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domingo, 9 de febrero de 2014

Propuesta para la tarde del 9 de febrero. “Mantequilla” vs. Monzón. Falstaff.


(asteriscos* remiten a razones efemerísticas)
A los neurálgicos, entre los que me incluyo, se nos aparece un aura que rodea con irritados dientes de sierra el campo de visión. Ese fenómeno nos pone en guardia y es el momento de atiborrarse de opiáceos. No sé si, aunque creo que sí, a los epilépticos* les pasa lo mismo. Las cosas aparecen como envueltas en un raro parahelio*: ese extraño suceso hace que aparezcan multitud de soles, en fila, como un rebaño de ovejas incandescentes. Eso fue lo que ocurrió el año 10 antes de nuestra era, en la isla japonesa de Kyushu: aparecieron 9 soles, como nueve pizzas* incandescentes empapadas en tomate. Si el espacio es el “sensorium dei”, aquello fue el aura espectacular de un ataque de epilepsia de la divinidad: los dioses antiguos morían y los modernos aún no habían nacido.
Bueno… ¡otra efeméride cogida por los pelos!
¡Y en esto llegó Fidel! Y se prohibió el boxeo profesional. “Mantequilla” Nápoles*, púgil con nombre de pizza, se marchó a Méjico y desde allí se expandió a todo el universo-mundo. Siempre, pero, y sobre todo ahora al final, cuando los golpes han revelado su eficacia, ha creído estar estar en Cuba… mientras deambula por las baldías calles de Ciudad Juárez, turbio límite entre la sinrazón y la barbarie, o es recogido en un hospital de la beneficencia: más golpes da el hambre.

Vino al mundo en la época dominada por Arsenio Rodríguez y se marchó en pleno auge de la Sonora Matancera.
Su dominio de los welter fue mundial. Nunca, sin embargo (por asincronía) peleó con Sugar Leonard. Hubiera sido un combate patrocinado por Nocilla. Su momento álgido, que se convirtió en el comienzo de su declive, fue cuando, en un ataque de ubris, retó a “Escopeta” Monzón, campeón de los “medios”. La diferencia de pesaje era notable.
Cortázal, en un limpio homenaje al evento, (y de repulsa a Delon) y a “Mantequilla” en particular, situó en ese marco la acción de una intriga que Uds. pueden degustar en “Alguien que anda por ahí”:
Vivo, Alain Delon: una carpa de circo montada en un terreno baldío al que se llegaba después de cruzar una pasarela y seguir uso caminos improvisados con tablones. Había llovido la noche anterior y la gente no se apartaba de los tablones, ya desde la salida del metro orientándose por las enormes flechas que indicaban el buen rumbo y MONZÓN-NÁPOLES a todo color. Vivo, Alain Delon, capaz de meter sus propias flechas en el territorio sagrado del metro aunque le costara plata. A Estévez no le gustaba el tipo, esa manera prepotente de organizar el campeonato mundial por su cuenta, armar una carpa y dale que va previo pago de qué sé yo cuánta guita, pero había que reconocer, algo daba en cambio, no hablemos de Monzón y Mantequilla pero también las flechas de colores en el metro, esa manera de recibir como un señor, indicándole el camino a la hinchada que se hubiera armado un lío en las salidas y los terrenos baldíos llenos de charcos”. (Cortázal: “La noche de Mantequilla”).

