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lunes, 13 de mayo de 2013

Propuesta para hoy 13- 14 de mayo. SEGUNDA SERIE. Lou, Nietzsche y Rée: La "Trinidad". Ravaillac.

P

Asteriscos * remiten a efemerísticas razones. vean Vds. las propuestas para el 25 de abril , la del 5 de mayo y la del 27 de mayo (inédita). SEGUNDA SERIE.

1.



http://kinomoriarti.blogspot.com.es/2014/05/propuesta-para-hoy-dia-5-de-mayo.html 

El día 13 de mayo del año 1882, Nietzsche, procedente de Basilea, es recibido por Rée, Lou y su madre, en la estación de Lucerna. La visita a Overbeck ha sido rápida, un respiro para su agitado corazón y una retirada para intentar poner las cosas en claro: “los buenos oficios romanos de Paul Rée en su favor le parecían insuficientes y quería conversar el asunto personalmente conmigo” (L.A.S.).
Con seguridad Rée, tras acompañar a Lou y a su madre a Zurich, se encontraba en la estación de Locarno el día 16 de mayo de camino a su finca familiar de Stibbe, cerca del Báltico y Friedrich se encontraba de vuelta en Basilea, antes de recalar en Naumburg. Es de suponer que el filósofo llegaría cansado, así que lo que paso a relatar ocurriría el día 14 de mayo del año 1882.

Cuando legó el tren y el filósofo puso el pie en el andén, realizó al pie de la letra lo que sus amigos, divertidos, habían conjeturado que haría.

Dejó su maleta de viajante de comercio sobre el enlosado, se ajustó las gafas y giró la cabeza como la niña del exorcista. Localizado el grumo, fue hacia él. Saludó primero a la señora madre, a quien entregó une petit fleur*, después a su amigo y, finalmente, con ojos de miope cordero degollado, retuvo la mano izquierda de Lou entre las suyas, sudadas por la excitación. Los tres se miraron y una sonrisa, cómplice e idéntica, envolvió la escena como un regalo de Pascua. Y sin soltarle la mano la condujo, decidido, al exterior… tal como había estado ensayando en Basilea con el profesor y teólogo Overbek, paisano, por cierto, de Lou, y allí, en el exterior, le presentó el plan que traía estudiado. Cuando se separaron Lou tenía marcados (a fuego) los dedos de Friedrich en el dorso de su mano izquierda.

Al día siguiente, pues del día 13 desconozco la continuación, se vieron después del desayuno y nuevamente, Nietzsche, atrapó la mano de la jovencita, que, mirando hacia atrás, se dejó arrastrar míticamente.

Quedaron para comer todos juntos.

Tomaron el camino hacia Tribschen y retrocedieron diez años en el tiempo. Allí, a la sombra de la que había sido casa de Wagner (financiada por Luis II), un Nietzsche vergonzosamente nostálgico y sentimental, le volvió a pedir la mano que, para martirio de la joven, aún se mantenía apresada, en la húmeda garra del superhombre. Lou le explicó cuál era su idea de la “trinidad” que pretendía: una comunidad libre, dedicada al pensamiento, ajena a la posesión de la carne… Nietzsche no lo veía claro. Tampoco, en realidad, él era imprescindible, de hecho fue un imprevisto y, finalmente, un obstáculo infranqueable. Aunque, de momento, aceptó la idea. Friedrich lloraba sin pudor acordándose de que, en este momento, del año 1869, mientras en París, Renoir y Monet, en les Grenouilleres del Sena, inventaban el impresionismo, él “(…) una mañana primavera…se encaminó por un romántico sendero hacia la encantadora Triebschen, que está situada en una mágica soledad al pie del Pilatus y sobre el lago de los cuatro cantones. Delante de la casa se paró y escuchó un acorde dolorido, continuamente repetido. Era, como mi hermano me descubrió más tarde, el pasaje del tercer acto de Sigfrido: “Herido me ha quien me despertó” (…)” Y se dejó impresionar.

