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martes, 25 de junio de 2013

Propuesta para la tarde del 25 de junio. Russel. Marienbad. Little Big Horn.


Yo dale que te dale con los caracoles. El compañero trabajador me ha servido otra fuente  de gasterópodos (por cierto: dextrógiros) acompañado de un cuartillo de calvados y marcha a sus quehaceres. De vez en cuando me dirige una mirada por si se me ofreciera otra cosa. La sala se llena del ruido innoble del “sorber caracoles”. La clientela, que empieza a hacerse notar, mira con recelo a este depredador anticuado.

Decía que Julio Verne…Pues sí el primer perro que tuve (perrita, en realidad) se llamaba “Julio” (por Julio Verne, naturalmente). Se la regalaron, de semanas, a un amigo que hacía el “campamento” en Manises. La tuvo tres días en la taquilla. Aquello, decía, apestaba a mierda de niño…etc…etc. No sé más detalles.  Cuando se la regalaron leía “El rayo verne, perdón, ¡verde!” del autor de Nantes. Así que, falto de imaginación pero lleno de amor, le puso “Julio” a la animalica. Pasó con nosotros cinco meses. El “moquillo” acabó con ella. Y las centraminas…y la “maría”…



Julio Verne, al que leímos mal, es, pour moi, uno de los más grandes creadores (y poetas) de todos los tiempos. “Los relatos de J.V. están maravillosamente penetrados de esas discontinuidades en el modo de la ficción. Incesantemente la relación establecida entre narrador, discurso y fábula se desanuda y reconstituye según un nuevo trazado” (Foucault)… por si tenían dudas de su valía. Faulcault, como  Bambino, nos da una explicación clara y contundente.  Más que Foucault, fue Russel, el verdadero valedor de Verne: su traductor al reino puro del lenguaje.

“En algunas páginas de Verne (…) se ha elevado a las cimas más altas que pueda alcanzar el verbo humano.
Tuve la inmensa dicha de que me recibiera en Amiens (…) Bendito sea este incomparable maestro por las horas sublimes que he pasado a lo largo de toda mi vida leyéndolo y releyéndolo sin cesar

Las máquinas y aventuras de Verne tienen materia; son proezas de la imaginación mecánica y poética. Russel crea máquinas lingüísticas, cuya única finalidad es hacer jugar al lenguaje el juego de la autorferrencia mortal.  Sus máquinas son mecanismos lingüísticos que, partiendo de una palabra o frase, llegan a otra que invierte o pervierte el sentido original. Para Russel la literatura no tiene nada que ver con la “realidad”, tiene que ver con el lenguaje, con las palabras y con todo el mundo “ideal” que ellas abren.  Es un juego de ecos, de sonoridades hermanas, de imágenes ingenieriles en las que siempre está en juego la vida y la muerte. Es el absurdo  mecánico que se deriva de la lógica del lenguaje. Hay más referentes que palabras: el lenguaje siempre ejerce violencia: es como Procusto.

Y no entro en la vida y muerte de ese soñador loco que fue Raymond Rusell. Fue tratado como “caso” por el famosísimo Janet, quien, por cierto, también trató a Foucault. Janet en su “De l’Angoisse à l’extase” describe el “caso” Russel, al que se refiere con el nombre de Marcial (Cantarel, “Locus Solus”). Su vida se ajusta a un guión extravagante de Julio Verne. Él pudo y QUISO. Millonario, emparentado con todas las grandes familias imperiales, acabó, tras una temporada de euforia inducida, de una sobredosis de barbitúricos en el Grande Albergo delle Palme, el mismo donde Wagner había compuesto su “Parsifal”, que daría, DEFINITIVAMENTE, al traste con la relación entre Nietzsche y el músico. Se había retirado (sin duda para morir, como los elefantes,) en compañía de su amiga y confidente Charlotte Dufrène, que ocupaba una habitación contigua. La puerta que comunicaba las dos habitaciones siempre estaba abierta. Aquella noche estuvo cerrada. La mañana del ¡14 de julio! (1935). Charlotte tuvo que empujar fuerte: el cadáver e Raymond estaba tendido junto a la puerta. ¿Quiso salvarse en el último momento? ¿Quiso tener testigos del tránsito?
Lean, si quieren:

·        La vuelta al día en 80 mundos” de Cortázal.
·        Raymond Rusell” de Foucault.
·        Leonardo Sciascia: “Actas relativas a la muerte de R. Russel
Y de ahí serán conducidos, en plan russeliano, a otros manantiales.

