(Asteriscos* remiten a razones efemerísticas).
El corazón, esa pieza de casquería
incomible, se ha convertido, por obra y gracia de los maestros antiguos y
modernos en órgano del sentimiento, en sinécdoque privilegiada y en reliquia
incuestionable: Allá donde esté tu corazón, está tu tesoro… (o viceversa). ¿¡A
cuántos se les ha despojado del corazón!? ¿¡Cuántos lo han perdido!? ¿¡A
cuántos se lo han roto!? ¿¡A cuántos se les ha salido por la boca!?...
¡¿Cuántos lo llevan en la mano?! ¡¿Cuántos, en un puño?! Es verdaderamente
repugnante. Sólo un cirujano, y por necesidad (y afición), puede soportar su
palpitante presencia… y yo no soy cirujano.
Por ello es especialmente perverso, como
por otra parte es natural, la insistencia de la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana en consagrar la humanidad entera a ese órgano repugnante: sea de la
virgen o de su hijo. ¡La letra con sangre (abundante, repetida, a borbotones)
entra! Enseguida verán el porqué de mi indignación.
1.
Corrían los tiempos de la “revolución
democrática” en la tierra de los zares y en el horizonte ya se vislumbraba la
gran ola de la “revolución permanente”, cuando en la “Cova de loca do cabeço” un ángel (o arcángel, según otros), se
apareció a una terna de niños juguetones y desquiciados: Lucía, Francisco y
Jacinta. El “ángel de la paz” les
dijo que actuaba como vicario y que, de momento, fueran haciendo propaganda de
la eucaristía y tal. Los niños, sin
Wikipedia, no supieron a qué atenerse. Nadie en la aldea supo interpretar el
concepto. Ni siquiera el cura. Unos hablaron de “carestía” y todos se mostraron de acuerdo: Estaba claro, no hacía
falta que un ángel lo proclamara desde esa cueva, de nombre apropiado. La
comida estaba cara y era escasa.
Tal día como hoy, del año 1917, cayó en
domingo (aunque merecería haber sido jueves)
pese a lo cual, la terna de desquiciados, cada vez más perturbados, salieron a
apacentar el rebaño. El día era espléndido, radiante (que se dice). Apetecía
tumbarse en la hierba fresca y masticar brotes de hierbas olorosas y adornarse
el pelo con diminutas flores primaverales… Bueno, pues se metieron en una
cueva, esta vez la de Iria,
propiedad, supongo, de un principal del territorio…Y, cosa rara, se apareció
una señora vestida de un blanco tan limpio y resplandeciente que la tomaron por
capitalina, concretamente de la Alfama, famosa por sus aguas y lavanderas. He
dicho “cosa rara” porque apareció sobre una encina
(¿no estábamos en una cueva?), árbol mitológico y sagrado donde los haya, y, además, porque sólo fue oída
por Lucía, la única que sobrevivió al desastre. Francisco dijo que la vio, pero
no la oyó y Jacinta no dijo nada. Lo que oyó Lucía era para poner los pelos de
punta: pasar las tardes rezando el rosario, volver todos los día 13 de mes,
mortificarse… ¿Qué mortificación puede añadirse a las dos exigencias
presentadas?
El alcalde montó una fábrica de rosarios
artesanales, hechos con cañamones engarzados con hilo de coser, para los
humildes y con hermosas semillas de ricino para las fuerzas vivas. Y llegó el
13 de junio, día fatal para Jacintita y Francisco, pues les fue anunciada su
temprana muerte: la gripe española se los llevó p’alante. Fue una profecía poco arriesgada, genérica, podríamos
decir: la gripe española se llevó a millones… Aún tuvieron que pasar por el
martirio del viernes 13 de julio y
oír (y retransmitir), otra vez, lo de la penitencia, la mortificación, anuncios
de guerra y otras calamidades (otra profecía extraña, estando, como se estaba,
en plena Gran Guerra). Y, sobre todo, recibir de los mismos labios de la señora
los “Secretos de Fátima”, que Juan
Pablo II reveló a la cristiandad, siendo, por chivato, conducido, por dos
veces, hasta los límites de la muerte. Antes de que estos ataques se
perpetraran (con arma de fuego, uno y con bayoneta calada, el segundo), Pio
XII, de la maldita saga de los Píos, en plena segunda Guerra Mundial, consagró,
sin permiso de nadie, el mundo, destrozado, al Inmaculado Corazón de María… al
tiempo que escupía contra la URSS con un gesto tan supersticiosamente
mediterráneo y arrojaba gamadas bendiciones “urbi et orbe” a diestro y a diestro… y, de paso, declaraba el dogma
de la Asunción de la Virgen.
Ya pasado el verano, el 13 de octubre,
se presentó la señora por última vez y lo hizo a lo grande: enloqueciendo el
sol (quizás afectado por las profecías de Novalis) y, de paso, a todos aquellos
que dijeron presenciar el espectáculo. Aquella generación de “fatimitas” lo pasó realmente mal.
