Yo dale que te dale con
los caracoles. El compañero trabajador me ha servido otra fuente de gasterópodos (por cierto: dextrógiros) acompañado de un cuartillo
de calvados y marcha a sus quehaceres. De vez en cuando me dirige una mirada
por si se me ofreciera otra cosa. La sala se llena del ruido innoble del
“sorber caracoles”. La clientela, que empieza a hacerse notar, mira con recelo
a este depredador anticuado.
Decía que Julio
Verne…Pues sí el primer perro que tuve (perrita, en realidad) se llamaba “Julio” (por Julio Verne, naturalmente).
Se la regalaron, de semanas, a un amigo que hacía el “campamento” en Manises. La tuvo tres días en la taquilla. Aquello,
decía, apestaba a mierda de niño…etc…etc. No sé más detalles. Cuando se la regalaron leía “El rayo verne, perdón, ¡verde!” del autor de Nantes. Así que,
falto de imaginación pero lleno de amor, le puso “Julio” a la animalica. Pasó con nosotros cinco meses. El “moquillo” acabó con ella. Y las
centraminas…y la “maría”…
Julio Verne, al que
leímos mal, es, pour moi, uno de los
más grandes creadores (y poetas) de todos los tiempos. “Los relatos de J.V. están maravillosamente penetrados de esas
discontinuidades en el modo de la ficción. Incesantemente la relación
establecida entre narrador, discurso y fábula se desanuda y reconstituye según
un nuevo trazado” (Foucault)… por si tenían dudas de su valía. Faulcault,
como Bambino,
nos da una explicación clara y contundente.
Más que Foucault, fue Russel, el verdadero valedor de Verne: su
traductor al reino puro del lenguaje.
“En
algunas páginas de Verne (…) se ha elevado a las cimas más altas que pueda
alcanzar el verbo humano.
Tuve
la inmensa dicha de que me recibiera en Amiens (…) Bendito sea este
incomparable maestro por las horas sublimes que he pasado a lo largo de toda mi
vida leyéndolo y releyéndolo sin cesar”
Las máquinas y
aventuras de Verne tienen materia; son proezas de la imaginación mecánica y
poética. Russel crea máquinas lingüísticas, cuya única finalidad es hacer jugar
al lenguaje el juego de la autorferrencia
mortal. Sus máquinas son mecanismos
lingüísticos que, partiendo de una palabra o frase, llegan a otra que invierte
o pervierte el sentido original. Para Russel la literatura no tiene nada que
ver con la “realidad”, tiene que ver con el lenguaje, con las palabras y con
todo el mundo “ideal” que ellas
abren. Es un juego de ecos, de
sonoridades hermanas, de imágenes ingenieriles
en las que siempre está en juego la vida y la muerte. Es el absurdo mecánico que se deriva de la lógica del
lenguaje. Hay más referentes que
palabras: el lenguaje siempre ejerce violencia: es como Procusto.
Y no entro en la vida y
muerte de ese soñador loco que fue Raymond Rusell. Fue tratado como “caso” por el famosísimo Janet, quien,
por cierto, también trató a Foucault. Janet en su “De l’Angoisse à l’extase” describe el “caso” Russel, al que se refiere con el nombre de Marcial (Cantarel,
“Locus Solus”). Su vida se ajusta a
un guión extravagante de Julio Verne. Él pudo y QUISO. Millonario, emparentado
con todas las grandes familias imperiales, acabó, tras una temporada de euforia
inducida, de una sobredosis de barbitúricos en el Grande Albergo delle Palme,
el mismo donde Wagner había compuesto su “Parsifal”, que daría,
DEFINITIVAMENTE, al traste con la relación entre Nietzsche y el músico. Se
había retirado (sin duda para morir, como los elefantes,) en compañía de su
amiga y confidente Charlotte Dufrène, que ocupaba una habitación contigua. La
puerta que comunicaba las dos habitaciones siempre estaba abierta. Aquella
noche estuvo cerrada. La mañana del ¡14 de julio! (1935). Charlotte tuvo que
empujar fuerte: el cadáver e Raymond estaba tendido junto a la puerta. ¿Quiso
salvarse en el último momento? ¿Quiso tener testigos del tránsito?
Lean, si quieren:
·
“La
vuelta al día en 80 mundos” de Cortázal.
·
“Raymond
Rusell” de Foucault.
·
Leonardo Sciascia: “Actas relativas a la muerte de R. Russel”
Y de ahí serán
conducidos, en plan russeliano, a otros manantiales.