Wagner estaba ocupado en el Sigfrido y esperaba un niño, a quien endosaría el heroico nombre. Nietzsche había sido invitado y tendría habitación reservada y mesa servida (a cambio de algo, como es natural)… hasta la desgraciada primavera del 72. Nietzsche estaba, por entonces, con el “Origen de la Tragedia”, que, a todas luces, no parecía tener fin. Ahora, el primero, se encontraba atareado preparando el festival que, este año, incluiría la primera representación de “Parsifal” (¡la puntilla!), y vislumbrando la muerte, en su paradójica casa (Wahnfried). El segundo, estaba deseando que este momento no tuviera fin y retornara eternamente. Lou, violenta, no sabía qué hacer… así que levantó la sesión, no sin antes prometerle una estancia en Tautenburg. Sobre la arena de la playa lacustre quedaron unos jeroglíficos que el filósofo había estado dibujando con su ridículo bastón, como Arquímedes, inmediatamente antes de ser atravesado por la espada del enemigo.

De vuelta tomaron una cerveza Löwengarten. La idea fue de Lou: pensó que era la única manera de conseguir que Friedrich  le soltara la mano.

Antes de comer se lavaron las manos. Nietzsche, se divisaba el Pilatus desde la ventana, pensando en la inocencia del devenir. Los demás, por razones de higiene. Aprovechando que era el 25 de Floreal, día dedicado a la carpa, comieron pescado del lago. Rée, conocedor de los gustos de su amigo, y con ganas de humillarle, le pidió, a los postres, un chocolate calentito. Media taza quedó prendida del mostacho. No hubo aguardientes. Nunca los había.

Dejaron a la señora madre en casa y salieron a dar una vuelta por las calles de Lucerna. Pasaron por la puerta de un prestigioso estudio de fotografía y a Nietzsche se le ocurrió una idea que de tan pueril, resultó genial (o al revés). La concreción de la idea fue una fotografía reveladora y verdaderamente lamentable: Sobre el fondo borroso del Jungfrau, envuelto en mortíferos matorrales, una carreta rústica, a todas luces, demasiado pequeña para el propósito. Sobre ella, Lou inclinada y apartada de la vertical (para salir en la foto) sostiene, en la mano izquierda, y sin mucha decisión, las riendas, que acaban en los brazos de la pareja masculina convertida en pareja de cabestros. Con la mano derecha sostiene, con amenaza poco creíble, una pequeña fusta coronada por un ridículo mazo de lilas. Los tres visten de oscuro, como en un entierro de Courbet. Los hombres lucen pajarita y la dama un cuello blanco, de puntilla. Rée es consciente del ridículo mayúsculo. Lou está deseando saltar del carromato y matar al ingenioso. Sólo Nietzsche muestra emoción: mira el lejano y elevado horizonte que les espera. Fue como una premonición: de la “trinidad” anunciada, el iluminado estaba de más.

Si tratas con mujeres, no olvides el látigo, diría el filósofo más tarde. Y digo yo si no lo querría para ponerlo en manos de la amada y saciar, así, su deseo de sacrificio. La fotografía, desde su primera aparición (1937) ha sido reproducida hasta la saciedad, que se dice.

Esa misma tarde el grumo se disolvió y cada cual siguió su curso. Seguiré informando.


2.


No se lo van a creer, pero así sucedió y así se lo cuento a Vds. Salí de la consulta con el urólogo a las 6’15. A las 6’30 ya estaba yo en la barra de la Bodegueta tomando una copa de cerveza.  A mi lado un cliente que más parecía un paciente, compartía conocimientos con uno de los camareros del local. La conversación era de enjundia, sólo al alcance de especialistas en historia de los borbones y sus derivaciones. Salió a relucir lo del cable en la pista de esquí de Canadá y otros infortunios ventajosos para la actual línea dinástica e, incluso, el nombre del pretendiente a la corona francesa. El cliente que parecía un paciente de urología, sentado en un taburete se doblaba sobre un plato de ensaladilla rusa a cuya vera descansaba, noble, una botella de vino de la casa y un vaso medio vacío.

–Me dejan Vds. boquiabierto. Sus conocimientos exceden con creces lo que el vulgo supone a clientes como nosotros.

–Así es. Las calles de nuestras ciudades son recorridas a diario por sabios ignorados.

–¿Puedo meter cuchara?

–Si habla metafóricamente, sí. Si lo que pretende con esa ambigua construcción es zamparse mi ensaladilla, no.

–La metáfora es mi medio natural, caballeros.

–¡Sea!

–Permítanme que empiece de forma un tanto brusca: ¿saben Vds. qué día es hoy?

Se miran, consultan el móvil, para no errar y responden al unísono:

–14 de mayo.

–¿No les dice nada esta fecha?

