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miércoles, 5 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 5 de junio. Primer tour de France Manzaneque. Bandera roja.



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Dios había probado en sus propias carnes lo inmisericorde de la soledad y por eso nos creó en pareja. Antes de aquella primera semana trágica, cuando dios no era ni Trino… y si me apuran ni Uno (puesto que el uno cobra sentido con el dos), su capacidad de soledad tocó fin. Y se volcó en una hiperactividad enfermiza, sin orden ni concierto. Fruto de esa desazón, de ese “mal del ímpetu”, es todo lo visible e invisible. Cuando todo parecía terminado y estaba a punto de echarse dormir a pierna suelta, tuvo la idea genial (por la cual dios ha pasado a la historia): “¡Hágase el Tour de France!” y el Tour apareció, pero sólo como razón seminal, como potencia. Estuvo reposando durante eones y solo en 1903 empezó, tímidamente, a mostrarse como acto. Y es que el Tour tiene tanta grandeza, tanta solidez que parece eterno y consubstancial con la divinidad. Es como un jirón de la divinidad que necesita 21 días para desplegar toda su mismidad. Y lo dotó, como a las estaciones, de un movimiento cíclico, de
eterno retorno.

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Tal día como hoy, del año 1903, se corría la segunda etapa del primer tour de France, la única de montaña. Fueron seis etapas con finales en Lyon, Marsella, Toulouse, Burdeos, Nantes y Paris. Etapas de 400 kilómetros. Aquello fue un desbarajuste: Si no acababas una etapa no pasaba nada, podías correr la siguiente; podías apuntarte sólo para una etapa y después irte a casa; podías, incluso, correr unos kilómetros y al pasar por tu casa apearte del velocípedo para comerte un plato de ratabouille y echarte a dormir la siesta. Entre etapa y etapa tenía 3 ó 4 días de asueto: podías echar un vistazo a las viñas o una reprimenda al chiquillo.

La etapa reina empezó a las 3’45 de la tarde del día 5 de junio y eran las 9 de la mañana del día 6, cuando Aucouturier cruzó la línea de meta. Desde el principio empezaron las picardías: subirse en trenes nocturnos. Atajar por caminos familiares. Cogerse a la puerta de algún coche despistado; haber quedado de acuerdo con algún vecino para que en el kilómetro tal te esperara con la moto y una cuerda…etc…etc. En el Tour siguiente las picardías aumentaron y en el tercero pusieron orden. En el cuarto y en el quinto todavía encontraron esforzados ciclistas en busca de la línea de llegada de la cuarta etapa del primer tour. E incluso, en fecha tan tardía como 1914, la radio de la tour Eiffel, junto con el mensaje no cifrado que propició el contraataque del Marne, envió una escueta misiva compuesta de puntos y rayas que, una vez traducida al francés de Racine, decía, más o menos:

“Identificado ciclista que dice haber salido el día 4 de junio de 1903 de una taberna al sur de París y que no tiene ni p.i. de dónde se encuentra ni adónde se dirige. Supera cuatro veces la tasa de alcohol permitida.”

Hizo una noche espléndida (una excepción) y la luna entraba en los dominios del plenilunio. Garin, con el brazalete verde, iba confiado. A su máximo rival, Aucoutier, le habían sobrevenido retortijones en la primera etapa, que había salido  desde Montgeron (en París estaban prohibidas las carreras), a la sombra del famoso cafetín: Le réveil matin



Aucoutier, inexperto, habría tomado un cuartillo de pernod y una docenita de boquerones en vinagre. Garin lo miraría de reojo y le dejaría pagado un carajillo mitad y mitad. Pues eso, que a Aucoutier le dieron retortijones. Sin embargo se presentó, ante la incredulidad de Garin, en la línea de salida para tomar parte en la segunda etapa. Y ganó al sprint la etapa reina. No se corría por equipos; o sea que cada cual era su propio equipo y debía ir armado con todo lo necesario. Las recámaras les hacían de cruzado mágico. Las herramientas les colgaban como rosarios y amuletos. Las bicicletas pesaban dos arrobas. Y lo demás recibía el apropiado nombre de “impedimenta”. Garin ganó el primer y el segundo Tour. Sería desposeído por utilizar trenes nocturnos. Él siempre negó las acusaciones.