Por si el mundo se había olvidado de lo
del corazón, Juan Pablo II, el “canonizador
canonizado”, haciendo de tripas corazón, pues tenía más heridas que
Carnicerito de Úbeda, y más vida que los gatos, volvió a repetir (1984) la consagración… curiosamente empezaba la primavera. ¡Caiga la maldición eterna,
pues ellos tienen fe, sobre sus mitradas cabezas!
El verdadero milagro lo estaba sufriendo
Apollinaire en sus carnes. No fue suficiente con que una esquirla traspasara su
férreo casco y lo dejara con vida, tuvo que desembocar en una transformación
asombrosa que le hizo producir verdadera leche materna. Por estos días del año
1917, era capaz de producir la suficiente como para preparar unos cortaditos a
los asistentes a sus famosos” martes”. Se convirtió, de la noche a la mañana,
en la “Virgen de la leche”. Fue su
último prodigio antes de caer víctima de la gripe,
dicha, española. El penúltimo fue
sacarse de la manga la palabra “surrealismo”
para aplicarla a ese montaje precursor que fue “Parade”.
2.
Volviendo al corazón como víscera: nadie
lo tuvo más fuerte que Luigi Ganna, “il
re del fango”, recorrió todo el
escalafón de la industria edilicia, hasta alcanzar el grado de peón de primera,
antes de alcanzar la gloria en la primera edición del “giro de Italia”. Se inició en las carreras en la misma bicicleta
con la que cada día se hacía sus buenos cien kilómetros para poner argamasa. Reunía,
pues, los dos requisitos: potencia y hambre… la rosada Gazetta dello sport, adelantándose al Carriere… puso el resto. La Gazetta,
siempre inspirada en sus vecinos franceses, puso en marcha diferentes carreras
más o menos locales (que han devenido “clásicas”): Giro di Lombardia, Milan-San
Remo…en las cuales nuestro héroe empezó a distinguirse. Resaltar que el año
anterior había quedado 5º en el Tour
y 2º en la Milán-San Remo. El bueno
de Ganna estaba dispuesto a todo, a la muerte incluso, antes de volver a los
andamios.
No fue, sin embargo, hasta la primera
edición del Giro (1909) que su carrera, nunca mejor dicho, alcanzó
nombradía y produjo algún remanente. Tal día como hoy del año citado entre
paréntesis, 127 ciclistas procedentes de dios (¿) sabe dónde, cruzado el noble
pecho con caucho, que el miserable Leopoldo II iba surtiendo, se alineaban en
la plaza de Loreto de Milán para dar comienzo a una de las gestas más dignas de
admiración. De esos 127 sólo 49 volverían. Y esos 49, encabezados por Dario
Beni, en la misma plaza que los vio salir, reconocieron la grandeza de Ganna,
cuyo nombre, por lo demás, estaba predestinado a la victoria. De las ocho
etapas, ganó cuatro: Bolonia-Chieti / Nápoles-Roma / Roma-Florencia y Génova-Turín. Se puso líder en la segunda
etapa y mantuvo el liderato hasta su entrada, por el lado opuesto, a la
innombrable plaza de Loreto, lugar desgraciado donde los haya: la matanza de
partisanos y las colgaduras del Duce
y la Petacci han forzado su desfiguración absoluta, de tal manera que, junto a
la plaza de Lesseps de Barcelona, es
una de las plazas más inhóspitas de la cristiandad. La estación de servicio Esso, que tuvo el honor de ser
engalanada con los despojos, ha sido trasladada un poco más allá, siguiendo la
arteria Rugero Leoncavallo que, por
entonces, recogía los réditos de su “Matinata”,
catapultada a la fama por Caruso y que, premonitoriamente, se refería al rosa:
“L’aurora
di bianco vestita
Già
l’uscio dischiude al gran sol;
Di
già con le rose sue dita
Carezza
de’ fiori lo stuol!...”
Fue con Giletti y Pavesi uno de “los tres mosqueteros” (hay más “tres mosqueteros”
que “rutas del vino”). Pavesi tuvo el
honor de ser el primer italiano que acabó el Tour, aunque lo hiciera con la ayuda de un rocino. Giletti, tras
una aventura comercial relacionada con la fabricación de bicicletas, recaló en
la tipografía y fundó “Arti Grafici
Galetti” (Milán)… y como hoy (y todos los 13 de mayo) se celebra en Perú (o
alrededores) el “día del tipógrafo”, en su memoria me pimplo
un Dry estilo Buñuel (ya saben Vds.)
que dará inicio al viacrucis cotidiano.
Una historia digna de un vallenato de
Rafael Escalona*. El coronel que no tenía quien le escribiera ya había hecho un
comentario similar.
Su aventura ciclista se adentró un poco
más en el siglo XX: fue 3º en el Giro de 1910, tras ganar una etapa. Ganó la Milán-Módena y el giro dell’Emilia. Al año siguiente ganó la primera etapa del Giro (Sestrière) y fue testigo de las
aventuras que sazonaron la edición: el pelotón, en las cercanías de Pompeya,
tuvo que salvarse campo a través del ataque de una manada de toros y tuvo que
cubrirse valientemente ante la acometida en toda regla de los campesinos del
lugar que, tomates, berenjenas e insultos mediante, defendían sus cultivos
contra la irrupción de la técnica. Cuando en la edición de 1912 se libró por
los pelos de una caída generalizada, se quitó el cruzado mágico y se dedicó a
otras cosas, entre las cuales, la construcción artesanal de bicicletas.
