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miércoles, 4 de diciembre de 2013

Propuesta para la mañana de hoy, día 4 de diciembre. Trento...y ¡¡Va por Vds.!!



Fracasadas las dietas, la toxicidad fue en aumento. No hubo más remedio, pues, que convocar una reunión ecuménica en la nevada Trento. Puede afirmarse, con una horquilla mínima de error, que el espíritu castellano inspiró los logros de tal Concilio. El último día (4 de diciembre del año 1563) se disparó la traca final.

 
Esto es un ejemplo de “motivación”: Se introduce subrepticiamente el tema y se da un quiebro a la cuestión…para volver a retomar el comienzo. Aquí se pone de manifiesto mi pasado profesional vivido con verdadera pasión y sagacidad pedagógica, que ahora desviaré hacia la correcta educación, intelectual y emotiva, del mamífero que me ha tocado en suerte. Para empezar ya le he enseñado a elegir, con la pata, la mano en la que está el alimento. Si falla a la primera… ¡acierta a la segunda!

Mañana espléndida. El único problema, contener al chucho…que se lanza como catapultado cuando ve despegar una paloma o un gorrión (¡¡). Echo una aviesa mirada al interior de la bodega y veo el periódico libre. Ato al perro en el árbol de su predecesor y me hago servir un carajillo fifti-fifti: “Justo cuando Europa se deprime, en su frontera oriental ondea la bandera azul con doce estrellas como símbolo de la libertad (…)”. Maidan ha desatado la lengua de Europa y cuando habla… ¡pónganse a temblar! Ahora resulta que EUROPA es libertad, democracia, equidad, participación, solidaridad, progreso, ilustración, altruismo, defensa de lo común, respeto…
Presentimiento: si Europa y la OTAN siguen presionando, Rusia, como gato acorralado…

¡Mañana, sin falta, pediré otra budionovka!

Si la “ropa vieja” escasea, métanle el chándal y tendrán comida para otros dos días.

     A las seis de la mañana de un gélido 30 de diciembre de hace una friolera de años, me encontraba yo en Tortona (Italia). No me pregunten cómo llegué a ese cruce de caminos. No lo recuerdo. Puedo aventurar una respuesta.  


     Cargado con una bolsa del corte inglés (de las grandes) y con dos petacas de Terry de malla, como dos pistolas de segunda mano, esperaba  la diligencia hacia Trento.  Íbamos, invitados, a pasar la Noche Vieja en los Dolomitas: a comer pasta de lentejas y a divertirnos de lo lindo. No existían (¿o sí?) los móviles. Ni el GPS. Ni las tarjetas de crédito. Y, si me apuran, ni el dinero.

     Repito que no recuerdo qué hacía (yo) en aquel cruce de caminos. Pero para facilitar las cosas les dije que les esperaría, para que no hubiera confusión, en la Vía Trento de Tortona. Como tampoco existía el street view, no sabía que se trataba de un descampado más inhóspito que el centro de Menphis (*).  Las campanas de todas las iglesias de Tortona dieron las seis… ¡y repitieron las campanadas!  El Passat color crema no aparecía. Agoté la primera petaca y pensé en rociarme con la segunda y prenderme a lo bonzo para paliar el frío. Empezó a nevar, y la nieve sucia se cubrió de una capa de nieve limpia. Vaqueros, botas tipo chiruca (el gore tex tampoco existía), jersey a lo Marcelino Camacho y una chaqueta vaquera…y nevaba. Los músculos de la cara empezaban a ponerse rígidos como a los muertos del Imperio Antiguo: Una sonrisa  ridícula, por impropia. Los campanarios se carcajeaban rítmica y regularmente. No amanecía: no era la hora. Me acurruqué en un portal decidido a rendir mi alma. El tiempo como nitrógeno líquido circulaba a mi alrededor. Yo me había momificado y me había despedido del tiempo. En un momento de lucidez y humor (el último, pensé) se me ocurrió que parecía el escenario adecuado para “smoke on the wather”(*). También es desalentador que tu último pensamiento sea de tal calibre y enjundia. Yo, llamado a la gloria poética, hubiera deseado un “¡Más luz!” o algo así como “¡Demasiado tarde, demasiado tarde!”…que de haber sido oído por la vecina del tercero segunda, se habría expandido por el universo-mundo dando una capa trágica a mi deceso. Sin embargo era, exactamente, lo que pensaba: cuando lleguen estos cabrones  (¡demasiado tarde!) encontraran un témpano en medio de la calzada y no podrán (¡por falta de luz!) reconocer mi jeta,  que sonreirá desde el fondo helado…como un helecho apresado en ámbar.

