Fracasadas las dietas, la toxicidad
fue en aumento. No hubo más remedio, pues, que convocar una reunión ecuménica
en la nevada Trento. Puede afirmarse, con una horquilla mínima de error, que el
espíritu castellano inspiró los logros de tal Concilio. El último día (4 de
diciembre del año 1563) se disparó la traca final.
Esto es un ejemplo de “motivación”: Se introduce
subrepticiamente el tema y se da un quiebro a la cuestión…para volver a retomar
el comienzo. Aquí se pone de manifiesto mi pasado profesional vivido con
verdadera pasión y sagacidad pedagógica, que ahora desviaré hacia la correcta
educación, intelectual y emotiva, del mamífero que me ha tocado en suerte. Para
empezar ya le he enseñado a elegir, con la pata, la mano en la que está el
alimento. Si falla a la primera… ¡acierta a la segunda!
Mañana espléndida. El único
problema, contener al chucho…que se lanza como catapultado cuando ve despegar
una paloma o un gorrión (¡¡). Echo una aviesa mirada al interior de la bodega y
veo el periódico libre. Ato al perro en el árbol de su predecesor y me hago
servir un carajillo fifti-fifti: “Justo
cuando Europa se deprime, en su frontera oriental ondea la bandera azul con
doce estrellas como símbolo de la libertad (…)”. Maidan ha desatado la
lengua de Europa y cuando habla… ¡pónganse a temblar! Ahora resulta que EUROPA
es libertad, democracia, equidad, participación, solidaridad, progreso,
ilustración, altruismo, defensa de lo común, respeto…
Presentimiento: si Europa y la OTAN
siguen presionando, Rusia, como gato acorralado…
¡Mañana, sin falta, pediré otra budionovka!
Si la “ropa vieja” escasea, métanle el chándal y tendrán comida para otros
dos días.
A las seis de la mañana de un gélido 30 de diciembre de hace una
friolera de años, me encontraba yo en Tortona (Italia). No me pregunten cómo
llegué a ese cruce de caminos. No lo recuerdo. Puedo aventurar una respuesta.
Cargado con una bolsa del corte inglés (de las grandes) y con dos
petacas de Terry de malla, como dos pistolas de segunda mano, esperaba la diligencia hacia Trento. Íbamos, invitados, a pasar la Noche Vieja en
los Dolomitas: a comer pasta de lentejas y a divertirnos de lo lindo. No
existían (¿o sí?) los móviles. Ni el GPS. Ni las tarjetas de crédito. Y, si me
apuran, ni el dinero.
Repito que no recuerdo qué hacía (yo) en aquel cruce de caminos. Pero
para facilitar las cosas les dije que les esperaría, para que no hubiera
confusión, en la Vía Trento de Tortona. Como tampoco existía el street view, no sabía que se trataba de
un descampado más inhóspito que el centro de Menphis (*). Las campanas de todas las iglesias de Tortona
dieron las seis… ¡y repitieron las campanadas!
El Passat color crema no
aparecía. Agoté la primera petaca y pensé en rociarme con la segunda y
prenderme a lo bonzo para paliar el frío. Empezó a nevar, y la nieve sucia se
cubrió de una capa de nieve limpia. Vaqueros, botas tipo chiruca (el gore tex
tampoco existía), jersey a lo Marcelino Camacho y una chaqueta vaquera…y
nevaba. Los músculos de la cara empezaban a ponerse rígidos como a los muertos
del Imperio Antiguo: Una sonrisa ridícula,
por impropia. Los campanarios se carcajeaban rítmica y regularmente. No
amanecía: no era la hora. Me acurruqué en un portal decidido a rendir mi alma.
El tiempo como nitrógeno líquido circulaba a mi alrededor. Yo me había
momificado y me había despedido del tiempo. En un momento de lucidez y humor
(el último, pensé) se me ocurrió que parecía el escenario adecuado para “smoke on the wather”(*). También es
desalentador que tu último pensamiento sea de tal calibre y enjundia. Yo,
llamado a la gloria poética, hubiera deseado un “¡Más luz!” o algo así como “¡Demasiado
tarde, demasiado tarde!”…que de haber sido oído por la vecina del tercero
segunda, se habría expandido por el universo-mundo dando una capa trágica a mi
deceso. Sin embargo era, exactamente, lo que pensaba: cuando lleguen estos cabrones (¡demasiado tarde!) encontraran un témpano en
medio de la calzada y no podrán (¡por falta de luz!) reconocer mi jeta, que sonreirá desde el fondo helado…como un
helecho apresado en ámbar.