Esto ocurría tal día como hoy, del año 1974, en Puteaux. Años atrás esta barriada había pasado a los anales de la historia del arte por haber acogido, en la casa de Jacques Villon, hermano de Marcel Duchamp-Villon, a los “orfistas”, que quisieron ampliar la teoría y la práctica del cubismo “ortodoxo”. A esas alturas del siglo sólo Calder y Georges Ribemont-Dessaignes hubieran podido asistir al evento. Pero el primero se había trasladado a Nueva York y el segundo, con 90 años, esperaba a la muerte, que llegaría ese mismo verano. Mucho antes Puteaux fue escogido por Belini para escribir “I Puritani”.
Carlos Monzón tenía un alcance kilométrico y un jab de izquierda muy certero, además de un cruzado de derecha que era en él como un rayo. Si yo pretendía acércame a él, le bastaba emplear el jab que era más bien un recto o simplemente estirar los brazos para mantenerme a la distancia que le convenía. Y cuando por fin podía penetrar en su guardia mis golpes no le surtían mayor efecto, y sí, por el contrario, los suyos me cimbraban de pies a cabeza. Si no caía a la lona se debía a la condición física que llevaba. Por fin, concluido el sexto, ante la evidencia de que no tenía ninguna posibilidad de victoria debido más que nada a la gran diferencia en el tonelaje, decidimos dejar las cosas por la paz para no exponerme a recibir más castigo que afectara mi salud.” (“Mantequilla” Nápoles)
El bueno de “Mantequilla” Nápoles, estilista donde los hubiera, quedó plano e indistinguible apenas, como un hermético retrato cubista; como una rebanada de hogaza sobre la que se hubiera extendido su remoquete. Siguió en posesión de la corona de los welter, pero ya por poco tiempo. Y todo se fue encaminando hacia las baldías calles de Ciudad Juárez. Dijo, y lo retiró, que Monzón le había metido el dedo en el ojo y que lo había dejado viendo “parahelios”.
No puedo por menos de recordar a la Belter (¿werter?) de la que mi primo era co-partícipe. Allí vieron comenzar su carrera Tony Ronald, Victor Manuel…y acrecentarla los Tres Sudamericanos, Manolo Escobar y otros portentos. Incluso una prima segunda mía, y de mi primo, probó suerte. Era el tiempo de las / los cantautores / cantautoras: canción protesta, vamos. Grabó una cara “A” memorable: “Me llaman loca”. La cara “B” creo que estaba en blanco. El disco no ayudó a aumentar su crédito: le siguieron llamando loca durante décadas y, además, añadían: “sí, sí…. ¡la de la canción!” La guitarra cuelga de una alcayata en el comedor de su casa como recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue. Un callejón sin salida.
No le fue mejor a Monzón. 14 años después del combate mentado, el 14 de febrero de 1988, a las 6 de la mañana, para ser exactos, se eclipsó la estrella del “Escopeta”, brutal y hábil boxeador. El día anterior, Alicia Muñiz, actriz, había aparecido por el domicilio de su ex (¿) con la excusa de recoger al hijo compartido. La cosa acabó a las tantas en el club Peñarol, después de haber recorrido medio Mar del Plata dejando una estela sórdida, que incluía vasos de tubo a medio consumir, colillas de maría, polvillo blanco, olor a cadaverina y psicofonías desvergonzadas. Me ahorro los detalles. 

Lo que no puede obviarse es la fecha: San Valentín. Fue por eso que se hizo más patente el desamor. Si hubiera sido, pongamos, el 21 de marzo, la cosa no hubiera pasado a mayores…Pero fue el 14 de febrero, día de san Valentín y los corazones iban a 193 golpes por minuto.
 Ya en casa, el mismo continente propició un giro en la conversación hacia la pensión alimenticia y demás. Monzón se le tiró al cuello y antes de que acabara de enumerar todos los ceros, le apretó el cuello hasta que pareció, por sus ojos fijamente atentos, que hubo entendido. Aún le quedó resuello para añadir un cero. Monzón, desgracia de hombre, la tomó en brazos, como cuando la primera vez, y la arrojó por el balcón. Ella, 32 años, quedó cubistamente descuajeringada. A lo criminal añadió ridículo: se lanzó al vacío en calzones de ring. Sufrió contusiones y lesiones “menos graves”. Maximiliano, el hijo, dormía a pierna suelta. Todo un “bolero de despecho”.

Todos los participantes en la investigación eran novatos. Pero la cosa era tan clara que pudieron salir airosos y no tuvieron en cuenta el que adujera una fuerte neuralgia que le hizo perder la cabeza.
Cuando salió del hospital lo condujeron a la prisión de Santa Fe. Pasados 6 años le redujeron el grado, por buena conducta, y pudo hacer alguna que otra salida. En una de ellas, el 8 de enero de 1995, se estampó con su automóvil.
Cortázal pudo haber escrito, de haber perseverado, una novela río con estos mimbres.


Díganme Uds. si Discepolín no llevaba razón.
Si hay algo sobrevalorado en la “weltanschauung” de la nueva clase media, si es que puede aplicarse tal concepto a tan miserable constructo, es el “amor” con todo el campo semántico que cubre. Es un surtidor de desgracias. Como diría Falstaff del “honor”, es una “palabra”, un “aire que vuela”, “no tiene dotes de cirujano”. “¿Puede el amor llenarnos la panza?”. ¡Qué grandeza (y qué ligereza) la de Falstaff encajando la burla y convirtiéndola en ocasión para la argucia ajena!
Y es que yo me cago en el amor (como diría el otro) y de paso en la maternidad, en la neo-mística que la envuelve. Con tanto niño suelto… ¿para qué quieres uno TUYO? Sólo hay una cosa más miserable que un hijo: ¡un padre!