     Y también pensé que no era la primera vez (a ver si va a ser verdad aquello que los “acontecimientos importantes” se repiten por dos veces…etc…etc). Fue en La Encina, antiguo nudo ferroviario. Les esperaba en el camino de Fuente la Higuera. También le costó amanecer y nevaron alfileres cortitos. Al final llegaron con una rueda que parecía la rueda de repuesto del coche de los siete enanitos. Habían pinchado en plena Manchuela. Llegaron como el carro de Isaías: con las largas y con estruendo de trompetas.

     Lo raro de la historia es que no sé por qué motivo me tenían que recoger siempre a MÍ. ¿Qué cojones hacía yo perdido por antiguos nudos de comunicación, siempre de noche y siempre al borde del cero absoluto?

     Pero, ya saben Vds. que dios (¿) aprieta pero no ahoga (¿). Así que llegaron… ¡a las diez de la mañana!  Primero pasó una ambulancia de servicio. Pensé que venía a por mí: que estaba muscularmente muerto, y que el pequeño resto de vida que quedaba se había refugiado en la hipófisis, bajo la silla turca del hueso esfenoides. Detrás venía el Passat color crema. Pasó de largo (fallecí). Frenó. Dio marcha atrás y me recogieron como se recoge un saco de patatas (congeladas). Vieron mi sonrisa  y la mala conciencia de desvaneció euridicianamente.  Me sentí feliz como las almas del purgatorio (*)…por haber salido de la ciudadela de Dite.

Sin embargo esto había sido un aperitivo.

Sólo cuando la sonrisa se descongeló y comprobaron que debajo se escondía un rictus mortal y que no podía articular palabra, se le ocurrió a alguien, ya en las cercanías del lago de Garda, que igual me vendría bien un café o un cacaolat bien calentito… (¡Dios se lo pague al tal! )


     La entrada en Trento fue triunfal: Un choque en cadena hizo añicos las luminarias y arrancó los protectores del coche. Y así de esa forma tan innoble aparcamos en la plaza de la catedral.  Entramos a un bar. Llamamos a Mapfre y nos quedamos sin coche (hasta el 2 al mediodía). Eran ¡las cinco en punto de tarde! Habíamos tardado 7 horas para hacer lo que normalmente se hace en 2 y media. Nos dejaron (los de Mapfre) un Fiat Punto. Localizamos a nuestros anfitriones: Cenamos pizza  y nos retiramos temprano.

     Al día siguiente se trataba de escalar estalactitas (¿estalagmitas?) de hielo.

     Tal día como hoy, del año 1563, se clausuró el Concilio de Trento…. ¡dando un golpe de autoridad!  Se reafirmó todo lo dicho sobre el Purgatorio, lugar de paso obligatorio para todos los que hubieran contraído una deuda por pequeña que esta fuera.  Ya no servía la compra de indulgencias, pero los vivos, mediante misas, oraciones y demás, podrían interceder ante el encargado con el fin de acortar la estadía. El valor y la función de las reliquias fueron, igualmente, reafirmados. Se estableció el “Index” de libros prohibidos. Se unificó la liturgia. Se elaboró un catecismo (soluble en leche materna). Se intentó luz sobre la Trinidad y la Encarnación…y como no se pudo, se estableció de forma definitiva su dogmática naturaleza milagrosa. Lo peor (¡con diferencia!) fue la supresión del concubinato del clero: Los curas empezaron a traerse del pueblo sobrinas primeras y segundas, así como a recoger huerfanitas de las inclusas. Muchos dejaron los hábitos al no poder explicar a sus concubinas este giro tan inesperado e indeseable de las cosas.  Se estableció el “Credo” como fundamento de fe de la iglesia católica, apostólica y romana (nunca pude memorizarlo, así que no pasé de ayudante de monaguillo).

