PRIMERA
ESTAMPA.
Suena el Cuarteto XIII, cuya “Gran fuga” final fue sustituida a última hora por un nuevo “finale”, que sería, a la postre, el último movimiento completo que escribiría Beethoven. Tomo un aguardiente de trigo en el Welt Café de la Schwarzspanierstrasse de Viena. Creo que el nuevo “finale” quita un poco de hierro al asunto. Se ve que el músico se arrepintió de la “Gran fuga” y pensó que estaría bien permanecer un poquito más. En un apartamento de este recio y vetusto edificio (fundado por los benedictinos de Montserrat: apúntenlo en su cuaderno “Big Chief”) pasó Beethoven sus últimos meses (incluyendo su último día: tal como hoy del año 1827) Desde la ventana de su habitación se veía el gran descampado del glacis, que posteriormente fue convertido en el Ring, más o menos enfrente de donde se construyó, veinte años más tarde, la” Iglesia votiva”. El sol le entraríaa raudales, a no ser que, como a Kant, le gustara tener su habitación completamente a oscuras…o cayera un diluvio bíblico. Estos genios tienen genialidades.
La verdad que a este último refugio del músico
no le hacen mucha publicidad. Puede que el suicidio de Weinninger la haya
infectado de nihilismo y desprecio de sí misma. Viena no quiere saber nada de
sus antiguas “epidemias”.
Me veo
nuevamente delante de la barra del Welt café:
–Póngame
otro orujo, buen hombre.
–¿Qué?
¿¡Ya viene de ver la casa de los muertos!? Aquí lo que más despachamos es “Agua
del Carmen”… ¡para los mareos! Sepa Vd. que el sordo se pudrió en vida, como
Mozart. Una cirrosis concluyente le licuó los órganos internos. Le sacaron 6
litros de líquido putrefacto…los riñones los tenía…
–¡Pare
Vd, buen hombre!
–No
tiene Vd. pinta de aprensivo… Además la tarde que murió, eran las 5’45,
descargó un diluvio bíblico y los rayos señalaban de forma inequívoca la escena
del deceso. Es lo que tiene la grandeza. Mi muerte vendrá precedida de un
estruendo de vajilla: se me caerá la bandeja y el dueño me partirá el lomo. Ya
mi nacimiento vino precedido por una desgracia: una epidemia de peste porcina
acabó con todos los cochinos de la familia. Y entre uno y otra mi vida discurre
tan turbia como el agua del Danubio.
–Me
va Vd. a hacer llorar, querido mesonero. Pues yo, he de decirle, fui concebido
en medio de una galerna fuerza 8 y mi nacimiento por una riada purificadora.
Pero mucho me temo que mi “finale” sea precedido por una ridícula musiquilla de
teléfono a la que no podré atender. Mis últimas palabras serán: “Me cago en el
puto móvil”. Por lo demás: puede que llueva o puede que no.
–Ese
hermoso perro es suyo.
–En
efecto.
–Pero…
¡déjelo entrar.
El
camarero le sirve agua en un cenicero grande. “Gorrión” bebe con la delicadeza
que le es propia.
Todo
es un sueño. Estamos tumbados en el sofá de casa oyendo el esputofaif.
“Gorrión” sigue con atención el “finale” y parece que se despida.
SEGUNDA
ESTAMPA.
Y ahora me veo
sentado a una mesa de un aplastado MacDonald en la carretera local 24
(Milledville, Georgia). Gorrión se carga de energía. Sin un poco de sol se
descarga, como las pilas. La altura de las “casas” indica el límite permitido a
la elevación espiritual. Nadie puede volar más alto. Primero fue la cuadrícula
y después se echaron las casas, como la sal en la ensalada. Algunas parecen
pegatinas que intentaran reproducir antiguos recuerdos (ya difuminados) de
ciertos edificios próstilos-tetrástilos que, en algún lugar del mundo, han
existido (no en vano hay una ciudad cercana que se llama “Atenas”). Gente, a la
vista, no hay. Coches. ¿Esto es el “Profundo
Sur”? Son llanuras interminables que
las presiento llenas mosquitos y de desquiciados. Ni profundidad, ni
altura. La altura máxima es la de la
hamburguesa que me trae un individuo vestido de payaso. Cerveza imposible. Un Dr Nuts…remanente de la guerra de Corea (?recuerdan Vds. el "olor de almendras amargas", pues ¡al revés!)
Las bebidas alcohólicas en el interior.
“Sangre sabia”.
–Mi
querido y estrafalario camarero… ¿Podría Vd. indicarme si estoy en la dirección
correcta para “Andalusia”?
–It’s a long, long way!
–Pero…¡voy
bien!
–¡Claro
pisshha! Lo de “long way” lo digo para practicar.
T’acabas el bocata, te revuerves, tiras como un kilómetro y ya veràh un
cartelito.
–Gracias!
–¡De
nada, mi arma!
Le doy el
segundo piso a “Gorri” y yo me zampo
la planta baja. Entro, compro una botella de Bourbon y salgo.
Ahora me veo,
llevando al perro por la correa, caminando por el centro de la carretera…como
en un final conmovedor de una película de “Charlot”. El objetivo se cierra,
redondo, en negro, justo en nuestros culos. Es como si absorbieran el paisaje.
A la izquierda aparece el cartelito: “Andalusia
Farm”. Ya se oyen los rebuznos y los bramidos de los pavos reales. Un
camino de tierra por entre una espesa vegetación desemboca en un claro (propio
para las lunas inmensas de Georgia) y en su centro una casa-mansión con su
porche acristalado con sus escaleras donde sentarse al caer la tarde… y sus magnolias vigilantes. Faltan las plantaciones.
