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martes, 10 de diciembre de 2013

Propuesta para hoy, día 10 de diciembre. Vuelta con Alemania. Père Ubú.



(Los asteriscos remiten a efímeras “razones efemerísticas”).

1.
Y llegó el día. Y lo que se esperaba que fuera una parada militar en toda regla, se convirtió en un río de desolación. El ejército pasaba bajo el arco de Brandenburgo. Una multitud espesa se extendía hasta la “Isla de los Museos”. Los que entraban iban en silencio; los que aguardaban oteaban para divisar alguno de los suyos. Cada encuentro era una chispa, un trueno, bajo el pesado, gris rata, cielo de Berlín.
Una riada de tullidos, andrajosos, hoscos ex soldados a los que les pesaba el mausser más que el alma (¿), dispuestos a hacer de modelos para la “Nueva Objetividad”.
Sobre una tarima colocada en la Pariser Plaz, tres caballeros elegantes gesticulan. El más bajo, de gruesas y hercúleas piernas, cogote de carnicero y “úbica” (*) barriga, mueve la boca; las venas del cuello delatan su ímpetu. Nadie oye lo que sale por los resquicios de sus dientes apretados. Por mucho que se esfuerce Ebert, por mucho que haga embudo con las manos y haga pasar por ellas las palabras… ¡Nada! ¡No se oye nada!:


 “Compatriotas, bienvenidos a la República de Alemania, bienvenidos a la patria, que tanto os ha echado de menos…
Os recibimos con entusiasmo (AmericanosOlé tu mare, olé tu tía) el enemigo no ha podido con vosotros. Sólo al constatar la aplastante superioridad en efectivos y armamento del adversario, renunciamos a seguir combatiendo (…) Habéis impedido que los enemigos invadiesen nuestra patria. Habéis salvado a vuestras esposas, a vuestros hijos, a vuestros padres, de morir asesinados, del fragor de una guerra. Habéis contenido la devastación y la destrucción de las tierras de labranza y de las fábricas de Alemania. Por eso, de todo corazón, aceptad nuestro más profundo agradecimiento”

Sólo le faltó añadir aquello de: «La meta de la vida humana no es la muerte, sino la resurrección» (todo un compendio de “Teología dialéctica*)

Tuvo que repetir el recitativo varias veces, ante la sola aprobación de sus compañeros de tarima. Sólo faltaba eso: recochineo. ¡¡Vencedores!! Y volvemos y han desaparecido nuestras mujeres, no tenemos nada que comer, nuestras casas están más heladas que las trincheras del Marne. Y volvemos incompletos: Hemos dejados piernas, brazos, orejas…en los campos de Bélgica y en los risueños valles de Lorena. Ebert ha perdido dos hijos en el frente. Ebert, aquella mañana lluviosa de diciembre, echó leña al fuego de la hoguera del ejército “invicto”, que estaba a punto de convertirse en el incendio de la “puñalada por la espalda”. En conjunto, algo digno de “Ubú, rey de Polonia” (*).

No era esto lo que esperaban los guardianes del orden: esperaban un ejército marcial (por definición) dispuesto a tomar posiciones en las esquinas de los barrios obreros y disparar al primero que levantara el puño (o la voz). Por el momento el plan de la contrarrevolución tuvo que aplazarse unas semanas. Por suerte se estaban organizando los cuerpos de voluntarios y alguno que otro de los que ahora entraban desorientados, también se apuntaría a la lista de los asesinos naturales. La defensa de la “República” (Imperial) pendía de un hilo. Los soldados rompían filas en cuanto entraban “bajo los tilos” y se dirigían a sus periféricos barrios a ¡¡descansar!! ¡Basta de guerra!

El día 10 de diciembre  (1918) fue el primero de una serie de recibimientos gloriosos que, bien es verdad, cada día perdían esplendor y gloria. El penúltimo, Ebert solo, sobre la tarima, miraba, mudo, la riada de indigencia con ojos llorosos, corazón endurecido y decidida voluntad de aniquilar. Sus dos acompañantes iban adelantando trabajo. El último, sentado en la tarima como sobre un muelle marino, balanceando en el vacío sus piernas cortas, veía pasar la riada cantando por lo bajini el éxito póstumo del infortunado Ottis (*), otra víctima de la aviación. ¡Que acabe pronto esta procesión y que llegue pronto el “Miércoles de Ceniza”!

