(Asteriscos * remiten a "razones efimerísticas")
“Don Álvaro” sigue vivo gracias a Verdi.
“Don Álvaro” sigue vivo gracias a Verdi.
Cuando se estrenó la obra (tal día como hoy, del año 1835),
el teatro del Príncipe de Madrid se inundó de sangre hasta la altura de los
tobillos de los espectadores de platea. Era algo insólito: Tanta muerte unida
por el hilo de la fatalidad. Representó en nuestros lares lo que “Hernani” había significado para nuestros
vecinos y lo que el “Werther” había
anunciado décadas antes. Fue todo un “cluster”
de motivos que definirían el romanticismo: honor, amor contrariado, duelos,
venganza, muerte, destino, culpa, noche,
“adulterio”, desesperación, conventos, medievo, viajes, suicidio…
Los espectadores salieron a
estampida, huyendo unos de otros. No pararon hasta llegar a sus domicilios
conyugales. Pero una vez allí les asaltaba el deseo de arrojarse por los
balcones o de colgarse de las higueras. Buscaban motivos que convirtieran su
situación en suicida. El suicido moderno-contemporáneo tiene otros motivos (si
los tiene).
Pasada la enfermedad pre-romántica,
Goethe se convirtió en el adalid del neo- clasicismo y desde Weimar irradiaba
serenidad y perfidia. Lean Vds. este curioso y atemporal (y borgiano)
fragmento:
“Goethe,
al parecer, permaneció largo rato junto a la ventana y encargó a Kräutner que
visitara a Wittgenstein en Oxford o Cambridge (¡realmente le era por completo
indiferente dónde!) y lo invitara. Según creo, el Canal está helado, ¡lo que
quiere decir que tendrá que ponerse un buen abrigo de piel!, dijo Goethe al
parecer a Käutner. Póngase un buen abrigo de piel, busque a Wittgenstein e
invítelo a Weimar para el 22 de
marzo. Es el deseo de mi vida, Kräutner, ver a Wittgenstein precisamente el 22
de marzo. No tengo otro
deseo. Si Schopenhauer y Stifter vivieran aún, los invitaría con Wittgenstein,
pero (…) no viven ya y por eso invito sólo a Wittgenstein. Y, si lo pienso
bien, dijo Goethe junto a la ventana, con la mano derecha apoyada en el bastón,
Wittgenstein es el más grande de todos.”
No sabemos el resultado de la
pesquisa. Pero si Wittgenstein, viniendo
desde el futuro, hubiera acudido a la invitación, se lo hubiera encontrado
muerto o quizás diciendo aquello de “¡más
luz!” que precedió al óbito. En realidad, que lo sepa la gente, el sabio
universal, total, olímpico, se despidió diciendo: “¡Abran la ventana de la derecha y que entre más luz!”. Sus biógrafos no supieron que hacer con aquella
banalidad y la redujeron metafísicamente. Y Bernhard: “Aunque yo estoy convencido que no dijo mehr Licht (más luz)
sino mehr nicht (no más), porque estaba harto.” Era el 22 de marzo
de 1832. En realidad sus últimas palabras fueron dirigidas a su nuera Otilia: "Deja que te coja la manita un poquito más" (o algo parecido). Genio y figura hasta la sepultura.
No hacía mucho que había muerto el otro “olímpico”, Beethoven. Sus últimas palabras, también interpretadas como epifanía de un mundo sólo accesible para él: “¡Demasiado tarde, demasiado tarde!”, iban dirigidas, en realidad, a unas botellas de vino del Rin que, para su martirio, llegaron demasiado tarde. Acompañó ese lamento con una brava e iracunda gesticulación.
No hacía mucho que había muerto el otro “olímpico”, Beethoven. Sus últimas palabras, también interpretadas como epifanía de un mundo sólo accesible para él: “¡Demasiado tarde, demasiado tarde!”, iban dirigidas, en realidad, a unas botellas de vino del Rin que, para su martirio, llegaron demasiado tarde. Acompañó ese lamento con una brava e iracunda gesticulación.
El nombre clave es: Schopenhauer. Y el eslabón perdido, su madre,
Johanna. (Volveremos sobre el tema). El contexto:
las guerras napoleónicas.
Goethe, amparado por Anna Amelia y
por Carlos Augusto, convirtió la corte de Weimar en el cogollo de la cultura
alemana del momento. Weimar llegó a ser para los “intelectuales” lo que Santiago de Compostela o Roma para los
romeros medievales. En Jena aguardaba la generación siguiente (Hegel,
Horderlin, Schelling…). Weimar tendría su “edad
de plata” con Liszt, von Büllow, Wagner… y su “edad de hierro” durante la primera mitad de 1919. Nietzsche
moriría, definitivamente, allí.