                                       









Manzaneque* de la Mancha, La Yegua, bien merece un recuerdo. Ganador de tres etapas (60-63 y 67) de montaña:

“Fernando Manzaneque* (Campo de Criptana, como Sara Montiel, 1934-Alcázar de San Juan, 2004) llegó a ser fugaz maillot amarillo del último Tour de su vida. Fue en 1967, cuando los ciclistas españoles que nunca fueron Bahamontes, “el águila de Toledo”, se especializaban en fugas imposibles, en cabalgadas incandescentes, en puras demostraciones de genio o mal genio individual, sobre el derretido asfalto de las carreteras francesas. La época de los apodos heroicos.

Manzaneque ya tenía 33 años, corría con la selección española B, llamada de forma inconsecuente “Esperanzas”, y estaba de vuelta de casi todo. La víspera de la travesía de los Pirineos entre Toulouse y Luchon por los puertos menos conocidos, pactaron los dos equipos españoles:  Manzaneque atacaría de salida y luego esperaría el ataque programado de Julio Jiménez, “el relojero de Ávila”, que podía ganar el Tour si lograba que el francés Roger Pingeon doblara la rodilla. Era la última oportunidad y parecía que, por una vez, los españoles, eternos cainitas, iban a ofrecer al universo-mundo una lección de unidad, de táctica moderna y de trabajo en equipo. En efecto, Manzaneque se escapó de salida y, pedaleando desaforadamente, haciendo honor al apodo con que se le conocía –“La Yegua”- acumuló minutos y minutos de ventaja hasta convertirse en maillot amarillo virtual. Fue entonces cuando su director, José Serra, se acercó con el coche a su lado y le gritó: "Levanta el pie, Fernando, espera a Julio". Porque Julio Jiménez ya había atacado, dispuesto para la gloria. Pero Fernando Manzaneque no estaba por la faena. "Leches", le respondió a Serra. Dijo leches y aceleró más, aunque las fuerzas se le iban acabando. Resistió lo justo para ganar la etapa. Ganó por la mínima, desvanecida su ilusión amarilla, y el sueño del “relojero”. (Adaptación libre de una crónica de El País)



Si algo le atoraba al bravo manchego era correr bajo el patrocinio de una fábrica de calzoncillos (de trágica historia). De haberle dado a elegir, hubiera preferido “Soberano”… ¡es cosa de hombres! ¡Qué de hazañas hubiera protagonizado bajo tan recio refugio!

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Más o menos cuando la serpiente multicolor en blanco y negro, salía de Lyon, tal día como hoy, del año 1305, salía una fumata blanca de alguna fortaleza de Perusa (Perugia). El cónclave eligió a Bertrand de Got, arzobispo de Burdeos, como sucesor de Benedicto XI.  Roma estaba imposible, como la Verona de “Romeo y Julieta”, que por entonces está digiriendo la historia original. El arzobispo era uno de los pocos neutrales respecto a la política de Bonifacio VIII. Bertrand se enterará dos semanas más tarde. Las circunstancias retrasan su traslado a Roma y finalmente la hacen imposible. Así que gracias a Clemente V el papado se trasladó a Aviñón…por donde estarán pasando los heroicos ciclistas de 1903.



A mí, de toda esta historia, lo que más me gusta es la hermosa bofetada que le metió Felipe el Hermoso a Bonofacio VIII. Si (el Papa) hubiera podido lo hubiera incinerado. Pero el Papa debía saber que, pese a su uso secular, la cremación empezaba a ser vista con malos ojos por atentar directamente a la línea de flotación del cristianismo: La resurrección de los muertos. Hasta Pablo VI que, en tal día como hoy, del año 1964, no levantó las amenazas, su uso no se generalizó. Desde ese día, cualquiera, si no lleva aviesas intenciones, puede ser aventado según los vientos que le venga en gana. Así, se abrió un nicho de mercado que sería rápidamente ocupado por empresas de pompas fúnebres y asuntos del más allá.

