1
Dios había
probado en sus propias carnes lo inmisericorde de la soledad y por eso nos creó
en pareja. Antes de aquella primera semana trágica, cuando dios no era ni
Trino… y si me apuran ni Uno (puesto que el uno
cobra sentido con el dos), su
capacidad de soledad tocó fin. Y se volcó en una hiperactividad enfermiza, sin
orden ni concierto. Fruto de esa desazón, de ese “mal del ímpetu”, es todo lo visible e invisible. Cuando todo
parecía terminado y estaba a punto de echarse dormir a pierna suelta, tuvo la idea
genial (por la cual dios ha pasado a la historia): “¡Hágase el Tour de France!” y el Tour apareció, pero sólo como razón
seminal, como potencia. Estuvo
reposando durante eones y solo en 1903 empezó, tímidamente, a mostrarse como acto. Y es que el Tour tiene tanta
grandeza, tanta solidez que parece eterno y consubstancial con la divinidad. Es
como un jirón de la divinidad que necesita 21 días para desplegar toda su
mismidad. Y lo dotó, como a las estaciones, de un movimiento cíclico, de
eterno retorno.
2
Tal
día como hoy, del año 1903, se corría la segunda etapa
del primer tour de France, la única de montaña. Fueron seis etapas con finales
en Lyon, Marsella, Toulouse, Burdeos, Nantes y Paris. Etapas de 400 kilómetros.
Aquello fue un desbarajuste: Si no acababas una etapa no pasaba nada, podías
correr la siguiente; podías apuntarte sólo para una etapa y después irte a
casa; podías, incluso, correr unos kilómetros y al pasar por tu casa apearte
del velocípedo para comerte un plato de ratabouille
y echarte a dormir la siesta. Entre etapa y etapa tenía 3 ó 4 días de asueto: podías
echar un vistazo a las viñas o una reprimenda al chiquillo.
La etapa reina empezó a las 3’45 de la
tarde del día 5 de junio y eran las 9 de la mañana del día 6, cuando Aucouturier cruzó la línea de meta. Desde el principio empezaron las
picardías: subirse en trenes nocturnos. Atajar por caminos familiares. Cogerse
a la puerta de algún coche despistado; haber quedado de acuerdo con algún
vecino para que en el kilómetro tal te esperara con la moto y una
cuerda…etc…etc. En el Tour siguiente las picardías aumentaron y en el tercero
pusieron orden. En el cuarto y en el quinto todavía encontraron esforzados
ciclistas en busca de la línea de llegada de la cuarta etapa del primer tour. E
incluso, en fecha tan tardía como 1914, la radio de la tour Eiffel, junto con
el mensaje no cifrado que propició el contraataque del Marne, envió una escueta
misiva compuesta de puntos y rayas que, una vez traducida al francés de Racine,
decía, más o menos:
“Identificado
ciclista que dice haber salido el día 4 de junio de 1903 de una taberna al sur
de París y que no tiene ni p.i. de dónde se encuentra ni adónde se dirige.
Supera cuatro veces la tasa de alcohol permitida.”
Hizo una noche
espléndida (una excepción) y la luna entraba en los dominios del plenilunio.
Garin, con el brazalete verde, iba confiado. A su máximo rival, Aucoutier, le
habían sobrevenido retortijones en la primera etapa, que había salido desde Montgeron (en París estaban prohibidas
las carreras), a la sombra del famoso cafetín: Le réveil matin.
Aucoutier, inexperto, habría tomado un cuartillo
de pernod y una docenita de
boquerones en vinagre. Garin lo miraría de reojo y le dejaría pagado un
carajillo mitad y mitad. Pues eso, que a Aucoutier le dieron retortijones. Sin
embargo se presentó, ante la incredulidad de Garin, en la línea de salida para
tomar parte en la segunda etapa. Y ganó al sprint
la etapa reina. No se corría por equipos;
o sea que cada cual era su propio equipo y debía ir armado con todo lo necesario.
Las recámaras les hacían de cruzado
mágico. Las herramientas les colgaban como rosarios y amuletos. Las
bicicletas pesaban dos arrobas. Y lo demás recibía el apropiado nombre de “impedimenta”. Garin ganó el primer y el
segundo Tour. Sería desposeído por
utilizar trenes nocturnos. Él siempre negó las acusaciones.
