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lunes, 13 de mayo de 2013

Propuesta para hoy 13- 14 de mayo. SEGUNDA SERIE. Lou, Nietzsche y Rée: La "Trinidad". Ravaillac.

P

Asteriscos * remiten a efemerísticas razones. vean Vds. las propuestas para el 25 de abril , la del 5 de mayo y la del 27 de mayo (inédita). SEGUNDA SERIE.

1.



http://kinomoriarti.blogspot.com.es/2014/05/propuesta-para-hoy-dia-5-de-mayo.html 

El día 13 de mayo del año 1882, Nietzsche, procedente de Basilea, es recibido por Rée, Lou y su madre, en la estación de Lucerna. La visita a Overbeck ha sido rápida, un respiro para su agitado corazón y una retirada para intentar poner las cosas en claro: “los buenos oficios romanos de Paul Rée en su favor le parecían insuficientes y quería conversar el asunto personalmente conmigo” (L.A.S.).
Con seguridad Rée, tras acompañar a Lou y a su madre a Zurich, se encontraba en la estación de Locarno el día 16 de mayo de camino a su finca familiar de Stibbe, cerca del Báltico y Friedrich se encontraba de vuelta en Basilea, antes de recalar en Naumburg. Es de suponer que el filósofo llegaría cansado, así que lo que paso a relatar ocurriría el día 14 de mayo del año 1882.

Cuando legó el tren y el filósofo puso el pie en el andén, realizó al pie de la letra lo que sus amigos, divertidos, habían conjeturado que haría.

Dejó su maleta de viajante de comercio sobre el enlosado, se ajustó las gafas y giró la cabeza como la niña del exorcista. Localizado el grumo, fue hacia él. Saludó primero a la señora madre, a quien entregó une petit fleur*, después a su amigo y, finalmente, con ojos de miope cordero degollado, retuvo la mano izquierda de Lou entre las suyas, sudadas por la excitación. Los tres se miraron y una sonrisa, cómplice e idéntica, envolvió la escena como un regalo de Pascua. Y sin soltarle la mano la condujo, decidido, al exterior… tal como había estado ensayando en Basilea con el profesor y teólogo Overbek, paisano, por cierto, de Lou, y allí, en el exterior, le presentó el plan que traía estudiado. Cuando se separaron Lou tenía marcados (a fuego) los dedos de Friedrich en el dorso de su mano izquierda.

Al día siguiente, pues del día 13 desconozco la continuación, se vieron después del desayuno y nuevamente, Nietzsche, atrapó la mano de la jovencita, que, mirando hacia atrás, se dejó arrastrar míticamente.

Quedaron para comer todos juntos.

Tomaron el camino hacia Tribschen y retrocedieron diez años en el tiempo. Allí, a la sombra de la que había sido casa de Wagner (financiada por Luis II), un Nietzsche vergonzosamente nostálgico y sentimental, le volvió a pedir la mano que, para martirio de la joven, aún se mantenía apresada, en la húmeda garra del superhombre. Lou le explicó cuál era su idea de la “trinidad” que pretendía: una comunidad libre, dedicada al pensamiento, ajena a la posesión de la carne… Nietzsche no lo veía claro. Tampoco, en realidad, él era imprescindible, de hecho fue un imprevisto y, finalmente, un obstáculo infranqueable. Aunque, de momento, aceptó la idea. Friedrich lloraba sin pudor acordándose de que, en este momento, del año 1869, mientras en París, Renoir y Monet, en les Grenouilleres del Sena, inventaban el impresionismo, él “(…) una mañana primavera…se encaminó por un romántico sendero hacia la encantadora Triebschen, que está situada en una mágica soledad al pie del Pilatus y sobre el lago de los cuatro cantones. Delante de la casa se paró y escuchó un acorde dolorido, continuamente repetido. Era, como mi hermano me descubrió más tarde, el pasaje del tercer acto de Sigfrido: “Herido me ha quien me despertó” (…)” Y se dejó impresionar.

Wagner estaba ocupado en el Sigfrido y esperaba un niño, a quien endosaría el heroico nombre. Nietzsche había sido invitado y tendría habitación reservada y mesa servida (a cambio de algo, como es natural)… hasta la desgraciada primavera del 72. Nietzsche estaba, por entonces, con el “Origen de la Tragedia”, que, a todas luces, no parecía tener fin. Ahora, el primero, se encontraba atareado preparando el festival que, este año, incluiría la primera representación de “Parsifal” (¡la puntilla!), y vislumbrando la muerte, en su paradójica casa (Wahnfried). El segundo, estaba deseando que este momento no tuviera fin y retornara eternamente. Lou, violenta, no sabía qué hacer… así que levantó la sesión, no sin antes prometerle una estancia en Tautenburg. Sobre la arena de la playa lacustre quedaron unos jeroglíficos que el filósofo había estado dibujando con su ridículo bastón, como Arquímedes, inmediatamente antes de ser atravesado por la espada del enemigo.

De vuelta tomaron una cerveza Löwengarten. La idea fue de Lou: pensó que era la única manera de conseguir que Friedrich  le soltara la mano.

Antes de comer se lavaron las manos. Nietzsche, se divisaba el Pilatus desde la ventana, pensando en la inocencia del devenir. Los demás, por razones de higiene. Aprovechando que era el 25 de Floreal, día dedicado a la carpa, comieron pescado del lago. Rée, conocedor de los gustos de su amigo, y con ganas de humillarle, le pidió, a los postres, un chocolate calentito. Media taza quedó prendida del mostacho. No hubo aguardientes. Nunca los había.