“Hegel” afila las orejas y me
dirige una mirada suplicante. Quiere saber acerca de su nombre y de sus
orígenes centroeuropeos.
–¿Podrías
explicarme eso de la dialéctica “amo-esclavo”?
–¡Ni
hablar!
Según avanzaba, su vida iba
sufriendo un corrimiento al verde…Hasta aquella escenita de Marienbad (“please please me” *), donde acudía la nobleza y la intelectualidad europea a curarse "la obesidad, la suciedad de estómago, la inercia intestinal y otras obstrucciones del abdomen, la irregularidad de la menstruación, la cirrosis hepática, la hipocondria del bazo, las enfermedades del riñón, vejiga y aparato uriario, las inflamaciones glandulares y las malformaciones de tipo escrofuloso, pero también la debilidad del sistema nervioso y muscular, la flojera, los temblores de miembros, parálisis, flujos mucosos y sanguíneos, prolongadas erupciones cutáneas y casi cualquier otra afección patológica imaginable" (Sebald). Definitivamente, Goethe no tenía sentido del ridículo y mucho
de su preeminencia. Pensó que su importancia para la vida intelectual de
Alemania era extrapolable al corazón de una adolescente. De aquella grotesca
proposición nos queda la memorable “Elegía
de Marienbad”:
(…)
“Ya
perdí el Universo y me he perdido
a
mí mismo -yo, amado de los dioses
su
Caja de Pandora me han vertido,
rica
en gajes u horóscopos atroces.
Me
tientan con la pródiga cascada
de
los goces... y me hunden en la nada.”
Lo único inconstante y desordenado
(“prefiero la injusticia al desorden”)
que tenía era el corazón; siempre le funcionó adolescentemente. La niña con la
que se desposó a escondidas no recibió ningún verso; ni siquiera el día de su
muerte. Su hijo, acogido a su traicionera sombra de higuera, se dio a la
bebida; su viaje a Roma, con Eckermann (¡!) acabó en la tumba. Tampoco a su
retoño le dedicó ninguna elegía. Se las reservaba para Ulrike.
Jünger, 22 de marzo de 1968. Viernes. Roma:
“Por
la tarde en el cementerio protestante, con su pequeña pirámide y el Goethe
chico, figlio naturale del Goethe grande, como nos hizo saber un guardia. Ni
siquiera en la lápida se le ha ahorrado eso. Saludamos a Waiblinger de parte de
su país natal y estuvimos junto a la tumba de aquel “cuyo nombre está escrito
en el agua”” (Keats). El cementerio olía a resina de
ciprés, las anémonas silvestres florecían, en la pila de una fuente clara, el
guardia había puesto a refrescar una botella de vino.
Este muerto prematuro, fue el único
de sus “hijos” que consiguió ver la luz del sol.La cosa tuvo guasa. Tuvo que ser un viajero alemán quien un mes después del deceso se lo comunicara a Goethe padre. Ese viajero alemán... ¡Era hijo de (Car)lota!
Si van Vds. a Weimar no dejen de
visitar su tumba. Reposa junto a su “amigo” Schiller en el Cementerio Nuevo.
Los siglos petrificados en forma de pastiche
greco-romano, se abaten sobre los sepulcros. Sobre los restos de Schiller
habría para contar y no parar. Creo que de Schiller sólo hay el nombre. Pero
así son las cosas. Visiten también la casa museo del “olímpico”. Recaigan en la afectada austeridad de sus aposentos.
Admiren sus colecciones. El orden, la simetría… Miren algunos de sus dibujos… y
diríjanse a su “casa de recreo” (¿de
verano?). Lleven una petaca porque por allí hay poco donde pimplar. Supongo
que, ahora, estará todo más arregladito que cuando yo fui (1982) e, incluso,
puede que hayan puesto una cantina para los visitantes.
–Ese
Hegel ¿no fue el que plantó un “árbol de la libertad”?
–Algo
de eso hay.
–Pues
me parece una idea estupenda. Así no tendríamos que ir al árbol del “Condis”.
Es como tener el váter en casa.
–¡!
“La
casa de Goethe. Salas de recepción. Rápida mirada al dormitorio y al estudio.
Triste; nos recuerda a nuestros abuelos muertos. Este jardín que ha seguido
creciendo siempre desde la muerte de Goethe. El haya que oscurece el estudio…”
(Kafka).
Ya puestos, atrévanse. Les parecerá
que todo está muy lejos, pero es el influjo de la historia, capaz de convertir
un agradable paseo en un “ocho mil”.
Sitúense en la Plaza Goethe (seguro que la encontrarán) y sigan la calle Karl
Liebknecht. ¡Dejen a la derecha la Ebertstrasse! No dejen la calle del mártir;
se convertirá en la Ernst-Thälmann. Sigan. Superen la Schopenhauer Strasse.