     En mi sueño se mezclaron las estalactitas, las estalagmitas, la hipófisis, el esfenoides, la petaca… y desperté aterrorizado.  Cogimos el Fiat Punto y nos dirigimos hacia el norte, hacia las Dolomitas. Llevábamos un croquis. Según nos acercábamos a nuestro destino: una casona aislada a los pies de las montañas (que ya divisábamos entre la neblina), la nieve se iba espesando. A la hora de poner las cadenas se manifestó que nadie había visto en toda su vida un enjambre de hierros semejante. Lo intentamos de todas las maneras posibles (menos de la correcta, por lo visto). Tuvimos que abandonar el coche en la cuneta, coger nuestros bártulos y dirigirnos campo (nieve) a través hacia la acogedora casa por cuya chimenea borboteaba un humo blanco y promisorio. Pepe cargaba con una maleta normal, de las que se usaban para ir a Alemania (además de pantalón de tergal y zapatos de gamuza (*) sobre, supongo, calcetines negros de ejecutivo, de esos que cortan la circulación de la sangre…sólo le faltaba el “permiso de trabajo”). Lolo, experto, se había atado a la espalda una mochila militar. Pedro llevaba un capazo de esos de ir al mercado y yo, la citada bolsa del corte inglés. Parecíamos huir de las hordas nazis, hacia un futuro mejor. La recua fabricaba en la nieve virginal un cañón profundo. De vez en cuando alguien se hundía hasta el cuello y había que sacarlo con cuidado para no estrangularlo. La casa se alejaba cada vez más. Hablábamos y nuestras bocas parecían locomotoras del ejército rojo. Cualquier monosílabo se convertía en humareda como de altos hornos. Decidimos no hablar… ¡para no perder la pista! 



     Ya oíamos las risas (italianas) y distinguíamos los brazos que se agitaban. Esto nos dio ánimos. Cuando, por fin, llegamos, descubrimos con desolación de lo que se trataba: un almacén “diáfano” con una estufa mastodóntica en medio del vacío. Gente deportista y alegre, con ropa ligera, hacía lo que tuviera que hacer.  Allí no había ni polenta, ni marisco, ni aguardientes, ni cordero… Sólo una estufa mastodóntica, una radio casete y una olla a presión. 
 
Ningún proyecto…que no fuera el de asaltar estalactitas. Habría luna llena (¡la hubo!) y pensaban que la noche, sujetos como murciélagos, sería inolvidable entre los bloques de hielo. Nosotros desistimos. Ellos insistieron, pero nosotros desistimos. Insistieron: que qué noche vieja de mierda íbamos a pasar (¡qué razón tenían!). Desistimos. Se marcharon envueltos en cuerdas, mosquetones y con una sonrisa de oreja a oreja. Nosotros respondimos con la sonrisa “arcaica”.

A media tarde cayó la noche. Pero como había luna llena y todo estaba nevado, parecía mediodía.  Leímos el periódico a la luz de la luna.












     La noche avanzaba hacia el  cotillón. Buscamos y rebuscamos y sólo encontramos un paquete de lentejas, regalo de los anfitriones. El frío empezaba a sentirse. La estufa desfallecía. No encontramos mantas. Camas no habían. Cintas de casete tampoco. Había un hornillo de butano, unos platos, unos cubiertos y la olla a presión. Pusimos la radio. Encendimos el hornillo. Pusimos agua en la olla. Echamos las lentejas. Cerramos la olla y esperamos la deflagración. La olla silbaba como un mercancías. Abrimos la olla y nos encontramos con una masa capaz de pegar piedras sillares. En la radio: Romina y Albano proclamaban “felicità” a quien quisiera oírlos (y a los que no). Nos comimos el engrudo y lo rebajamos con el contenido de las petacas. Aquellos estarían colgados como murciélagos en las estalactitas. Nosotros estábamos colgados en este caserón helado y sin posibilidad de escapar.

Siguió Olivia Newton-John, Lucio Dalla, David Boowie, Adriano Celentano, Domenico Modugno…Romina y Albano, que se repetían como el ajo. Bailamos por necesidad. Echamos dos sillas a la estufa y como no se recuperaba, arrojamos también los trapos de cocina. Cuando la radio dio las campanadas no quedaban casi muebles. Nos pusimos a dormir pegados al calefactor, dejando siempre a uno de vigilante para alimentar la caldera: Si fuera necesario que prendiera fuego a la ropa de los alpinistas.