Dejaron a la señora madre en casa y salieron a dar una vuelta por las calles de Lucerna. Pasaron por la puerta de un prestigioso estudio de fotografía y a Nietzsche se le ocurrió una idea que de tan pueril, resultó genial (o al revés). La concreción de la idea fue una fotografía reveladora y verdaderamente lamentable: Sobre el fondo borroso del Jungfrau, envuelto en mortíferos matorrales, una carreta rústica, a todas luces, demasiado pequeña para el propósito. Sobre ella, Lou inclinada y apartada de la vertical (para salir en la foto) sostiene, en la mano izquierda, y sin mucha decisión, las riendas, que acaban en los brazos de la pareja masculina convertida en pareja de cabestros. Con la mano derecha sostiene, con amenaza poco creíble, una pequeña fusta coronada por un ridículo mazo de lilas. Los tres visten de oscuro, como en un entierro de Courbet. Los hombres lucen pajarita y la dama un cuello blanco, de puntilla. Rée es consciente del ridículo mayúsculo. Lou está deseando saltar del carromato y matar al ingenioso. Sólo Nietzsche muestra emoción: mira el lejano y elevado horizonte que les espera. Fue como una premonición: de la “trinidad” anunciada, el iluminado estaba de más.

Si tratas con mujeres, no olvides el látigo, diría el filósofo más tarde. Y digo yo si no lo querría para ponerlo en manos de la amada y saciar, así, su deseo de sacrificio. La fotografía, desde su primera aparición (1937) ha sido reproducida hasta la saciedad, que se dice.

Esa misma tarde el grumo se disolvió y cada cual siguió su curso. Seguiré informando.


2.


No se lo van a creer, pero así sucedió y así se lo cuento a Vds. Salí de la consulta con el urólogo a las 6’15. A las 6’30 ya estaba yo en la barra de la Bodegueta tomando una copa de cerveza.  A mi lado un cliente que más parecía un paciente, compartía conocimientos con uno de los camareros del local. La conversación era de enjundia, sólo al alcance de especialistas en historia de los borbones y sus derivaciones. Salió a relucir lo del cable en la pista de esquí de Canadá y otros infortunios ventajosos para la actual línea dinástica e, incluso, el nombre del pretendiente a la corona francesa. El cliente que parecía un paciente de urología, sentado en un taburete se doblaba sobre un plato de ensaladilla rusa a cuya vera descansaba, noble, una botella de vino de la casa y un vaso medio vacío.

–Me dejan Vds. boquiabierto. Sus conocimientos exceden con creces lo que el vulgo supone a clientes como nosotros.

–Así es. Las calles de nuestras ciudades son recorridas a diario por sabios ignorados.

–¿Puedo meter cuchara?

–Si habla metafóricamente, sí. Si lo que pretende con esa ambigua construcción es zamparse mi ensaladilla, no.

–La metáfora es mi medio natural, caballeros.

–¡Sea!

–Permítanme que empiece de forma un tanto brusca: ¿saben Vds. qué día es hoy?

Se miran, consultan el móvil, para no errar y responden al unísono:

–14 de mayo.

–¿No les dice nada esta fecha?

El cliente carga el tenedor pensativo. El camarero se acoda sobre la barra. Ninguno responde.

–Pues…es el día de Ravillac. El día en que ese místico enloquecido asestó dos puñaladas al primer Borbón.

Y asi, poco a poco, fui introduciendo la historia que paso a contarles.

**********************************************************************



Hay castigos que exigen un crimen. Ravaillac sabía de antemano lo que la vida le tenía reservado y, como lo sabía, actuó antes de que el destino se le viniera encima sin descubrir, pese a su gran inteligencia, las causas de su desgracia. Es algo general, aunque en el caso de Ravaillac fuera absolutamente hiperbólico. Estamos abocados a la desgracia y actuamos como si no pasara nada. Si Vds. supieran que alguien va por Vds. (no, no soy yo), actuarían antes del desenlace y acabarían con la amenaza. Eso es exactamente lo que ocurre: Van a por nosotros, oigan… ¡van a por nosotros! y nos quedamos de brazos cruzados esperando a que la amenaza se consume, cuando, en realidad, la cosa se va consumando poco a poco. Algo así como el experimento de la rana.

No entraré en la catadura moral del sujeto. Tampoco en la del rey. Pero la Gran Revolución Francesa lo dejó bien claro: le cortamos la cabeza al rey… ¡por serlo! Fue un acto ontológico. El pobre Ravaillac dio razones y nunca pidió clemencia.

Bien. El caso es que Ravaillac, natural de Angulema (cuyo “duque” sería objeto de una insensata investigación por parte de Bouvard y Pécuchet), tuvo una infancia realmente desgraciada, a la que había que añadir las tropelías de los hugonotes o, quizás, su desgracia estuviera unida a las tropelías de los calvinistas. Lo cierto es que lo pasó mal de verdad. Huyendo de la miseria y la ignominia, se largó (andando) a París: 425 quilómetros. Cuando llegó dijo que sufría alucinaciones, ora procedentes del infierno, ora, directamente de la divinidad. De las ampollas no dijo nada. El hambre y la devoción, por este orden, lo condujeron al convento de capuchino de la calle Saint Honoré (que después recalarían en la rue Charlot…ja, ja, ja) o al que la orden del Císter tenía en la misma calle… tanto da: quería comer y dotar de un fundamento teórico  su sed de venganza. Sin embargo, y pese a su religiosidad ruralmente fanática, no soportó el exceso de austeridad: no había venido a París a pasar más necesidad que en su casa natal. Así que se volvió al pueblo, donde encontró que su madre y hermanos habían sido abandonados por el cabeza de familia. Hambre, mendicación, cárcel… y nuevas visiones, que se fueron concretando: matar al rey de Francia, al “Buen Rey” Enrique IV, que había traicionado a la cristiandad por una misa. El bueno de Enrique había empezado la práctica de la “real politic” y centrado sus objetivos en “una gallina en el puchero de cada hogar”. Inauguró la putera saga de los Borbones (y lo de putera no es un juicio moral, he dicho que no entraría en juicios morales y no entraré. Es una descripción bastante exacta del comportamiento del linaje) y su belfo inconfundible. Había sido objeto de más de una decena de atentados que (en resumen y después de tanto esfuerzo en vano) lo dejaron mellado para toda la vida, mella que costó un descuartizamiento: era el precio del diente.

