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miércoles, 29 de mayo de 2013

Propuesta para la tarde de hoy, día 29 de mayo. “Amour fou” Breton. SEGUNDA SERIE.





“… Ya la había visto entrar dos o tres veces en aquel lugar: en cada ocasión se me había anunciado, antes de ofrecerse a mi mirada, por no sé qué sensación de estremecimiento de hombro a hombro que llegaba ondulante hasta mí atravesando aquella sala del café desde la puerta. Ese movimiento, en la medida misma en que, tratándose de una presencia vulgar, adquiere rápidamente un carácter hostil, sea en la vida o en el arte, me ha advertido siempre de la presencia de lo bello. Y puedo decir que en este lugar, el 29 de mayo de 1934, esta mujer estaba escandalosamente bella…” (Breton: L’Amour fou”).

Sus compatriotas acababan de caer ante una poderosa Austria en el II campeonato mundial de fútbol. No pasaron a cuartos. España, prerrevolucionaria, fue masacrada literalmente por una Italia en pleno goce del fascismo, pese al lucimiento de Zamora y de Quincoces. No pasaron a semifinales. El árbitro, después se supo, fue condenado a perpetuidad.

Los Balkanes se balkanizaban y Méjico se mejicanizaba. En Alemania se afilaban los cuchillos y España puso, definitivamente, una bota (no cabían dos) en Ifni… Y es que ese año, febrero el loco, se había deslizado sin luna llena… y no pudo ser testigo de las matanzas obreras de Viena.

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Cuando entraban en rue Fontaine los amores se apagaban con el mismo frenesí que muestra el aceite hirviendo al contacto con una gota de agua fría.



Breton, tras una cadena interminable de amores predestinados y eternos, recaló en la jovencita Jacqueline. En este caso el autoanálisis lo dejó claro: era un amor que desde siempre estaba destinado a la eternidad, pero Breton no cambió de domicilio y las cosas siguieron el rumbo acostumbrado.

Hacía tres meses del juicio grotesco al grotesco Dalí, que, allí, aquel día, tuvo gracia: redujo al absurdo lo que ya, desde el inicio, era un verdadero absurdo.

La crisis llegaba por tierra, mar y aire. La situación se polarizaba a toda prisa. El PCF estaba todavía con aquello del “socialfascismo” mientras el fascismo ganaba la guerra, aunque perdiera algunas batallas… y Tanguy los dientes en una de las refriegas. “Appel a la lutte”, firmado por Breton, fue un paso más en su distanciamiento del Partido Comunista, que lo incluyó en el paquete de los “antifascistas prematuros”. Por entonces, hurgando en un charco de sangre obrera, tuvo lugar el último encuentro entre Aragon y Breton. Las puertas del surrealismo se hicieron completamente giratorias: uno entraba y salía; otro salía y entraba. Breton sólo encontró consuelo en Péret, en Ray, en el desdentado Tanguy, en Max Ernst y en el fugaz Eluard. Giacometti, entró y salió. Caillois, entró y salió; Dali, salió; Crevel, salió; Char, salió. El descomunal y polifacético Óscar Dominguez le abrió las puertas del paraíso. Y Duchamp, vuelto de América pareció (espejismo) que se sometería a la férula del “cadáver”. En el 35 tuvo lugar el Congreso de Escritores, el incidente con Erhenburg (ya les contaré) y la muerte de Crevel… todo en el mismo pack. Paralelamente: La expulsión de Trotsky de Francia y los juicios de Moscú. Breton había, definitivamente, tomado partido por el “profeta desarmado”. Y por ahí andaba Artaud, ido… y el priápico Picasso. España se encaminaba, sin remedio, hacia la guerra, pues así lo querían los militares.

Lo dicho es el marco en el que Breton escribió “Amour fou”, fin de la trilogía empezada con “Nadja” y continuada con “Los vasos comunicantes”.