Al hilo de lo dicho, decir que ahora (¡5 de la tarde!) me encuentro justo enfrente del Tanatorio de Sancho de Ávila, en ese edificio solitario cuya única función debe de ser proteger a los muertos recientes de las ponentadas. ¿Que qué hago aquí? asuntos de familia. Hemos comido un arroz con caracoles y bebido dos botellas de Jumilla. He comprado un ciego (32523) y ahora completo la ronda de aguardiente en el bar Dávila.



También es mala suerte que te toque un tanatorio justo enfrente de tu balcón (lo sé) y peor aún que se llame, como la calle, Sancho de Ávila ¿o Sancho Dávila? El primero fue un mercenario a las órdenes de Carlos I y de Felipe II, un novio de la muerte…que por eso, quizás, han colocado aquí este crematorio. El segundo, como sabrán Vds. un fascista de tomo y lomo. Sin duda la calle hace referencia al soldado de fortuna (¡¡). El segundo aún no había hecho méritos en la fecha en la que bautizaron la calle (1929). Bueno, pues sepan Vds. que este Dávila, XI conde de Villafuente Bermeja, fue cagado tal día como hoy, del año 1905.

Habría que hacer una verdadera purga con los nombres de las calles de Barcelona. Resulta increíble (es un decir) que esta ciudad liberal, acogedora y amante de la libertad, mantenga en su callejero a personajes como el tal Dávila o al cardenal Casañas, sin ir más lejos.

Estación de Arc de Triomf, tarjeta dorada, lado mar…y ¡a casa!

Pero si la perspectiva de recorrer esta parte destartalada, y un poco siniestra, de Barcelona, no les parece la mejor idea, les propongo otra cosa. Olvídense de todo lo dicho.  Tomen el Ave a París (o agénciense unos Custodios).

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París vive un proceso revolucionario permanente, “que crece y decrece según razón”. 1831 acaba inflamado por la capitulación de Varsovia. 1832 empieza con la sublevación de los canuts de Lyon y su correspondiente (y connatural) aplastamiento. Al mismo tiempo el cólera (y la cólera) se adueña de París (sobre todo de los barrios pobres). Los muertos se cuentan (cada día) por cientos. Los curas ofrecen el rosario y la misa como medicina. Los saint-simonianos, la confianza en el progreso, elevado a ley natural y la vacuna. Los bonapartistas, aconsejaban que a los primeros síntomas de la enfermedad, se eleven los ojos hacia la columna de Vendôme. Mientras tanto se iba haciendo cada vez más evidente que el único remedio eficaz era el dinero. Así que un asunto sanitario se convirtió en un episodio de lucha de clases. Las malas cosechas pusieron algo de su parte.



Sólo faltaba que un despistado (o no) encendiera un cigarrillo y tirara la cerilla por la zona del faubourg de Saint-Antoine. Y así fue. Esa cerilla fue lanzada.

La ocasión fue el entierro del general Lamarque, símbolo (¿) de la oposición a la reinstauración legitimista.  El mismo Lamarque había muerto apestado.

Tomen asiento en el Café italiano, en la plaza de la Bastilla esquina con Henri IV. Elijan una mesita a la sombra de los plátanos. Pidan un pernod y esperen a que pase el cortejo. Salió temprano de la calle Anjou, por la Madeleine…algún rezo se echarían en la Iglesia. Han seguido por los boulevares, cruzado los arcos, atravesado lo que ahora es República y van siguiendo por las callejas que constituirían Magenta y Voltaire. Cuando entre en Bastilla Vds. habrán consumido un cuartillo de pernod. De más decir que el cortejo lo componen republicanos y bonapartistas. Los curiosos siguen la corriente espesa. En Bastilla, los afluentes de la rue Saint-Antoine y el del faubuorg se unen a la corriente principal. La multitud empieza, por la propia gravedad de la masa, a agitarse. La riada supera la columna de Julio, sigue el canal, cruza por el pequeño puente y se dirige hacia la explanada de Austerlitz. Allí se detiene. La Fayette se despide de Lamarque y mientras agita su mano en este su postrero adiós, “un hombre a caballo, vestido de negro, aparece en medio de un grupo con una bandera roja”, sobre la cual bordado en negro: “libertad o muerte”. (Sigan la historia en Los Miserables de Hugo)…¡¡Era el 5 de junio de 1832!!



