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martes, 16 de abril de 2013

Propuesta para hoy, día 16 de abril. Madrid. El Lute. Nino Bravo. (2ª)



….¡¡Y apareció!!

Por donde una hora antes habíamos entrado nosotros, traían esposado y a empujones a un mulato-cuarterón en el que reconocimos a Legrá. La alegría y la tristeza se mezclaron y nos dieron arcadas que expresaban lo que las palabras eran incapaces.

--¿De dónde has sacado a este? Preguntó el de la revista.
--De ahí de san Jerónimo, se peleaba con el altísimo a quince asaltos. Reclamaba la descalificación del contrincante por juego sucio. Tengo de testigos a todo el barrio. Dice que es Legrá…¡el muy cabrón!...¡Y que quiere ver al mismísimo Caudillo!
--Mételo ahí adonde el jefe.

El foco  seguía al negro y desaparecieron juntos por la puerta entreabierta  de recepción.

Seguían las llamadas y las comprobaciones. El que había traído al negro se marchó a seguir cosechando. Volvimos a la escena previa.  El trabajo se le acumulaba al lascivo.

Sale Legrá, nos lanza un “gancho” y ocupa la silla que queda libre. 

Llamadas…espera…llamadas…espera. Anota algo de vez en cuando. Asiente con la cabeza…La bombilla no puede mostrar todo su poderío por las cagadas de mosca que la atenazan…sino…¡verían vds.! 

Sobre las paredes desnudas, nuestras sombras.  Cada cual tiene la suya detrás…a la expectativa. Nadie tiene reloj…pero el tiempo pasa…¡eso es seguro!

Sale el “jefe” y se dirige directamente al mulato-cuarterón:

--Con que al Caudillo ¿eh?...¡no tienes bastante con el altísimo!...Nada, que este cabrón no entiende ni papa de lo que le pregunto. ¿¡Será zulú!?…Pues ahora me vas a decir qué tienes tú que ver con Franco.

Saca la porra; en la pared se refeja la sombra: como en los “títeres de Cachiporra”…Cristóbal se dispone a repiquetear sobre la dura cabeza del negro. 

--¿Cómo te llamas?...¿de dónde eres?

El negro no contesta. No entiende: eleva los hombros y tuerce la cabeza. El primer golpe ha empezado la trayectoria. Legrá nos mira implorante. Me levanto, doy el acostumbrado traspiés y me coloco entre la porra y la cabeza del zulú.

--Mi capitán
--¡No me llames capitán, coño!...¡Soy inspector de policía!
--Mi inspector!
--DE la policía…¡no tuyo!
-- Sr. Inspector de policía…El negro no entiende…¿no se da vd. cuenta?  YO entiendo algo de zulú.

Sobre la pared nuestras sombras parecen representar una escena de “Otelo”.  Legrá que ha captado el juego, balbucea algo plagado de vocales (¡fácil!) :

--Dice que lo único que quiere es irse con su mujer y su niña.
--¡¿Qué mujer ni que niño muerto?!
--Tiene familia. 

La porra sigue en todo lo alto, en tensión, en equilibrio inestable. En cualquier momento puede abatirse sobre nuestras multirraciales cabezas. El negro sigue balbuciendo.

--Señor inspector…dice que no ha hecho nada. Que sólo ha tomado unos vinos, pero que como es negro y no está acostumbrado se le han subido a la cabeza.

El brazo de la justicia, pasado el momento de furor, pierde la rigidez…finalmente vuelve a su posición humana.

--¡Lleváoslo!...¡Ya le arreglaré yo las cuentas!

Nadie acude al mandato. No hay nadie más que el lujurioso que sigue ocupado con sus comprobaciones. El jefe se retira a su madriguera y el negro aprovecha para largarse por donde entró. 
Antes de salir, se vuelve y nos lanza un beso directo al mentón.

Así eran la cosas (algunas veces). La mecanización llegó poco a poco.

Las cosas se fueron aclarando a su ritmo. Lo de Charli estaba en regla. Lo mío también (¡¡) (siempre he pensado en la razón de mi buena suerte y no he conseguido una explicación razonable). Lo del Wamba, sin embargo (como era de esperar), presentaba alguna complicación (Siempre he pensado en la mala suerte de W. y no he conseguido una explicación razonable). 

--¡Hala!...¡a la puta rue!...¡y que no os vuelva a ver por aquí! ¡Coged vuestras cosas!

Nos levantamos para salir zumbando.

--El del abrigo…¡que se detenga!...A ti no te he dicho nada. Lo tuyo va para largo.

Y salimos (Charli y yo) como el agua de torrentera. Amanecía. 

Enfrente había el típico bar de policías, donde los agentes toman sus carajillos y se hurgan los dientes. Estaba abierto. Entramos. En el extremo más alejado de la barra dormía, la cabeza sobre el mármol, “Demis”.  Lo habíamos subestimado…

Pero allí estaba, como el lucero del alba. Había conseguido 85 pesetas.