   




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La fidelidad de Breton hacia rue Fontaine, no impidió que cambiaran continuamente de bar de concentración. Ahora ocupaban el Cafe de la Place Blanche, frente al “Moulin Rouge”. Yo les invitaría a Udes. a sentarse a la mesita que tengo pillada bajo la escasa marquesina del “Bufalo Grill”, muestra sublime del ingenio francés en esto de la toponimia, les invitaría…pero es que no cabemos. Prueben en la otra esquina, en el “Rouge Bis”. La otra mesita está ocupada por una venerable pareja de angloparlantes que, sin contemplaciones se están zampando sendos trozos de res que escapan de los porcelanosos límites del plato. Ella parecida, por lo varonil, a Calamity Jane y él, por lo cachazudo, a Toro Sentado.

 


Yo, fiel, tanto como Breton a rue Fontaine, sigo con mis caracoles (al grill). Una botella de vino “tranquilo” de Champagne da un poco de color  y hace de contrapeso plástico al rojo de la marquesina. Por suerte, o vaya Ud. a saber por qué, el camarero no ha puesto reparos a mi habitual pedido.

Aquí, en esta condensación de lo cutre tuvo lugar, hace ahora 70 años, el encuentro que paso a contarles… ¡cómo empeoran las cosas!

Bueno. El inestable grupo estaba reunido en el interior de lo que antes era el Café de la Place Blanche y, ahora, como habrán intuido, dedicado a un piel roja. Sobre las siete y media del 29 de mayo del año 1934 entró por la puerta (como es natural) una mujer rubia brillante y “escandalosamente bella” que de inmediato captó la atención del jefe de filas que giró su enorme cabeza como un girasol. No era cosa difícil. Breton prestaba su atención con frecuencia. Su pluma estilográfica, nunca.

La rubia se sentó a una mesa apartada del grupo, pidió un café y se puso a escribir. Breton miraba por las ranuras que el grupo compacto dejaba sin cerrar. Lanzaba miradas como el camaleón la lengua… ¡Qué ilusión si escribiera para mí! Estaba sensibilizado con el tema de la “predestinación” y los “hallazgos fortuitos”. Hacía una década que había escrito “Girasol”, un poema que, en ese preciso momento, estaba a punto de vaciar todo su contenido profético.

Y, sí, en efecto, el escrito-carta iba destinado a Él. Lo supo porque la encontró (Bretón cuando vio que abandonaba el local, salió corriendo tras la estela, al encuentro de lo fortuito) a la salida del bar y, tras presentarse como Jacqueline Lamba, se extrañó de que el camarero no le hubiera entregado la carta. Bretón resollaba por el esfuerzo, pero lo atribuyó, le dijo, a la emoción. En realidad, después se supo, la chica acudía exprofeso con la neta intención de conocer al jefe de filas. Breton ya la había visto otras veces… pero sólo ese día, digo yo, estaría en disposición. La mediadora fue la admirable Dora Maar a quienes sus respectivas aficiones habían reunido. Tiempo después Dora y Picasso protagonizarían un encuentro igualmente memorable.

Quedaron para verse a medianoche y se retiraron. Él a orear su eterno traje verde manzana y ella a nadar desnuda en el espectáculo del Coliseum. A Breton nunca le importó que Jacqueline utilizara su desnudez sólo de forma provisional y que deseara seguir su verdadera vocación: la pintura… él siempre la llamó su Ondina y la presentaba como una náyade. Sus pinturas desaparecieron. Pues Breton, sépanlo Udes., siempre vio lo que quiso ver y de la forma como quiso verlo, en el terreno, naturalmente, que estamos tratando. Vio musas donde había mujeres, vio amas de casa… vio secretarias… Tampoco, en honor de la verdad, fue un Picasso.



foto de Dora Maar

Marcelle, que también tenía sus presentimientos, observaría desde la ventana de la cercana rue Fontaine.

3
Amour fou” se compone, ya saben Udes., de siete capítulos, algunos de los cuales habían sido publicados antes de aparecer todos juntos en forma de libro (1937). Abunda en lo desarrollado en Nadja: la flanêrie, como acto de creación poética, doble de la escritura automática, puede provocar voluntariamente el “azar” iluminador y catalizador, que Bretón entiende, a la manera de Engels, como una forma de manifestación de la necesidad interior que se abre camino en el inconsciente humano… y que ha de coincidir con una necesidad interior. Como el zapatito de Cenicienta.

