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viernes, 28 de febrero de 2020

“Año bisiesto”. 29 de febrero .


1.
–¿Bisiesto? ¿Quieres saber de dónde lo de “bisiesto”?  Sacó una pistola, modelo “Gran Berta”, y le descerrajó un tiro por debajo de la mesa que sublimó sus partes nobles y le abrió un boquete por donde, limpiamente, podía verse el lívido estampado floral que decoraba las paredes de la agencia de inteligencia-emocional que, como es norma, carecía de sentido de la belleza. Desde ese preciso momento se declaró el vengador del tiempo perdido, aún a sabiendas de que era un mero título honorífico.

El tiempo. Ese era su manantial de tristeza y desespero. Y había sido tratado como trata un carnicero a una res llevada al despiece. No se trataba de la naturaleza escurridiza del tiempo, ni de las cuestiones metafísicas que se derivan, ni de la imposibilidad de fijar temporalmente los procesos orgánicos. Tampoco de cuestiones cosmológicas, ni de física teórica, ni de Bergson, ni de San Agustín, ni de Proust, ni de nada que tuviera que ver con el existencialismo alemán… No se trataba del tiempo “sacro” y su conversión en profano, ni de su necesaria función como fundamento de la teoría del valor, no se trataba de cuestionarse la existencia del tiempo en ausencia de “algo” (pero, bueno, eso era algo que le quitaba el sueño y, en consecuencia, aumentaba su tristeza y desespero), tenía que ver con el tiempo perdido, con esos días, semanas y meses que habían sido eliminados de un plumazo del calendario de la historia… Y todo por unos desajustes de nada.

Y es que el técnico en inteligencia emocional le había tocado el punto flaco.

Bonito comienzo para una novela de ciencia ficción.




Durante siglos, las fechas han sido un quebradero de cabeza. Acontecimientos que ocurrían en la misma fecha, lo hacían en tiempos diferentes. Así Cervantes y Shakespeare no nacieron el mismo día; ni Newton nació el día que murió Galileo; Ni los bolcheviques tomaron el poder en ¡Octubre!; ni Colón “descubrió” América en la fecha que nos inculcaron de niños; Ni Jesucristo nació el día 25 de diciembre; ni Mahoma fue de medina a La Meca (o viceversa) en la fecha establecida… ni nada de nada… ¡Esto es un sindios! Ya puestos que sorteen los días y que amanezca, p.e, el 26 de julio, después del 3 de febrero (nota: desarrollar esta idea hasta sus últimas consecuencias).

Tengo para mí que la tonta afectación de dotar a los meses con cantidades diferentes de días se debió al deseo de dar sentido a los nudillos de la mano. ¿Qué impidió dar a todos los meses la misma duración? ¿Por qué febrero llevó las de perder, atrayéndose, por eso, fama de loco y fulero? ¿No sería más racional (más sencillo y más humano) adoptar nuevamente el calendario revolucionario francés que, además, destila poesía por todas las juntas? Desde luego el que funcionó durante un tiempo en la URSS era un verdadero disparate, sólo tenía de simpático el diferente color de los días; por lo demás, acrecentó el caos mental, ya de por sí importante, de los sufridos trabajadores socialistas, que vieron cómo una de las pocas certezas que les quedaban era arruinada en aras de la productividad. Pero, y es a lo que voy, ¿por qué febrero se quedó tan corto? ¿Por qué? ¿Por qué, sobre todo, su naturaleza engañosa?

Simón “el estilita”, que tras probar en una cisterna vacía y en una caverna, acabó su vida instalado en una columna de 17 metros de altura, pudo, de haber tenido interés científico y las dotes que se requieren y no haberse centrado en saciar sus ansias masoquistas y en recitar a gritos los salmos, que se los sabía de carrerilla, pudo, decía, pues su posición era ventajosa, haber confeccionado, de no haber estado ya confeccionado, un calendario bastante exacto. Hubiera constatado que el sol salía siempre por el mismo sitio, más o menos, y se ponía, con la misma imprecisión, por el sitio contrario. Pudo haber afinado esa irregularidad. Y pudo haber establecido los equinoccios y los solsticios. Y pudo, de haber tenido interés y dotes, como he dicho, saber que el sol salía 365 veces (y un poquito más) hasta que volvía a salir exactamente por el mismo punto del inicio. Establecidos estos puntales pudo haber desarrollado, como he dicho, un calendario bastante aceptable. En ningún caso, dada la tendencia a la simetría y al orden que caracteriza a la especie, se le hubiera ocurrido dejar un mes con una cojera tan evidente.

¿De dónde, pues, “febrerico, el loco”?

Esto que pudo haber hecho Simón, es lo que hizo la especie cuando le llegó el momento. Durante millones de años los seres vivos adecuaron su existencia a la danza de los astros. La especie humana, sin embargo, para conjurar el terror, ordenar sus vidas y, de paso, “obligar” al mundo a someterse a sus normas, pues no otra cosa es el mito sino un intento de someter a la necesidad lo que parecía suceder de manera caprichosa, dio el paso decisivo: domar el tiempo.

