El 24 de marzo de 1951fue sábado, sabadete. Luna llena.
No sé si Vds. conocen “El Portús”. Es una cala medio salvaje
que está saliendo de Cartagena hacia el sur. Abierta a los vientos africanos.
Ahora es un centro internacional de naturismo nudista. Ahí todo el mundo va en
pelotas a cualquier hora del día y en cualquier época del año. ¿Frío?…
¡imagínense Vds. en Islandia o en Lübeck!...
Ahí están la mar de bien. No hablen Vds. de inconvenientes: lo tienen
todo pensado y asumido. Así que si van, verán rebaños de “bípedos sin plumas” escalando las escarpadas laderas del camping o
pastando a la orilla del esplendoroso mar mediterráneo. Así lo quieren. Ellos
están vacunados contra el “síndrome de
Stendhal” (*). Si Vds. no lo
están, visiten antes la basílica de la “Santa
Croce” de Florencia o la Capilla Sixtina. Sería una lástima que tanta
belleza les dejara sin respiración. A propósito de Florencia: no hay ninguna
ciudad que le gane en representaciones de la Anunciación: El ángel, la virgen, el palomo, el rayo del espíritu…
¡ya saben Vds.! En ese caso la Anunciación coincidió con la Concepción. Una concepción limpia,
virginal, a distancia…
Tal
día como hoy, del año 1842, estaban enterrando a
Stendhal en el cementerio de Montmartre: «Henri
Beyle, milanés. Escribió, amó, vivió 59 años, 2 meses. Murió el 23
de marzo de 1842».
Tal
día como hoy, del año 1951, no hizo un día radiante.
La primavera empezó con un ventarrón del sur, una especie de sirocco que enloqueció a mi padre. Una
locura carnal que le hacía buscar las carnes de mi madre (también medio
afectada por el sirocco). El cuartel
(hoy ruina), bien asentado sobre roca viva, se enseñoreaba sobre la bahía. Era
una fortaleza contra el estraperlo y una muestra rezagada de la pasión antisarracena. La fauna, sin contar la
abisal ni las aves que surcaban el cielo, era simple, pero peligrosa:
alacranes, víboras, cangrejos, saltamontes. Mamíferos (excepción hecha de la “cuartelería”) no había. El 24 de marzo
de 1951, dicen, se desató una tormenta
que sería recordada durante décadas. Todo empezó con ese sirocco que enloqueció a mi progenitor y dejó sin voluntad a mi
futura madre. En aquella desolada geografía
(e historia) los daños de una “galerna” de magnitud cinco (o diez) están
limitados por los condicionantes de la naturaleza: los cuatro pescadores del
lugar atrancaron las puertas, clavaron
maderas en las ventanas, se empaparon de vino y se echaron a dormir la mona. Los guardias (menos mi padre) hicieron
otro tanto. El cabo, armado de binoculares
oteaba el horizonte desde la ventana de la “sala de armas”. La fauna se escondió bajo tierra. Flora no había:
son tierras minerales.
He dicho que el hecho se recordó durante décadas…y no
fue a causa de la potencia destructora de la naturaleza, sino a causa de la
potencia orgiástica de mi padre y de la receptividad salvaje de mi madre. Los
gritos, aullidos, alaridos (llámenlos “X”)
fueron arrastrados por el huracán y llegaron hasta las calles de La Unión y a
los callejones de Alumbres, donde se recuerdan como terremoto de 5’5 Richter.
Y de ahí, según las leyes de
Mendel, sacadas a la luz pública tal
día como hoy, del año 1900 por De Vries, surgí yo: ojos del hermoso
color del café torrefacto; pelo alborotado y una tendencia, cada vez más
acentuada, a la misantropía.