Manzaneque* de
la Mancha, La Yegua, bien merece un recuerdo. Ganador de tres etapas (60-63
y 67) de montaña:
“Fernando
Manzaneque* (Campo de Criptana, como
Sara Montiel, 1934-Alcázar de San Juan, 2004) llegó a ser fugaz maillot
amarillo del último Tour de su vida. Fue en 1967, cuando los ciclistas
españoles que nunca fueron Bahamontes, “el águila de Toledo”, se especializaban
en fugas imposibles, en cabalgadas incandescentes, en puras demostraciones de
genio o mal genio individual, sobre el derretido asfalto de las carreteras
francesas. La época de los apodos heroicos.
Manzaneque
ya tenía 33 años, corría con la selección española B, llamada de forma
inconsecuente “Esperanzas”, y estaba de vuelta de casi todo. La víspera de la
travesía de los Pirineos entre Toulouse y Luchon por los puertos menos
conocidos, pactaron los dos equipos españoles: Manzaneque atacaría de salida y luego
esperaría el ataque programado de Julio Jiménez, “el relojero de Ávila”, que
podía ganar el Tour si lograba que el francés Roger Pingeon doblara la rodilla.
Era la última oportunidad y parecía que, por una vez, los españoles, eternos
cainitas, iban a ofrecer al universo-mundo una lección de unidad, de táctica
moderna y de trabajo en equipo. En efecto, Manzaneque se escapó de salida y,
pedaleando desaforadamente, haciendo honor al apodo con que se le conocía –“La
Yegua”- acumuló minutos y minutos de ventaja hasta convertirse en maillot
amarillo virtual. Fue entonces cuando su director, José Serra, se acercó con el
coche a su lado y le gritó: "Levanta el pie, Fernando, espera a
Julio". Porque Julio Jiménez ya había atacado, dispuesto para la gloria.
Pero Fernando Manzaneque no estaba por la faena. "Leches", le
respondió a Serra. Dijo leches y aceleró más, aunque las fuerzas se le iban
acabando. Resistió lo justo para ganar la etapa. Ganó por la mínima, desvanecida
su ilusión amarilla, y el sueño del “relojero”.
(Adaptación libre de una crónica de
El País)
Si algo le
atoraba al bravo manchego era correr bajo el patrocinio de una fábrica de
calzoncillos (de trágica historia). De haberle dado a elegir, hubiera preferido
“Soberano”… ¡es cosa de hombres! ¡Qué de hazañas hubiera protagonizado bajo tan
recio refugio!
3
Más o menos
cuando la serpiente multicolor en blanco
y negro, salía de Lyon, tal día como hoy, del año 1305, salía una fumata blanca de alguna fortaleza de
Perusa (Perugia). El cónclave eligió a Bertrand de Got, arzobispo de Burdeos,
como sucesor de Benedicto XI. Roma
estaba imposible, como la Verona de “Romeo
y Julieta”, que por entonces está digiriendo la historia original. El
arzobispo era uno de los pocos neutrales respecto a la política de Bonifacio VIII. Bertrand se enterará dos semanas más
tarde. Las circunstancias retrasan su traslado a Roma y finalmente la hacen
imposible. Así que gracias a Clemente V el papado se trasladó a Aviñón…por
donde estarán pasando los heroicos ciclistas de 1903.
A mí, de toda
esta historia, lo que más me gusta es la hermosa bofetada que le metió Felipe
el Hermoso a Bonofacio VIII. Si (el Papa) hubiera podido lo hubiera incinerado.
Pero el Papa debía saber que, pese a su uso secular, la cremación empezaba a
ser vista con malos ojos por atentar directamente a la línea de flotación del
cristianismo: La resurrección de los muertos. Hasta Pablo VI que, en tal día como hoy, del año
1964, no levantó las amenazas, su uso no se generalizó. Desde ese día,
cualquiera, si no lleva aviesas intenciones, puede ser aventado según los
vientos que le venga en gana. Así, se abrió un nicho de mercado que sería rápidamente ocupado por empresas de
pompas fúnebres y asuntos del más allá.