Y así, mellado, fue a visitar a su íntimo amigo (y ministro de finanzas) que estaba tan enfermo como las finanzas del reino.

Ravaillac, agotadas las ideas en los innumerables intentos anteriores, decidió recurrir a la socorrida puñalada trapera y familiar: lo haré “a mi manera*”, dijo para sí. Días antes del fatídico, según se mire, día 14 de mayo del año 1610, el pelirrojo vagaba por las arenosas orillas del Sena maldiciendo la catadura del rey falsamente apóstata e intentando apartar los adjetivos de su discurrir. Tomó posada en los alrededores del mercado. Y allí robó (¿) el arma del crimen. Tuvo que ponerle una nueva empuñadura. Armado con ese precario medio, de la decisión que brotaba de su miseria y religiosidad y del apoyo moral de los jesuitas, armó un plan simple (y común) pero que, a la postre, resultó eficacísimo.

El rey, sobre imponente carroza real, de camino a las Tullerías que, por entonces estaban siendo objeto de reformas y ampliaciones, tendría que pasar por la estrecha, cuatro metros, rue de Ferronnerie. Dos carromatos, similares al utilizado para la denigrante fotografía mentada, impedían el tráfico pesado. Cuando se detuvo el futuro catafalco, el tenebroso pelirrojo se abalanzó sobre el rey y le asestó dos puñaladas históricas: A la primera, el rey respondió con un vulgar “me han herido”; a la segunda, estuvo a la altura de la historia y lanzó un patriótico “¡no es nada!”… al tiempo que la sangre de la yugular, en un salto prodigioso, se mezclaba con el agua de los Inocentes. Ravaillac se dejó prender. Cuando lo mataron (¡eso es poco!) ya estaba muerto….

¡Ya les contaré el 27 de mayo!...y es que, como he dicho, hay castigos que merecen un crimen.
La primera medida fue abandonar las Tullerías y la segunda, ampliar la calle. Naturalmente tras dar buena cuenta del pelirrojo.




Den un salto y plántense en Le coeur couronné, un bistró un tanto perrero que hay junto al número diez de la calle del regicidio que, por supuesto, luce una plaquita en memoria del hecho. El ayuntamiento de París habrá gastado una verdadera fortuna en la conservación de la “memoria histórica”. Cualquier día me encontraré una placa que recordará mi estancia en cualquier tugurio de la metrópolis. Tomen asiento a una mesita de la inmensa terraza y pídanle al camarero que, además de adelgazar, les traiga un pernod. No le pidan una sonrisa, no le pidan un gesto amable… ¡les sajaría el cuello como un Ravaillac cualquiera! Díganle que van de mi parte…el tipo de los caracoles. Ahora, con las lluvias de mayo, los caracoles saldrán de las alcantarillas y se dirigirán directa y disciplinadamente a la cazuela del Corazón coronado. Es su temporada alta: productos de la tierra, anuncian.

Al pobre Ravaillac, como les contaré en su día, lo redujeron a partículas elementales, pero a Enrique IV le arrancaron el corazón, por lo demás, bastante hecho polvo. ¡Cuántos corazones yacen fuera de sus cuerpos, a la espera de que desplieguen su capacidad taumatúrgica! ¡Víscera asquerosa donde las haya!

Pese a su enemistad con los jesuitas, o quizás por eso, su corazón fue conducido a La Flèche, prestigiosa institución escolar donde Descartes, a la sazón, se encontraba entre sus arcadas, llenando su espíritu (¿) de dudas tácticas. ¿Fue el futuro filósofo-científico, tal como afirma Baillet, uno de los 24 pupilos elegidos para conducir el regio corazón hasta la capilla? Lo dudo: su “nobleza” no era lo suficientemente noble como para tal desempeño. Lo cierto es que, por lo menos, presenciaría el cortejo y oiría los claros clarines y los negros clarinetes*… Y allí sigue (el corazón). No sólo perdió la víscera (y la vida, como es natural), sino también el recipiente del entendimiento: Perdió cabeza y corazón.

Revolución / Contrarrevolución…la cabeza dando vueltas de aquí para allá…

Últimas noticias afirman que la cabeza, confirmada su pertenencia mediante estudios genéticos, está depositada en un banco. Desconozco a qué tipo de interés. Y ¿saben Vds. a quién está destinada?... ¡a Luís Alonso de Borbón!, sí, sí, el hijo de Alfonso de Borbón, hermano de Gonzalo, hijos, ambos, de Jaime de Borbón, hermano, que lo era, de Juan de Borbón, padre del ex rey Juan Carlos y, por lo tanto abuelo, de nuestro querido Felipe. El primo segundo de Felipe sexto sigue pretendiendo la corona de Francia.


Si han acabado los caracoles y, por una de aquellas, le ha quedado algún remanente, acérquense a Garches, esa parte de parís a la que nunca vamos, y visiten el Centro Cultural dedicado a Sidney Bechet. Por suerte no se estancó en el corte y confección. Una vez tuve todos los discos que gravó para Blue Note. Desaparecieron con el segundo expolio.


3.
“Dos cadáveres incinerados en un automóvil… La noticia venía fechada el 14 de mayo, en Chaumont” (El amigo americano”). Póngale música de Lou-Rée.
Puede, aunque ya saben Vds. que no fuera así, que algún espabilado quisiera hacer negocio con la casa aseguradora… pues tal día como hoy, se celebra en Sudamérica en general y en Perú, en particular, el día del seguro.












Propuesta para hoy, día 13 de mayo. SEGUNDA SERIE. Fátima. “Il Giro”. Novalis. Teresita de Lisieux. “Straperlo”. Juicio a Barrès.



(Asteriscos* remiten a razones efemerísticas).

