Amante
como soy de los “gestos”, estoy a punto de caer en la tentación
de un desayuno minimalista: café
de melita. Por suerte, Hegel
se niega en redondo a tan escueto comienzo. Así
que lo de siempre: tostadas de pan con aceite y orégano (recién
cogido) griegos y carajillo al 50% . En realidad esta inveterada
costumbre, esta rutina… me produce un profundo tedio, un, si me
permiten, foráneo spleen que
soporto con elegancia de esteta.
Vale
que Baudelaire lo elevó a categoría poética (y universal), pero la
cosa viene de lejos y estoy por decir que Caín liquidó a Abel una
tarde-noche en la que el aburrimiento fue superior a su escasa
“educación para la ciudadanía”.
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Cuando
Satie, desolado por la ruptura con “la
terrible María”
(aunque prefería ser llamada Suzanne)
heroica madre de Maurice Utrillo (“Litrillo”),
que lo dejó “sin
nada excepto una helada soledad que llena
el cerebro
de vacío y el corazón de tristeza”,
compuso Vexations
(algo así como “fustraciones”…
“molestias”,
nada grave, vamos), la Tour Eiffel aún no estaba construida. Así
que no pudo inspirarse en el desnortado e inquieto panadero de Landes
que, tal día como hoy del año 1899, año de la inauguración, logró
escalar los 347 escalones de la primera planta de la torre… ¡con
zancos! No pudo pues, inspirarse en ese gesto repetido, aburrido,
¿inútil?
Esa
repetición monótona del mismo gesto obsesivo quizás conjure el
infierno, tapando todos los intersticios por los cuales pueda colarse
la locura. Es el reverso del súbito “arrojarse”.
Ya
sé que mi incesante y mecánico giro de muñeca, así como mi
rutinario encender cigarrillos tiene un sentido parecido. Lo
litúrgico sería tomar sin respirar 840 copas de slivovitsa,
hasta sumergirme en el océano Zénico:
“Si
algo te aburre después de dos minutos, inténtalo durante cuatro. Si
aún te aburre, inténtalo ocho, dieciséis, treinta y dos, y así
sucesivamente. Finalmente descubrirás que no es aburrido en
absoluto, sino
muy
interesante”…Lo
malo de mi caso es que acabaría en al Cap de Ocata…antes de llegar
al aburrimiento.
La
“propuesta”
de hoy es un reto: atrévanse a escuchar (o a oír, si lo prefieren)
las 840 repeticiones estipuladas por el compositor de esas 152 notas
repartidas en 13 (la “semana
del diablo”)
pulsos, que no compases.
Satie
fue el verdadero precursor. Nadie como él ha reunido la sencillez,
la elegancia, la inteligencia, la sutileza, la amabilidad, la
anarquía, la humildad, el desprecio por lo grave y el poder… Pero
no se trata, hoy, de rememorar la figura del músico y su importancia
en el desarrollo de la música moderna… ¡Volveremos sobre el tema!
El
9 de septiembre de 1963, mientras los situacionistas,
herederos de los letristas,
luchaban contra el aburrimiento radical que emanaba como un tufo
venenoso del orden capitalista, mediante “ruidos”
provocativos, John Cage acuñaba su “revolución
aburrida”,
su revolución duchampiana,
por así decir (¿”Hay
algo más aburrido que Duchamp?”).
El arte no ha de tener por objetivo la expresión desgarrada del
artista, sino un medio para la transformación individual y para la
compenetración con el mundo. O, como decía Man Ray, no hay que
entender,
sino aceptar.
No es que a Cage le gustara aburrirse, todo lo contrario, pero lo
combatía con más dosis de aburrimiento. Le ocurría digo yo, como
a esos adictos al gimnasio que consiguen estar haciendo ejercicios
monótonos y repetidos durante horas, impulsados por los efectos del
mismo y repetido movimiento.
Pues,
eso, que el día 9 de septiembre del año 1963, cogió la partitura
de Vexations,
recién editada y se propuso ejecutarla siguiendo las instrucciones
del autor: “Para
ejecutar
esta pieza 840 veces seguidas, será bueno prepararse en silencio ,
por medio de serias inmovilidades”.
Las acotaciones (y títulos) de Satie tenían algo que después
encontraremos en los títulos de Duchamp: una desconexión con el
contenido de la obra a la que se aplicaban; algo que introducía, en
la seriedad aparente, un toque de ironía gozosa y un distanciamiento
que pretendía derribar lo pretencioso con lo que se envolvía el
arte tardo-romántico.
Así
pues, a las seis de la tarde del día 9, en el Pocket Theatre de
Nueva York, acompañado por diez pianistas más, empezó la
interpretación de la partitura…Acabaría el día 10 a las 12’40
del mediodía. El New York Times envió ocho críticos, uno de los
cuales acabó tocando el piano. Los del Guinnes también estuvieron.