--¡Ya era hora!
--Pero tío…¿de qué vas?
--Llevo toda la noche esperando.
--Pues aún te queda un poco, el Wamba sigue ahí metido.

Tomamos unos carajillos con churros y dimos una cabezadita. Cuando las primeras luces del sol daban en los pisos altos del edificio de enfrente, se abrió la puerta del bar y entró el Wamba. Del abrigo ¡quién lo ha visto y quién lo ve! quedaba la “Forma” (deformada)…la “Materia” había retrocedido a calidad de Materia Prima. 

Bueno pues, anduvimos por todo Madrid hasta dar con el coche.  Y en coche fuimos a la casa de “voz de trueno”. Recogimos las bolsas olímpicas y nos despedimos. 

Acordamos ir juntos hasta Cuenca y allí cogeríamos el tren a Valencia.

El coche era, en efecto, un dos caballos furgoneta…sin asientos traseros. Yo me puse detrás. Y por seguridad me tumbé en el suelo y me agarré a las patas de los asientos delanteros.  Y así,  a lo san Andés, salimos de Madrid por Vallecas…para enlazar con la nacional III. 

En Arganda pusimos 200 pesetas de gasolina y preguntamos la hora, el día, el mes y el año: las 11 de la mañana del día 16 de abril (lunes de Pascua) de 1973.

El Charli había enchufado un radio casete de bolsillo a la batería del coche y llevaba algunas cintas: Nino Bravo (“Libre”), Ten years after (“Albin Lee and Company”) y otra de “varios”.
I’m going home”…una y otra vez. Y después “Libre” de Nino Bravo…así hasta Fuentidueña del Tajo, donde paramos a comer un bocata de atún con olivas. El nombre nos arrebató: ¡¡Fuentidueña!!

Estábamos sentados en la terraza de un bar de carretera, tomando el sol y comiéndonos el bocata, cuando pasó como una exhalación, primero el agudo sonido de la sirena (pensábamos que nos seguía el “Demis”) y después una ambulancia destartalada que desprendía desaliento por donde quiera que la miraras.  Serían las 12 pasadas. 

--Los hay que tienen prisa…dijo Charli.

W. no dijo nada, como si se le estuviera revelando su futuro desafortunado.

--¡Pues sí!...rematé. Me levanté y pagué.

“Libre…como el sol cuando amanece…(…)
Con su amor por montera se marchó
cantando una canción,
marchaba tan feliz que escuchó
la voz que le llamó,
y tendido en el suelo se quedó
sonriendo y sin hablar,
sobre su pecho flores carmesí,
brotaban sin cesar...
Libre…como el sol cuando amanece…(…)

En Tarancón se notaba un ambiente extraño, como de panal de abejas excitadas. Aparcamos en la plaza del ayuntamiento, nos sentamos en el exterior del Bar-Café de la plaza y preguntamos, con el fín de aclararnos sobre la causa de esa sensación de infortunio que nos había invadido…

--¿No lo sabéis?
--¡Pues no!...por eso preguntamos.
--¡Nino Bravo!
(entre nosotros): ¡no me jodas que nos han oído!
--Nino Bravo… ¿qué?
-- Que ha tenio un accidente allí en Villarrubio y se lo han llevao a Madrid.

Murió justo cuando se cruzaba con nosotros en Fuentidueña. Había salido de Valencia sobre las 8’30 en su BMW 2800 de segunda mano. Habían repostado y comido un bocadillo de atún con olivas en Motilla del Palancar. Le acompañaba uno del dúo “Humo”, grupo que promocionaba el artista: Tenían que meter unas voces en una grabación que estaban ultimando…y él mismo tenía que arreglar algunos asuntos con su casa de discos “Polydor”.

El accidente lo sufrieron en la curva tras rasante que había (antigua nacional III) a la entrada (desde Valencia) en Villarrubio. Fueron trasladados en coches particulares a Tarancón y de allí a Madrid (“Hospital Francisco Franco”)…donde confirmaron la evidencia.  

Se murió sin ganar ningún festival de la canción: ni el de la Vall d’Uxó, ni el de Barcelona, ni el de Río (aunque una vez lo tangaron), ni el de Eurovisión…Al de Río se presentó dos veces: la primera vez, Rosa Morena representaba a Andorra (¡¡).

Había nacido en Aielo de Malferit, producía “Humo”, quería ser libre (hasta el final…¡mejor!: desde el final), había comprado un BMW de segunda mano…¡en fin! ¡tenía muchos números!