El corazón, esa pieza de casquería incomible, se ha convertido, por obra y gracia de los maestros antiguos y modernos en órgano del sentimiento, en sinécdoque privilegiada y en reliquia incuestionable: Allá donde esté tu corazón, está tu tesoro… (o viceversa). ¿¡A cuántos se les ha despojado del corazón!? ¿¡Cuántos lo han perdido!? ¿¡A cuántos se lo han roto!? ¿¡A cuántos se les ha salido por la boca!?... ¡¿Cuántos lo llevan en la mano?! ¡¿Cuántos, en un puño?! Es verdaderamente repugnante. Sólo un cirujano, y por necesidad (y afición), puede soportar su palpitante presencia… y yo no soy cirujano.
Por ello es especialmente perverso, como por otra parte es natural, la insistencia de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en consagrar la humanidad entera a ese órgano repugnante: sea de la virgen o de su hijo. ¡La letra con sangre (abundante, repetida, a borbotones) entra! Enseguida verán el porqué de mi indignación.



1.
Corrían los tiempos de la “revolución democrática” en la tierra de los zares y en el horizonte ya se vislumbraba la gran ola de la “revolución permanente”, cuando en la “Cova de loca do cabeço” un ángel (o arcángel, según otros), se apareció a una terna de niños juguetones y desquiciados: Lucía, Francisco y Jacinta. El “ángel de la paz” les dijo que actuaba como vicario y que, de momento, fueran haciendo propaganda de la eucaristía y tal. Los niños, sin Wikipedia, no supieron a qué atenerse. Nadie en la aldea supo interpretar el concepto. Ni siquiera el cura. Unos hablaron de “carestía” y todos se mostraron de acuerdo: Estaba claro, no hacía falta que un ángel lo proclamara desde esa cueva, de nombre apropiado. La comida estaba cara y era escasa.

Tal día como hoy, del año 1917, cayó en domingo (aunque merecería haber sido jueves) pese a lo cual, la terna de desquiciados, cada vez más perturbados, salieron a apacentar el rebaño. El día era espléndido, radiante (que se dice). Apetecía tumbarse en la hierba fresca y masticar brotes de hierbas olorosas y adornarse el pelo con diminutas flores primaverales… Bueno, pues se metieron en una cueva, esta vez la de Iria, propiedad, supongo, de un principal del territorio…Y, cosa rara, se apareció una señora vestida de un blanco tan limpio y resplandeciente que la tomaron por capitalina, concretamente de la Alfama, famosa por sus aguas y lavanderas. He dicho “cosa rara” porque apareció sobre una encina (¿no estábamos en una cueva?), árbol mitológico y sagrado donde los haya, y, además, porque sólo fue oída por Lucía, la única que sobrevivió al desastre. Francisco dijo que la vio, pero no la oyó y Jacinta no dijo nada. Lo que oyó Lucía era para poner los pelos de punta: pasar las tardes rezando el rosario, volver todos los día 13 de mes, mortificarse… ¿Qué mortificación puede añadirse a las dos exigencias presentadas?





 El alcalde montó una fábrica de rosarios artesanales, hechos con cañamones engarzados con hilo de coser, para los humildes y con hermosas semillas de ricino para las fuerzas vivas. Y llegó el 13 de junio, día fatal para Jacintita y Francisco, pues les fue anunciada su temprana muerte: la gripe española se los llevó p’alante. Fue una profecía poco arriesgada, genérica, podríamos decir: la gripe española se llevó a millones… Aún tuvieron que pasar por el martirio del viernes 13 de julio y oír (y retransmitir), otra vez, lo de la penitencia, la mortificación, anuncios de guerra y otras calamidades (otra profecía extraña, estando, como se estaba, en plena Gran Guerra). Y, sobre todo, recibir de los mismos labios de la señora los “Secretos de Fátima”, que Juan Pablo II reveló a la cristiandad, siendo, por chivato, conducido, por dos veces, hasta los límites de la muerte. Antes de que estos ataques se perpetraran (con arma de fuego, uno y con bayoneta calada, el segundo), Pio XII, de la maldita saga de los Píos, en plena segunda Guerra Mundial, consagró, sin permiso de nadie, el mundo, destrozado, al Inmaculado Corazón de María… al tiempo que escupía contra la URSS con un gesto tan supersticiosamente mediterráneo y arrojaba gamadas bendiciones “urbi et orbe” a diestro y a diestro… y, de paso, declaraba el dogma de la Asunción de la Virgen.

Ya pasado el verano, el 13 de octubre, se presentó la señora por última vez y lo hizo a lo grande: enloqueciendo el sol (quizás afectado por las profecías de Novalis) y, de paso, a todos aquellos que dijeron presenciar el espectáculo. Aquella generación de “fatimitas” lo pasó realmente mal.

Por si el mundo se había olvidado de lo del corazón, Juan Pablo II, el “canonizador canonizado”, haciendo de tripas corazón, pues tenía más heridas que Carnicerito de Úbeda, y más vida que los gatos, volvió a repetir (1984) la consagración… curiosamente empezaba la primavera. ¡Caiga la maldición eterna, pues ellos tienen fe, sobre sus mitradas cabezas!

El verdadero milagro lo estaba sufriendo Apollinaire en sus carnes. No fue suficiente con que una esquirla traspasara su férreo casco y lo dejara con vida, tuvo que desembocar en una transformación asombrosa que le hizo producir verdadera leche materna. Por estos días del año 1917, era capaz de producir la suficiente como para preparar unos cortaditos a los asistentes a sus famosos” martes”. Se convirtió, de la noche a la mañana, en la “Virgen de la leche”. Fue su último prodigio antes de caer víctima de la gripe, dicha, española. El penúltimo fue sacarse de la manga la palabra “surrealismo” para aplicarla a ese montaje precursor que fue “Parade”.