Falstaff desea su veranillo de San Martín; “echar un poco de vino sobre el agua del Támesis” y urde una tramposa trama. Descubierto y sometido a escarnio, encaja el golpe con gracia y donosura. También “Zeus” vistió cuernos en alguno de sus lances amorosos. Sin ir más lejos, “Europa” fue raptada por un cornudo. 
Hagamos un amor risueño: “Boca besando, no pierde felicidad / Al contrario, se le renueva como la luna”. Una atmósfera mozartiana…pero creada por un anciano. ¡Qué diferencia entre el testamento wagneriano (“Parsifal”) y este “Falstaff” con el que Verdi quiso hacer mutis por el foro.



Es magnífico comprobar como “esa montaña de tocino”, ese bebedor, cobarde, presuntuosos y mujeriego, surgido de un rincón anecdótico de “Enrique IV”, pudo convertirse en uno de los grandes personajes de la literatura mundial. Ese contrapunto, esa excusa, pudo devenir primera figura, capaz de retorcerle el cuello a la Tragedia y convertirla en Comedia. Ya en la segunda parte de “Enrique IV” se ha adueñado de la escena. Entronizado “Enrique V”, su alumno adelantado, cuando esperaríamos la apoteosis de Falstaff, presenciamos su repudio: “no te conozco, viejo”.


Hemos escuchado las campanadas de medianoche, maese Shallow”
Su muerte se anuncia no bien comenzada “Enrique V”.
Pero un personaje tal no puede tener una muerte tan anónima, sin antes haber desplegado todos sus dones e ingenio. Isabel I le pidió a Shakespeare que tramara alguna cosa para un Falstaff enamorado. Nunca sabremos las verdaderas intenciones de la reina: burla, humillación, simple comicidad…De ese deseo surgió (¿) “Las alegres comadres…” y de “Las alegres comadres…” el estupendo libreto de Arrigo Boito y del libreto, el derroche de imaginación musical y de humanidad ilustrada en que consiste la obra de Verdi, estrenada tal día como hoy, del año 1893.
Tras “Otello”, Verdi, había decidido dejar la escena y centrarse en su recién inaugurado Hospital-residencia para músicos necesitados (que todavía funciona), en su huerto de Busseto y en ayudar a los recelosos campesinos de la región en la mejora de sus “sistemas productivos”. Tenía 74 años. Boito le tocó el punto flaco: Shakespeare; y le envió el libreto de “Falstaff”. A Verdi le gustó. Empezó el trabajo en 1890. Murió su entrañable amigo Mucio. Siguió trabajando todo el 91. Y casi todo el 92. Mientras tanto dirigió por última vez una orquesta en público, en La Scala de Milán, naturalmente: Fue en el centenario del nacimiento de Rossini. En septiembre la suerte estuvo echada: “Tutto è finito. Va, va, vecchio John”. Se acordó el día 9 de febrero del año 1893 para su estreno, en La Scala de Milán, naturalmente. Verdi tenía 80 años.
Y es un prodigio que tras una vida, como todas, por lo demás, llena de tristezas (a los 30 ya años había perdido a sus dos hijos y a su compañera) pudiese dar a luz esta hermosura que algunos consideraron poco melodiosa. Y es que su fecundidad melódica es tan espesa y variada que las melodías pasan, como esbozos, a tal velocidad que resulta difícil de asimilar. Es un continuum musical donde no caben los “recitativos” ni las “arias” propiamente dichas. Wagner, que hacía 10 años que había muerto, se agitaría en su tumba.
No hubo más Shakespeare. Ni más óperas. Se centró en un “Te Deum” y en un “Stabat Mater” que se vio intensificado por la muerte de Giuseppina, su leal compañera durante 60 años. Murió el 27 de Enero de 1900, en Grand Hotel de Milán. Su habitación se conserva tal como él la dejó.
Quiero que mi funeral sea sumamente sencillo y que tenga lugar al amanecer o a la hora del Ave María, sin música ni canto. Bastará con dos sacerdotes, dos velas y una cruz”. Así discurría el acto aquella mañana brumosa en el cementerio municipal de Milán. Ya habían abierto la tumba de Giuseppina para introducir los restos del músico cuando una multitud, que seguía la ceremonia de lejos, se descolgó con un “Va, pensiero, sull’ali dorate…” que estremeció a toda Italia: “VIVA VERDI”.
Actualmente reposan en la “Casa di Riposo per Musicisti” (Casa Verdi), en Milán, naturalmente.
Mi versión preferida por encima de la de Von Karajan y la de Toscanini es la de Carlo Maria Giulini con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles y con Bruso, la Ricciarelli, la Hendricks y demás…

El mundo es una burla y el que ríe el último ríe mejor.

RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...