Andy Warhol, que por entonces empezaba a sonar gracias a sus
repeticiones,
se dejó caer por allí; ese mismo año realizó su primera película,
“Sueño”,
seis horas y veinte minutos del dormir pastoso de John Giorno que,
sin duda, debe algo a la maratoniana sesión que rememoramos.
El
precio era de 5 dólares, pero por cada veinte minutos que aguantaras
te devolvían 5 centavos. Sólo un espectador, actor de teatro
experimental, aguantó (sentado) toda la ejecución. Naturalmente se
ganó la devolución de lo pagado y los veinte centavos adicionales
por soportar
la cosa hasta el final: “Me
siento lleno de júbilo, no
estoy
en absoluto cansado”,
dijo y añadió: “¿Tiempo?
¿Qué es el tiempo?...”, Para
concluir afirmando que no era necesario escuchar esa música “con
la cabeza entre las manos”,
como había pontificado el halitósico Cocteau.
Sin
duda, el verdadero héroe de la sesión fue este tal Karl Shenzer.,
de hecho ha pasado a la historia, no por su actividad teatral, sino
por su perseverancia como espectador. Nada se sabe de su evolución
mental posterior. En cambio Cage afirmó algo así como: “Me
siento
transformado
y, creo que el mundo también ha sufrido una transformación”.
Y
es que todo el minimalismo,
empezando por La Monte Young y siguiendo con el arte conceptual
de John Cage y derivaciones, como la música ambiental
de Eno (“la
repetición
es una forma de cambio”),
ya estaba anunciado en aquellas
Vexations.
Por si les resulta de interés, les diré que John Cale hizo su debut
tocando en esa maratón organizada por Cage. La formación musical de
Cale ofrecen un “recorrido
completo por el horizonte musical de finales del siglo
XX”:
Estudió con un discípulo de Webern; se pasó a la composición
conceptual de Cage, Fluxus y La Monte Young; se trasladó desde Gales
a Nueva York siguiendo a Xenakis y recaló en el grupo de La Monte
Young, (“Teatro
de la Música Eterna”)
donde tocaba una viola con cuerdas de guitarra eléctrica. Después
vendría lo de Lou Reed y “The
Primitives”,
sustituido por la “Velvet…”
y toda la parafernalia que la rodeaba.
Miren
Vds. si la cosa da de sí: Yoko Ono, David Boowie, Roxy Music, Ph.
Glass…podríamos llegar hasta Public Enemiy.
Volvamos
a Satie (amigo de tutti
quanti).
Habiendo roto con la Valadon en 1893, a quien conoció en los
tugurios de Pigalle y Montmarte, donde el músico se ganaba (¿) la
vida, se retiró, a los suburbios de París a seguir ganándose la
muerte (cirrosis). Allí vivió durante 20 años… ¡sin recibir ni
una sola visita! En la Pascua de 1893 le regaló a su amada una
composición titulada “Bonjour,
Biqui, Bonjour”.
“Vexations”
(se la quedó él y fue encontrada a su muerte) empieza con el mismo
acorde con que termina el regalo de Pascua (¿no hizo lo mismo La
Monte Young con su Composition
1960#7
empezando en el punto en el que se detuvo su famoso Trío
de cuerda?).
¡Poco dura la alegría en casa del pobre! El idilio duró seis
meses, tiempo suficiente para que el músico le escribiera más de
trescientas cartas y dejara en su puerta quilos de rosas granates.
Ella correspondía, como correspondió a media Butte.
“Mon
petit Biqui”,
como la llamaba, era verdaderamente terrible. La bella Suzanne lo
retrató y le entregó el cuadro como despedida.
Sólo
a partir de 1913, gracias a Cocteau (¡uno
de sus pocos méritos¡),
su música empezó a ser conocida. El éxito
le vino con Parade
(tema al que dedicamos otra “propuesta”).
Sólo después del 20, sus obras dramáticas
empezaron a ser representadas. Entonces se vio que Satie se había
adelantado en una década a dadá y al ruidismo
futurista e incluso, en algunos años al uso del collage
y en décadas al minimalismo
(como ya se ha dicho). Escuchen Vds. “Relâche”,
obra musical en dos actos unidos por un entreacto que debía de sonar
coincidiendo con la proyección de “Entr’acte”,
ese divertimento
cinematográfico de René Claire, en el que aparecen Picabia, Ray, el
mismo Satie y ¡cómo no! el aburridísimo Duchamp: Fanfarrias,
melodías barriobajeras, parodias…jazz, cabaret…variaciones,
repeticiones…¡Satie!
¡Hala! ¡Abúrranse Vds.!