Así llegamos al calendario romano que, en su forma más desarrollada, se componía de 12 meses (enero y febrero fueron los últimos en colarse) de 31 y 30 días de forma alternativa, empezando por el 1 de marzo (Año Nuevo), pues el año empezaba cuando parecía que la naturaleza se despertaba de su sueño gélido. Así se entiende el nombre de los meses de otoño: Septiembre, octubre, noviembre y diciembre (sétimo, octavo, noveno y décimo… reliquias de un calendario más antiguo que había dividido el año en 10 meses). Enero y febrero eran los últimos y febrero, concretamente, el último. Ese reparto de días daba a febrero (el último) 29. Para remediar el amontonamiento de escoria, tenían que incorporar de vez en cuando un mes que, actualmente, sería una pieza codiciada por los anticuarios de los cinco continentes.




Julio César, que no Juliano el Apóstata, fue quien, inspirado por los egipcios, ordenó el reajuste. De paso se reservó para sí el 5º mes, que pasó a llamarse “Julio”. Augusto no quiso ser menos, así que tomó el mes 6º y lo convirtió en “Augusto” y como tenía sólo 30 días le robó un día al último de la fila, para así equilibrar las cosas. Es por eso que julio y agosto tienen 31 días y febrero 28, que se convierten en 29 cada cuatro años.

Hay que decir que el día de año nuevo pasó al 1º de enero en fecha temprana, bastante antes de que Julio César metiera mano. La causa fue militar: la necesidad de planificar las campañas (concretamente el asedio de Numancia)  que deberían llevarse a cabo con el buen tiempo. Que Augusto le robara un día a febrero fue injusto, debería habérselo robado a diciembre (el último)… pero por la inercia de las cosas y tal…

¿Pero de dónde “bisiesto”?

Los romanos no numeraban los días como nosotros. Los contaban en relación a los días que faltaban para las calendas (primero de mes) del mes siguiente. Así que propuso repetir un día, y eligió el 24 de febrero (¡otra vez el último mes!), o sea el sexto día antes de las calendas de marzo (que antes era el primer mes del año): “ante diem bis sextum kalendas martias”. Poco después se pasó a final de mes. Aquel año (46 antes de nuestra era) fue “el año de la confusión”: 445 días de inquietud.

Las cosas no acabaron de solucionarse y seguían acumulándose detritus de tiempo. Así que el papa Gregorio XIII, el 24 de febrero del año 1582, mediante la bula “Inter Gravissimus” corrigió el algoritmo para el cálculo de los bisiestos.…Infórmense, Vds. infórmense…





El calendario gregoriano fue imponiéndose poco a poco. Y en cada uno de los países en los que se establecía, se pegaba una mordida al año en curso; de tal manera que cientos de días se han desvanecido euridicianamente. Vieta (nada que ver con lo “bafles”) se opuso con toda su ironía a la propuesta de Clavius, al que tachó de “tonel alemán” y de ladrón de días. Todos los matemáticos y astrónomos de Europa se sintieron, en mayor o menor medida, aludidos.

2.
Ejemplo de lo dicho: ¿ Nació Seferis el 29 de febrero del año 1900 o el 13 de marzo? Pues, verán: en Esmirna (calendario juliano) era 29 de febrero y en Paris el 13 de marzo. O sea que cada cual lo celebre cuando le dé la gana.  Luís I de Baviera, abuelo del rey loco, murió tal día como hoy, del año 1868, porque en Niza ya se había adoptado el gregoriano. Balthus, nació el 29 de febrero del 1908, sin dudas. Casas, aburrido de la Parés y de sus inseparables Russiñol y Clarassó, murió el día más esquivo del año 32.

Rossini es también un miembro del club de los nacidos en bisiesto. En 1892, el centenario de su nacimiento fue conmemorado el 8 de abril. Verdi dirigió, en su memoria, por última vez una orquesta en directo…en la Scala de Milán, naturalmente. Su proyecto de un Misa-réquiem conjunta en su honor quedó en eso: proyecto. 

3.
Así las cosas no es raro que tal día como hoy esté dedicado, internacionalmente, a las enfermedades raras. Y, con toda consecuencia, la Iglesia católica, romana y apostólica, celebre los sufrimientos de san Dositeo y de santa Tararia., santos raros donde los haya.

4.
Francia tiene un periódico, La Bougie, que solo saca edición el 29-F.

N.B. 1

Este día, que convierte el año en bisiesto, tendría que ser festivo a todos los efectos. Gracias a él, los cálculos se acoplan y el orden vuelve a imponerse. Debería de ser un día de permisibilidad total, el carnaval que precediera a una cuaresma de cuatro años. Un desorden que pusiera de manifiesto la artificialidad del orden posterior. Una reordenación que no sería posible sin esta irregularidad.
En ese día se nos debería pagar por los atropellos sufridos en los cuatro años precedentes.

N.B. II 

También resulta significativo que, en este día (29-02-20) tan superfluo, prieten sus filas en Perpiñán las huestes de Waterloo para anunciar que "mañana, día de San Ciruelo, que es el 30 de febrero, pagaré lo que debo."... y, de paso, felicitar a Pedro Sánchez por su 48 aniversario.








RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...