El cliente carga el tenedor pensativo. El camarero se acoda sobre la barra. Ninguno responde.

–Pues…es el día de Ravillac. El día en que ese místico enloquecido asestó dos puñaladas al primer Borbón.

Y asi, poco a poco, fui introduciendo la historia que paso a contarles.

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Hay castigos que exigen un crimen. Ravaillac sabía de antemano lo que la vida le tenía reservado y, como lo sabía, actuó antes de que el destino se le viniera encima sin descubrir, pese a su gran inteligencia, las causas de su desgracia. Es algo general, aunque en el caso de Ravaillac fuera absolutamente hiperbólico. Estamos abocados a la desgracia y actuamos como si no pasara nada. Si Vds. supieran que alguien va por Vds. (no, no soy yo), actuarían antes del desenlace y acabarían con la amenaza. Eso es exactamente lo que ocurre: Van a por nosotros, oigan… ¡van a por nosotros! y nos quedamos de brazos cruzados esperando a que la amenaza se consume, cuando, en realidad, la cosa se va consumando poco a poco. Algo así como el experimento de la rana.

No entraré en la catadura moral del sujeto. Tampoco en la del rey. Pero la Gran Revolución Francesa lo dejó bien claro: le cortamos la cabeza al rey… ¡por serlo! Fue un acto ontológico. El pobre Ravaillac dio razones y nunca pidió clemencia.

Bien. El caso es que Ravaillac, natural de Angulema (cuyo “duque” sería objeto de una insensata investigación por parte de Bouvard y Pécuchet), tuvo una infancia realmente desgraciada, a la que había que añadir las tropelías de los hugonotes o, quizás, su desgracia estuviera unida a las tropelías de los calvinistas. Lo cierto es que lo pasó mal de verdad. Huyendo de la miseria y la ignominia, se largó (andando) a París: 425 quilómetros. Cuando llegó dijo que sufría alucinaciones, ora procedentes del infierno, ora, directamente de la divinidad. De las ampollas no dijo nada. El hambre y la devoción, por este orden, lo condujeron al convento de capuchino de la calle Saint Honoré (que después recalarían en la rue Charlot…ja, ja, ja) o al que la orden del Císter tenía en la misma calle… tanto da: quería comer y dotar de un fundamento teórico  su sed de venganza. Sin embargo, y pese a su religiosidad ruralmente fanática, no soportó el exceso de austeridad: no había venido a París a pasar más necesidad que en su casa natal. Así que se volvió al pueblo, donde encontró que su madre y hermanos habían sido abandonados por el cabeza de familia. Hambre, mendicación, cárcel… y nuevas visiones, que se fueron concretando: matar al rey de Francia, al “Buen Rey” Enrique IV, que había traicionado a la cristiandad por una misa. El bueno de Enrique había empezado la práctica de la “real politic” y centrado sus objetivos en “una gallina en el puchero de cada hogar”. Inauguró la putera saga de los Borbones (y lo de putera no es un juicio moral, he dicho que no entraría en juicios morales y no entraré. Es una descripción bastante exacta del comportamiento del linaje) y su belfo inconfundible. Había sido objeto de más de una decena de atentados que (en resumen y después de tanto esfuerzo en vano) lo dejaron mellado para toda la vida, mella que costó un descuartizamiento: era el precio del diente.

Y así, mellado, fue a visitar a su íntimo amigo (y ministro de finanzas) que estaba tan enfermo como las finanzas del reino.

Ravaillac, agotadas las ideas en los innumerables intentos anteriores, decidió recurrir a la socorrida puñalada trapera y familiar: lo haré “a mi manera*”, dijo para sí. Días antes del fatídico, según se mire, día 14 de mayo del año 1610, el pelirrojo vagaba por las arenosas orillas del Sena maldiciendo la catadura del rey falsamente apóstata e intentando apartar los adjetivos de su discurrir. Tomó posada en los alrededores del mercado. Y allí robó (¿) el arma del crimen. Tuvo que ponerle una nueva empuñadura. Armado con ese precario medio, de la decisión que brotaba de su miseria y religiosidad y del apoyo moral de los jesuitas, armó un plan simple (y común) pero que, a la postre, resultó eficacísimo.