Y también pensé que no era la primera vez (a ver si va a ser verdad
aquello que los “acontecimientos
importantes” se repiten por dos veces…etc…etc). Fue en La Encina, antiguo
nudo ferroviario. Les esperaba en el camino de Fuente la Higuera. También le
costó amanecer y nevaron alfileres cortitos. Al final llegaron con una rueda
que parecía la rueda de repuesto del coche de los siete enanitos. Habían
pinchado en plena Manchuela. Llegaron
como el carro de Isaías: con las largas y con estruendo de trompetas.
Lo raro de la historia es que no sé por qué motivo me tenían que recoger
siempre a MÍ. ¿Qué cojones hacía yo perdido por antiguos nudos de comunicación,
siempre de noche y siempre al borde del cero absoluto?
Pero, ya saben Vds. que dios (¿) aprieta pero no ahoga (¿). Así que
llegaron… ¡a las diez de la mañana!
Primero pasó una ambulancia de servicio. Pensé que venía a por mí: que
estaba muscularmente muerto, y que el pequeño resto de vida que quedaba se
había refugiado en la hipófisis, bajo
la silla turca del hueso esfenoides. Detrás venía el Passat color crema. Pasó de largo
(fallecí). Frenó. Dio marcha atrás y me recogieron como se recoge un saco de
patatas (congeladas). Vieron mi sonrisa
y la mala conciencia de desvaneció euridicianamente. Me sentí feliz como las almas del purgatorio
(*)…por haber salido de la ciudadela de Dite.
Sin embargo esto había sido un
aperitivo.
Sólo cuando la sonrisa se
descongeló y comprobaron que debajo se escondía un rictus mortal y que no podía
articular palabra, se le ocurrió a alguien, ya en las cercanías del lago de
Garda, que igual me vendría bien un café o un cacaolat bien calentito… (¡Dios se lo pague al tal! )
La entrada en Trento fue triunfal: Un choque en cadena hizo añicos las
luminarias y arrancó los protectores del coche. Y así de esa forma tan innoble
aparcamos en la plaza de la catedral.
Entramos a un bar. Llamamos a Mapfre y nos quedamos sin coche (hasta el
2 al mediodía). Eran ¡las cinco en punto de tarde! Habíamos tardado 7 horas
para hacer lo que normalmente se hace en 2 y media. Nos dejaron (los de Mapfre)
un Fiat Punto. Localizamos a nuestros anfitriones: Cenamos pizza y nos retiramos temprano.
Al día siguiente se trataba de escalar estalactitas (¿estalagmitas?) de
hielo.
Tal día como hoy, del año 1563, se clausuró el Concilio de Trento…. ¡dando un golpe de
autoridad! Se reafirmó todo lo dicho
sobre el Purgatorio, lugar de paso
obligatorio para todos los que hubieran contraído una deuda por pequeña que
esta fuera. Ya no servía la compra de
indulgencias, pero los vivos, mediante misas, oraciones y demás, podrían
interceder ante el encargado con el fin de acortar la estadía. El valor y la
función de las reliquias fueron, igualmente, reafirmados. Se estableció el “Index” de libros prohibidos. Se unificó
la liturgia. Se elaboró un catecismo (soluble en leche materna). Se intentó luz
sobre la Trinidad y la Encarnación…y como no se pudo, se estableció de forma
definitiva su dogmática naturaleza milagrosa. Lo peor (¡con diferencia!) fue la
supresión del concubinato del clero: Los curas empezaron a traerse del pueblo sobrinas primeras y segundas, así como a
recoger huerfanitas de las inclusas. Muchos dejaron los hábitos al no poder
explicar a sus concubinas este giro tan inesperado e indeseable de las
cosas. Se estableció el “Credo” como fundamento de fe de la
iglesia católica, apostólica y romana (nunca pude memorizarlo, así que no pasé
de ayudante de monaguillo).
En mi sueño se mezclaron las estalactitas, las estalagmitas, la
hipófisis, el esfenoides, la petaca… y desperté aterrorizado. Cogimos el Fiat Punto y nos dirigimos hacia el norte, hacia las Dolomitas.