Casimiro, el conductor de la ambulancia, cuatro años antes había hecho casi el mismo recorrido, con el mismo resultado. Aquella vez se trató de Rafael Vega “Gitanillo de Triana”, que había heredado el título (pero no la finura) de su hermano, muerto en el 31. El tal Rafael, que había ejercido de “testigo” en la alternativa de Manolete y de simple testigo en  la cogida mortal, venía de una noche de farra en la finca que tenía Luis Miguel Dominguín en Cuenca, y se estampó a la altura de Belinchón. Casimiro estaba, pues, acostumbrado a cierto tipo de entrevistas.

Nosotros nos sentimos culpables de verdad. Pensamos que Nino, al pasar por la terraza donde tan gustosamente tomábamos el sol, habría, atraído por el marino perfume del atún y las olivas, intentado mirar por la ventanilla…con desenlace fatal.

¡En fin!..¡Así es la vida!

Tomamos hacia Cuenca y allí nos despedimos.

--Bueno…¡aquí tenéis un amigo para toda la vida!...¡Ya nos veremos en su día!

Bajamos de la furgoneta. W. tiró a una papelera (grande) lo que quedaba del abrigo y así, a cuerpo gentil, nos dirigimos a coger el exprés de las cinco ¡en punto! de la tarde.

Sellamos los ”billetes” y elegimos mejor el compartimento: dos americanas (¿) ocupaban los sitios de ventanilla, nosotros nos sentamos, uno a cada lado.  

--Buenas tardes.

--Good evenig…(en efecto, americanas)

Saqué “Por el canal de Panamá” del bolsillo de la pelliza y se lo alargué a W. ¡Se le saltaron las lágrimas! (de vergüenza y de agradecimiento)….el mío sigo sin recordarlo.

Al poco de ponernos en marcha empezó la cuerda de guardias civiles. A veces se les oía:

--Parece que ahora está en Toledo.
--Mira que si viajara en este tren…
--Este “Lute” nos va a volver loco. ¡Cuando lo pillemos descansará y descansaremos!

Por fin se había aclarado la espesura de civiles: se trataba de “El Lute”…al que perseguían por tierra, mar y aire.

En Utiel, cuando todo parecía superado…apareció el revisor. Se dirigió directamente a W.

--Billete, por favor

Sacó el “billete”…pero el revisor no se conformó y le exigió en quilométrico. W, haciendo un gesto de autosuficiencia, le largó el “quilométrico”

--Está caducado, señor.
--¿Cómo que caducado?
--Sí… ¡que no es válido!..que tiene vd. que renovarlo…¡si puede!
--¿Y?...¿Cómo que si puedo?
--No sé…vd. sabrá. Tendrá que sacar un billete y pagar la multa correspondiente.

Mientras tanto yo, que siempre he tenido pinta de universitario de la costa este, intentaba meter baza en la partida de cartas de la pareja. Quizás notaron en mi mirada la indefensión, quizás les resultó divertido mezclarse con un “indígena”…pero me dejaron hacer. Así que cogí las cartas, barajé y repartí como para la “brisca”…Ellas mordieron la historia, creo, e hicieron como que jugaban…se tiraban cartas al buen tuntún, ganaba quien antes cogía la baza…El revisor había mordido al desorientado y no lo iba a soltar fácilmente.

W. pedía e insistía en que llamaran a su padre (factor de la estación de Valencia)…¡sería la tercera llamada en dos días!...El revisor se lo llevó con él y a mí me olvidó. 

Cuando llegamos a Valencia, un desconsolado señor, con bigote, gemelo al de W. nos esperaba en el andén. Se limitó a callar y a preguntar (para sí mismo) por el estupendo abrigo con el que W. había salido de casa tres días antes. Nos acompañaban las americanas…lo que dulcificó la cosa. Padre e hijo aclararon lo que tuvieran que aclaran y nos fuimos a casa con la esperanza de que, al fin, tendríamos la recompensa a tanto sinsabor. 

Allí, preparé una tortilla “española” y para preparar el terreno, propuse continuar con el juego de cartas: al poker.

Decir: que nos limpiaron, cogieron un taxi y se fueron a su hotel…eran las cuatro de la mañana. Nosotros salimos al balcón y cada cual pensó lo que tuviera que pesar…Incluyendo a la Organización.

Parecíamos el dúo “Humo”.

La historia tiene su lógico final. Una sofocante mañana de Julio (yo estaba por puta casualidad en casa de mis padres):

--¡Levanta, cabronazo, comunista…etc…etc!
 
agitando una carta en la mano izquierda, mientras con la derecha enarbolaba el cinturón de gala, el amarillo, de la guardia civil.

--¿Pero qué pasa aquí?...¿Qué es esto?
--¿Qué qué pasa? …¡TÚ sabrás! Aquí se te cita para la semana que viene. Se ve que tienes un juicio en Madrid…¿¡qué NO habrás hecho!?

El cinturón silbaba al aire…como una cobra a punto de lanzarse.
 
--Nos vas a matar a disgustos…Para una vez que vienes…te llevan ante la justicia.