“A eso de las cuatro de aquel 25 de junio, todo parecía listo para la coronación de Talú VII, emperador de Ponukelé, rey de Drelchkaff.
Auque el sol iba bajando, el calor seguía siendo sofocante en aquella región de África próxima al ecuador, y todos y cada uno de nosotros nos sentíamos agobiados por la temperatura, que presagiaba tormenta, pero que no modificaba brisa alguna.
Ante mí se extendía la inmensa plaza de los Trofeos…” (“Impresiones de África”. R. Russel).


El argumento es simple y como es simple, pueden informarse Vds.

Tampoco es muy complicado el argumento de “El año pasado en Marienbad”. Se supone que lo importante es el lenguaje (sea cual sea).

Tengo para mí que Russel fue quien verdaderamente situó la literatura en el camino de la “modernidad” (categoría estética). Como Manet, o Courbet habían hecho con la pintura: No importa el qué, sino el cómo.

En algún momento, la “plaza de los Trofeos” me recuerda los espacios de “Marienbad” (el año pasado…)(*). Robbe-Grillet fue amigo de Foucault y admirador de Russel. Cuando vi la película salí del cine-club con una sensación de vacío (y de idiota) como nunca he vuelto a sentirla. He procurado no volver a verla para no ponerme en una difícil tesitura. Peter Greenaway puede decir lo que le dé la gana, pero, a decir verdad, aquello no ayudaba a nuestra evolución intelectual. La sometía a conflictos irresolubles que sólo el tiempo ha disuelto. Aquel sarampión de “voces en off” dejó en nosotros una huella siniestra.


Kafka no lo pasó nada bien en Marienbad y no digamos nada de Goethe, que se volvió a casa con el rabo entre piernas. (En realidad la película no está rodada en Marienbad…).

Cuando quiero perder a alguien de vista lo cito en Mariebad: “el año que viene en Marienbad”. Sé que me lo he quitado de en medio para toda la vida.

El segundo plato de caracoles ha desaparecido. Y el calvados también. Va siendo hora de retirarse. Mis Custodios, discretos, hacen acto de presencia: es un perfume, como saben, de cadera de ángel, de nuca de arcángel…que desarma y te predispone al bien. Los comensales apoyan los cubiertos en los bordes de sus platos, apoyan, contra toda disciplina, sus codos sobre la mesa, entrelazan sus manos y alzan la mirada al techo de escayola. Sonríen como si pensaran en sus años de infancia. El camarero detiene su deambular aleatorio, se concentra, mueve el rabo de contento y sigue a sus quehaceres con una alegría impropia de este caluroso día de junio. Está todo pagado. Ha pagado dios (¿). La propina la dejo yo.

Sobrevolando el espacio aéreo francés pienso en la batalla de  “Little Big Horn” (*): un pueblo con nombres poéticos contra otro con nombres prosaicos. Ganó la poesía. Por poco tiempo.



Aquello de “morir con las botas puestas” me causó pesadillas. Imaginaba a mi padre con las botas de caña y tricornio “colonial”, muriendo bajo un sol de justicia entre las piteras y chumberas de la Garapacha. Imaginaba tribus de indios dando vueltas y vueltas alrededor de mi padre, ya sin munición, pero agarrado religiosamente a un tonelete de vino de Pinoso. Imaginaba las flechas clavándose en el tonelete y veía desperdiciarse el vino ante la mirada perdida y resignada de mi progenitor. Mi padre no defendía ninguna bandera. Por cierto, cuando el día 26 ó 27 de junio llegaron los refuerzos, se encontraron al general Custer, el “matador de mujeres”, en pelotas y despojado de todos los órganos sobresalientes. De las botas… ¡ni rastro!

Yo quería la derrota completa del séptimo de caballería, que lo arrasaran. ¡Ese llegar siempre en el momento oportuno…! ¡Íbamos con los indios! Mi situación, sin embargo, era más compleja. Yo me debatía entre profundos dilemas morales ajenos a la conciencia espontánea de mis amigos. Mi padre pertenecía al 7º de caballería, a las fuerzas del orden; los padres de los demás eran “indios”. Así que mi preferencia por los “salvajes” tenía doble valor.

De la parte yanqui sólo sobrevivió “Comanche”, un caballo. Su vejez estuvo lleno de pesadillas.



Y así sumido en profundas reflexiones, llegamos a casa.

DVD: “Pequeño gran hombre”.

Y con esto me despido de Vds. hasta dentro de unas semanas.







Propuesta para la mañana de hoy, día 25 de junio. Adelfas. Flores del mal. Foucault.