En verdad la
casa no desentona con otras que hemos visto en la ciudad. La ciudad tiene el
encanto de las películas en las que se desata un terror gratuito e impropio.
Sus edificios parecen edificios “potemkim”.
Vamos…un escenario para rodar el “Show de
Kino”.
Pues eso, los
animales nos rodean. “Gorrión” husmea
el aire, parece que ha olido a “lupus”,
saca fuerza de flaqueza y lanza un ladrido que se desvanece en cuanto sale de
su tierna boca. Avergonzado, se deja caer, abatido y conocedor del fin cercano.
Lo ato en un aro a tal fin dispuesto. Entro y me compro una camiseta ilustrada:
“Wise Blood”.
¿Que qué hacemos
aquí? ¡Fácil!
J.K.Toole, harto
de las maniobras castrantes de su madre, desesperado por que el futuro se
alejaba de sus expectativas, fatigado de tanto disimulo erótico, arrastrado por
la fuerza gravitatoria de Ignatius Reilly
e inspirado por el “espirituoso santo”,
al que empezó a hacerse devoto…lo dejó TODO, cogió el coche (no sé la marca) y
se marchó. Como H.H. con Lolita. Recorrer al buen tuntún las carreteras
americanas, a la búsqueda de un cruce en el que poder pactar con el diablo.
Como Robert Jhonson. Llegó al Pacífico y
su espíritu no encontró la paz. Volvía al infierno de Nueva Orleans pero se
detuvo en “Andalusia Farm” en las
afueras de Milledville (Georgia). Quería visitar la casa donde vivió sus
últimos años su admirada Flannery O’connor (y donde está enterrada con el grumo familiar al completo). Llegó a
punto para celebrar el 44 cumpleaños de la muerta. Era el 25 de marzo de 1969.
La “granja” no estaba abierta al público.
Aquel joven con
una retirada al apacible Jack Lemon se había convertido en un gordo enloquecido
que había tomado los rasgos de “Ignatius”.
Tomó, frustado, la interestatal 65. Pasó de largo centenares de moteles y
cuando el sueño le vencía se dijo que, para lo que quedaba, no merecía la pena
gastar ni un dólar en dormir.
–(…)”¿Dónde
quieres que pasemos la noche?
–¿Pasar
la noche?–atronó Ignatius–No vamos a pasar la noche en ningún sitio. No podemos
parar.
–Ignatius,
estoy que me caigo. Llevo en este coche desde ayer por la mañana.
–Bueno,
crucemos el puente de Biloxi por lo menos…(…)”
Sin embargo, en
un arranque de fidelidad y nostalgia se comió un “perrito caliente”, con doble
de mostaza. Ya no le quedaban muchos de los 1.500 $ con los que salió de casa.
Enlazó con la 10. Antes de llegar a su destino, quiso ver el mar y las
ciénagas: tomó la 57 hacia la costa. Se internó en la 90 y cruzó (¡desgraciado!) el puente de Biloxi. El coche se abría paso entre la nada. Iris, de rosados dedos, asomaba por la
parte de Florida. Su madre, de negrísima sombra, esperaba por la parte de
Misisispi. Dejó que el día siguiera su
curso. Compró, en Biloxi, una manguera de cuello ancho. Puso 15 litros de
gasolina y cogió el boulevard de la
costa. Cuando creyó conveniente tomó un sendero secundario. Encajó la manguera
al tubo de escape. Metió la parte libre de la manguera por la ventanilla del
conductor. Subió la ventanilla. Encendió el motor y esperó. Su último
pensamiento fue para Myrna “… Y tomando
la cola de caballo con una de sus manazas, la apretó cálidamente contra su
húmedo bigote”.
Lo encontraría el
patrullero Mancuso, eficazmente
ridículo, como siempre.
“Soy
capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen
todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede
recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo
que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer.”
A favor de la
madre decir que entregó el resto de su vida a la causa del hijo (y a firmar
libros) que, por fin, vería colmadas sus ansias de inmortalidad. “La Conjura de los Necios” ha hecho pasar a la historia a todos aquellos que no supieron
ver la majestuosidad de la obra.
Si Vds. van, de
verdad, a Nueva Orleans y quisieran, por aquello de la “mitomanía” y las
“efemérides”, hacerle una visita al bueno de “Ignatius”, sepan que su estatua se encuentra en el “hall” de los
antiguos “almacenes HD” (justo debajo
del reloj) que daban a la Kanal Street
y a la Iberville. Háganme caso: no
busquen en internet porque enloquecerán: Los almacenes no existen; el Bourbon
Hotel, no existe, el que pusieron después, tampoco. Ahora se llama Hyatt French Quarter Hotel y se
encuentra en el 819 de Kanal Street. No se confundan, por allí pasan muchos
individuos que tienen su mismo porte. Fíjense bien: es el único que no se
mueve.
Aunque la
verdad, mejor harían tomándose un bourbon en cualquier garito de las calles
adyacentes.
Buena visita,
¿eh “Gorri”?
TERCERA ESTAMPA.
“Monsieur Ancelle me revienta (…) la moral de
la burguesía me da horror” (Baudelaire a su mamá. 26 de marzo de 1853.)
Tal
día como hoy, abandonó definitivamente la escena la
gran Sara Bernhardt. Tampoco se llevó bien con su madre. Cuando llegó al
Olimpo, los dioses la colocaron junto a Hefestos, el cojo.