Miren Vds. lo que me pasó el otro
día: Fuimos ido a pasear “Hegel” y yo a la playa. Se puso a jugar con otro
pastor alemán y cuando el juego derivaba en pelea callejera, los separé y me
volvía a casa ¡con el otro perro! (cosa de genes… ¡son todos iguales!). Ya
notaba yo que el perro me seguía a disgusto y mirando para atrás. “Hegel” se ha
quedó expectante. Cuando, ya en casa, se negó en redondo a comer el arroz con
las bolitas y me enseñó la encía, decidido, pensé que estaba pasando algo raro.
Cuando abrí la puerta para devolver el perro a su lugar de origen, me encontré
a “Hegel” que, con lágrimas en los ojos, me imploraba acogida.
Mientras De Vries conferenciaba
sobre los secretos de los estratos biológicos, Evans, que había comprado las
tierras donde pensaba que se había desarrollado la civilización minoica,
empieza a sacar a la luz objeto que confirman lo correcto de su intuición: Esa
cultura no le debe nada a la cultura griega ni a la romana. Y Freud presenta al
mundo otro tipo de estratos.
Había ansia de profundidad.
A “Hegel” esto lo deja frío. No acaba de entender el mérito, ni, en
consecuencia, el renombre del tal Evans. Él, dice, excava más y más rápido y
sus hallazgos son más valiosos. El otro día, sin ir más lejos, encontró una
pala de playa de un hermosísimo verde esmeralda. Y el anterior un “hueso de sepia” que parecía una barquita
(“(b)arqueología”).
Mi padre, que después las daría
contra los cuatreros, en el momento decisivo, dio muestras de su valentía con la mujer de sus sueños y frente a los “elementos”.
Mi concepción, pues, fue
mitológica. Y los signos de mi nacimiento, bíblicos: una riada se llevó por
delante medio pueblo. Baste con lo dicho…
¡para que no me “menostengan”!
O sea que si van alguna vez al
Portús, acuérdense de este cronista y vayan avisados en lo que a las costumbres
les he dicho. Si entran vestidos al recinto, vendrá un empleado y:
–¡Largo,
Caballero! (*)
Perdonen Vds. la broma de mal
gusto.
Quizás no opinen como Brondsky,
pero sin duda reconocerán que Tsvetaeva es una de las grandes poetisas del
siglo pasado. Su triste final, colofón de su dolorosa adultez, no le añade nada
a la calidad de su poesía. Tal día
como hoy (1925), recién llegada a París, donde residiría 14 años,
escribía estos versos para Pasternak:
“Distancia: kilómetros y kilómetros?
Nos han dispersado, transplantado
nos han ¡y qué bien estamos
en los lejanos horizontes!
Distancia y lejanías?
Des-pegados, des-soldados.
Apartaron manos, crucificaron
sin saber lo que destruían: la unión total.
De suspiros y tendones
nos malquistaron, nos esparcieron
y exfoliaron.
Muro y foso.
Separados, como las águilas.
Conspiradores y lejanías?
No nos desbarataron; nos perdieron
por los tugurios de las latitudes:
disgregados como huérfanos.
¿Cuál es, pero cuál es, marzo?
¡Como a las barajas nos han cortado!
Nos han dispersado, transplantado
nos han ¡y qué bien estamos
en los lejanos horizontes!
Distancia y lejanías?
Des-pegados, des-soldados.
Apartaron manos, crucificaron
sin saber lo que destruían: la unión total.
De suspiros y tendones
nos malquistaron, nos esparcieron
y exfoliaron.
Muro y foso.
Separados, como las águilas.
Conspiradores y lejanías?
No nos desbarataron; nos perdieron
por los tugurios de las latitudes:
disgregados como huérfanos.
¿Cuál es, pero cuál es, marzo?
¡Como a las barajas nos han cortado!
(Versión
de Carlos Álvarez)
Esenin
estaba escogiendo la soga. Tsvetaeva aprovecharía la de su maleta de
deportada.
Y
es que en la URSS se tomaba muy en serio la poesía.