2.
Volviendo al corazón como víscera: nadie lo tuvo más fuerte que Luigi Ganna, “il re del fango”, recorrió todo el escalafón de la industria edilicia, hasta alcanzar el grado de peón de primera, antes de alcanzar la gloria en la primera edición del “giro de Italia”. Se inició en las carreras en la misma bicicleta con la que cada día se hacía sus buenos cien kilómetros para poner argamasa. Reunía, pues, los dos requisitos: potencia y hambre… la rosada Gazetta dello sport, adelantándose al Carriere… puso el resto. La Gazetta, siempre inspirada en sus vecinos franceses, puso en marcha diferentes carreras más o menos locales (que han devenido “clásicas”): Giro di Lombardia, Milan-San Remo…en las cuales nuestro héroe empezó a distinguirse. Resaltar que el año anterior había quedado 5º en el Tour y 2º en la Milán-San Remo. El bueno de Ganna estaba dispuesto a todo, a la muerte incluso, antes de volver a los andamios.





No fue, sin embargo, hasta la primera edición del Giro (1909) que su carrera, nunca mejor dicho, alcanzó nombradía y produjo algún remanente. Tal día como hoy del año citado entre paréntesis, 127 ciclistas procedentes de dios (¿) sabe dónde, cruzado el noble pecho con caucho, que el miserable Leopoldo II iba surtiendo, se alineaban en la plaza de Loreto de Milán para dar comienzo a una de las gestas más dignas de admiración. De esos 127 sólo 49 volverían. Y esos 49, encabezados por Dario Beni, en la misma plaza que los vio salir, reconocieron la grandeza de Ganna, cuyo nombre, por lo demás, estaba predestinado a la victoria. De las ocho etapas, ganó cuatro: Bolonia-Chieti / Nápoles-Roma / Roma-Florencia  y  Génova-Turín. Se puso líder en la segunda etapa y mantuvo el liderato hasta su entrada, por el lado opuesto, a la innombrable plaza de Loreto, lugar desgraciado donde los haya: la matanza de partisanos y las colgaduras del Duce y la Petacci han forzado su desfiguración absoluta, de tal manera que, junto a la plaza de Lesseps de Barcelona, es una de las plazas más inhóspitas de la cristiandad. La estación de servicio Esso, que tuvo el honor de ser engalanada con los despojos, ha sido trasladada un poco más allá, siguiendo la arteria Rugero Leoncavallo que, por entonces, recogía los réditos de su “Matinata”, catapultada a la fama por Caruso y que, premonitoriamente, se refería al rosa:

“L’aurora di bianco vestita
Già l’uscio dischiude al gran sol;
Di già con le rose sue dita
Carezza de’ fiori lo stuol!...”

Fue con Giletti y Pavesi uno de “los tres mosqueteros” (hay más “tres mosqueteros” que “rutas del vino”). Pavesi tuvo el honor de ser el primer italiano que acabó el Tour, aunque lo hiciera con la ayuda de un rocino. Giletti, tras una aventura comercial relacionada con la fabricación de bicicletas, recaló en la tipografía y fundó “Arti Grafici Galetti” (Milán)… y como hoy (y todos los 13 de mayo) se celebra en Perú (o alrededores) el “día del tipógrafo”, en su memoria me pimplo un Dry estilo Buñuel (ya saben Vds.) que dará inicio al viacrucis cotidiano.

Una historia digna de un vallenato de Rafael Escalona*. El coronel que no tenía quien le escribiera ya había hecho un comentario similar.

Su aventura ciclista se adentró un poco más en el siglo XX: fue 3º en el Giro de 1910, tras ganar una etapa. Ganó la Milán-Módena y el giro dell’Emilia. Al año siguiente ganó la primera etapa del Giro (Sestrière) y fue testigo de las aventuras que sazonaron la edición: el pelotón, en las cercanías de Pompeya, tuvo que salvarse campo a través del ataque de una manada de toros y tuvo que cubrirse valientemente ante la acometida en toda regla de los campesinos del lugar que, tomates, berenjenas e insultos mediante, defendían sus cultivos contra la irrupción de la técnica. Cuando en la edición de 1912 se libró por los pelos de una caída generalizada, se quitó el cruzado mágico y se dedicó a otras cosas, entre las cuales, la construcción artesanal de bicicletas.

A estos esforzados de la ruta, que se dice, consagro mi corazón (como víscera). Y pido a las potencias celestiales (¿) que me devuelvan mi corazón (como símbolo). Y que el Papa, si lo desea, os entregue el suyo, junto con el páncreas y demás desperdicios y, si así lo deciden, el culo:   para recreo celestial… ¡a mí no me importa!

3.
Para milagros, los que salpicaron la vida y la posteridad de santa Teresita de Lisieux. El más bonito, el de la conversión de la Virgen de las Victorias en Virgen de la Sonrisa. Teresita siempre dijo que su infancia fue muy feliz, pero yo no la he creído nunca.



Demasiadas muertes y apreturas. Ella misma, pese a su afición a las rosas, nunca lució como ellas. Una noche se le agudizó la dolencia “histérica”, enfermedad de moda, que la atenazaba, y, en su desasosiego, dirigió, como último recurso, la vista a la virgen familiar (pues hay que anotar que la familia era devota por demás y que la niña fue obligada a seguir las devociones, cosa que, como se comprenderá, no ayudó al correcto desarrollo de sus facultades) la virgen la miró con sus ojos de cristal y, forzando la dureza del yeso cocido, le sonrió amablemente. Esa sonrisa fue como si Breuer y Freud la hubieran tratado. Sus síntomas desaparecieron y rápidamente se repuso. La virgen, por esa nueva victoria, pasó a ser de la “sonrisa”. Y sólo por este motivo, por inventar ese nombre tan hermoso, me cae bien Teresita… Y también por su relación con el “santo bebedor”, y con Edith Piaf. Relación que, como se imaginarán, no es casual, pues otro de los grandes milagros de la santa fue sacar a flote en convento de Gallípolis (Italia), endeudado hasta las cejas: después de muerta les envió dinero para cubrir las deudas y darse un pequeño capricho. Este derroche ocurría mientras los 123 ciclistas se disponían a tomar la salida en la plaza de Loreto (rival de Teresita) de Milán.