Llevábamos un croquis. Según nos acercábamos a nuestro destino: una casona
aislada a los pies de las montañas (que ya divisábamos entre la neblina), la
nieve se iba espesando. A la hora de poner las cadenas se manifestó que nadie
había visto en toda su vida un enjambre de hierros semejante. Lo intentamos de
todas las maneras posibles (menos de la correcta, por lo visto). Tuvimos que
abandonar el coche en la cuneta, coger nuestros bártulos y dirigirnos campo
(nieve) a través hacia la acogedora casa por cuya chimenea borboteaba un humo
blanco y promisorio. Pepe cargaba con una maleta normal, de las que se usaban
para ir a Alemania (además de pantalón de tergal y zapatos de gamuza (*) sobre, supongo, calcetines
negros de ejecutivo, de esos que cortan la circulación de la sangre…sólo le
faltaba el “permiso de trabajo”). Lolo, experto, se había atado a la espalda
una mochila militar. Pedro llevaba un capazo de esos de ir al mercado y yo, la
citada bolsa del corte inglés. Parecíamos huir de las hordas nazis, hacia un
futuro mejor. La recua fabricaba en la nieve virginal un cañón profundo. De vez
en cuando alguien se hundía hasta el cuello y había que sacarlo con cuidado
para no estrangularlo. La casa se alejaba cada vez más. Hablábamos y nuestras
bocas parecían locomotoras del ejército rojo. Cualquier monosílabo se convertía
en humareda como de altos hornos. Decidimos no hablar… ¡para no perder la
pista!
Ya oíamos las risas (italianas) y distinguíamos los brazos que se
agitaban. Esto nos dio ánimos. Cuando, por fin, llegamos, descubrimos con
desolación de lo que se trataba: un almacén “diáfano” con una estufa mastodóntica en medio del vacío. Gente
deportista y alegre, con ropa ligera, hacía lo que tuviera que hacer. Allí no había ni polenta, ni marisco, ni
aguardientes, ni cordero… Sólo una estufa mastodóntica, una radio casete y una
olla a presión.
Ningún proyecto…que no fuera el de
asaltar estalactitas. Habría luna llena (¡la hubo!) y pensaban que la noche,
sujetos como murciélagos, sería inolvidable entre los bloques de hielo.
Nosotros desistimos. Ellos insistieron, pero nosotros desistimos. Insistieron:
que qué noche vieja de mierda íbamos a pasar (¡qué razón tenían!). Desistimos.
Se marcharon envueltos en cuerdas, mosquetones y con una sonrisa de oreja a
oreja. Nosotros respondimos con la sonrisa “arcaica”.
A media tarde cayó la noche. Pero
como había luna llena y todo estaba nevado, parecía mediodía. Leímos el periódico a la luz de la luna.
La noche avanzaba hacia el cotillón. Buscamos y rebuscamos y sólo
encontramos un paquete de lentejas, regalo de los anfitriones. El frío empezaba
a sentirse. La estufa desfallecía. No encontramos mantas. Camas no habían.
Cintas de casete tampoco. Había un hornillo de butano, unos platos, unos
cubiertos y la olla a presión. Pusimos la radio. Encendimos el hornillo.
Pusimos agua en la olla. Echamos las lentejas. Cerramos la olla y esperamos la
deflagración. La olla silbaba como un mercancías.
Abrimos la olla y nos encontramos con una masa capaz de pegar piedras sillares.
En la radio: Romina y Albano proclamaban “felicità”
a quien quisiera oírlos (y a los que no). Nos comimos el engrudo y lo rebajamos
con el contenido de las petacas. Aquellos estarían colgados como murciélagos en
las estalactitas. Nosotros estábamos colgados
en este caserón helado y sin posibilidad de escapar.
Siguió Olivia Newton-John, Lucio
Dalla, David Boowie, Adriano Celentano, Domenico Modugno…Romina y Albano, que
se repetían como el ajo. Bailamos por necesidad. Echamos dos sillas a la estufa
y como no se recuperaba, arrojamos también los trapos de cocina. Cuando la
radio dio las campanadas no quedaban casi muebles. Nos pusimos a dormir pegados
al calefactor, dejando siempre a uno de vigilante para alimentar la caldera: Si
fuera necesario que prendiera fuego a la ropa de los alpinistas.
