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martes, 9 de abril de 2013

Propuesta para hoy, día 9 de abril. 2ª SERIE. Gauguin. “Declaración de Mourre”.



(asteriscos * remiten a razones efemerísticas).

 
Tal día como hoy, del año 1835, nacía en la ciudad más inhóspita de Europa (¿hay que decir el nombre?, Bueno…pues lo digo: ¡¡Bruselas!!) el futuro Leopoldo II… En el Congo, movimientos telúricos anunciaron el futuro.  Una oleada de temor y temblor recorrió las selvas y removió las ricas entrañas de la tierra. Nadie supo el motivo de tan maléfica premonición, pero nadie (¡nadie!, digo) sonrió aquella mañana de abril de 1835. Hasta la leche se agrió en los pechos de las hembras. Lo de Nagasaky del 45 (*) fue un incipiente, casi nonato, eclipse de sol comparado con esta oscuridad total y persistente. 


 Dos años después de la conferencia de Berlín (1884-85), en la que se reconociera la propiedad privada sobre el recién (y ad hoc) creado Estado Libre del Congo a favor de Leopoldo II y empezara a escribirse una (pues nunca puedes decir que fue la más) de las páginas más ominosas de la historia, Gauguin escribía a su mujer: “Mi fama de artista crece cada día pero, mientras espero, paso a veces hasta tres días sin comer, lo cual destruye no solamente mi salud, sino también mi energía. Quiero recuperar esta última y me voy a Panamá para vivir como un salvaje”. Junto con su amigo, y también pintor, Laval, se embarcó tal día como hoy del año 1887. Tras veinte días de viaje primaveral (Debussy, en Roma, empezaba “La Primavera”: un canto al despertar a una nueva vida), desembarcaron en la ciudad de Panamá y se dirigieron al paraíso imaginado: una pequeña isla salvaje en el Pacífico. Su nombre, Taboga (“Isla de las flores”… ¡del mal! *), era un reclamo irresistible. Panamá (“rico en peces…” y en todo), formaba por entonces parte de la “Gran Colombia” dentro del magno proyecto bolivariano. Pronto los Estados Unidos meterían la mano en el plato. El pobre Gauguin nunca tuvo claro la definición de “Paraíso” y anduvo toda su vida equivocando el destino. Aunque, pensaría, tendrá que estar en cualquier sitio  lejos de su numerosa familia. 



Taboga ya empezaba a ser lo que llegaría a ser: una playa para turistas domingueros y una “patria” para piratas financieros de pro. Gauguin tuvo que haberlo pensado mejor y haber puesto sus conocimientos financieros (que los tenía) al servicio del capital internacional y haberse dejado de tanto color local

No se volvió al día siguiente porque no pudo. Como le pasará más tarde (de Tahití a las Marquesas), se trasladó de la isla soñada a Martinica, donde parece que vislumbró algo con una lejana semejanza a lo que había venido buscando. Antes, sin embargo, tuvo que deslomarse en las obras del canal: “Tengo que cavar desde las cinco y media de la mañana hasta las seis de la tarde bajo el sol de los trópicos y con lluvia todos los días; y por la noche me devoran los mosquitos”. Por suerte, una crisis, una quiebra…o algo parecido, fue aprovechada para despedir a cientos de empleados… entre los cuales, el pintor. 

Eso es una constante: ¡que le pregunten a Sacyr!

   
No crean Vds. que los sombreros “Panamá” son un complemento propio de los financieros del canal. Allí cuando te contrataban te daban, además del pico y la pala, un sombrero leve y no demasiado espeso, hecho de fibra de Carludovica palmata y fabricado en Jipijapa, Ecuador. Su uso masivo en las obras del canal le dio el nombre con el que la Unesco lo ha reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: “Sombrero Panamá”, que acompañado de unos zapatos de ante azul (*) es de lo más. El pobre (literal) de Perkins la compuso sentado en un saco de patatas. Cuando, triunfador, iba al show de Ed Sullivan  sufrió un accidente de coche en el que murió su hermano y su manager, y él mismo quedó fuera de combate durante todo un año como resultado de una fractura craneal. Desde la cama fue siguiendo desanimado el triunfo arrollador de Elvis, que convirtió la canción de los zapatos, que ya era un éxito mundial, en éxito universal. Corría el año de inflexión de 1956. 

 
Que dios (¿) ha muerto, en mi casa, lo sabe hasta el perro. Pero lo que no es de conocimiento general es que su influencia se ha trenzado con las vigas maestras del sistema, pues no otra cosa que dios, es el deseo de que lo que es, sea para siempre…  igual a sí mismo. La iglesia, fiel a ese deseo, es el garante de ese inmovilismo bifronte: ascético y fruidor. Es el acompañante siniestro de esa división, que quiere eterna, de las cosas: yo sufro y tú disfrutas… ¡por la buena simetría de la ética!

Precisamente el 9 de abril, domingo de Pascua, del año 1950, se produjo un desgarro inquietante, a través del cual pudo verse la lóbrega cocina dónde se preparan los “ideales”. Aunque ya, en abril de 1887, mientras Gauguin iba en pos del paraíso y Debussy, como hemos visto, componía la banda sonora, Nietzsche empezaba a esbozar lo que sería la “Genealogía de la moral”. 

