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miércoles, 15 de febrero de 2017

EN EL IV ANIVERSARIO DE "EFEMERÍSTICAS RAZONES"



Cuando uno se jubila es como si se quemaran las naves; no por acto de mítico coraje, sino como resultado de un banal acto administrativo, combinado, como es natural, con la fatalidad del tiempo. Pero eso no quita sensación de corte definitivo: Detrás queda la enmarañada espesura de la juventud; delante, la pulimentada vertiente definitiva. En medio, uno, como una marca divisoria... o una muesca en el revólver de la vida.

Lo primero que hice fue comprarme un chándal en el Decathlon. Lo segundo, a la semana siguiente, completar el kit con unas zapatillas adecuadas para recorrer las calles y los campos. Lo tercero, habiendo copletado el utillaje, ir a la búsqueda de terrenos fértiles en espárragos, setas o cualquier otra cosa que pudiera ser arrasada. Cuando comprobé que todos los sitios estaban pillados y que mis iguales madrugaban más que yo por el placer de humillar al perezoso; que todas las calles y todos los campos, sin excepción, habían sido ocupados hasta límites para mí, y hasta entonces, insospechados; que andar sin propósito y vestido de forma extravagante o, cuanto menos, desacostrumbrada, era una neta excentricidad y nada tenía que ver con la vida, sino que, por el contrario, pulimentaba aún más la vertiente definitiva, cuando comprobé, como digo, todo lo anterior, paré en seco con el propósito de buscar objetivos que fueran más allá de lo dicho y más allá, incluso, de la participación (el chándal lo tenía) en marchas de la dignidad o manifestaciones de domingo, engrosando la escuadra de los yayoflautas.

Toda mi vida había estado enfocada a la transmisión del saber, en alguna de las acepciones de la expresión. Cuaquier nuevo aprendizaje carecía, pues, de transitividad y, en consecuencia, era inútil, cuando no perjudicial. Aunque de colesterol siempre he andado bien, no me atraían los viajes del Imserso, ni la permanencia, por breve que fuera, en los centros de jubilados, ni, mucho menos, participar en sus mezquinos juegos de mesa. Podría decirse que me encontraba en el punto cero de mi existencia, si es que alguna vez mi existencia había pasado del cero patatero.

Tras noches insomne, esbocé un plan grandioso y que se avenía con ciertas aficciones propias durante años relegadas: Oir toda la música llamada clásica y completar esa formación con el estudio del serbio o, en su defecto, el ruso. Lo primero me ocuparía las mañanas y lo segundo, las tardes. Cuando ya me veía abocado de por vida a la polifonía, pues no había forma de pasar de Palestrina y su Misa del Papa Marcello, me vino la idea de las "efemerísticas razones": ¡Y ya van cuatro años de insensatez!

No voy a repetir lo dicho en conmemoraciones anteriores. Añadir, sin embargo, que el proyecto sigue engordando de forma rizomática. Sus ecos llegan hasta los confines más insospechados y de allá me llegan comentarios incomprensibles: bien porque quien los escribe no sabe escribir, bien porque el escoliasta me atribuye la intenciones que me son del todo ajenas o bien, directamente, porque están escritos en lenguas que me son desconocidas.

Quiero desvelar el decálogo que, en general, guía mi ingente trabajo:
  1. No atacar temas de neta actualidad.
  2. Evitar en lo posible temas de índole militante, que tienen sus propios espacios.
  3. Si no puedo encontrar una veta (h)umorística, dejar la cosa.
  4. Importa más el final que el principio.
  5. La ausencia de citas explícitas no se debe a una impostura sino a que el apartado de citas ocuparía un espacio decomunal. Es evidente que la informacion la saco de algún sitio. Si alguien se siente expoliado no tiene más que decirlo. Las imágenes las cojo directamente de internet. Las hay blindadas y las hay a disposición de cuaquiera, creo.
  6. Evitar lo que es evidente y esperado.
  7. Improvisar y no retocar los textos.
  8. No escribir burdas fasedades.
  9. Tomo el Condis en representación del resto de porquerizas.
  10. "Gorrión" y "Hegel" son auténticos. Así como sus intervenciones. A mi compañera la dejo al margen del ridículo, así como los lances amorosos que no le importan a nadie más que a mí y a las personas implicadas.

Estos diez mandamientos se cierran en dos: Escribir por placer y gozar para seguir escribiendo.





RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...