Me costó explicarle que no era lo que se imaginaba; que la cosa se limitaba a un juicio de faltas por escándalo público y que no tenía nada que ver con los comunistas.  Cuando oyó lo de escándalo público se calmó e intentó encajarlo dentro de su esquema definitorio de la juventud.

Llegado que fue el día de autos…allí, en el juzgado, nos vimos los tres: El Wamba, de verano. Charli, con auténtica chaquetilla torera, de luces (negro y marfil) y yo, también de verano…como, por otra parte era lógico. ¡Estábamos en la canícula!

El juez, tras la primera (y  muy compleja) impresión, dio rienda suelta a las emociones…(estupor, ira, cansancio, venganza, compasión, desaliento, envidia…y otras por el estilo). Cuando las emociones se hubieron calmado y sometido a la razón:

--Bien, muchachos…¿habéis pagado vds. lo que se debe?
--¡Naturalmente! (que no)…(¡restricción mental!).
--¿Son conscientes del mal que han producido?
--Naturalmente, señor.
--Y vd. el de la torerilla, ¿no dice nada?
--Naturalmente.
--La acusación no se ha presentado, por lo que quedan libres de todo.

Poco le faltó a Charli para que le besara la mano. Al verlo así de negro, pensó en los curas y demás.
Salimos. “Demis Roussos” estaba de vacaciones.

Así que nos comimos un bocadillo de atún con olivas en cualquier sitio y nos despedimos. A Charli no lo he vuelto a ver. Al Wamba…¡por poco tiempo!

Me olvidaba decir que el 16 de abril ha sido (internacionalmente) elegido como: el día de la VOZ.

Propuesta para hoy, día 16 de abril. Madrid. El Lute. Nino Bravo. (1ª parte)




Aquella primavera había empezado a circular por Valencia la mimética expresión: “¿Qué pasa contigo, tío?” a la que el interpelado respondía (cada vez con más decisión y conocimiento): ¡Nada!..¡Un “rollo”!...reparen vds. en la complicidad entre el entrevistador y el entrevistado.
O bien aquello otro de: ¡Como se entere la ”vanguardia”!... dicho en plan de chirigota.

Época de clandestinidad a la que muchos de nosotros éramos incapaces, por naturaleza, de someternos. La cosa era seria, sin embargo. Pero un vientecillo poético recorría nuestros corazones. No tanto por las perspectivas políticas, sino por el presente: libros, música, alucinógenos, mujeres (o lo que se quisiera), días que corrían sin horarios y cargados de emoción y sentimiento. Viajes sin un duro…Los pájaros del cielo no cultivan y se alimentan... Así nosotros: aves del paraíso.

Me refiero al año 1973.

Les voy a contar a vds. “mi primer viaje a Madrid”. Que fuera el primero no influye PARA NADA en el desarrollo de los acontecimientos.

La Organización nos había (a otro y a mí) advertido acerca de ciertas imprudencias y aconsejado, por el bien de todos, que desapareciéramos durante unos días  del “campo de batalla”. Precisamente éramos lo que entonces llamábamos “técnicos de distrito”…es decir, los encargados del desarrollo técnico de las manifestaciones y, sobre todo, de la “autodefensa”. Por ese motivo nos pasábamos todo el día de farmacia en farmacia comprando perclorato sódico y ácido clorhídrico. Y de vez en cuando…una cajita de anfetaminas…Teníamos todas las tarimas de la universidad rellenas de botellas inflamables y los pantalones siempre con agujeros…que cubríamos con floreados remiendos.

Añadir a lo anterior que poseíamos (¿quiénes?...les contaría y no pararía) un bar, el más popular (entre nosotros) de Valencia. La cosa económicamente no pintaba bien, así que hicimos una espectacular huída hacia adelante y nos agenciamos una casa de comidas, algo más cara que Cáritas, y un camping en un naranjal de Cullera a kilómetros  de la playa y  destinado a los “vagabundos de la osa mayor”…¡TODO!  ¡pero TODO!…se fue al garete… (esa es otra historia que les contaré, en otra ocasión, con detenimiento).

Salimos de la estación de Valencia el viernes 13 (¡¡) de abril. Entonces no existían los magníficos trenes actuales y los vagones se dividían en compartimentos para seis-ocho personas. Se podía fumar…¡y se fumaba!  Se comía y se soplaba de lo lindo…mucho más que en un ventorrillo caminero.  En un viaje de esa envergadura  (6 ó 7 horas) te podías pimplar perfectamente una botella de Terry de malla… o una caja de cervezas (o ambas cosas).

El Wamba, por hijo de ferroviario, tenía “quilométrico”. Yo, no; pero tenía un amigo, hijo de factor, que también gozaba de ese privilegio. Así que le pedí el “quilométrico”, y el DNI,  puse unas fotos mías encima y saqué dos fotocopias.  Me disponía a viajar con dos fotocopias de documentos falsos y con un billete conseguido de forma fraudulenta. El de la ventanilla se limitó a sellar el “billete” que había rellenado con los datos del hijo del factor.

