–Bonjour, tristesse! (*)
–¿Y eso? Yo, querido mesonero, le
veo como siempre: rancio, indolente, desaborío, ajeno a las pasiones y
pendiente sólo del sonido de la registradora.
–Gracias, amable cliente. Pero es
que recuerdo que tal día como hoy,
del año 1984, los de la secta Osho, contaminaron de salmonella las ensaladillas
de 10 bares de la ciudad de The Dalles (Orego). Los bares estamos expuestos a esos
actos de gente sin alma que pierde la calma…
–Entiendo. No veo, sin embargo,
motivo para su melancolía. Sus ensaladillas están infectas, los boquerones en
vinagre son gelatina, los “morros” son como suela de zapato y los pepinillos en
vinagre parecen gominolas… ¡no se
preocupe, amigo, que no perderán el tiempo con Vd.!
–¿Vd. cree?
–No se trata de una creencia… ¡es
una evidencia científica!
–Gracias nuevamente. Me quita Vd.
un peso de encima.
–Pues eso. Póngame un carajillo
matinal y páseme el periódico y un boli.
–¿Le hace el Sport?
–Si tiene sudoku…
Y
así, de esta guisa, va pasando la mañana. Los clientes del Día se cruzan con
los del Condis, y en el punto en el que se entrelazan se forma un remolino, algunos
que se dirigían al Condis salen lanzados en dirección al Día y viceversa. “El mundo está loco”, acota el tabernero,
encontrando en lo que ve, un argumento de peso: “Esos son capaces de todo”…
– ¡Hasta de comerse sus (de Vd.)
pepinillos!
“Regresé a Múnich el 24 de
septiembre de 1982, por la tarde. Mi mujer no sabía que iba a llegar, así que
tuve que coger un taxi.
Mientras atravesaba Múnich, me
sorprendió y hasta me abrumó la diversidad de luces anuncios y automóviles de
todos los colores, así como la muchedumbre con vestidos de fiesta en la Marienplatz.
Se me hacía difícil creer que había llegado al pasado desde el futuro, y no al
revés”.
El
personaje (Kártsev) de “Moscú 2042”,
reducido a 457884300, se ve lanzado al Moscú soviético del año 2042. El
resultado es una combinación de Huxley, Zamiatin Orwell…pasado por el desgarro
grotesco propio del lugar. Voinóvich, autor de “Vida e insólitas…”, expulsado
de la URSS, hacía tiempo en Múnich y mientras…escribía esta estupenda “novela futurista”. A estas alturas, ya rehabilitado, sigue en
Múnich…haciendo tiempo. Recuérdenme Vds. que pasado mañana le envíe un e-mail con motivo de su 83
aniversario.
Viajar
al futuro tiene estas cosas: tu fama posterior se basará en algo que aún no has
realizado… te sorprenderás del destino de los idiotas que te rodean… crearás un
odio inextinguible por el presente… Y comprenderás, con pánico lúcido, de qué
manera el futuro se deriva del presente. Divertido. Aunque más divertido es
imaginar a los cosmonautas soviéticos (y rusos) dirigiéndose a la nave Soyuz, cantando camaradilmente. Hubo un tiempo en que cada astronauta tenía derecho
a elegir una canción de despedida. Aquello se convertía durante largos minutos
en un castigo. Cuando sonaba “Siento que
ya llega la hora” de los Módulos, los otros cuatro, a excepción de Yuri, el
elector, se cagaban en “tos sus muertos”,
le echaban en cara, de forma inclemente, su gusto estropeado por la ingravidez
de la cápsula. Acabado el éxito de los Módulos, venía la elección de Vladímir:
“Madrecita, María del Carmen”, los
otros cuatro taponaban sus conductos auditivos con estopa de limpiar cojinetes.
El más odiado era Gravílovich, su elección sumía al resto en la más pura
desesperación: “Verde campiña” en
versión de José Guardiola:
“Verde
campiña
dormida
al sol
verde
esperanza
¿qué
fue de nuestro amor?
Del
valle umbrío
ya
el cielo no es azul;
la
flor se muere
porque
te fuiste tú;
todo
lo llenan tu ausencia
y
mi inquietud…”
El viaje en autobús, como he dicho, se
convertía en un martirio. Yeltsin (o su representante en la tierra) que tenía,
sin duda, sus cosillas…tomó la acertada decisión de acabar con aquel derroche
de imaginación y poesía. Estableció que se cantara a capella el “Himno de los
astronautas soviéticos (¿rusos?)”.