“A
eso de las cuatro de aquel 25 de
junio, todo parecía listo para la coronación de Talú VII, emperador de
Ponukelé, rey de Drelchkaff.
Auque
el sol iba bajando, el calor seguía siendo sofocante en aquella región de
África próxima al ecuador, y todos y cada uno de nosotros nos sentíamos
agobiados por la temperatura, que presagiaba tormenta, pero que no modificaba
brisa alguna.
Ante
mí se extendía la inmensa plaza de los Trofeos…” (“Impresiones de África”. R. Russel).
El argumento es simple
y como es simple, pueden informarse Vds.
Tampoco es muy
complicado el argumento de “El año pasado
en Marienbad”. Se supone que lo
importante es el lenguaje (sea cual sea).
Tengo para mí que
Russel fue quien verdaderamente situó la literatura en el camino de la “modernidad” (categoría estética). Como
Manet, o Courbet habían hecho con la pintura: No importa el qué, sino el cómo.
En algún momento, la “plaza de los Trofeos” me recuerda los
espacios de “Marienbad” (el año pasado…)(*).
Robbe-Grillet fue amigo de Foucault y admirador de Russel. Cuando vi la
película salí del cine-club con una sensación de vacío (y de idiota) como nunca
he vuelto a sentirla. He procurado no volver a verla para no ponerme en una
difícil tesitura. Peter Greenaway puede decir lo que le dé la gana, pero, a
decir verdad, aquello no ayudaba a nuestra evolución intelectual. La sometía a
conflictos irresolubles que sólo el tiempo ha disuelto. Aquel sarampión de “voces en off” dejó en nosotros una huella siniestra.
Kafka no lo pasó nada
bien en Marienbad y no digamos nada de Goethe, que se volvió a casa con el rabo
entre piernas. (En realidad la película no está rodada en Marienbad…).
Cuando quiero perder a
alguien de vista lo cito en Mariebad: “el
año que viene en Marienbad”. Sé
que me lo he quitado de en medio para toda la vida.
El segundo plato de
caracoles ha desaparecido. Y el calvados también. Va siendo hora de retirarse.
Mis Custodios, discretos, hacen acto de presencia: es un perfume, como saben,
de cadera de ángel, de nuca de arcángel…que desarma y te predispone al bien. Los
comensales apoyan los cubiertos en los bordes de sus platos, apoyan, contra
toda disciplina, sus codos sobre la mesa, entrelazan sus manos y alzan la
mirada al techo de escayola. Sonríen como si pensaran en sus años de infancia.
El camarero detiene su deambular aleatorio, se concentra, mueve el rabo de
contento y sigue a sus quehaceres con una alegría impropia de este caluroso día
de junio. Está todo pagado. Ha pagado dios (¿). La propina la dejo yo.
Sobrevolando el espacio
aéreo francés pienso en la batalla de “Little Big Horn” (*): un pueblo con nombres poéticos contra otro con nombres
prosaicos. Ganó la poesía. Por poco tiempo.
Aquello de “morir con las botas puestas” me causó
pesadillas. Imaginaba a mi padre con las botas de caña y tricornio “colonial”,
muriendo bajo un sol de justicia entre las piteras y chumberas de la Garapacha.
Imaginaba tribus de indios dando vueltas y vueltas alrededor de mi padre, ya
sin munición, pero agarrado religiosamente a un tonelete de vino de Pinoso.
Imaginaba las flechas clavándose en el tonelete y veía desperdiciarse el vino
ante la mirada perdida y resignada de mi progenitor. Mi padre no defendía
ninguna bandera. Por cierto, cuando el día 26 ó 27 de junio llegaron los
refuerzos, se encontraron al general Custer, el “matador de mujeres”, en pelotas y despojado de todos los órganos
sobresalientes. De las botas… ¡ni rastro!
Yo quería la derrota
completa del séptimo de caballería, que lo arrasaran. ¡Ese llegar siempre en el
momento oportuno…! ¡Íbamos con los indios! Mi situación, sin embargo, era más
compleja. Yo me debatía entre profundos dilemas morales ajenos a la conciencia
espontánea de mis amigos. Mi padre pertenecía al 7º de caballería, a las
fuerzas del orden; los padres de los demás eran “indios”. Así que mi preferencia por los “salvajes” tenía doble valor.
De la parte yanqui sólo sobrevivió “Comanche”, un caballo. Su vejez estuvo
lleno de pesadillas.
Y así sumido en
profundas reflexiones, llegamos a casa.
DVD: “Pequeño gran hombre”.
Y con esto me despido
de Vds. hasta dentro de unas semanas.