Cuando salimos a campo abierto (¿) (antes de que llegaran los anfitriones) nos pareció ver un resplandor rosado en dirección a Venezia. La nieve había cubierto la zanja del día anterior…así que tuvimos que hacer otra y librarnos unos a otros de una muerte segura. A lo lejos distinguíamos la carretera y los coches…varados en el océano helado, como en el cuadro de Friedrich. Algo extraño había pasado. El hecho indiscutible es que los coches, en interminable fila india, estaban orientados exactamente en dirección contraria a la nuestra. Y el Fiat Punto, como oveja negra, tuvo que recorrer de culo, empaquetado, la distancia hasta la carretera principal…marcha atrás…entre la rechifla de los domingueros y del helicóptero de tráfico que sobrevolaba  el paraje. Fue una suerte porque las cadenas colgaban como harapos de los embellecedores de las ruedas. Éramos la pieza defectuosa en la cadena de montaje.

     El día de Año Nuevo está todo cerrado (también en Italia). Aparcamos en el único sitio que conocíamos: Plaza de la catedral. De las petacas no salía ni una gota… ¡ni con palillos! Cuatro mentes son más productivas que una, de esa unión brotó la única idea posible: ir al bar de la estación. Cargamos nuestras posesiones y peregrinamos siguiendo las vías, en el más puro estilo neorrealista. La estación parecía una feria de esquíes de segunda mano y de navajas suizas. Ocupamos una mesa y los alrededores. Pedimos unos “correttos”, unos” panninis” y una botella de grappa…y nos dispusimos a pasar el día. Año Nuevo en Trento. 

     A la hora de comer pedimos más panninis, más correttos y otra botella de grappa. Pasamos el tiempo jugando a los chinos y a pares y nones. Llegó la hora de la cena y pedimos otra ronda. Por entonces empezaba a abandonarnos el frío, como los demonios abandonan el cuerpo de los endemoniados: con escalofríos y convulsiones… pero como ya era de noche decidimos no salir a echar un vistazo. La sala quedó vacía.  De madrugada alguien contó un chiste. El locutor, desganado, anunciaba, en verso libre, trenes con destino a Milán, a Venecia, a Bolzano…En cualquier momento podría dirigirse directamente a nosotros: “Aquellos imbéciles desnortados, que hagan el favor de abandonar el local” y nosotros habríamos vuelto a cargar con nuestros bártulos y hubiéramos salido a tomar el fresco a las riberas del Adigio…tal era nuestro estado de estulticia.

Amaneció el día 2 de enero y pedimos otra ronda. A eso de las 11 de la mañana salimos de aquel antro, cargados con nuestras valijas como si acabáramos de llegar de Milán. Dimos con la plaza de la catedral y entramos en el bar del día 31. Nos jugamos a los chinos quien conduciría las primeras tres horas y el desgraciado se abstuvo de los carajillos y de las grappas

Llegó el de Mapfre. Hicimos el cambio y enfilamos hacia la autopista de Verona, Brescia, Milán. Pasado Milán el conductor propuso seguir hacia el Mont Blanc y cruzar el túnel. Nadie respondió, así que sobre las cuatro de la tarde hicimos entrada en Aosta. 

Y seguimos hacia el túnel y Annecy. Justó allí dije que me despedía. Ellos tomaron la carretera de la izquierda, hacia Grenoble y yo me quedé en aquel importante nudo de comunicaciones.

 Recordé aquellos versos de Rilke (*):

“Debes con dignidad soportar la vida,
tan sólo lo mezquino lo hace pequeña;
los mendigos te podrán llamar hermano,
y tú puedes sin embargo ser un rey.”

Y con esa sensación de plenitud aparecí en Ferney-Voltaire, donde un viejo amigo hacía de guía en la residencia que Voltaire habitó durante 18 años. ¡Dormí en la cama de Voltaire! Ahora puedo decirlo en público…mi amigo está jubilado y en nada puede afectarle esta falta grave contra el reglamento. 



     “Hegel” se queja de que no le hago caso. Sin embargo el otro día le compré un balón de la Uefa y un hueso de jamón. Así que le exijo que me deje tranquilo y que aprenda a divertirse solo.

    Acabamos, a medias, la “ropa vieja” de anteayer (¡¡) y todos los restos de fermentados y destilados. Empezaremos de nuevo.

































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