La policía tampoco es que anduviera sobrada de adelantos tecnológicos…

Cuando llegó W. con un abrigo negro que le cubría hasta los zapatos, dando la impresión de que en lugar de andar, rodara, como un féretro empujado desde atrás….Yo ya estaba allí.  Y no sólo yo: estaban también nuestras inseparables, que habían ido con una pancarta de cuatro metros a despedirnos y a desearnos un feliz viaje: “Feliz Semana Santa”.  

La consigna era: ¡Discreción!

Como era normal entre nosotros, hicimos como que no las conocíamos. Y ellas tampoco a nosotros. Así que: alguien despedía a alguien. Nadie, sin embargo, se daba por aludido. Agitaban la pancarta mientras nosotros, con sendas bolsas de las olimpiadas de México, subíamos indiferentes al tren.
Olvidaba decir que las inseparables iban disfrazadas de Jorge Cafrune (¿lo recuerdan?).

Nos inclinamos por (el “quilométrico” no te daba derecho a plaza numerada) un compartimento que parecía discreto: estaba ocupado por dos señores de pinta normal y decente. Leían el periódico (cada cual el suyo) y sonrieron cuando definitivamente nos decidimos. 

--Buenos días!
--Buenos días, chavales!
-- ¡Hola!

Cada cual dijo lo que le pareció bien. 

Ocupamos plaza de ventanilla. Los señores ocupaban, enfrentados, los asientos más alejados de la tronera.  W. se despojó de la caja negra, por lo demás, inútil…¡era un día espléndido! 

Fue sentarnos y empezar a desfilar por el pasillo una cuerda de guardias civiles con traje de servicio y “naranjero” dispuesto. Uno de ellos, echó una escrutadora mirada al interior. Sacamos los celtas con filtro y nos camuflamos entre la humareda.  Dudamos…pero el tren se puso en marcha y se disolvió la duda… y condensó la inquietud. 

A la altura de Requena  abrió la puerta el revisor. Miró familiarmente y se puso a hablar con los dos señores de las esquinas. Hizo el rictus del escepticismo: combinación prodigiosa de boca (los labios se juntan, se aprietan y se proyectan), arco ciliar (se eleva) y un levísimo giro de cabeza (con una casi inapreciable inclinación).

 Los señores:
--Bueno…¡Ya caerá esa cabrón!

Nosotros estábamos envueltos en humo espeso y como sucedió con San Martin de Porras (W. se apellidaba Porras) el contraluz nos hizo invisibles. Entre el revisor y nosotros se extendía una nube resplandeciente y milagrosa.

En Cuenca nos dio tiempo a bajar y subir con cuatro botellas de  cervezas frías. 

La procesión de los civiles continuaba a un ritmo cada vez más lento. En una de esas pasadas, el cabo, bigotudo, entró y se sentó entre W. y el individuo que tenía a su derecha. Aproveché para invitar a fumar. Sólo cogió el mostachudo; en vista del éxito ofrecí cervezas:

--No, gracias…¡estoy de servicio!. Era evidente que la mala suerte se había cebado en él.
--Te lo agradecemos, chaval, pero nosotros también estamos de servicio. 

W. cogió una botella y se la amorró, mientras abría los ojos como un Pantocrátor.

--Dicen que lo han visto por Salamanca.
--¡Y por Sevilla!
--Este cabronazo corre más que un galgo.

Oíamos el diálogo, pero mirábamos atentamente cómo el paisaje se desvanecía (eruridicianamente) a 50 por hora. 

El viaje acabó sin más incidencias. Bajamos en Atocha…W se metió en el ataúd, nos pimplamos dos copuzos de coñá  y nos dirigimos a una casa del barrio de Embajadores. Allí nos esperaba un amigo de un amigo: ¿recuerdan vds. a Demis Roussos? ¿sí?  Pues bastante más bajo, con pantalones y la voz una octava más alta. La barba, cerrada como las puertas del cielo, le arrancaba en las pestañas y le llegaba, sin solución de continuidad, hasta el pecho. Como  un pañuelo negro en torno al cuello, luto por la constatable injusticia de la naturaleza.

--Hombre…¡Por fin habéis llegado!  Dijo abrazándonos por la cintura. Su voz sonaba como una sirena de coche de policía teledirigido. Ahora nos vamos a comer un rabo de toro…Pero antes nos haremos un porrito.

El porro rodó hasta que un olor a uña quemada ocupó toda la habitación.

Dejamos las bolsa olímpicas y raudos nos dirigimos a no sé dónde. El Wamba rodaba dentro de su particular féretro. “Voz de trueno” marchaba a pasitos cortos, pero rápidos. Yo, a pasos largos, pero lentos. Todo un repertorio de locomoción de seres bípedos.

