(Asteriscos
* remiten a razones efemerísticas)
Hoy, día “tétrico” (*), paga la bebida Luís de Vargas.
“Nuestras
manos seguían unidas aún. Ambos mudos. ¿Cómo decirle que yo no era para ella ni
ella para mí; que importaba separarnos para siempre?
Sin
embargo, aunque no se lo dije con palabras, se lo dije con los ojos. Mi severa
mirada confirmó sus temores: la persuadió de la irrevocable sentencia.
De
pronto se nublaron sus ojos; todo su rostro hermoso, pálido ya de una palidez
translúcida, se contrajo con una bellísima expresión de melancolía. Parecía la
madre de los dolores. Dos lágrimas brotaron lentamente de sus ojos y empezaron
a deslizarse por sus mejillas.
No
sé lo que pasó en mí. ¿Ni cómo describirlo, aunque lo supiera?
Acerqué
mis labios a su cara para enjugar el llanto, y se unieron nuestras bocas en un
beso.
Inefable
embriaguez, desmayo fecundo en peligros invadió todo mi ser y el ser de ella.
Su cuerpo desfalleció y la sostuve entre mis brazos.”
(¡no la vas a dejar caer!)
¡Menos mal que entró el Vicario…!
Esto
ocurría el 6 de junio de (pongamos) 1872: Luis de Vargas
besa por primera vez (¿y última?) a Pepita Jiménez. Brindemos con
granadina…como hacía Lenin en su exilio parisino.
No menosprecien la novelita. En
realidad fue como un chorro de aire fresco en la novela española de la época:
ligera, algo costumbrista, sin cargar tintas en las luchas “psicológicas”
e, incluso, creo, demasiado irónica para lo que se llevaba. Sin recurrir a la
ironía no puede tomarse en serio esa trama tan manida: Viuda joven de un marido
octogenario y curita inexperto. Y, para completar la tragicomedia: el padre,
enamorado y “prometido” de Pepita.
¿Qué atractivo les encontrarían a los curas? ¿la sotana? ¿la halitosis?...Luis
de Vargas no es Julián, ni Pepita es la señora de Renal, ni la Ozores. Tampoco
es necesario: “Rojo y Negro” sólo hay
una.
Todo acaba en una boda feliz y un
futuro prometedor lleno de perdices, faisanes y codornices. El amor ideal (“Fedro”, “Cármides”, “El Banquete”…)
y el amor terrenal se fusionan de manera envidiable. Venus Urania y Venus Pandemos
se disuelven el uno en el otro como la ginebra en la tónica, para formar una
pareja de “kikos”, que dios (¿)
bendecirá con muchos hijos.
Todo digno de una ópera (Albéniz).
En realidad le hubiera ido mejor el formato “género chico”. Las “pasiones”
están esbozadas; la “culpa”,
escorzada…Ahora que, en manos de Emilio “El
indio” Fernández, puede convertirse en un dramón mejicano.
¿Sierras cordobesas? ¿Vega de
Granada? El único indicio es que se pone el sol “tras las altas montañas”.
Andalucía.
Sin duda Valera sabría de los dos “Luis de Vargas” “famosos”: El primero (XVI) un pintor sevillano, pecador y
penitente. Acostumbraba a dormir en un ataúd (como el “salvaje” de “Moby-Dic”) y
a fustigarse las carnes. Penitente y pecador. El segundo (XIX) el jefe de la
banda de bandoleros patriotas “los siete niños de Écija” (lo de “niños” es como a la Niña de la Puebla,
que le siguieron llamando “niña”
hasta su muerte, a los 90 años. En realidad ni eran siete, ni eran niños, ni
eran de Écija…La sintética imaginación popular ha hecho el resto). Y, sin duda,
a ambos los tuvo presente (¿ironía?). Desarrollen vds. el tema.
“Diligencia de Carmona,
la que por la vega pasas
caminito de Sevilla
con siete mulas castañas,
cruza pronto los palmares,la que por la vega pasas
caminito de Sevilla
con siete mulas castañas,
no hagas alto en las posadas
mira que tus huellas huellan
siete ladrones de fama.
(…)
Siete caballos caretos,
siete retacos de plata
siete, cupas de caireles,
siete mantas jerezanas.
Siete pensamientos puestos
en siete locuras blancas.
Tragabuches, Juan Repiso,
Satanás y Malafacha,
Jose Candio y el Cencerro
y el capitán Luís de Vargas,
de aquellos más naturales
de la vega de Granada.