Al hilo de lo
dicho, decir que ahora (¡5 de la tarde!) me encuentro justo enfrente del
Tanatorio de Sancho de Ávila, en ese edificio solitario cuya única función debe
de ser proteger a los muertos recientes de las ponentadas. ¿Que qué hago aquí? asuntos de familia. Hemos comido un
arroz con caracoles y bebido dos botellas de Jumilla. He comprado un ciego (32523) y ahora completo la ronda de aguardiente en el bar Dávila.
También es mala
suerte que te toque un tanatorio justo enfrente de tu balcón (lo sé) y peor aún
que se llame, como la calle, Sancho de Ávila ¿o Sancho Dávila? El primero fue
un mercenario a las órdenes de Carlos I y de Felipe II, un novio de la
muerte…que por eso, quizás, han colocado aquí este crematorio. El segundo, como
sabrán Vds. un fascista de tomo y lomo. Sin duda la calle hace referencia al soldado de fortuna (¡¡). El segundo aún
no había hecho méritos en la fecha en la que bautizaron la calle (1929). Bueno,
pues sepan Vds. que este Dávila, XI conde de Villafuente Bermeja, fue cagado
tal día como hoy, del año 1905.
Habría que hacer
una verdadera purga con los nombres de las calles de Barcelona. Resulta
increíble (es un decir) que esta ciudad liberal, acogedora y amante de la
libertad, mantenga en su callejero a personajes como el tal Dávila o al cardenal
Casañas, sin ir más lejos.
Estación de Arc
de Triomf, tarjeta dorada, lado mar…y ¡a casa!
Pero si la
perspectiva de recorrer esta parte destartalada, y un poco siniestra, de
Barcelona, no les parece la mejor idea, les propongo otra cosa. Olvídense de
todo lo dicho. Tomen el Ave a París (o
agénciense unos Custodios).
4
París vive un
proceso revolucionario permanente, “que
crece y decrece según razón”. 1831 acaba inflamado por la capitulación de Varsovia. 1832 empieza
con la sublevación de los canuts de
Lyon y su correspondiente (y connatural) aplastamiento. Al mismo tiempo el
cólera (y la cólera) se adueña de París (sobre todo de los barrios pobres). Los
muertos se cuentan (cada día) por cientos. Los curas ofrecen el rosario y la
misa como medicina. Los saint-simonianos,
la confianza en el progreso, elevado a ley natural y la vacuna. Los bonapartistas, aconsejaban que a los
primeros síntomas de la enfermedad, se eleven los ojos hacia la columna de
Vendôme. Mientras tanto se iba haciendo cada vez más evidente que el único
remedio eficaz era el dinero. Así que un asunto sanitario se convirtió en un
episodio de lucha de clases. Las malas cosechas pusieron algo de su parte.
Sólo faltaba que
un despistado (o no) encendiera un cigarrillo y tirara la cerilla por la zona
del faubourg de Saint-Antoine. Y así
fue. Esa cerilla fue lanzada.
La ocasión fue el entierro del general
Lamarque, símbolo (¿) de la oposición a la reinstauración legitimista. El mismo
Lamarque había muerto apestado.
Tomen asiento en
el Café italiano, en la plaza de la Bastilla esquina con Henri IV. Elijan una mesita a la sombra
de los plátanos. Pidan un pernod y
esperen a que pase el cortejo. Salió temprano de la calle Anjou, por la Madeleine…algún
rezo se echarían en la Iglesia. Han seguido por los boulevares, cruzado los arcos, atravesado lo que ahora es República y van siguiendo por las
callejas que constituirían Magenta y Voltaire. Cuando entre en Bastilla Vds. habrán consumido un
cuartillo de pernod. De más decir que
el cortejo lo componen republicanos y bonapartistas. Los curiosos siguen la
corriente espesa. En Bastilla, los afluentes de la rue Saint-Antoine y el del faubuorg
se unen a la corriente principal. La multitud empieza, por la propia gravedad
de la masa, a agitarse. La riada supera la columna
de Julio, sigue el canal, cruza por el pequeño puente y se dirige hacia la
explanada de Austerlitz. Allí se
detiene. La Fayette se despide de Lamarque y mientras agita su mano en este su
postrero adiós, “un hombre a caballo, vestido de negro, aparece en
medio de un grupo con una bandera roja”, sobre la cual bordado en negro: “libertad o muerte”. (Sigan la historia
en Los Miserables de Hugo)…¡¡Era el 5 de junio de 1832!!