Por primera vez aparece la bandera roja del lado de la insurrección. Hasta ese momento era utilizada (desde 1789) por las fuerzas del orden: Cuando aparecía, cualquier manifestación se convertía en criminal y debía ser dispersada y reprimida. ¡Un détournement digno del situacionismo más inteligente! (Hazan).

Mientras tanto la agitación prendió en la rive gauche. La guardia se negó a disparar contra “el pueblo”, pero aparecieron los dragones y se armó la de dios es cristo. El centro de París se llenó de barricadas (Los Miserables).

Al día siguiente se produjo otra efeméride digna de mención y de recuerdo: por primera vez en la historia de la represión policial, se utilizó el cañón contra las clases trabajadoras. Sólo así pudieron destruir las barricadas que proliferaron como hongos en otoño. No fue fácil. Se puso de manifiesto la necesidad de una reforma urbanística.

–Garçon! ¿Cuánto vale la “convidá”?

–10 euros…plus la sombra de los plátanos et le service… ¡20 euros!

–Merci!

Por el precio pueden Vds. derribar la mesa sin remordimientos.

Diríjanse hacia la rue Saint Martin, allí donde se cruza con rue des Lombards y la rue de la Verrerie…a la sombra de la Baubour (fundación Pompidour). Ocupen una de las miserables mesitas de Le Paradis, justo al lado de la parroquia de Saint Merri. Sigan pimplando pernod: cualquier cosa de comer que pidan la vomitarán. Como aquí no hay plátanos, le saldrá más barato.

Imaginen ahora una barricada en forma de L que cubra Saint Martin y la Verrerie. Nosotros estaremos sentados en el vértice de la L. Otra que cierre la calle du Cloître-Saint Merri (paralela a Verrerie) y aún otra que cierre Saint Martin a la altura de rue Aubry-le-boucher (más arriba). La calle Saint Martin queda cerrada a cal y canto (y un poco de plomo fundido). En ese espacio protegido, donde ahora se levanta el Pompidour, floreció el heroísmo inútil y se puso de manifiesto la poca utilidad de las barricadas. Metieron los cañones como pudieron y dispararon a discreción (sigan la historia en Los Miserables). Fue la última barricada de aquel florecimiento de junio del 32.


No lloren ni se indignen. No den muestras de que el sentimiento está funcionando…el camarero lo observaría y lo anotaría (como un plus) en la factura.

Abriéndose paso entre el humo imaginado, se irá perfilando, si han bebido adecuadamente, el busto iluminado de la hermosa Stefania Sandrelli (*) con pañuelo rojo al cuello…Como venida del tercer planeta (Ray Bradbury *). Por esa visión habrá valido la pena el viaje.

–Garçon, la cuenta!

–12 euros, plus las molestias por las obras de la parroquia… ¡18 euros!

La tarde ha desembocado en la noche. Vuelvan como puedan. Yo tengo mis Ángeles. Con su mejor intención me arrullan con Round Midnght en versión de Kenny G. (*)…parece interpretada a media mañana, después de haber desayunado un croissant y un vaso de leche condensada. A este “capullo” que lo felicite su madre. No te metas en camisa de once varas…aunque es público y notorio tu gusto por las prendas anchas y cómodas. Su único mérito: haber ejecutado la nota más larga jamás registrada por un saxofón.

¡Hala! ¡A descansar!

A propósito de bofetadas, no puedo dejar de citar la magnífica y doble bofetada que le endiñó Breton al turbio Ehrenburg, o la que le estampó Mandelstam al crecido Alexis Tolstoi… (¡nada que ver con el otro!), o aquella caricia de Glen Ford a  Rita Hayworth.


                            


He acertado el primer y el tercer número del cupón.

¡Hala! ¡a descansar!




















Propuesta para hoy, 5 de junio. El cura de Olavarría. “Irma, la dulce”.