Allí lo conocían y nos sirvieron abundante y bien. Nos pimplamos dos botellas de Cariñena y unas cazallas. Demis tenía que trabajar y nos abandonó (antes nos hicimos un porrito). No teníamos ni puta idea de dónde estábamos ni qué pintábamos en Madrid y, si me apuran vds. ni quiénes éramos…
Hala…¡A rodar!

Por hacer algo (supongo que tiempo) entramos en una librería. Estaba especializada en ediciones sudamericanas.  Yo, por costumbre, me eché un libro (no recuerdo el título) al bolsillo de la pelliza y seguí mirando interesado las novedades. W me hace una señal y sale. En la misma puerta, dos individuos, cetrinos como la madre que los parió, lo agarran, uno por cada brazo y lo vuelven a meter en la librería. El Wamba me mira con cara de borrego que llevan al matadero. 

--¡Vacíe los bolsillos sobre la mesa! (mesa “ad hoc”)
--¿Qué bolsillos? ¿Qué mesa? ¿Qué libro?...¿Qué…?

Por el canal de Panamá” de Malcolm Lowry. Ed. Era. 

Oigo como le piden el nombre y la documentación. El libro quedó sobre la mesa… y que ya recibiría noticias. Aprovechando el desconcierto, cojo el libro de la mesa “ad hoc”, me lo meto en el otro bolsillo y salgo decidido, mirando el inexistente reloj de muñeca y haciendo gestos llamativos con el brazo derecho.  Lo espero como a cincuenta metros. 

(Esta escena me trae a las mientes a otro que, en París, había robado toda la colección de LPs de los Rollings y mientras lo perseguían por Saint Denis, iba perdiendo todas aquellas joyas. Sin esos pequeños hurtos no podríamos haber subsistido con dignidad y puede que tampoco sin dignidad)

Sólo recuerdo que dormimos en una cama. El siguiente recuerdo ya pertenece al “Domigo de Ramos”: El sábado ha desaparecido.

Lo primero que hicimos ese infausto domingo fue fumarnos un porro y enjuagar el cielo (¡el único!)  del  paladar con unas copas de cazalla…y ¡hala!...¡a rodar!

W, en efecto, rodaba; “Demis” trotaba y yo…a mi paso acostumbrado. En zig-zag llegamos al rastro. Derribamos varios tenderetes…iniciamos trifulcas que acababan en la barra de un bar y guiñábamos los ojos a aquel magnífico sol de aquella mañana de Domingo de Ramos de 1973.

Pasaban familias con palmas y ramos de olivo…parecía un cuadro del aduanero Rousseau. Palmas delicadamente trenzadas con lacitos de colores; palmas altas y viriles con ese característico ¡plas-plas!...

En una de las incursiones a la barra más cercana, cuando fuimos a pagar, resultó que éramos uno más: se había colado subrepticiamente “Charli, de Cuenca”, flaco como san Jerónimo y elocuente como el “Crisóstomo”.

--Pero, tío ¿qué pasa contigo?
--Ná…¿qué va a pasar?...¡es un rollo tomar la cerveza solo! Así que como os he visto tan homogéneos y con esos ojirris…

Arrojó sobre nuestras cabezas trozos vegetales: hojas de palmera y de olivo…mientras nos aclamaba con aquello de : ¡¡Hosanna!!...etc…etc. Pidió otra ronda y pagó “Demis”. La siguiente la pagó Charli. La siguiente…la siguiente…la siguiente…¡la pagaría dios! (que estaba exultante).

Así llegamos a la hermosa “hora del ángelus”…a la Chiricciana hora…a la hora de Zaratustra…y nos introdujimos en ella dando traspiés(es).

Y haciendo torpes juegos de piernas y lanzando puñetazos al aire vimos acercarse, como a cámara lenta, a un “mulato-cuarterón”. Cuando estuvo a nuestra altura desplegó todo un repertorio de golpes de diferente factura que hacían silbar el aire. 

--¡Vamos a tomar una servesa! 

Los cuatro nos miramos y seguimos al negro.

--Hermano, ponga 5 cañicas de esas que ya tú sabes. Y unos recortes de tortilla…¡Soy Legrá…El puma de Baracoa…Campeón mundial de peso pluma!...¿Quieren saber vds. cómo derribé a Clemente Sánchez?...Era muy valiente pero llegó pasado de peso y de preparación. Lo derribé 11 veces…pero el muy cabrón se levantaba y seguía como un toro. En el 10º, tras unos “jobs”  para mantenerlo a distancia, le metí un directo de izquierda y una serie de “crochets” que rematé con un “uppercut”. Ya no se levantó...¡Ponga, hermano, cinco más!