La analogía sustituye a la lógica. La lógica, deduce; la analogía, “revela” la vida “ausente”, la realidad aún no descubierta; descubre vínculos insospechados y reconcilia, aunque sea por un instante fugaz, la realidad con el deseo. Este es también el sentido de los “objetos encontrados” que, en eso, se diferencian de los “objetos elegidos” de Duchamp.

Pero, que se me entienda, todo lo dicho tiene un campo preferente: el del amor… o de aquello que haga sus veces. El amor, lejos de cerrarse sobre sí mismo, opera como un crisol capaz de iluminar correspondencias inéditas. La mujer como ranura por donde el sentido se manifiesta al mundo.

Lo patético es lo que resta una vez volatizada su capacidad iluminadora.

Sobre todo si el otro, acodado en el antepecho del balcón, piensa que aún queda algo que rascar… Sí, queda… ¡la esperanza!

Las crónicas de “Amour fou” se ajustan a la propuesta metodológica surrealista, el modelo de observación médica como punto de partida para establecer las relaciones. Sólo esta observación y anotación minuciosa evidenciará la irracionalidad inmediata de ciertos acontecimientos.

Y así procede en su relato de aquella “noche de girasol”. Otra memorable noche que añadir a la ya larga lista de noches memorables, entre las que destaco la milagrosa “noche de los zapatos” que indicó a Robert y a Patti (Smith) que estaban en el camino correcto.

Lo primero sería leer el poema “Girasol”, con el fin de ir contrastando lo que allí se vislumbra con lo que reamente está pasando esa noche (cosa que dejo a su albedrío).

Breton, oreada su eterna chaqueta verde, procedió a acicalarse. Se cambió la ropa interior por otra más lírica. Se puso una camisa vellutina color Burdeos, se anudó una corbata verde botella, se puso su eterno traje verde manzana, amansó su tremenda cabellera y, así, como una alegoría de la esperanza, salió bajando los escalones de tres en tres. Jacqueline, bien limpita tras su actuación en el acuarium, esperaba, pues fue idea suya, en la terraza del bar Les Oiseaux, (donde posteriormente recalarían los Goytisolo, Genet, Barthes o Severo Sarduy) en la, ahora, destartalada plaza de Anvers y entonces poblada de estatuas.


Eran las doce de la noche y pidió, impulsada por una súbita revelación, un pippermint con hielo. Cuando llegó el poeta, y pidió un Chartreuse, se completó toda la gama de los verdes.

Breton pensó: “Lo que vuela y la presa fundidos en un resplandor único…”

Salieron a las dos de la mañana del 30 de mayo. El domingo se había convertido en lunes y había luna llena… ¡suerte de los poetas!

Bajaron hasta Les Halles. Descargaban las carnes y las verduras de temporada. Breton, mimetizado, a punto estuvo de ser colocado en un puesto de lechugas. Se comía sopa de cebolla y Breton tuvo que contener su natural por mor de la lírica. Siguieron por la Torre de saint Jacques, el Ayuntamiento, cruzaron el pont d’Arcole, de hierro forjado, siguieron por el muelle de las flores y cruzaron por el puente au Double, de hierro fundido… hasta remansarse en las bulliciosas callejas del Barrio latino. Eran las cuatro de la mañana y todo se estaba desarrollando según por previsto. El poeta, presa de presentimientos y como si recordara algo nunca sucedido, pero anunciado, se paraba, recitaba alguna cosa y seguía. La chica intentaba retenerlo y recordarle la vida real, recordarle que eran las cuatro y que tal y más cual. A él, este paseo le parecía una síntesis de lo “real” y lo “imaginario”, un ejemplo consumado de “comportamiento lírico, en la medida en que éste le es indispensable a cualquiera así sea solo por una hora de amor, tal como el surrealismo ha tratado de sistematizarlo, con toda su posible fuerza predictiva”

Amanecía cuando Jacqueline, acompañada del poeta, llegaba a la puerta de su habitación en el hotel Médical de la calle du Faubourg-Saint Jacques. Habían andado nueve kilómetros, a una media de un kilómetro y medio por hora: Nada del otro mundo. Cuando se despertó le entregaron un mensaje:

“Bajé por la escalera blanca, temblando como si estuviera viendo cómo te recostabas y dormías”
  
Breton tomó un taxi... ¡ya estaba bien de hacer el imbécil! Desde la ventanilla, a la altura de les Halles, pudo distinguir tres siluetas destartaladas: Edwarda, Bataille y el taxista. Su noche había sido más salvaje. Si quieren Udes. apreciar la diferencia sustancial entre Bataille y Breton, lean Madame Edwarda y, a continuación, el capítulo de Amour Fou dedicado a la noche del girasol. Tiempo habrá para dedicarse a análisis más pormenorizados.