Cuando salimos a campo abierto (¿)
(antes de que llegaran los anfitriones) nos pareció ver un resplandor rosado en
dirección a Venezia. La nieve había cubierto la zanja del día anterior…así que
tuvimos que hacer otra y librarnos unos a otros de una muerte segura. A lo
lejos distinguíamos la carretera y los coches…varados en el océano helado, como
en el cuadro de Friedrich. Algo extraño había pasado. El hecho indiscutible es
que los coches, en interminable fila india, estaban orientados exactamente en
dirección contraria a la nuestra. Y el Fiat
Punto, como oveja negra, tuvo que recorrer de culo, empaquetado, la
distancia hasta la carretera principal…marcha atrás…entre la rechifla de los
domingueros y del helicóptero de tráfico que sobrevolaba el paraje. Fue una suerte porque las cadenas
colgaban como harapos de los embellecedores de las ruedas. Éramos la pieza
defectuosa en la cadena de montaje.
El día de Año Nuevo está todo cerrado (también en Italia). Aparcamos en
el único sitio que conocíamos: Plaza de la catedral. De las petacas no salía ni
una gota… ¡ni con palillos! Cuatro mentes son más productivas que una, de esa
unión brotó la única idea posible: ir al bar de la estación. Cargamos nuestras
posesiones y peregrinamos siguiendo las vías, en el más puro estilo
neorrealista. La estación parecía una feria de esquíes de segunda mano y de
navajas suizas. Ocupamos una mesa y los alrededores. Pedimos unos “correttos”, unos” panninis” y una botella de grappa…y
nos dispusimos a pasar el día. Año Nuevo en Trento.
A la hora de comer pedimos más panninis,
más correttos y otra botella de grappa. Pasamos el tiempo jugando a los chinos y a pares y nones. Llegó la hora de la cena y pedimos otra ronda. Por
entonces empezaba a abandonarnos el frío, como los demonios abandonan el cuerpo
de los endemoniados: con escalofríos y convulsiones… pero como ya era de noche
decidimos no salir a echar un vistazo. La sala quedó vacía. De madrugada alguien contó un chiste. El
locutor, desganado, anunciaba, en verso libre, trenes con destino a Milán, a
Venecia, a Bolzano…En cualquier momento podría dirigirse directamente a
nosotros: “Aquellos imbéciles
desnortados, que hagan el favor de
abandonar el local” y nosotros habríamos vuelto a cargar con nuestros
bártulos y hubiéramos salido a tomar el fresco a las riberas del Adigio…tal era
nuestro estado de estulticia.
Amaneció el día 2 de enero y pedimos
otra ronda. A eso de las 11 de la mañana salimos de aquel antro, cargados con
nuestras valijas como si acabáramos de llegar de Milán. Dimos con la plaza de
la catedral y entramos en el bar del día 31. Nos jugamos a los chinos quien
conduciría las primeras tres horas y el desgraciado se abstuvo de los
carajillos y de las grappas.
Llegó el de Mapfre. Hicimos el
cambio y enfilamos hacia la autopista de Verona, Brescia, Milán. Pasado Milán
el conductor propuso seguir hacia el Mont Blanc y cruzar el túnel. Nadie
respondió, así que sobre las cuatro de la tarde hicimos entrada en Aosta.
Y seguimos hacia el túnel y Annecy.
Justó allí dije que me despedía. Ellos tomaron la carretera de la izquierda,
hacia Grenoble y yo me quedé en aquel importante nudo de comunicaciones.
Recordé aquellos versos de Rilke (*):
“Debes
con dignidad soportar la vida,
tan
sólo lo mezquino lo hace pequeña;
los
mendigos te podrán llamar hermano,
y
tú puedes sin embargo ser un rey.”
Y con esa sensación de plenitud
aparecí en Ferney-Voltaire, donde un viejo amigo hacía de guía en la residencia
que Voltaire habitó durante 18 años. ¡Dormí en la cama de Voltaire! Ahora puedo
decirlo en público…mi amigo está jubilado y en nada puede afectarle esta falta
grave contra el reglamento.
“Hegel” se queja de que no le hago caso. Sin embargo el otro día le
compré un balón de la Uefa y un hueso
de jamón. Así que le exijo que me deje tranquilo y que aprenda a divertirse
solo.
Acabamos, a medias, la “ropa vieja” de anteayer (¡¡) y todos los
restos de fermentados y destilados. Empezaremos de nuevo.