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En 1888 Olavarría, provincia de Buenos Aires, aún no era la “ciudad del cemento”. Había una sucursal bancaria, una Sociedad Rural, y la inevitable Sociedad de Damas y Caridad que se hacía cargo del Hospital. En total, unos 800 moradores, de los cuales la mayoría eran italianos que ya empezaban a organizarse. La Caridad bien entendida empieza por la Iglesia, así que se construyó una capilla que, con el tiempo, se convertiría en la Iglesia de San José. 
Su primer párroco fue el inestable Pedro Castro Rodríguez, gallego de Santiago. Había nacido en 1844, como Nietzsche y, también como el filósofo, a los 26 empezó su vida pública. Llegó a América como eclesiástico católico, pero se pasó a los protestantes. Se casó. El cepillo no daba para mucho y el trabajo menos. Se arrepintió de lo hecho y pidió al obispo que le permitiera reingresar en el seno de la catolicidad. El obispo le devolvió las potestades y lo destinó, como coadjutor, a Azul. Allí se dirigió discretamente la pareja y allí nació, discretamente, su hija, a la que falto de imaginación o por un exceso de orgullo de raza, bautizó como Petrona. Era el año 78. Pedro los envía, discretamente, de vuelta a Buenos Aires y los visita (discretamente) de uvas a peras. En el 80 es nombrado párroco, el primero, de la Iglesia de San José de Olabarría y se abría ante él toda una vida de delicias.


La Iglesia se encontraba justamente donde ahora se encuentra el Teatro Municipal. Ocupaba un lugar central entre la escuela 1, de varones, y la escuela 2, de mujeres. Y ahora entre un Carrefour y un Día, que la acerrojan como una sentencia judicial. Echen a suertes (a desgracias), entren al local afortunado y compren 25 centímetros de chorizo gallego, una teta, una barra de pan y una botella de Mencía. Crucen la calle, ingresen en el parquecito, elijan un banco desde donde se divisen los dos edificios, el teatro y la nueva iglesia, y zampen. No les puedo ofrecer nada más. Abríguense.

Tal día como hoy, del año 1888, el cura Pedro, cuya vida, tras 8 años de alboroque, veíase abocada nuevamente a la ruina, mandó llamar a la familia, no sin antes conminar a su mujer a que vendiera sus bienes (24.000 pesos) y los depositara, a su nombre, en el banco de Azul. A las 5’30 de la tarde esperaba en el andén la llegada del tren de Buenos Aires. A esa misma hora, Nietzsche bajaba del tren en Chiavenna, hizo noche, y al día siguiente tomó la correspondencia para su última estancia en Sils-María. A partir de entonces todo lo que hacía… lo hacía por última vez. Estaba ocupado en El Caso Wagner y en su lucha contra el romanticismo alemán.



Rufina y Petrona bajaron del tren y vieron la mancha negra que, desde el otro extremo del andén, las reclamaba. La niña se mostró reacia a besar a aquel ser descuidado (por la ansiedad). Rufina le dio dos besos, uno por mejilla. Él se limitó a rozarla con la nariz, como dicen que hacen los esquimales. A su manera también luchaba contra el romanticismo. Las condujo a casa, descansaron un poco y se asearon para la última cena.

Sirvió, como corresponde, el sacristán que, dijo, parecía estar oficiando un velatorio. Había preparado un asado de res y manjar de leche condensada para la niña. Los ojos de cura iban de la carne a la cara de Rufina y de la cara de Rufina a la carne de res, como si estuviera jugando al juego de las diferencias. La niña miraba el dulce de leche. No se habló. 
El ruido de los cubiertos y de los platos ululaba por Valdivia.

    



Mientras Petrona daba cuenta del manjar, Pedro se levantó y salió. Rufina, ocupada en hurgarse los dientes, no pudo articular insulto alguno y le lanzó una mirada insultante. Pedro la esquivó y salió como un murciélago a la fría calle que bautizarían como Valdivia. Se acercó a la botica, pidió, frotándose la barriga como en una película muda, bicarbonato y se echó a bolsillo un frasquito de Atropina que, se dijo en un arranque lírico, rimaba con Rufina. Podía haber robado arsénico y no lo hizo. Esto, llegado el caso, jugará a mi favor, pensó. Salió. Los vientos de Valdivia arrebujaron los hábitos que tomaron el aspecto de hilillos de noche condensada. Subió. 
El sacristán ya había recogido.