La adelfa (baladre, laurel de jardín, hierba mala…) fue la primera planta que floreció tras la bomba de Hirosima del 6 de agosto de 1945.



La primera vez que visité Delfos lo hice por la carretera que conduce desde Antirio. La carretera estaba (y está) flanqueada de adelfas, por eso creí que su nombre tenía que ver con Delfos. Etimológicamente no es así. Hay, sin embargo una relación más profunda. “Adelfa”, proviene del griego “Dafne” (laurel), pasado por el árabe que le añadió el artículo: “Al-Delfla”. O sea que etimológicamente significa “el laurel” y mantiene con éste algunas semejanzas: toxicidad y verde perenne.

El árbol que conocemos como “laurel” es en lo que quedó la ninfa Dafne. Apolo, inflamado de amor por la flecha dorada del ridiculizado Eros. Dafne, inflamada de odio por la flecha de plomo del niño juguetón. Apolo la persigue. Dafne huye. Apolo le da alcance. Dafne suplica a su padre…  y la convirtió en ese árbol, cuyas hojas perfuman nuestras lentejas y nuestros mejillones al vapor. Por cierto, yo siempre las utilizo del valle del Tempe

Fracasado, se dirigió a Delfos y allí, para calmar su ardor y su fracaso, arremetió contra la ninfa Castalia que, huyendo, se sumergió en las aguas cristalinas de la fuente, llamada en su honor Castalia. El paraje donde después brotó el milenario (¿) plátano de Hipócrates, estaba poblado de laureles,..  La pitia, masticaba hojas de laurel y aspiraba vapores de naturaleza petroquímica que la ponían fuera de sí. Y por su boca salieron sentencias terribles que los expertos traducían a hexámetros.

¿Ven Vds. la sabiduría popular? Llamar a la adelfa “laurel de jardín” es un acierto como una casa.  No mastiquen hojas de adelfa: quizás no se agudicen sus dotes proféticas, pero lo que es seguro, es que tendrán retortijones y cagaleras de muerte. Casi mejor: si tienen patio y le han crecido adelfas… ¡córtenlas!

En zonas rurales se preparaba una loción para uso externo contra la sarna utilizando las hojas frescas de adelfa mezcladas con miel  y aplicada como ungüento.  Las abejas liban la flor de la adelfa sólo la mañana de San Juan, al salir el sol y sólo una hora. O sea que hoy, día 25 de junio, estarán ahítas.  El resto del año no las come ningún animal… ¡excepto los grillos! (¿).

Su aroma produce dolor de cabeza y si te cae una flor en la misma, te quedas calvo en poco tiempo. Si no te cae… tardas un poco más.

En 1808 durante la Guerra del Francés, en un campamento los soldados de Napoleón asaron carne de cordero ensartando pinchos en estacas de adelfa. De los 12 soldados, 8 murieron y los otros cuatro quedaron seriamente afectados.




En Valencia, famosa por sus envenenadoras, desde la edad media, las mujeres del barrio judío de Sagunto, empleaban el “gotot”  (infusión de baladre) para deshacerse de sus maridos. El efecto era acumulativo y un día aparecían muertos. El matarratas fue posterior.

También tiene efectos positivos: Útil para callos, ulceras y heridas, dolor de muelas, verrugas. En el “Campo de Níjar”, para el dolor de muelas, toman unas hojas, exprimen la savia y se echan una gota en el ojo contrario al de la muela dolorida: ¡Se va el dolor!, dicen. ¡Bárbaro!

Pocas cosas hay tan amargas como las hojas de baladre:

“Quizás mi consejo
 te deje en la boca sabor a  baladre…”  (Sotomayor).

(...)

"El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio.
(…)”
El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos”.  

(...)
                 
(dedicado a ¡¡ (b)Aladrén ¡!)



Mientras se desayunan pongan el esputofaif y que suene en la versión de Camarón (o de Tomás de Perrate, o de Remedios Amaya, o de Luís el chico, o de Diego Amador…): Bulerías por soleá, o sea, “bulerías pa escuchar”. Lo de Camarón, IMPRESIONANTE.

Aprovechen las últimas flores de calabacín (utilicen las flores macho que ya hayan cumplido con su función) y háganse un aperitivo a la altura de este florido día. Córtenlas al amanecer, como las abejas la mañana de san Juan, límpienlas, con muuuucho cariño, por dentro y encájenlas unas dentro de otras. Métanlas en la nevera y, así, tendrán para otra vez.

Yo las relleno con una mezcla pastosa de: mozarella, alcaparras, anchoa y un poquito de ajo. Las cierro con un palillo y las frío en aceite MUY caliente. Las acompaño con vino manzanilla…o con lo que haya, que en eso no soy muy tiquismiquis.