“Si hubiéramos regresado a casa en 1916, nuestros sufrimientos y la terrible experiencia nos habría llevado a desencadenar una tormenta. Ahora, si regresamos lo haremos agotados, destrozados, desarraigados, desesperanzados: ya no sabremos qué hacer con nuestras vidas.
Y nuestros compatriotas no nos comprenderán, porque la generación anterior a la nuestra, aunque haya estado a nuestro lado durante estos años, tiene una familia, una profesión. Todos ellos volverán a sus antiguas ocupaciones y se olvidarán de esta guerra. Por su parte, la generación que nos sigue nos parecerá ajena y nos dará de lado. Nos convertiremos en seres inútiles, incluso para nosotros mismos (…) y, al final, en ruinas humanas.” (E.M. Remarque: “Sin novedad en el frente”). 



Ebert, por su labor a favor de la democracia hubiera sido un firme candidato al premio Nobel de la Paz. ¡Lástima que aquel año no se entregara! El primero fue entregado tal día como hoy del año 1901 (5º aniversario de la muerte del benefactor). Se lo llevaron, ex equo, Frédéric Passy y Jean Henri Dunant: el primero por su defensa, infructuosa, de la paz y su adhesión inquebrantable al libre mercado y el segundo por lo de la Cruz Roja (Batalla de Solferino y tal. Recuerden que en Solferino se fundamentaron la grandeza y la fortuna de los  von Trotta). Otro buen aspirante al título fue Pinochet (*) o su férrea mujer (*): Recogió el premio (1973) Kissinger, (el vietnamita, con quien lo compartía, lo rechazó). En 1999 hubiera sido ideal para Franjo Tudjman (*), pero recogió el premio “Médicos sin fronteras”, por su descarada manipulación de la opinión pública en favor de los bombardeos contra Serbia. En 1981 sin duda el premio se lo merecía José Napoleón Duarte, por la matanza de Mazote (*) y alrededores…¡Infórmense Vds!….¡ Infórmense! Recogió el premio  el “Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados”.

Y hablando de Napoleón recuerden Vds. que tal día como hoy, del año 1848, Luís Napoleón, “el sobrinísimo”, fue elegido presidente de la República Francesa, edificada sobre los mártires de junio y con los votos, recién estrenados, de todo el campesinado francés.  Y puestos a hablar de votos, sepan Vds. que tal día como hoy, del año 1860, en Wyoming, se aprobó la primera ley estadounidense a favor del voto femenino. 

¡¡Grande Wyoming!!

Ahora voy embalado. La “generación del 98” quedó marcada por el “Tratado de París” (tal día como hoy, del año 1898): Ponía fin a la guerra hispano-estadounidense y al Imperio Español, dejándonos hermosísimas y útiles “muletillas”: “Más se perdió en la guerra de Cuba”…”Los últimos de Filipinas” (que apaguen la luz)…”Me duele España”. De Puerto Rico no sé ninguno.


Y seguro que por todo lo acontecido en este día señalado y, sin salir de París, la ONU proclamó ante el mundo la “Declaración de los Derechos Humanos”: Indicó una retahíla de sectores potencialmente aprovechables para la iniciativa privada. Era el año 1948 (tampoco se entregó el premio Nobel de la Paz). A los dos años, y aprovechando el éxito, el 10 de diciembre fue dedicado a celebrar las bondades de los Derechos Humanos. 
Toda una demostración de los beneficios de la teoría de la “doble verdad”: La Razón puede indicarte una cosa, pero la cartera otra. La RAZÓN me conduce a la defensa de un sistema público de enseñanza, pero la CARTERA me convence de que es mejor que cada cual se pague lo suyo. Averroes (*), sin comérselo ni bebérselo ha pasado a la historia del pensamiento por esa doblez y artimaña. Pasa algo parecido con el CORAZÓN. Esa doblez propia de la obra y vida de Pirandello (*). El muy bribón esperó a que mataran a Matteotti, para solicitar del mismo “Duce” autorización para engrosar las filas del fascio.  También recibió el Nobel.

Todo un “cluster” de desgracias. ¡¡MERDRE!!