Por primera vez
aparece la bandera roja del lado de la insurrección. Hasta ese momento era
utilizada (desde 1789) por las fuerzas del orden: Cuando aparecía, cualquier
manifestación se convertía en criminal y debía ser dispersada y reprimida. ¡Un détournement digno del situacionismo más inteligente! (Hazan).
Mientras tanto
la agitación prendió en la rive gauche.
La guardia se negó a disparar contra “el pueblo”, pero aparecieron los dragones y se armó la de dios es cristo.
El centro de París se llenó de barricadas (Los
Miserables).
Al día siguiente
se produjo otra efeméride digna de mención y de recuerdo: por primera vez en la
historia de la represión policial, se utilizó el cañón contra las clases
trabajadoras. Sólo así pudieron destruir las barricadas que proliferaron como
hongos en otoño. No fue fácil. Se puso de manifiesto la necesidad de una reforma urbanística.
–Garçon!
¿Cuánto vale la “convidá”?
–10
euros…plus la sombra de los plátanos et le service… ¡20 euros!
–Merci!
Por el precio
pueden Vds. derribar la mesa sin remordimientos.
Diríjanse hacia
la rue Saint Martin, allí donde se cruza con rue des Lombards y la rue de la
Verrerie…a la sombra de la Baubour
(fundación Pompidour). Ocupen una de
las miserables mesitas de Le Paradis,
justo al lado de la parroquia de Saint
Merri. Sigan pimplando pernod:
cualquier cosa de comer que pidan la vomitarán. Como aquí no hay plátanos, le
saldrá más barato.
Imaginen ahora
una barricada en forma de L que cubra Saint
Martin y la Verrerie. Nosotros
estaremos sentados en el vértice de la L. Otra que cierre la calle du Cloître-Saint Merri (paralela a Verrerie) y aún otra que cierre Saint Martin a la altura de rue Aubry-le-boucher (más arriba). La
calle Saint Martin queda cerrada a
cal y canto (y un poco de plomo fundido). En ese espacio protegido, donde ahora
se levanta el Pompidour, floreció el
heroísmo inútil y se puso de manifiesto la poca utilidad de las barricadas.
Metieron los cañones como pudieron y dispararon a discreción (sigan la historia
en Los Miserables). Fue la última
barricada de aquel florecimiento de junio del 32.
No lloren ni se
indignen. No den muestras de que el sentimiento está funcionando…el camarero lo
observaría y lo anotaría (como un plus) en la factura.
Abriéndose paso
entre el humo imaginado, se irá perfilando, si han bebido adecuadamente, el
busto iluminado de la hermosa Stefania Sandrelli (*) con pañuelo rojo al cuello…Como venida del tercer planeta (Ray Bradbury *). Por esa visión habrá valido la
pena el viaje.
–Garçon,
la cuenta!
–12
euros, plus las molestias por las obras de la parroquia… ¡18 euros!
La tarde ha
desembocado en la noche. Vuelvan como puedan. Yo tengo mis Ángeles. Con su mejor
intención me arrullan con Round Midnght
en versión de Kenny G. (*)…parece interpretada a media mañana, después de haber
desayunado un croissant y un vaso de leche condensada. A este “capullo” que lo
felicite su madre. No te metas en camisa de once varas…aunque es público y
notorio tu gusto por las prendas anchas y cómodas.
Su único mérito: haber ejecutado la nota más larga jamás registrada por un
saxofón.
¡Hala! ¡A
descansar!
A propósito de
bofetadas, no puedo dejar de citar la magnífica y doble bofetada que le endiñó
Breton al turbio Ehrenburg, o la que le estampó Mandelstam al crecido Alexis
Tolstoi… (¡nada que ver con el otro!), o aquella caricia de Glen Ford a Rita Hayworth.
He acertado el primer y el tercer número del cupón.
¡Hala! ¡a descansar!