Si acostumbran a tomar segundo plato (yo he sido criado con plato único), ásense unos tacos de atún antes de que se cierre la temporada y rocíenlos con flor de sal. O si quieren, arranquen “el vino de los amantes” de su edición de “Las flores del mal”, córtenlo a pedacitos y échenlos en un almirez, añadan un diente de ajo, unas hojas de perejil, un chorro de aceite y un poquito de vinagre. Machaquen la mezcla y derrámenla sobre los trozos del túnido.

Tal día como hoy, del año 1857, y tras una meticulosidad insoportable por parte del poeta, el editor Poulet-Malassis decide publicar “Las flores del mal” (Baudelaire), en una edición de 1300 ejemplares a tres francos el ejemplar.  Las poesías habían sido publicadas en revistas y otras hojas, pero nunca juntas y en libro. La justicia que ya había olido con antelación la presa, la siguió y la consiguió. El lebrel fue “Le Figaro”. Flaubert (compartieron procurador) estaba en las mismas.

Lean algún poema si lo desean… ¡por mí…!

No hay ningún poema sobre la flor de la adelfa.

No es cierto que Baudelaire acabara loco: Acabó imbécil (tras pasar una temporada en la gilipollez). Sífilis, dicen.





Foucault, que llevaba la locura desde el nacimiento, murió de sida, dicen, tal día como hoy, del año 1984. Su primera “extravagancia” fue renunciar al “Paul” (tradición familiar) y quedarse sólo con “Michel”: M. Foucault. Un poco al contrario que Cioran que añadió a su inicial “E”(mile) una “M”: E.M. Cioran. Esa “M” fue por pura sonoridad y por E.M. Forster.

O como Duchamp: “ Tu m’

Comprenderán Vds. que este no es el sitio, ni el momento, adecuado para una exposición de la evolución del pensamiento de Foucault. Baste citar sus referencias intelectuales: Blanchot, Russel, Lacan… ¡Dumézil! Añadan la temprana de Hyppolite. Todo esto sobre la base de Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, Heidegger.

A propósito de Freud. No sé de dónde he sacado que tal día como hoy, del año 1899, en una carta a Frenda (¿) Fliess (¿mujer de Fliess?) le comunica que:

“Matilde selló su entrada en la femineidad, un poco prematuramente”

Matilde era su hija mayor y tenía 12 años. Él siempre atento a esos detalles. No tengo ni idea. A la mujer de Fliess, Freud la llamaba Ida (supongo que sería su nombre). O sea ¡que la tal Frenda!….Eso me pasa por tomar notas sin ton ni son.

Tal día como hoy, del año 1984, murió en el hospital Pitrié-Salpetrière, Foucault. Allí había sido tratado de sus desarreglos. Y allí lo amortajaron. Allí también estuvo de “becario” (¿Erasmus?) Sigmund Freud.

“”Monsieur Michel Foucault ingresó el 9 de junio de 1984 en la clínica de enfermedades nerviosas (sus preferidas) de la Salpêtrière para que le fueran practicados unos exámenes complementarios que se habían vuelto necesarios debido a unas manifestaciones neurológicas que sumadas a un estado de septicemia (sida) lo habían complicado. Estas exploraciones pusieron de manifiesto la existencia de focos de supuración cerebral (…) Un agravamiento brutal hizo desaparecer cualquier esperanza de terapéutica eficaz y el óbito se produjo el 25 de junio a las 13.15 horas”  (Parte médico oficial).

Fiel a mis costumbres, me traslado a la rue Vaugirard, París, última residencia del impenitente trotamundos. Su apartamento estaba en el “regio” edificio que sigue ocupando el número 295 de la calle más larga de París. Siempre he dicho que, a mí el tiempo y el espacio me la refanfinflan, así que por qué no comer dos veces…o tres…si el guión lo exige.

Retrocedo un poco hacia la Sorbona (¡más de cien números!), por la misma acera (no se detengan en cada una de las plaquitas conmemorativas que encuentren: ¡no llegarán nunca!) y me encuentro con el restaurante “Ida” (¿Fliess?). La última vez que estuve el local se había definido como “Café Figue” y antes era el bar “Anatolie”. Las cosas van rápidas en estos días de “crisis”. Bueno, pues ahora es un restaurante con pretensiones: “cocina francesa con acentos italianos”… ¿algo así como Adamo?






–Bon jour Monsieur!