Con la derecha bebía y con la izquierda hurgaba en sus bolsillos. Consiguió sacar la cartera y, tras apurar la caña y dejarla en la barra, nos mostró una serie de fotografías que, empezando en su bisabuela africana acababa en una preciosa niña con chupete, pasando por mujeres de todos los colores y condiciones. Los ojos le brillaban (por este hermoso sol de abril).

W. pidió calamares.
Demis pidió callos.
Charlie pidió más callos
Legrá pidió otra de tortilla
Yo pedí la cuenta….y una ronda de carajillos: al cincuenta por ciento.

A partir de ahí todo fue cuesta abajo. Parecíamos “el quinteto de la muerte”. Y, así, bajando, llegamos adonde los leones de piedra. De camino, el negro había desaparecido. Ahora parecíamos los “cuatro jinetes del apocalipsis”.

Nos sentamos un poco en la placeta que hay enfrente de los leones. Para tomar un respiro. Charli, lió un porro y lo fumamos con indiferencia. Luego sacó una pastillita (y una navaja) la partió en cuatro trozos y nos hizo comulgar en el nombre de Cristo, que en ese momento estaba siendo aclamado por todo el orbe cristiano. 

Al cabo de diez minutos, el banco echó a volar. Subía y bajaba como una montaña rusa. Nos abrazamos para no caer en la nada. Éramos una piña desigual, pero compacta. “Demis” gritaba con voz de rata. “W” aullaba desde su ataúd. “Charli” tocaba un invisible tambor y yo abrazaba al trío con unos brazos que se alargaban como plastilina.

Los transeúntes  daban un rodeo. Los pájaros huían despavoridos....hasta el aire nos daba la espalda. Nos asfixiábamos.  Creo que nos estábamos estrangulando unos a otros de tanta compactación.  Cuando aterrizamos, era noche cerrada y los leones seguían en su sitio… casi luna llena.  El plenilunio sería el martes.

Nos había crecido la nariz y los ojos se habían hundido. Nos mirábamos con miedo. Las sonrisas eran demoníacas…¡Nos dábamos terror! Así que optamos por mirar al suelo. Las palabras sonaban como pulsaciones calientes. Las voces, en general, eran huecas  y parecían provenir  de los lugares que habíamos dejado atrás. Nos seguían y cuando nos alcanzaban estaban exhaustas…Y caían a nuestros pies formando un mantillo donde florecían imágenes  cortantes como auras de neurálgico. 

Charli fue el primero en levantarse…nos cogimos de la mano y como breugueliana fila nos sumergimos en la oscuridad más completa. Torcimos a la derecha y, al fondo, vimos  una luz que  nos reclamaba. 

Entramos en el bar, que parecía una bodega antigua. La clientela giró la cabeza hacia nosotros y  la mantuvo así durante una eternidad. La luz nos cegó  y como atacados por el arcángel, cubrimos nuestras cabezas con los brazos. A “W”. (al elevar los brazos) se le vieron los zapatitos y se supo que no rodaba. “Demis” saludó y el contraste entre el sonido y la imagen produjo en la clientela, fija todavía en nosotros, un alarido infernal. La mujer de la barra miró fijamente el “as de bastos” que tenía colgado justo debajo de un vetusto espejo de 5 x 2 metros. Alguna parejita se levantó y abandonó el local. Nosotros estábamos estancados. Nos faltaba un empujoncito. Lo di yo. Así que, de nuevo dando traspiés, irrumpimos en aquella cálida bodega: “Cristo entrando en Bruselas”…personajes de Ensor.

--¡Cuatro botellines, por favor!

En vez de ocupar plaza a lo largo de la barra, seguíamos en fila india…de tal manera que los quintos fueron pasando de mano en mano  hasta que los cuatro estuvimos servidos.

--¡Y unos callos!....complementó Charli.
--No servimos comida. Es un bar de copas.

Ahora, después de 40 años, puedo decir que se respiraba fatalidad. Que todo iba cuesta abajo sin remedio y que no habría dios que lo parara.

Aquí se abre (o se cierra) un fundido en negro.  Después me veo, apoyada la cabeza en la barra, vomitando y rodeado de “grises”. Toda la barra está llena de cristales, restos de un estropicio importante.  La de la barra ha descolgado el “basto”.  Miro con la poca atención que puedo reunir y no veo ni a W. ni a Charli, ni a Demis. Cuando logro enfocar correctamente, diviso a “voz de trueno” sentado en una mesa rinconera departiendo con alguien….a Charli en el otro extremo de la barra zampándose algo que parecen callos y a W. que saliendo de dios sabe dónde, con todo el “féretro” destrozado  y más blanco que “blanco sobre blanco” viene hacia mí. 

--Daaame un cigarrillo…Sus ojos, de par en par, miraban al techo.
--¡Ese, ese es el otro! Grita la mujer a quien quiera (y a quien no quiera) oírla, empuñando goyescamente el bastón.