El rey, sobre imponente carroza real, de camino a las Tullerías que, por entonces estaban siendo objeto de reformas y ampliaciones, tendría que pasar por la estrecha, cuatro metros, rue de Ferronnerie. Dos carromatos, similares al utilizado para la denigrante fotografía mentada, impedían el tráfico pesado. Cuando se detuvo el futuro catafalco, el tenebroso pelirrojo se abalanzó sobre el rey y le asestó dos puñaladas históricas: A la primera, el rey respondió con un vulgar “me han herido”; a la segunda, estuvo a la altura de la historia y lanzó un patriótico “¡no es nada!”… al tiempo que la sangre de la yugular, en un salto prodigioso, se mezclaba con el agua de los Inocentes. Ravaillac se dejó prender. Cuando lo mataron (¡eso es poco!) ya estaba muerto….

¡Ya les contaré el 27 de mayo!...y es que, como he dicho, hay castigos que merecen un crimen.
La primera medida fue abandonar las Tullerías y la segunda, ampliar la calle. Naturalmente tras dar buena cuenta del pelirrojo.




Den un salto y plántense en Le coeur couronné, un bistró un tanto perrero que hay junto al número diez de la calle del regicidio que, por supuesto, luce una plaquita en memoria del hecho. El ayuntamiento de París habrá gastado una verdadera fortuna en la conservación de la “memoria histórica”. Cualquier día me encontraré una placa que recordará mi estancia en cualquier tugurio de la metrópolis. Tomen asiento a una mesita de la inmensa terraza y pídanle al camarero que, además de adelgazar, les traiga un pernod. No le pidan una sonrisa, no le pidan un gesto amable… ¡les sajaría el cuello como un Ravaillac cualquiera! Díganle que van de mi parte…el tipo de los caracoles. Ahora, con las lluvias de mayo, los caracoles saldrán de las alcantarillas y se dirigirán directa y disciplinadamente a la cazuela del Corazón coronado. Es su temporada alta: productos de la tierra, anuncian.

Al pobre Ravaillac, como les contaré en su día, lo redujeron a partículas elementales, pero a Enrique IV le arrancaron el corazón, por lo demás, bastante hecho polvo. ¡Cuántos corazones yacen fuera de sus cuerpos, a la espera de que desplieguen su capacidad taumatúrgica! ¡Víscera asquerosa donde las haya!

Pese a su enemistad con los jesuitas, o quizás por eso, su corazón fue conducido a La Flèche, prestigiosa institución escolar donde Descartes, a la sazón, se encontraba entre sus arcadas, llenando su espíritu (¿) de dudas tácticas. ¿Fue el futuro filósofo-científico, tal como afirma Baillet, uno de los 24 pupilos elegidos para conducir el regio corazón hasta la capilla? Lo dudo: su “nobleza” no era lo suficientemente noble como para tal desempeño. Lo cierto es que, por lo menos, presenciaría el cortejo y oiría los claros clarines y los negros clarinetes*… Y allí sigue (el corazón). No sólo perdió la víscera (y la vida, como es natural), sino también el recipiente del entendimiento: Perdió cabeza y corazón.

Revolución / Contrarrevolución…la cabeza dando vueltas de aquí para allá…

Últimas noticias afirman que la cabeza, confirmada su pertenencia mediante estudios genéticos, está depositada en un banco. Desconozco a qué tipo de interés. Y ¿saben Vds. a quién está destinada?... ¡a Luís Alonso de Borbón!, sí, sí, el hijo de Alfonso de Borbón, hermano de Gonzalo, hijos, ambos, de Jaime de Borbón, hermano, que lo era, de Juan de Borbón, padre del ex rey Juan Carlos y, por lo tanto abuelo, de nuestro querido Felipe. El primo segundo de Felipe sexto sigue pretendiendo la corona de Francia.


Si han acabado los caracoles y, por una de aquellas, le ha quedado algún remanente, acérquense a Garches, esa parte de parís a la que nunca vamos, y visiten el Centro Cultural dedicado a Sidney Bechet. Por suerte no se estancó en el corte y confección. Una vez tuve todos los discos que gravó para Blue Note. Desaparecieron con el segundo expolio.


3.
“Dos cadáveres incinerados en un automóvil… La noticia venía fechada el 14 de mayo, en Chaumont” (El amigo americano”). Póngale música de Lou-Rée.
Puede, aunque ya saben Vds. que no fuera así, que algún espabilado quisiera hacer negocio con la casa aseguradora… pues tal día como hoy, se celebra en Sudamérica en general y en Perú, en particular, el día del seguro.












RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...