Pues eso, que el 19 de Germinal, día del rábano, recomendado contar la colitis y la sobrecarga del hígado, una avanzadilla del letrismo, encabezada por Mourre que, vestido y tonsurado como dominico (le había arrancado los hábitos a un pobre hermano que trasteaba por la sacristía), subió al púlpito de Notre Dame y, a las 11 en punto, vomitó sobre los millares de criaturas miserables que se aprestaban a recoger la palabra de dios, que surgiría, halitósica, de la boca de su vicario, toda una retahíla de evidencias. Las cámaras de televisión eran toda una novedad. Pomerand, Berna y los demás, disimulados entre el público, jaleaban la intervención, tal como si estuvieran en el delta del Misisipí (Luisiana*) 

“Hoy, Domingo de Pascua en el Año Santo,
aquí, en la insigne Basílica de Notre-Dame de París,
yo acuso
a la Iglesia Católica Universal del mortal desvío de nuestra fuerza viviente
en favor de un cielo vacío;
yo acuso
a la Iglesia Católica de estafadora;
yo acuso
a la Iglesia Católica de infectar el mundo con su moral muerta;
de ser el virus del Occidente putrefacto.
Y en verdad yo os digo: Dios ha muerto.
Vomitamos el hedor agonizante de sus oraciones,
porque sus oraciones han sido el humo grasiento sobre los campos de batalla de nuestra Europa.
Crucemos este desierto trágico y exaltemos esta tierra donde Dios ha muerto,
y labrad de nuevo la tierra con vuestras manos desnudas, vuestras manos orgullosas, vuestras manos limpias.
Hoy, Domingo de Pascua en el Año Santo, aquí, en la insigne Basílica de Notre-Dame de París, proclamamos la muerte de Cristo-Dios, para que al fin el Hombre pueda vivir”.

El organista, queriendo cubrir el alboroto, echó más aire al fuego y una tremenda levantada de acordes mayores recorrió el espacio sagrado enfatizando la agonía y muerte de dios y la podredumbre de Europa. No tuvo nada que ver con la Fiesta de la Razón del 20 de Brumario del año II. Aquello fue todo paz, armonía y belleza; esto, perturbación e histeria. Quasimodo pensó que había llegado el día que pondría fin a todas las injusticias. 





La cosa acabó en corredizas, golpes, y estocadas de paraguas. La policía, por una vez, puso orden…  y consiguió atrapar al falso dominico y a parte de la claque antes de que la multitud los ahogara en las aguas del Sena.

El tal Mourre acabó sus días como escritor académico y religioso a sueldo.

Hay que decir que la cosa tenía un insigne precedente en la acción de Baader, oberdadá, en la catedral de Berlín: fue el 27 de Brumario del año 1918 (día dedicado a la “guija tuberosa”, indicada, como el rábano, contra la diarrea y la vaginitis), en plena revolución alemana (vean la “propuesta” correspondiente).





Este fue el clímax del movimiento letrista que, por entonces, estaba al borde de la escisión. Debord y los suyos, rotas las relaciones con Issou, hicieron su aparición “oficial” como Internacional letrista, en el otoño del 52…a costa del pobre Chaplin (propuesta del 29 de octubre). Iban de camino hacia el Situacionismo.


Ni qué decir tiene que cada cual dijo lo que tenía que decir al respecto: Combat, los surrealistas, los fascistas, los curas (y perdonen por la redundancia)…

Otro día les contaré lo que pasó con Antonieta Rivas Mercado; aunque, si quieren, vayan informándose Vds.

Y ya que estamos enfangados en asuntos teológicos, permítanme que les recuerde que tal día como hoy, del año 475, el emperador bizantino Basilisco (¡imagien Vds. el tono de la carta!), miembro singular de la dinastía León, envió la encíclica “Enkyklikon” (no se calentó mucho los cascos) a todos los obispos de su imperio, apoyando el monofisismo. ¿Que de qué se trata? Pues, miren Vds., de un asunto de verdadera enjundia. La naturaleza trina de dios (¿) ha sido un manantial de conflictos. Y es que no es asunto fácil ni trivial. Por suerte para mí, mi padre era todo un experto en el tema. Estaba tan imbuido en la doctrina de la Trinidad que lo que bebía lo dividía entre tres y siempre logró mantenerse a flote. Él me enseñó las sutiles diferencias entre el monofisismo, los nestorianos y la doctrina ortodoxa, establecida en el famoso concilio de Calzedonia, donde, además de establecerse el canon para la ropa interior de la jerarquía eclesiástica, se estableció (en lo que hace a la naturaleza del “hijo”) frente a los coptos (monofisistas), la “inconfuse” e “inmutabiliter”, y frente a los nestorianos, la “indivise” e “inseparabiliter”. Allí se proclamó la doctrina que, desde entonces, caracteriza a la Iglesia católica, Apostólica y Romana: La naturaleza humana y divina de Jesús viene definida por esas cuatro exigencias. 



No se esfuercen: No lo ha entendido NUNCA nadie. Y porque nadie entendía nada, pudo llegar la sangre al río. Y por esas desavenencias entraban los caballeros católicos en las iglesias, catedrales y basílicas y pasaban a espada a todo ser viviente, incluyendo, como es natural, a los animales de compañía... Y que ahora me vengan esos hijoputas y sus acólitos con que Baader ha dicho esto y lo otro o que Mourre nos acusa de estafa… 










RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...