Los  grises” nos sujetan con fuerza, como si estuvieran apropiándose de algo que está en disputa.  Charli se acerca y queda pegado como los pajarillos en la goma traicionera, cuando por la noche van a las charcas a saciar su sed.

El vetusto espejo de 5 x 2 yace, hecho migas sobre el mostrador y parte de la sala. 

Cubismo en acción. 

Nos esposan y  ¡hala! …¡a rodar! 

Demis Roussos” aprovecha para pedir dinero para la liberación de los presos políticos. 

Nos metieron en una ranchera. Por la puerta de atrás. Y cuando ya, puesto el motor en marcha, se disponía a rodar…W. abre la puerta, sale como si no pasara nada, entra en el bar y busca algo que no encuentra. Un policía que lo ve, sale detrás de él y le da un  mamporro que lo dejó más desorientado que una brújula en un campo magnético. 

--¡y calladitos..eh!...¡que parecéis el “tres de copas”!
Charlie iba más colgado que las “casas colgantes” y nosotros parecíamos  extraídos de “la ciudad encantada”. Cuenca se había apoderado de todos.
Nos condujeron a una comisaría cercana (¿).
Entramos en un despacho siniestro, iluminado por una bombilla desnuda y amueblado con la habitual mesa con su inseparable silla de madera. Detrás alguien, con bigote fino, nos instó a vaciar los bolsillos: 1800 pesetas entre todos, hojitas de olivo, una llave, un rosario con bolitas de nácar (¡¡), un paquete de celtas con filtro, otro de Ducados…¡y unanavaja! Aún no había decido qué hace con aquello cuando Charli empezó a gritar desconsolado:
--“El rosario de mi madre…¡no!...por lo que más quiera mi capitán, devuélvame el rosario de mi madre!” (¡¡)
El comisario, inspector, capitán o lo que fuera no sabía se reir o liarse a hostias con todos nosotros. 
--¡¡Cállate!!...¡¡sacad los papeles!!
Empezamos a busca por todos los bolsillos y no encontramos nada. Estaban en la bolsa de las olimpiadas de México. Charli tampoco llevaba ninguna identificación. Declaramos bajo juramento ser quienes éramos mientras el policía tecleaba en una Olivetti monumental y al ritmo heroico de correo-exprés nocturno. 
--¿Y esto?
--la llave de mi coche
--¿Su coche? ¡hum…hum!...¿Dónde coño lo tiene aparcado?
--Por Embajadores
--¿Por embajadores?...¡hum…hum…! ¿y qué ¡coche! tienes…si puede saberse?
--Un dos caballos furgoneta, mi capitán
--Con que un dos caballos furgoneta…¿me equivoco?
--Pues ¡no, mi capitán!...Hago portes.
--¿Gasta mucho?
--Como un mechero, mi capitán.
--Hace portes ¿me equivoco?...¡no podrá transportar mucho con esa “furgoneta”!...¿un poco de droga, quizás?...¿me equivoco?
Y se rio de buena gana. A nosotros se nos torció el morro.
--Bueno, ahora que vamos ligeritos, contadme qué ha pasado.
--Nada!...Una mujer nos quería arremeter con un bastón y nos hemos defendido…creo.
--Y del espejo…no sabéis nada ¿no? …o me equivoco.
--¿Espejo? …¿qué espejo?...¡Allí no había espejo!
--En efecto…porque lo hicísties trizas, ¡cabrones!
Era yo el que daba la cara y esas miserables explicaciones.
--Bueno…¡Ya se os notificarán las consecuencias!
Acabado el trámite (¡de la navaja no dijo NADA!) nos trasladaron a otra salita aún más despojada que la anterior: 4 ó 5 sillas típicas pegadas a la pared y una mesa a la que estaba sentado el policía de guardia. Escondió la revista que estaba hojeando y nos dirigió una mirada en la que aún quedaban restos de lujuria.
Entró el “jefe” y le pasó el papel con nuestras declaraciones.
Empezó a hacer las comprobaciones de rigor: conferencias de larga distancia…espera…llamadas a la central…espera. En esa espera sonámbula, W, desorientado como una brújula en un campo magnético, se levanta y, sin decir palabra, desaparece por una puerta lateral; el lujurioso que lo ve:
--¿Adónde vas, desgraciado?  Y levantándose como si le hubiera picado una cascabel, echa mano a la porra (W. se apellidaba “Porras”) y va en su persecución. Oímos unos golpes secos y un quejido como de oveja resignada.
--Se está meando, mi capitán. Dijo Charli.
--Pues que se mee encima. La respuesta salió por la puerta entreabierta.
Cuando volvieron al escenario principal, W. llevaba los pantalones mojados hasta el dobladillo (esto lo supimos después…pues, de momento, el abrigo ocultaba la vergüenza).
Ahora parecía una escena de Becket: en cualquier momento podría aparecer Godot.
….¡¡Y apareció!!

RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...