Bueno, pues el tal Voinóvich había sido el principal inspirador del himno y su
nombre empezó a hacerse popular, lo que no impidió que fuera expulsado y
privado de la nacionalidad:
“La
Tierra por la ventanilla.
La
Tierra por la ventanilla.
Se
ve la tierra por la ventanilla.
Se
ve la Tierra por la ventanilla.
Igual
que un niño añora a su madre
Añoramos
nosotros a la Tierra…”
Menos hondura, menos psicología, menos
melancolía, menos metáforas. Más maquinal, más marcial, más camaradil…
Mientras me dirijo como un planeta
errante (valga la redundancia) hacia el Condis, recuerdo que tal día como hoy,
de diferentes años, se han descubierto multitud de asteroides, valgan como
ejemplo: Asteroide Afrodita (nº
1388). Asteroide Anga (nº 3158).
Asteroide Anubis (nº 1912)… Ármense
de paciencia y podrán ponerle nombre a una piedra espacial. Pero para paciencia
la que hay que desprender en la cola del Condis.
Estrenado el otoño, les propongo una
ensalada que se interna en territorio invernal: Busquen y rebusquen en el
Condis a ver si encuentran algunos trozos aprovechables de repollo y de col
lombarda. Si ven que es inútil, vayan al chino y sigan: una cebolla, unas
zanahorias, unos ajos y patatas. Córtenlo todo en juliana, menos la patata que,
una vez cocida, cortarán a taquitos. Rocíen el resultado con una salsa de mayonesa
y ajo picado y cúbranlo todo, así para que no se vea, con tiras de pepinillo en
vinagre. El resultado lo califican de espectacular. Una evidente exageración,
como podrán comprobar Vds. mismos. Más se parece a una abigarrada acuarela de
Nolde que a un plato comestible.
Sepan vds. que estamos a 30 de
septiembre y sigo enganchado con esta fracasada
propuesta. Así que, sin contemplaciones, doy entrada al breve tema final y concluyo.
Que Pipino
el breve (también apodado “Pipinillo”)
acelerara su muerte tras un encontronazo con las tropas lombardas, se deduce de la ensalada que acabamos de pergeñar: Es
imposible salir indemne. Y que muriera tal día como hoy, del año 768,
precisamente el día en que nos hemos atrevido a zamparnos ese batiburrillo,
tiene algo de fatal… ¡y flatulento!
Al tal Pipino se le ha anotado en su
haber, el haber acabado con los “reyes
holgazanes” merovingios y ser el escólex de la dinastía carolingia. Y lo de
“breve” no piensen que fue por la
brevedad de su reinado, que no lo fue, sino porque no logró superar los 135
centímetros de altura, y ello pese a todos los esfuerzos de la corte (y
confección). Para colmo de desdichas lo casaron con Bertrada, “la del pie grande”. Gastaba un 49
sentada; de pie, se le ensanchaban los pies y podía doblar la talla. O sea que
Pipino, a ras de suelo, estuvo condenado de por vida (conyugal) a respirar el
aire que, antes, había acariciado los omnipresentes pies de la reina.
Acabada con su muerte la epidemia real
de holgazanería, ésta se trasladó al
reducto de Asturias: Aurelio, Silo, Mauregato y Bernardo I, pueden, por este
motivo, ser recordados como los primeros afrancesados de la península… ¡Y es
que no lanzaron en 23 años ningún ataque contra los moros!
El récord de brevedad lo tiene el
innominado Luís Felipe de Portugal. Unos tiros, en plan Sarajevo, acabaron con
la vida de su padre-Carlos I y con la suya-heredero que murió 20 minutos más
tarde: el tiempo que tardaron los médicos en acabar de finiquitar al monarca.
Alfredo Costa fue fulminado allí mismo. La reina, con la valentía que nace de
la desesperación, había golpeado el brazo ejecutor con un ramo de gardenias.
Las balas entraron perfumadas y sobre los adoquines quedó, como nevada
sorpresiva (aunque era invierno), un rastro descontextualizado de pétalos. La
muchedumbre “gritó” (*), confundiendo
Lisboa con la boliviana Santa Cruz.
¡¡Por fin!!...¡Pensé que no acabaría
nunca!
Acabaré de amargarles el día
aconsejándoles el brevísimo musical: “Pipino il Breve” del siciliano Carlo
Cucchiara. Es corto, pero suficiente para caer en brazos de Morfeo.