Días después lo vio todo claro. Le vino a la cabeza “Girasol” (“Claire de lune”1923) y descubrió, mediante un autoanálisis casi académico, que lo que había pasado aquella “noche del girasol” estaba poéticamente profetizado en aquel poema del que nunca estuvo completamente satisfecho.

Si Nadja se cierra con aquello de “la belleza será convulsa o no será”, ahora se explaya un poco más: “La belleza convulsiva será erótico-velada, explosiva-fija, mágica-circunstancial o no será”. 

“En Nadja había atacado la distinción entre cordura y demencia, en los vasos comunicantes, entre sueño y vigilia y en “Amour fou” intentó abolir las barreras entre la realidad objetiva y a subjetiva” (M.P.)

Me intriga el hecho de que Breton tenga la necesidad de presentar sus asuntos amorosos bajo la hégira de la predestinación; que todas sus mujeres fueran las adecuadas, las soñadas… y ninguna accediera a través sólo de sí misma.

En agosto se casaron y Marcelle, la otrora predestinada, fue desalojada de rue Fontaine. Giacometti y Eluard oficiaron de padrinos. Días más tarde, Breton le devolvía al segundo el dudoso honor.

Así sucedió. Breton lo contaría dos años y pico años más tarde.

4
Como ya se ha dicho, las puertas de surrealismo se hicieron completamente giratorias. Lo que más le dolió a Breton fue el distanciamiento de Crevel y de Char. El de Dalí estaba cantado. El de Giacometti, provocado. El de Tzara, le tranquilizó. En el fondo de su corazón sufría por el previsible alejamiento de Éluard. Sin embargo lo que sucedió fue el alejamiento de Jacqueline.

Tras el exitoso periplo por Checoslovaquia y el menos glorioso por Tenerife, constatan que la mujer está embarazada. ¡Que me pase esto a mí... que odio la familia y sus consecuencias! La “Antología de (H)umor negro” fue un trabajo de supervivencia. Jacqueline se quejaba de las estrecheces al tiempo que contemplaba la valiosa colección de arte que se alojaba en rue Fontaine.

En mayo se firmó el pacto franco-soviético. En junio vino lo de Congreso de París, el enfrentamiento con Ehrenburg y el suicidio de Crevel. Llegaron noticias de los juicios de Moscú y el caso Víctor Serge flotó como un cadáver. Todo se confabulaba para que Breton siguiera su camino, lejos de stalinismo. Añadan Udes. el asesinato de Kirov, la proclamación oficial del “Realismo Socialista” y la expulsión de Trotsky. En noviembre aparece “La posición política de surrealismo” (intento de unir a Marx con Rimbaud) y se estrecha a colaboración con Bataille (“Contre-Attaque”) que salía de una tórrida relación con Dora Maar.

Finalmente, el día 20 de diciembre de ese año (1935) nació una niña, concebida en primavera, a quien inscribieron con el hermoso nombre de Aube Solange. Desde entonces, Jacqueline añadió a los agravios sufridos, el de madre sacrificada y ensanchada. Fue el comienzo de un fin verdaderamente vulgar.


El libro se cierra con una carta dirigida al futuro:

“En la bella primavera de1952 cumplirás 16 años y quizá te sientas tentada a hojear este libro….
….Te deseo que seas locamente amada”

Y uniendo esas dos proposiciones todo un tratado sobre la Esperanza Poética.

Sobre la mesa del “Buffalo Grill” las conchas dextrógiras de los caracoles, una botella vacía, un vaso, una tacita de café y tres vasitos de aguardiente (vacíos, como es natural).



                                                                                                     obra de Aube Solange Breton.




RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...