El “milagro de la sonrisa” ocurrió el 13 de mayo del año 1883. La niña tenía 10 años y era el día de Pentecostés.

4.
¡Hala! ¡La casa por la ventana!... dos meses después de la muerte de Sophie, su Beatriz niña-adolescente, Novalis se reencuentra con ella bajo la luz crepuscular del cementerio de Grüningen:

“Me sentía indeciblemente feliz. Me sobrecogieron relámpagos de entusiasmo. La tumba se desvanecía ante mis ojos como una polvareda. Los siglos eran como instantes. Su presencia era sensible y yo creía, a cada momento, que ella iba a aparecer” (¡hoy no ganamos para apariciones!)

Esta vivencia visionaria del poeta está fechada el 13 de Mayo de 1797. Y pudiera ser el punto de partida de ese largo proceso creativo que duró más de dos años. Pretender limitar los “Himnos…” de Novalis a lo estrictamente autobiográfico sería descender de lo universal a lo anecdótico. La vivencia amorosa y la experiencia religiosa personal cobran a través de los versos novalianos, vigencia universal y humana. (Valverde dixit).


La geometría novaliana no es la geometría cristiana de Dante. Sophie lo conduce por parajes ilimitado donde resuena el estruendo que producirá el vacío de la próxima y anunciada muerte de dios (¿será verdad?)). Novalis quiere pintar ese vacío de azul… ¡Ah, el azul de Novalis!...Nos devuelve a la “Casa del Padre” cuya única entrada es la muerte… Cada cual a su ritmo, pero si tarda, el mismo Novalis, ontológica y medievalmente, aficionado a las gestas guerreras, podría echar una mano. ¿Qué vio Novalis en la niña de 13 años que era Sophie? ¿qué belleza encontró en aquella niña que no le hacía ascos al vino ni a las puerilidades propias de la edad? No era, estaba a la vista, agraciada, ni poseía una inteligencia que la colocara por encima de las niñas de su edad…pero, en fin, los poetas son así. Sophie, muerta, se convirtió en la clave de su nueva concepción del mundo: Amor y muerte; luz y tinieblas; tiempo y eternidad… todos los contrarios se reunían sobre el túmulo del cementerio de Grüningen (actualmente un agregado de Greussen) y allí se disolvían, creando, digo yo, una ilusión de unidad, precisamente cuando la burguesía cimentaba su poder (sigan con Lukács…).

La pobre niña, comprometida desde los trece años, murió a los quince, de tuberculosis, como después lo haría su novio… (y millones) sin, ni siquiera, enterarse de que se convertiría en la musa póstuma  de un gran poeta-filósofo romántico. Notó que algo se removía en sus interiores, pero no supo a ciencia cierta de qué trataba. Nunca pensó ser un ángel, ni un arcángel, pero, así son las cosas, quien habla el último, habla mejor. Novalis estableció que Sophie fue su ángel mensajero de la religión de la noche y así quedó la cosa.

Sirva esta anotación para incitarles a la lectura, si lo consideran oportuno, de los “Himnos a la noche” del poeta sajón. En ellos la experiencia de la muerte de Sophie se convierte en una propedéutica no sé bien de qué, pero propedéutica, quizás a una ciencia de la nostalgia de los tiempos en los que el dominio estaba más sólidamente fundamentado. No puedo decir nada más.

Como ven Vds. el 13 de mayo atrae epifanías.

5.
Ahora, con su permiso, les remito a la “propuesta” del 24 de diciembre (si Vds. quieren enterarse del asunto que sigue). Los “tres mosqueteros” que, procedentes de Holanda, desembarcaron en la piel de toro, dispuestos a forrarse, tuvieron a bien, cubiertos por  Joaquín Gasa, propietario del Teatro Olimpia, organizar una revancha histórica por el bien de la marcha del negocio. Eligieron el estadio olímpico de Montjuic, recién construido y ya echado a perder y como púgiles, a dos pesos pesados ya un poco pasados: Paulino Uzcudun, de capa caída y al campeón Max Schmeling, devorador compulsivo de salchichas y chucrut, a quien la capa tampoco le ajustaba bien a los hombros. El alemán acababa, sin embargo de vencer a Joe Louis que destrozaría al año siguiente al fascista vasco.

La terna holandesa, de cuyos apellidos procede el nombre de “Straperlo” que nosotros “españolizamos” como “Estraperlo”, quiso, mediante este evento, crear las condiciones adecuadas para el chantaje y la publicidad: se trataba de colocar una ruleta, con el corazón trucado, en la mayor cantidad de casinos posible, naturalmente con participación del gobierno, que se llevaría una parte de las ganancias (lean la propuesta indicada). Todo saldría mal, pero antes veamos cómo se desarrolló “el match del siglo” (hay más “match del siglo” que “rutas del vino”).

La pelea se anunció para el 13 de mayo del 34, en pleno bienio negro y sus consecuencias ayudaron a la victoria del frente popular.



Estaba anunciada a doce asaltos. El toro vasco salió el jueves de Donostia. El viernes llegaron a Martorell… y otros cincuenta coches se unieron a los cuarenta que arropaban al chulo fascista. Tal era la riada que cuando el primer coche giró desde Pelayo hacia las Ramblas, los viajeros del último estaban tomando un vermut en el club de polo. Nunca se había visto nada igual. El sábado acudieron a las oficinas del “Mundo Deportivo”: Uzcudun le sacaba 10 kilos al alemán, que pesaba 85.

La mañana del domingo amaneció radiante. Sobre la hierba del estadio habían construido tres rings, dentro de los cuales, y desde las once de la mañana, estarían machacándose treinta púgiles a razón de cuatro asaltos por pareja, como personajes de microrrelatos. Cuando a las dos de la tarde, tras analizar concienzudamente cuál de ellos estaba más presentable, retiraron dos de los tres cuadriláteros, pasaron la manguera y la cosa empezó en serio: tres combates a 10 rounds, a los que seguiría el plato fuerte. La velada acabaría con un enfrentamiento pluma entre el héroe local Josep Gironés vs. el galo Leo Hermal. Treinta mil espectadores, sin contar la multitud de gladiadores, y una bolsa descomunal.

