal os inunde a los dos!  ¡Que un viento Sudoeste sople sobre vosotros y os cubra la piel de úlceras!
(…  …)
VARIASVOCES: ¡Misericordia de nosotros!... ¡Zozobramos, zozobramos! ¡Adiós, esposa!  ¡Adiós, hijos!  ¡Adiós, hermano!  ¡Nos hundimos!  ¡Nos hundimos!
(...  …)
Y así fue como un viento nacido en Elba y envenenado en la isla Gorgona, se abatió sobre la nave, arrastrándola a su lugar natural: la sima.
El deseo de Calibán, como si de Próspero se tratara, fue una orden para el silfo Ariel… que disfrutó amb la feina ben feta. Shelley, sentado a proa, inclinado sobre un libro, leía / mientras, por popa, la nave se hundía.
“A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.”

En algún momento sintió nostalgia del perfume de las almendras amargas.
Como los viajeros no llegaban a destino…
Los guardacostas sólo pudieron confirmar que vieron el barco y que después no lo vieron: A la altura de Viareggio. Era lunes y ya se sabe: “En lunes ni te cases ni te embarques.”

4
Veo la luz, y oigo el sonido;
Navegaré sobre la corriente de la oscura tempestad
con la calma dentro y la luz alrededor
que convierte la noche en día:
Y tú, cuando la oscuridad sea completa,
contemplarás desde tu pálida tierra, atrapado en el sueño,
mi vuelo lunar, que entonces podrás señalar
en lo alto, muy lejos.

La noticia llegó a Lerici, volvió a Livorno, regresó a Lerici, se expandió por Pisa y llegó, creo, hasta Massarossa, hermanada con Teià, desde donde escribo esto que escribo.  El “Bolivar” peinaba las olas. Los caballos, la tierra firme. Pasaron los días, les semanas… las rogativas, ampliadas para incluir el suceso, no surtían efecto. Empezó agosto. En la playa aparecieron restos compatibles con el caso… y, por fin, el día de la Virgen, Ferragosto, Trelawny encontró los restos de Shelley. A falta de perro, fue reconocido por los volúmenes de Sófocles y de Keats que se encontraron en sus bolsillos.
…Venid a estas arenas amarillas y cogeos las manos después de los saludos y los besos… (Canción de Ariel).
Sobre el destino del  cuerpo de Williams y, sobre todo, del infortunado tercero, Charles Vivian, merecedor de la categoría de mártir… del que sólo se encontró su esqueleto… ¡Infórmense Udes. Infórmense!
5

Pintura de Edouard Fournier… aunque mejor lo hubiera hecho Artemisa Gentilici (*).

El bueno de Trelawny intentó la repatriación de los cadáveres. La ley establecía que los cadáveres de ahogados en el mar, deberían ser cubiertos de cal viva y enterrados inmediatamente… como con el coronavirus, vamos. Consiguió, no obstante, aferrándose al efecto Pompeya y Herculano, permiso para reeditar una escena i(lia)dílica: Incinerar a lo grande el cuerpo aniquilado del poeta, cual Héctor de la poesía. Adujo, también, en favor de la causa, los méritos de Sclidemann (*) y Evans (*).
En París, Delacroix dibujaba ahogados, para la “Balsa de la Medusa”.
Consiguió un horno y unas parrillas… y lo que se preveía épico, resultó una barbacoa deshonrosa. Byron, se balanceaba sobre su pie renco, acumulando aventuras para su Don Juan, que avanzaba vertiginoso.
Nada que ver con la pira de Patroclo. Céfiro no acudió; ni Ariel.
El sol caía a plomo. Como no quemaba bien, arrojaron arrobas de vino de Toscana. El resultado, más pareció una liebre a la patagorrina que a una pira aquea. Sólo quedó la mandíbula, el cráneo, que un obrero había destrozado y algunos girones incombustibles. Byron, caprichoso, pensó que el cráneo podía servir como copa: No se molesten en repetir esto conmigo. Dejen que me pudra donde caiga. 
El ideador del evento, impulsado por el viento de la inmortalidad, metió las manos en las brasas y agarró lo que creyó el corazón fértil del poeta: Cogió el hígado (o el bazo) y lo envolvió en una hoja de las poesías de Keats… que, también, acababa de morir. Así lo recibió la viuda y así lo conservó:
Con la cabeza apoyada sobre el fecundante seno de mi hermoso amor,
Sentir para siempre su blanda caída y ondulación,
Despierto para siempre en una dulce vigilia,
Inmóvil, inmóvil para oír su tierna respiración
Y así vivir siempre.

Con esta dolorosa escena se puso punto y final a estos años de vértigo. Las vísceras, las cenizas (en “una urna griega”), los huesos y los objetos, siguieron su entrópica marcha por las salas de subasta. Algo fue a parar al cementerio protestante de Roma:
Nada de él se pierde
Pero el mar lo convierte
En algo rico y extraño
(W. Sh. “La Tempestad” Acto I, scena II)

La viuda dedicó sus años a la memoria de Shelley. 
Byron acabó sus días, como ustedes saben, en Mesolongi, importante zona palúdica: Su corazón… ¡Ay, su corazón!

“Entonces, ¿qué es la vida?, grité”
6
Dos playitas, ridículas y públicas, se extienden a la orilla del canal portuario. Precisamente en el vértice formado por la playa y el paseo del puerto, se levanta (es un decir) un quiosquillo, entre un tiovivo y una noria vicaria. He pedido un cuartillo de grappa y un platito de olivas. La playa está desierta. El coronavirus está en su apogeo. Y yo, como ustedes supondrán, estoy inmerso en el estrit viu.
Apago el ordenador y me ahorro el viaje de vuelta. 


“¡Sigamos así! Finalmente, mi querido y valiente amigo, resultará que somos un par de esforzados nadadores. Todo el mundo nos considera ahogados, pero de repente volvemos a emerger con algo procedente de las profundidades, algo que pensamos tiene cierto valor y que quizá terminará teniéndolo para los otros…” 
(8 de julio 1881. Aquella primera noche en Sils-María parece que el filósofo la pasó escribiendo cartas… esperando la Aurora.



RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...