Siete caballos caretos
los Siete Niños llevaban.
Echa vino, montañés,
que lo paga Luís de Vargas,
el que a los pobres socorre
y a los ricos avasalla.
Ve y dile a los milicianos
que la posta está robada
y vamos con nuestras novias
hacia Ecija la llana.
Echa vino montañés,
que lo paga Luís de Vargas”.
No es de Lorca...es de Fernando de
Villalón. Amigo de los del “27” y en
especial de Alberti, a quien Lorca, nacido tal
día como ayer, del año 1898, detestaba.
Sobre Lorca volveré el 25 de junio. Pero antes de asistir a la muerte
del Amargo, recordar el nacimiento
(1891) de Ignacio Sánchez Mejías (*)… ¡a las cinco en punto de la tarde!
Alberti hizo alguna vez el paseíllo en su cuadrilla y, como saben Vds. los del ”27”
(¡y los del Betis!) sintieron su muerte. Lorca escribió la elegía más tremenda
desde los tiempos de Jorge Manrique. Su muerte merece una recreación.
Y tal día como hoy de hace 7 siglos, año arriba año abajo, en Écija, “la llana”, unos cientos de parroquianos,
encabezados por curas y obispos, irrumpieron (*) en la judería y enviaron al
infierno a 4.000 judíos, dicen. Todavía andan las gargantas secas por allí…
¡paga Luís de Vargas!
¡A la salud de Luís de Vargas!:
¡Echa
vino, tabernero...
Que
acompañe al “salmorejo!”.
Hablando de matar judíos…y de la “cuadrillas de los 7 niños”, se imponen
los “Fünf juden” (en referencia a los 5 directores de las cinco Óperas de
Berlín). Y de ahí a lo que sigue.
Tal
día como hoy, del año 1937, Hitler asistió a la colocación
del busto de Anton Bruckner en ese Olimpo kitch de los dioses germánicos que es
el Walhalla, a las orillas del Danubio, en las proximidades de Regensburg
(Ratisbona). Luís I, antes de ser barrido por la “primavera de los pueblos” y por las faldas de Lola Montes, hizo
construir este doble del Partenón, para mayor gloria de Alemania (y allegados).
Actualmente son 130 las cabezas allí expuestas. El nazismo sólo colocó la de
Bruckner (¡!). Hitler, vestido con uniforme del partido, depositó una gran corona
de flores y se entretuvo un momento haciendo ver que meditaba. Quizás meditase.
Nunca lo sabremos.
Ya el año anterior, tras derribar
la estatua dedicada al judío Mendelssohn, frente a la Gewandhaus de Leipzig, en
la calle que llevaba su nombre, rebautizaron la calle con el nombre de “Anton Bruckner Strasse”.
Y también habló y se supo, por
aquellos que conocen la técnica de la lectura “entre líneas”, que algo grave y
transcendental se estaba maquinando.
Bruckner era, desde los tiempos de
Munich, junto con Wagner, uno de los ídolos del futuro führer (añadan Vds. a
Lehár: “La viuda alegre”). Y su (de
ellos) música acompañó los Congresos del Partido.
Brucker, el pequeño campesino alemán
(austríaco como Adolfo), objeto de burlas por parte del “modernismo” de Weimar, relegado a las últimas filas por el “medio judío” Brahms…ese “fenómeno de salón, elevado a los cielos por
los judíos”. El alemán sencillo y puro que con su sólo esfuerzo consigue la
plaza de organista de Linz, la ciudad amada por Hitler, para después ser objeto
de mofa en la “judía Viena”. Ese
hombre del pueblo, cuyo arte no se distanciaba ni un ápice de la sensibilidad
(y ambición) campesina, ese alemán de pura cepa (y austríaco) fue el elegido
por el corazón del “guía” para
apaciguarse en la “Guarida del lobo”
y como ejemplo a seguir.
El “leitmotiv” de la “burla”
y el de la venganza sobre ella (que tanto utilizaría Hitler): “empezaron riéndose… ¡ahora…llorarán!”,
encontró apoyo en el “caso Bruckner”.
Lo de Wagner es un caso aparte.
Aquella mañana en el Walhalla,
Hitler estaba descubriendo a las almas poéticas sus intenciones con respecto a
la “Marca Oriental” (Austria). Así
como Bucker (síntesis de lo alemán y lo “alto
austríaco”) estaba siendo acogido por Alemania, así Austria sería
introducida en el Reich. A los pocos meses se produjo la “Anexión”.