El alemán había recalado en Sitges hacía meses. Allí entrenaba por las mañanas y se destrozaba el hígado por las noches. En todo momento fue consciente de la utilidad del combate de cara al establecimiento del verdadero negocio que no era otro, como ha quedado dicho, que la instalación de ruletas (“Straperlo”) con el corazón trucado en el máximo de casinos posible. Que el juego estuviera prohibido, era el menor de los obstáculos, pensaron.
Su fuerte era su refinada técnica, su amplitud de movimientos y una derecha demoledora. Uzcudum, antiguo aizcolari, aportaba una mandíbula de granito, y una izquierda capaz de derribar los broncíneos caballos de Gargallo.

El primer asalto fue de tanteo, pero, a pesar de eso, un upper del alemán estuvo a punto de noquear al vasco. El asalto se lo anotó el alemán. Hasta el quinto asalto el alemán fue amontonando puntos de forma discreta. En el sexto, un crochet de derecha rompió la ceja del aizcolari. Siguió un derecho cruzado (noveno asalto) que le rompió el pómulo izquierdo. El idiota vasco pensaba que iba ganando y lanzaba la izquierda como si lanzara peladillas a los niños. Para desgracia del teutón uno de esos izquierdazos fue a dar en su mentón y, tras un momento de desconcierto, una lluvia de golpes estuvo a punto de lanzarlo a la lona. Cuando parecía que Uzcudun se llevaría la parte del león, sonó el gong. En el último asalto jugaron al escondite. Uzcudun, con la cabeza como si acabara de sacarla de una artesa de pintura roja, daba saltos para presionar, pensaba, a los jueces. Los saltos estaban de más: la impresión fue inolvidable. Gasa, el promotor visible, hizo honor a su nombre y envolvió aquellas enloquecidas cabezas con toda la amplitud de su apellido.

Dos jueces declararon un empate y el tercero, la victoria del alemán; así que el combate fue declarado “nulo”, “nulidad” que se resolvió en Berlín a favor de Schmeling. Por si fuera poco, el asesino vasco fue vapuleado, al año siguiente, en el Madison, por el “bombardero de Detroit”. A Uzcudun no le quedó más que el puesto de chófer del principal estafador: Strauss. Acabada la revolución española demostró su verdadera naturaleza sádica y la mostró orgulloso por los pueblos de la cornisa vasca.

Infórmense Vds… porque a mí me dan arcadas.

Cuando los espectadores volvieron a casa, los canelones aún seguían allí.

Uzcudun, como tantos, murieron sin ser juzgados. Del susto, cuando murió el Generalísimo, le atacó una parálisis que lo envolvió en un halo de conmiseración. “Juguete roto”, se arrastró hasta mediados los ochenta.

6.
Tal día como hoy, del año 1921, Breton y los suyos sometieron a juicio público a Barrès, “el príncipe de la juventud”, que, de unos inicios casi anarco-sindicalista, desembocó en una adultez miserable y fascista. Fue un hecho memorable, que marcó la ruptura definitiva con Dadá que, a esas alturas, había perdido su sentido y seguía empeñado en suspender el juicio. Pero todo tiene su comienzo…



Breton, Aragon y Soupault (“los tres mosqueteros”) y otros secuaces de Littérature, reunidos en el Certa, bar, ahora inexistente, frecuentado por obreros vascos, bebían Picon citron en memoria de Apollinaire. Aquí hay que anotar que, algunos, pues la disidencia estuvo ya presente en el origen, pidieron un Pick me Hup e, incluso, alguien, a escondidas, se pimpló un Kiss Me Quick. Un “umor” fúnebre se extendía por el establecimiento. Breton, el más compungido, pues a la desaparición del “poeta asesinado”, había que añadir la excesiva muerte, que Bretón calificó de umorístico suicidio, de su admirado Vaché…  y su natural sectario, clamaba por la venida del profeta Tzara, al que Suiza, tras la guerra, se le había quedado pequeña.  Allí cundía, como he dicho, la desolación, “cierta timidez” y “la buena crianza”. Tzara prendería fuego a la mecha, pensaban. Mientras tanto había que ir preparando la llegada. Se propusieron “matinés” poéticas que enturbiaran las aguas bautismales del Jordán parisino. “Tzaratustra” bajaba de las montañas helvéticas (¿er béticas?) con un mensaje tan contundente (como ineficaz): “épater les bourgeois” (o algo parecido).

Iba a ser la hostia



Apareció el día que, precisamente, después de varias salidas infructuosas, nadie había ido a recibirlo. Se dirigió a casa de Germaine (y de Picabia, que siempre fue un poco a la suya) y allí, de manera harto desconsiderada, sobre todo teniendo en cuenta que allí habitaba un niño nacido dos semanas antes (ante la indiferencia de su padre y de Breton, recién conocido) instaló sus reales y su corte. Cuando “los tres mosqueteros” (más Élouard) acudieron a presentarle sus respetos, en vez de un “Tzaratustra”, se encontraron con una especie de enano japonés o, quizás, mongol. Pasada la primera sorpresa se pusieron manos a la obra: la primera “matiné” del Palais de Fêtes, algo lamentable. A esta primera declaración sucedieron otras. Tzara, en efecto, había prendido la mecha: Grand Palais, Club Poldès du Faubourg, Thêatre de la Maison de l’Oeuvre… pero el barril de pólvora no explotaba. Dadá se estancaba como el río Meandro de la antigua Mileto, dando vueltas sobre sí mismo. Breton y los suyos querían clarificación política… ¡ya estaba bien de del “señor Antipirina”!