Crucen (por debajo) las vías del tren y verán como la calle se transforma en la
Ettersburger Strasse. Síganla y ya encontrarán un cartel: “Memorial Buchenwald”. Total
un paseíto de una hora y estarán en un infierno verde e idílico.
“¡En
honor de la verdad! Se difunden falsas noticias acerca del campo de
concentración de B.; se podría decir: cuentos de terror. Ya ha llegado el
momento, me parece, de reducirlos a su justa medida…
En
primer lugar, B. no siempre se ha llamado así, sino Ettersberg. Con este nombre
se hizo célebre entre los conocedores de la historia de la literatura. Goethe
solía encontrarse allí con la señora von Stein, bajo un hermoso y viejo roble.
Ese roble está amparado por la llamada “ley de protección de la naturaleza”.
Cuando en B.–quiero decir: en Ettersberg–se comenzó a talar el bosque para
construir una cocina al sur y una lavandería al norte, destinadas a los habitantes
del campo de concentración, el roble fue lo único que no tocaron, el roble de
Goethe, el de la señora von Stein (…)”
(Último escrito de J. Roth: “El roble de Goethe en Buchenwald”).
Podría haber citado a Semprún.
Si todo ha ido bien, se encontrarán
de vuelta en la plaza del Mercado a las 2 de la tarde y con una sed elefantina.
¡Eso es lo que se espera! Entren en “El
Elefante”, contiguo al desaparecido edificio en el que se alojó Johanna
Schopenhauer, y pídanse, a la salud de (Car)Lotta
un Master Jager, ¿Mike Jaeger? ¡coño, el del ciervo!
¿Está a parir? Es natural la fecha
atrae a multitudes… como Buck Mulligan las atrae a Dublin. No se desanimen:
Pegado a la casa de Goethe, a unos metros del “Elefante”, se encuentra una de las bodegas más antiguas de Europa:
“El Cisne Blanco”…”le da la bienvenida en cualquier momento con las alas abiertas”, como le “epistoleaba” Goethe a su amigo Zelter. Por
cierto, hoy la iglesia católica, apostólica y romana, celebra el día de San
Bienvenido.
Hay platos que se mantienen desde
los tiempos de Anna Amalia. ¡Naturalmente que se van reponiendo!
¡Fíjense en la huella de un
cañonazo francés de 1806! Tengo para mí que lo lanzaron para impedir que
siguieran practicando una cocina “afrancesada”,
continuamente traicionada por la inexcusable presencia del chucrut y las patatas cocidas. A Goethe, “bonapartista” como era, le gustaba.
Ha habido suerte. Les conducirán a
una mesita solitaria detrás de una columna. Ni verán, ni serán vistos. Se me olvidaba decirles que admiten perros;
naturalmente los pastores alemanes tienen preferencia.
Abran con el aguardiente mentado y
una cerveza. Pidan la carta. Hagan como que deliberan consigo mismos y
decídanse por el plato favorito de Goethe: “Carne
hervida a la Frankfurt, con salsa verde con patatas y eneldo”.
–Y
una botellita de vino del terruño.
–¡Allá
Vd.!
–¿?
Me trae un Dorntelder, de aquí, de
Turingia. Y ¡hala! ¡A zampar!
Les vendrá a las mientes (por lo
del cisne) que aquí, en Weimar, tuvo lugar el estreno mundial de “Lohengrin”. Eran los días en los que se
fraguaba el rollo entre Cósima y
Richard a expensas de von Bülow. También habrán tenido la oportunidad de
visitar la casa de Liszt.
Café y aguardientes == 100 euros.
¡Si no llevaran dinero, no hubieran salido de casa!
Pero como no hemos salido de casa,
nos conformaremos (“Hegel” y yo) con
sendas salchichas de Frankfurt y un chorretón de mostaza “Amiga”.
Yo aún pude traerme un busto de
yeso del olímpico, una vajilla polaca
y media docena de copas de Bohemia: ¡hermandad socialista!
Los que fueron después consiguieron
“gorros de bufón” y camisetas de
Superman (por aquello de “übermensch”,
ya saben Vds.)
Si la propuesta les ha parecido
farragosa o irrealizable, les propongo otra:
Desde
“la primera sesión de cine” (hermanos Lumière*)...hasta “The last picture show”*. La propuesta consiste en, crear una
apacible oscuridad y ver esos dos documentos: un principio expansivo y un final
desolador. Sin duda se desatarán nudos que parecían definitivos.
No
aparecerán ni Goethe*, ni Lully*. Se permite la aparición ” in vitro” de P. Steptoe*.
DVD: “Chico y Rita” (Bebo Valdés. + 22 de marzo del año 2013).