-¿De dónde vienes?­- preguntó Rufina

-De la farmacia… ¿de dónde voy a venir? ¡Me pones de los nervios!

-Y… ¿qué tal la boticaria?

La cosa discurrió por los cauces matrimoniales normales. El sacristán se largó y el cura echó en un vaso un buen pellizco de bicarbonato, removió con una cucharilla y se lo bebió de un trago, como si fuera orujo de su tierra natal. Hizo una mueca sacrificial y preparó otro vasito para la mujer. Vació medio frasco de Atropina, removió con la misma cucharilla y se lo dio a la mujer para que se calmara. La mujer lo bebió con aprensión y sin quitarle los ojos de los suyos. Él vio como las pupilas femeninas se ensanchaban y su cara palidecía. 
Ella intuyó una oleada de alegría en los ojirris del eclesiástico y se sintió perdida.

Bueno, la cosa iba según lo previsto. Lo que el cura no calculó fue la cantidad. Un resto de piedad (y racanería) le contuvo la mano… Debería haber vaciado la botella, se dijo. La mujer, destrozada y cagándose por una pata, gritaba como posesa. Los vientos de Valdivia se habían calmado. Los gritos llegaban hasta el otro extremo del poblado. Pedro cogió un martillo y se lio a martillazos contra la cabeza del amor de su vida. Petrona, testigo del destrozo, no salía de su asombro y cuando pudo salir quedó enviscada en el terror y en las garras de su padre, que apetrándola contra su  pecho viril le sacó hasta la última gota de aire. La niña quedó como una flácida hoja de acelga y azul.

La desgraciada trinidad se había desgarrado. Dios había vuelto a la unidad primigenia, pero, siguiendo las leyes de dialéctica, a un nivel diferente: La desolación.

Lo que siguió es previsible. Escondió el martillo detrás de la imagen de san José carpintero. Hizo limpieza. Lavó la ropa y pidió un ataúd amplio…. que resultó ser tan engañoso como la caja de Pandora. Como era cura dominaba la materia. Tenía 44 años, los años que tenía Nietzsche cuando le dio el patatús.

El sacristán fue quien levantó la liebre. La inhumación de los cadáveres, dos meses después, tuvo lugar el día en que la niña hubiera cumplido 10 años. Cárcel y tal.

Se consideró que su hazaña no era fue motivo para la canonización.

Murió en la cárcel en el año 1905. En Viena estaban ocupados en la representación de la Caja de Pandora y teorizando sobre la mujer-niña-puta-devoradora.

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http://kinomoriarti.blogspot.com/2013/05/propuesta-para-hoy-dia-2-de-mayo.html

http://kinomoriarti.blogspot.com/2014/01/propuesta-para-hoy-dia-1-de-enero-ano.html


La dulce y simpática Irma de la película de Wilder nos arrebató para siempre. Pero quizás Udes. no sepan algunos detalles que arroparon su gestación. Por cierto, se estrenó tal día como hoy, de año 1963.

Empecemos por el medio, como aconsejara Deleuze.

El bueno de Billy quiso contratar a  la Taylor, pero estaba enredada en una tórrida relación con Richard. 
Quiso a Marilyn, pero se suicidó (¿). Repitió, dadas las circunstancias, con Shirley.
Quiso a Laugton para Monsieur Moustache, pero murió… Pero esa es otra historia.
Quiso a Gene Kelly  para Néstor y tuvo que repetir con Jack Lemon, que nunca falla. Así que después de tres años volvieron a trabajar juntos y Lemon cogió la manzana y mordió (pagando, claro), dando comienzo al espectáculo.

 

Irma, la duce era una comedia musical de éxito antes de que se convirtiera en una joya. En Billy actuaría como la magdalena (¡que no era tal!) actuó en Proust. Le recordó la existencia de aquella encantadora y entregada Irma Karczewska que aparecía en el reparto de “La caja de pandora”.