Su (de Hitler) afición a Bruckner
era tal que patrocinó la “Orquesta
Bruckner del Reich” en Linz y la elevó al rango de “clase extraordinaria”. Pensaba construir unos monumentales muelles
sobre el Danubio, cuya, ya de por sí gigantesca, maqueta presidió los
siniestros acontecimientos del búnker. Por sus arcadas y plaza central
rebotaron los ecos de los últimos pistoletazos. En el centro de la gran plaza
iría una torre “ýbrica”, coronada por un carillón que “en días determinados” descerrajaría algunos motivos de la 4º
sinfonía (“Romántica”) del músico.
Ironías de la historia (que se dice): mientras agonizaba en el búnker, en el
bar de la Cancillería del Reich, los que esperaban la muerte lo hacían
siguiendo los compases de música bailable. Nada de “Tristán e Isolda”. Nada
de “Parsifal”. Esperaron la muerte
bailando “foxtrot”. También dentro
del antro subterráneo se oía música ligera. Se disparó directamente a los
oídos.
Lean Vds. las entrada del 7 y del 28 de mayo, segunda serie (Inéditas) y
encontrarán una ampliación del tema.
Luís I de Baviera (cuya pasión por
la causa griega había hecho que ofertara a su hijo Otón para rey del nuevo
estado) había construido esa réplica del Partenón (con aquella finalidad) a las
afueras de Regensburg, cuna de los Thurn und Taxis, algunos años después de que
Hölderlin, ya tocado por la sombra de la locura, visitara la ciudad. La poesía
de Hölderlin algo influiría en la admiración por lo griego que se extendió por
toda Alemania.
Tal
día como hoy, moría, después de 36 años “recluido” en la torre del carpintero
Zimmer (“habitación”), el autor de “Hiperión”
(que siempre lo acompañó): “Scardanelli”.
El otro quiso llamarse Dionisos o el
Crucificado.
Una habitación-torre circular que
da sobre una curva del Neckar. Estuve allí (como tantos otros) en el 89, leí
fragmentos del Hiperión y algunas de sus últimas poesías y como sabía de la
afición del poeta por el vino y los aguardientes, me pimplé en su honor media
petaca de ¿Master Jager? ¿Mike
Jaeger?... ¡el del ciervo! Y también leí el grafitti: “H. no estaba loco”.
Le pasaban los “folios” y bosquejaba algunos versos. Le
hacían firmar. Él trataba a los visitantes de “Señoría”, “Excelencia” y de ahí “pa’rriba”.
Apoyó la idea de una Grecia liberada
de los turcos, guiado por una concepción idealista de la historia. Quiso que
Alemania fuera la Hélade contemporánea. Amonestó y despreció a los alemanes
contemporáneos por su utilitarismo y su (¿o es lo mismo?) especialización y servidumbre. Y más.
“En
el pueblo alemán, los discípulos de las musas crecen llenos de amor, de
espíritu y de esperanza; los ves siete años más tarde y andan errantes como
sombras, silenciosos y fríos, son como un terreno que el enemigo ha sembrado de
sal para que en él no crezca nunca más ni una brizna de hierba; y cuando
hablan, ¡ay de aquél que les comprende, que en su titánicos asaltos y en sus
tretas proteicas sólo ve la lucha desesperada que su hermoso espíritu destruido
lleva a cabo contra los bárbaros con los que tiene que enfrentarse!”
“Siempre
que el hombre ha querido hacer del estado su cielo, lo ha convertido en su
infierno.”
“¡Que
cambie todo a fondo! ¡Que de las raíces de la humanidad surja el nuevo mundo!
¡Que una nueva deidad reine sobre los hombres, que un nuevo futuro se abra ante
ellos! En el taller, en las casas, en las asambleas, en los templos, ¡que
cambie todo en todas partes!.”
No es justo (por la intención),
pero sí lógico (por el lenguaje), que los nazis aprovecharan esta llamada. “¡Despertad, alemanes!”…un nuevo mundo, el nuestro,
nos espera. “Los maestros Cantores”.
Thomas Mann (*) (y Cortázal nos lo
recuerda) lamentó que Marx no hubiera leído a Hölderlin.
Pon más vino, tabernero… ¡que paga
Luís de Vargas!...y ¡olvídense de esta “propuesta”
fallida!