 Pero Pirandello sufrió, ¡es justo! (aunque fuera después de muerto): De las cuatro cláusulas, rebosantes de “conciencia desgraciada”, que dejó escritas en su testamento, la cuarta fue la causa de su desazón post mortem: “Cenizas en busca de sepultura”. Para colmo, años después del último trasiego, distinguieron, en la urna griega, restos de cenizas pertenecientes a diferentes personas: El YO es una aglomeración. En el YO habitan varios…”Así es (si así os parece)”. Murió, en Roma, tal día como hoy, del año 1936. ¡Infórmense Vds…Infórmense!
 
I. Déjese pasar en silencio mi muerte. A los amigos, a los

 enemigos, una plegaria de no hablar de ella en los periódicos y ni 

siquiera señalarla. Ni anuncios, ni participaciones.

II. Muerto, que no se me vista. Que se me envuelva desnudo en una 

sábana. Y nada de flores sobre la cama y ninguna vela prendida.

III. Carroza de ínfima clase, la de los pobres. Desnudo. Y que nadie

 me acompañe, ni parientes ni amigos. La carroza, el caballo, el 

cochero y nada más.

IV. Quémenme. Y apenas quemado mi cuerpo, dejen que se 

disperse; porque nada, ni la ceniza quisiera que quedase de mí. 

Pero si esto no se puede hacer, que la urna sepulcral se lleve a 

Sicilia y se entierre en alguna piedra bruta de la campiña de 

Girgenti, donde nací. 

2. 
Permítanme, hoy que estoy libre de compromisos de todo tipo, 

conducirles a París. Nos situaremos en el 55 de  Rue Clichy, justo 

 donde desemboca la rue del cardenal Mercier, entre el “Bistró de 

l’Art” (especializado en viandas del sudeste francés) y la pastelería-

panadería “Lendemain de Clichy” (pues hay otras), rica en 

repostería y productora de un estupendo pan a la leña.

Entremos en el bistró, llamado de l’Art en recuerdo de un antiguo 

teatro existente en esta misma calle. Tomen asiento y déjenme 

hablar a mí, que yo conozco a estos franceses. Ocupen aquella 

mesa junto a la ventana que da a Clichy:

–Garçon!   Icí! ¡Pónganos cuatro raciones de caracoles con salsa de puerros!

Une fois encore les escargots?

–Pero… ¡¿Cómo se atreve?! Yo a Vd. no le conozco de nada.

–Venga ya! Vd. es el majara del chubasquero, la gorra orejera y la

 bufanda azul y roja. El chiflado de los caracoles. Todo el sector de

 la hostelería de Clichy le tienen “clichado” (Clichy). Vd. es un 

 peligro para la variedad culinaria del país. Todo un “máster” en

"foies” y diferentes cursos sobre “crema de leche” para, que 

venga Vd. a pedir, una y otra vez, ¡caracoles!

–Disculpen caballeros. Seguro que se trata de un “malentendu”.

–¿”Malentendu”? Vd. sí que es un “malentendido”. 

–Esto es demasiado. ¡Vámonos a la competencia!

–¡Y no tengan prisa en volver!

–¡¡MERDRE!!

Se fortalece la mala fama de los camareros de París. No conocen la 

simpatía. No saben la primera regla del hostelero: “El cliente 

siempre lleva razón”. Si no fuera por la hermosura de París, por sus

 puentes, por los ecos que despierta en mi espíritu(oso), por la 

belleza de sus atardeceres, por su historia…¡no volvería más!...¡Y 

por sus caracoles! Cruzamos la calle en plan Abbey Road e 

irrumpimos en el dulce salón del día después. Pedimos unos  

croissanes y unas copitas de aguardiente, por aquello de limpiar el 

cielo (el único) de paladar. Y, entre copa y copa, les fuí 

desgranando la historia que nos llevó a ese rincón de París.


 Traspasando el arco de la casa que porta el número 55, se encontrarán con el entrañable teatro de “L’Oeuvre”, fundado en 1893 por Aurélien Lugné (apodado Lugné-Poe en homenaje a Allan Poe), Camille Mauclair y Edouard Vuillard. Rápidamente se convirtió en el centro más vanguardista y comprometido de la capital. Allí se llevó a cabo una verdadera fusión de las artes plásticas y las escénicas: los “nabis” (Vuillard y Bonnard, Maurice Denis y Vallotton) pusieron su oficio al servicio del simbolismo finisecular. Sobre este tema les remito a la magnífica exposición que pude ver y estudiar hace ocho años. Tuvo lugar en el Musée d'Orsay, del  11 abril - 3 julio 2005: “El teatro de l'Œuvre (1893-1900) nacimiento del teatro moderno.”
 