Entretanto Breton perdió el apoyo financiero (¿) de la familia y rompió con la medicina. Valery, por respeto a su padre, le consiguió un trabajillo: joven de recados de la Editorial Gallimard. También tuvo la oportunidad, en medio de comodidades sin cuento, de ayudar a Proust a revisar su “Mundo de Guermantes” que cuando se publicó a pareció con una “fe de erratas” de más de doscientas correcciones.

Llegó la primavera y la cosa seguía igual. Los revólveres de Breton no se disparaban nunca; las amenazas de destrucción universal de Tzara no pasaban de romper un paraguas en la cabeza del más tonto de los espectadores. Las fisuras empezaron a convertirse en grietas: por una parte Tzara y Picabia y por otra “Litterature”. Y siguieron las chorradas: Salle Gaveau (rue Boétie), espectáculo de “una vulgaridad y pobreza que dejaban sin excusa tanto a la una como a la otra” (S.B.).

En junio ocurrió algo que suavizó el humor de Breton y marcaría los años por venir. Así lo cuenta Simone:

“Era un día muy soleado en los Jardines del Luxemburgo cuando encontré a los tres amigos. Breton era un joven delgado y pálido, que mantenía una cierta elegancia a pesar de su pobreza. Ya tenía esa mirada leonina que contribuyó a su leyenda…”No soy dadaísta, sabe usted”, le dije sin miramientos, después de que nos presentaron. “Ni yo”, me respondió, con una sonrisa que conservó toda su vida siempre que tenía reservas acerca de una de sus posturas doctrinales. Después de eso, la conversación giró hacia temas que nos eran caros a ambos” (Simone Kahn, después Breton)

Tras el verano y medio otoño, siguió la desconfianza: Litterature se internaba en lo político, renunciando a la poesía y Picabia (que seguía con su 391), secundado por Tzara, montaban la sonada exposición en la sala  Povolozky (rue Bonaparte): Allí se mezcló lo peor, vestido de etiqueta. Y cuando digo lo peor, digo lo peor: ¡Cocteau! haciendo el gracioso y secundado por miembros de su coalición musical, Les Six. Sólo fue memorable la receta “para hacer un poema dadaísta”. La lectura acabó con la palabra “aullido”, repetida tantas veces, o casi, como las “Vexations” de Satie. Los “tres mosqueteros” aullaron “¡Lamentable!” “¡Idiota”! y dieron un portazo…como el que daría Tzara en el juicio a Barrès.

La cosa no tenía arreglo, se deslizaba por la pendiente del ridículo y la diversión sin sentido. Por otra parte, los fondos se acabaron, el tiempo había que repartirlo con Simone y había que buscarse algún trabajillo…Breton consideró un éxito dejar el apartamento de Soupault para instalarse en la menesterosa calle Delambre. Y como dios (¿) aprieta, pero no ahoga (¡¡), fue contratado por el prestigioso modisto, y coleccionista de arte, Doucet que, por entonces vestía a medio París, incluyendo a la valiente y hermosa Sarah Bernhardt que, por entonces, estaba a un paso (¿a una pierna?) de la muerte.

Breton y Aragon siguieron con interés la evolución del Partido Socialista y su conversión en PCF. Intentaron un acercamiento, pero las absurdas exigencias, y el mal gusto, les hicieron desistir.

Enero de 1921. Dadá reanudó las reuniones del Certa. Breton empezó a apoderarse del movimiento y a dotarlo de un contenido “moral”, por así decir. Todos estuvieron de acuerdo en la necesidad de no dejar morir a Dadá, sólo que Breton pretendía que la supervivencia de Dadá pasaba por su desaparición. Fue entonces cuando apareció “Liquidation”, un ejercicio de calificación-descalificación que mostraba públicamente las afinidades y las fobias de Litterature. Y tras esa incursión vinieron las excursiones a lugares que “no tienen una razón real de existir”, por ejemplo, Saint-Julien-le-Pauvre, que tuvo el honor de ser el primer, y fracasado, objetivo: bajo una lluvia persistente, acabaron todos pidiendo Picon citron en una taberna de los alrededores, como si de un vulgar entierro se tratara. Tzara se había desgañitado, como siempre. Picabia, acosado por un herpes oftálmico, se ahorró el chaparrón. A este fracaso se sumó el asunto de la exposición de Max Ernst. Sus collages, a él se le negó el visado, mostraron en qué consistía la belleza proclamada por Ducasse: Abrían los objetos cotidianos a la posibilidad de una belleza inesperada y “convulsa”. La exposición fue un exitoso fracaso. Picabia, además, se “puso verde de envidia” y rompió, definitivamente, con los dadaístas. Estaba hasta la coronilla de la “seriedad”, ¿pompa y circunstancia?, de Breton que, dio un paso más con el controvertido “Juicio a Barrès”…

¡Al fin hemos llegado al principio!

Así que a las 9’30 de la noche en la Salle des Societès Savantes, rue Danton, se abrió la sesión. No era una pura farsa. Había detrás todo un estudio de los procedimientos judiciales y una seria documentación. Había, además, asesores, acusación, defensa, fiscal, testigos, jurado , vestidos con hospitalarias batas blancas y birretes de diferentes colores según su función en el proceso y, puesto que Barrès no acudió, una réplica, bigote incluido, del acusado que, impasible, eludió la pena de muerte por veinte años de trabajos forzados. Allí el único que murió fue Dadá…pues de eso se trataba en el fondo.
Tzara, testigo, dejó bien claro su “profundo disgusto y antipatía” por todo juicio. Dadá no juzgaba. Breton, SÍ. Era necesario poner las cosas en claro. ¿De qué parte estaba Dadá?

“Come chocolate
Lava tu cerebro
Dadá
Dadá
Bebe agua…etc”

Y se fue dando un portazo… como aquel que resonó en la sala Povolovsky.

Tras esto sólo restaba la aparición de Peret como “soldado desconocido”, y las conclusiones… en medio de un alboroto sin precedentes.



De nada sirvieron los inmediatos intentos de acercamiento entre Bretón y Tzara. El grupo del Certa se fue constituyendo como el corazón del futuro movimiento surrealista.






RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...