Tenía 17 años cuando la descubrió K.K. Una niña, como quien dice, pero con una experiencia y un ansia de mujer de mundo: Una “mujer-niña”, que respondía, con creces, al ideal de mujer sexualmente liberada que aún conserva la inocencia.

Kraus, como Freud, estaba por la separación de la sexualidad de la función reproductiva, sobre todo si era él el beneficiario. Veía en la represión sexual la explicación de muchas alteraciones psicológicas posteriores. Freud le agradeció el apoyo que desde La Antorcha le prestaba… Hasta que dejó de hacerlo. Y es que K.K. despreciaba el uso extensivo que algunos epígonos hacían de arte interpretativo del maestro. Tampoco estaba de acuerdo con la exclusividad de la sexualidad en la génesis de la “neurosis”. La ruptura se produjo en 1908.

Tal día como hoy, de año 1908, Kraus escribía: “Las impresiones sexuales de la infancia no pueden subestimarse en modo alguno, y hay que rendirse ante e investigador que demuestra cómo la sexualidad comienza el día del Examen final en la enseñanza primaria. Pero convendría no llevar las cosas a ciertos extremos”

Esto marca el comienzo del distanciamiento entre los dos, ayudado por las simplezas hermenéuticas de algunos que se reclamaban del psicoanálisis.


Y aquí interviene Wittels, un brillante escritor-analista que llevó las conclusiones de Freud a un extremo inaceptable, por vulgar y por falta de fundamento: Freud habló de sublimación, Wittels no la contemplaba. Freud proponía una contención consciente y encauzada, pues sabía que la civilización se mantiene sobre esa represión. Wittels, no. Paradójicamente, acabó como adalid de la ortodoxia en su exilio americano.



La mujer-niña, en palabras de Wittels: “Se trata de una muchacha que posee un gran atractivo sexual, desarrollado con tanta precocidad que se ve forzada a iniciar su vida sexual siendo todavía una niña en otros aspectos. Durante su vida sexual sigue siendo una niña hipersexuada, incapaz de comprender el mundo civilizado de los adultos”.

Su serena y omnipresente sensualidad sin lujuria muestra que es una criatura libre de neurosis. Freud pensó que, en realidad, era un andrajo. Un manjar solícito, con algunos caprichitos, pero, en fin, París bien vale una misa.
Bien, vale…se busca a la niña en la mujer… pero… ¿Qué se busca en la niña? Freud dijo algo de homosexualidad latente y tal.

Irma, creada por Kraus en sustitución de Annie, fue compartida por todos, pues todo el círculo participaba de la imagen de la mujer- puta, dueña de su cuerpo y sus deseos. Una mujer, que por la naturaleza de su potente sensualidad, no puede entrar de lleno en las sinuosidades civilizatorias. La vestían como a una princesa. Le daban lo que pedía y pedía más de lo que le daban.

En Venecia tuvo oportunidad de desplegar todos sus encantos. Pidió que le subieran a la habitación un piano de cola. Kraus accedió: “El ave de paraíso es maravillosa… pero no hay que esperar de ella que toque el piano. Simplemente no sabe” (P. Altenberg, por aquellos días).

No consintió tratos con Tiziano, ni con Bellini, ella los deseaba con Siegfried Wagner que, ajeno, paseaba por la playa bebiendo los aires que Isadora, displicente, arrojaba de sí. Wittels la cuidaba como médico, enfermero y amante. Kraus, como padre incestuoso. Wedekind, los envidiaba a los dos. Altenberg le cantaba en su tonalidad preferida.

Irma, la dulce, desembocó en un mar de matrimonios de conveniencia (¿para quién?).

K.K. tenía abiertos pleitos en diferentes frentes. Uno de ellos era contra la revista berlinesa en la que trabajaba un joven que después sería conocido como Billy Wilder. Se le encargó escudriñar en la vida privada del narigotas y tomó nota.


“La esperanza es esa puta que va vestida de verde” (B. Brecht).

 Rufina había aprovechado un retal sobrante de la sotana de marido.





RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...