Bueno pues, ahí, en ese teatro recóndito, se estrenó, tal día como hoy, del año 1896, “Ubú rey” del lavaliense A. Jarry, cuyo segundo gran mérito fue atender al lavaliense Henry Rousseau, el anacrónico y puro “Aduanero”. El estreno fue un escándalo a la altura del que produjo “Hernani” y el “Cyrano de Bergerac”.

–Madame! ¿No tendría Vd. por ahí una botellita de tinto de Bergerac? Es que ahora vendría que ni pintado. No sé si sabrá Vd. de mi afición a las conmemoraciones…

–¡Y al Espirituoso santo! ¡Lo sabe todo París!

–¡Vaya por dios(¿)!

–Pues no, no Monsieur. El bistró de enfrente es especialista en viandas y bebidas del sudeste. Allí seguro que tienen.

–¿Sería Vuesa Merced tan amable de acercarse y traernos una frasca?

–Eso tiene sus costos.

–¡Estaba previsto!

–Y de paso tráiganos del “Diagonal” unas rodajas de mortadela.





Y mientras nos pimplábamos tan ricamente ese rico néctar, acompañado de unas tremendas rodajas de mortadela rellena de olivas, les fui relatando lo que sigue:
 
Ubú es la abstracción del poder (con chubasquero hasta los pies y 

paraguas). Personificación del siglo XX y de los venideros (como 
 
de los pasados). Con Ubú, ese “Príncipe” contemporáneo, se 

evidencia la verdadera naturaleza del poder y de todos aquellos que

 aspiran a su detentación. Pero también (pretende), es una 

caricatura, apenas deformada del biempensante ciudadano 

dispuesto a todo con tal de conservar y acrecentar lo que posee. No 

sólo es un Macbeth limpio de problemática moral, Ubú somos 

todos. Es la sombra de nuestra sombra, dispuesta a sustituirla en un 

desgraciado  día de eclipse total. 

 “Así pues, el Padre Ubú meneó a pera (“to shake” = “menear” / 

“pear” = “pera” (por cabeza)), por lo que desde entonces los 

ingleses le llamaron Shakespeare, y habéis de él, bajo ese nombre, 

muchas hermosas tragedias por escrito”  (A.J.)

           

Cobarde, artero, grosero, avaricioso, guarro, mentiroso, cínico, 

sincero, desleal, egoísta, cruel, traidor, indiferente al sufrimiento 

ajeno, comedor insaciable, dueño de un físico (patafísico

inhumano y simbólico, dominado por un prominente estómago y 

una quijada de cocodrilo: Así es Ubú, ex rey de Aragón y 

transitorio rey de Polonia, (nombre de la nada) digna de existencia 

porque si no existiera, “tampoco habría polacos”. No se pierdan a 

la “Madre Ubú”, es peor que la mujer (*) de Pinochet (¡que ya es 

ser mala!)

Alfred Jarry, consiguió con el “ciclo úbico”, poner patas arriba la 

literatura simbolista de la época. Convierte el (h)umor y la parodia 

en armas imprescindibles para afrontar las desdichas. Nada de 

patetismo, nada de sentimentalismo. Todo es un esperpento que se 

salva con una incontenible carcajada… cuando parece que todo está

 perdido. Si de alguien puede decirse que convirtió su vida en obra 

de arte, es de Jarry. Después vendrían Vaché, Tzara, Bretón y los 

suyos, Artaud… 
Se abrió el telón y ¡¡Merdre!! y el tufo se extendió por todo París y,

debilitado, alcanzó todos los rincones de Europa. E incluso del 

extranjero. Tal día como hoy, día arriba, día abajo: “el Coronel 

necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, 

minuto a minuto– para llegar a ese instante. Se sintió puro, 

explícito, invencible, en el momento de responder:

 ––Mierda.”

Corría el año 1956. García Márquez firmó la novela en el 57… ¡en 

París!














RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...