–A la paz de dios (¿)! Encuentro muy cambiado el lugar. Yo aquí, cuando esto era un establecimiento turco, he comido unos caracoles que estaban para chuparse los dedos.

El “maître”, que ha ido a recibirme como a un novillo, con la servilleta desplegada y derrochando valor, se queda desconcertado por tal revelación: como si hubiera sacado a la luz las vergüenzas de la familia. Le digo que quiero comer. Me acompaña a una de las pocas mesas del local. Me ayuda a sentarme (la jubilación tiene sus recompensas). Se aleja…y desde lejos me lanza la carta-menú como si de una cuchilla voladora se tratara. Lo miro ceñudo y él disimula y mira para atrás.

–No se ponga así, buen hombre. Dígale a Denny que está aquí su amigo Kino. Y que lo felicita por su iniciativa. Yo siempre he seguido la trayectoria de ese magnífico cocinero. Ya supe de él cuando estaba de segundo en el “Julio Verne” (Ducasse) de la Tour Eiffel.

–Lo siento mucho, caballero, pero el Sr. Imbroisi no se encuentra disponible.

–Lo mismo da que lo mismo tiene. Póngame una cañita para ir calentando máquinas.

–Grrrrr.

Me vienen a las mientes, y de las mientes a los labios, estos versos de René Char:

“Una pareja de zorros revolvía la nieve,
pisoteando la linde de la guardia nupcial” (…)

El camarero deposita el vaso de cerveza sobre la mesa y me mira entre la incredulidad y el pánico y continúa:

“Al atardecer el duro amor desvela a sus parajes
La sed punzante en vértigos de sangre”.

Ahora soy yo quien lo mira entre la incredulidad y el pánico.

–¿Cómo Vd. , querido caracolero, sabe de esos versos?

–Y ¿cómo Vd., estimado servidor de cerveza, los reconoce?

–Es por mi padre. Él estuvo presente. Era el portero del edificio en el que vivía el Sr. Foucault. Y él me los repetía y me los repetía. Y yo los repetía y los repetía. Pero la verdad es que no entiendo nada. Sólo sé que al Sr. Le llamaban “Zorro” (el “Fuch”).

–Por ese motivo René Char, su amigo, los escribió con motivo de su muerte.

–¿Cómo?...  Me permite que me siente.–Antes de hacerlo trae dos cervezas y un platito de caracoles à la beurre.– Creo que está Vd. en un error. El “Zorro” nunca conoció a Char, a quien, por cierto admiraba. Char había escrito esos versos el día 21 y se los regaló a un vecino suyo, el Sr. Paul Veyne para consolarlo por la pérdida del filósofo. A Paul se le llenaron los ojos de lágrimas al descubrir la coincidencia. De ahí que Char añadiera la dedicatoria.

–Pero… ¿qué oigo?.. Así que su encuentro fue “post mortem”.

–Así es. Mi padre, además, fue al entierro, no en vano eran del mismo pueblo. Lo enterraron al atardecer del 29 de junio, en Vendevre, un pueblo perteneciente a Poitier de donde era natural. Estaba la familia y los allegados, por así decir. Mi padre, todo discreción, fue su gran confidente. ¡Ya sabe Vd.! La cosa fue muy sencilla. Alguien recitó esa cuarteta y su hermano dominico ofició alguna cosa… ¡la madre se empeñó! Sólo hubo un ramo de rosas.

–Me deja Vd. estupefacto. 

-- Si yo le contara...¿Sabe Vd. de las muertes de Barthes, de derrida, de Poulanzas, de Althusser...? ¿Qué darían a todos estos "estructuralistas"?

-- O qué no le darían. Por cierto, los caracoles…¡muy ricos!

–En confianza, los caracoles no aparecen en la carta; los preparo para mí y… para ciertas ocasiones. Si se entera Denny, es capaz de despedirme. Él siempre está con platitos de nombres ridículos, adecuados para petimetres, Siempre con los aromas, las texturas, los colores, la mezcla… Yo, dios (¿) me perdone si ofendo, prefiero unos pies de borrego, rellenos de setas de los bosques de Poitier.

Como es natural, a su muerte, todos los periódicos y revistas, más o menos especializadas, loaron su persona y su obra.

Tiempo habrá para entrar en detalle. Y seguir el despliegue de su pensamiento.

Mientras me chupo los dedos (el camarero ya está en lo suyo), pienso en la curiosa relación entre El nombre del restaurante del que procede Denny, “Julio Verne”, y la admiración que sentía Foucault por ese poeta mal comprendido. Y de ahí, naturalmente, a Raymond Russel.

Hasta luego.



































RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...