A estos esforzados de la ruta, que se
dice, consagro mi corazón (como víscera). Y pido a las potencias celestiales
(¿) que me devuelvan mi corazón (como símbolo). Y que el Papa, si lo desea, os
entregue el suyo, junto con el páncreas y demás desperdicios y, si así lo
deciden, el culo: para recreo
celestial… ¡a mí no me importa!
3.
Para milagros, los que salpicaron la
vida y la posteridad de santa Teresita de Lisieux. El más bonito, el de la
conversión de la Virgen de las Victorias
en Virgen de la Sonrisa. Teresita
siempre dijo que su infancia fue muy feliz, pero yo no la he creído nunca.
Demasiadas muertes y apreturas. Ella
misma, pese a su afición a las rosas,
nunca lució como ellas. Una noche se le agudizó la dolencia “histérica”, enfermedad de moda, que la
atenazaba, y, en su desasosiego, dirigió, como último recurso, la vista a la
virgen familiar (pues hay que anotar que la familia era devota por demás y que
la niña fue obligada a seguir las devociones, cosa que, como se comprenderá, no
ayudó al correcto desarrollo de sus facultades) la virgen la miró con sus ojos
de cristal y, forzando la dureza del yeso cocido, le sonrió amablemente. Esa
sonrisa fue como si Breuer y Freud la hubieran tratado. Sus síntomas
desaparecieron y rápidamente se repuso. La virgen, por esa nueva victoria, pasó
a ser de la “sonrisa”. Y sólo por
este motivo, por inventar ese nombre tan hermoso, me cae bien Teresita… Y
también por su relación con el “santo
bebedor”, y con Edith Piaf. Relación que, como se imaginarán, no es casual,
pues otro de los grandes milagros de la santa fue sacar a flote en convento de
Gallípolis (Italia), endeudado hasta las cejas: después de muerta les envió
dinero para cubrir las deudas y darse un pequeño capricho. Este derroche
ocurría mientras los 123 ciclistas se disponían a tomar la salida en la plaza
de Loreto (rival de Teresita) de Milán.
El “milagro
de la sonrisa” ocurrió el 13 de mayo
del año 1883. La niña tenía 10 años y era el día de Pentecostés.
4.
¡Hala! ¡La casa por la ventana!... dos
meses después de la muerte de Sophie, su Beatriz niña-adolescente, Novalis se reencuentra con ella bajo la luz
crepuscular del cementerio de Grüningen:
“Me
sentía indeciblemente feliz. Me sobrecogieron relámpagos de entusiasmo. La
tumba se desvanecía ante mis ojos como una polvareda. Los siglos eran como
instantes. Su presencia era sensible y yo creía, a cada momento, que ella iba a
aparecer” (¡hoy no ganamos para apariciones!)
Esta vivencia visionaria del poeta está
fechada el 13 de Mayo de 1797. Y
pudiera ser el punto de partida de ese largo proceso creativo que duró más de
dos años. Pretender limitar los “Himnos…”
de Novalis a lo estrictamente autobiográfico sería descender de lo universal a
lo anecdótico. La vivencia amorosa y la experiencia religiosa personal cobran a
través de los versos novalianos,
vigencia universal y humana. (Valverde dixit).
La geometría novaliana no es la geometría cristiana de Dante. Sophie lo conduce
por parajes ilimitado donde resuena el estruendo que producirá el vacío de la
próxima y anunciada muerte de dios (¿será verdad?)). Novalis quiere pintar ese
vacío de azul… ¡Ah, el azul de
Novalis!...Nos devuelve a la “Casa del
Padre” cuya única entrada es la muerte… Cada cual a su ritmo, pero si
tarda, el mismo Novalis, ontológica y medievalmente, aficionado a las gestas
guerreras, podría echar una mano. ¿Qué vio Novalis en la niña de 13 años que
era Sophie? ¿qué belleza encontró en aquella niña que no le hacía ascos al vino
ni a las puerilidades propias de la edad? No era, estaba a la vista, agraciada,
ni poseía una inteligencia que la colocara por encima de las niñas de su
edad…pero, en fin, los poetas son así. Sophie, muerta, se convirtió en la clave
de su nueva concepción del mundo: Amor y muerte; luz y tinieblas; tiempo y
eternidad… todos los contrarios se reunían sobre el túmulo del cementerio de
Grüningen (actualmente un agregado de Greussen) y allí se disolvían, creando,
digo yo, una ilusión de unidad, precisamente cuando la burguesía cimentaba su
poder (sigan con Lukács…).
La pobre niña, comprometida desde los
trece años, murió a los quince, de tuberculosis, como después lo haría
su novio… (y millones) sin, ni siquiera, enterarse de que se convertiría en la
musa póstuma de un gran poeta-filósofo
romántico. Notó que algo se removía en sus interiores, pero no supo a ciencia
cierta de qué trataba. Nunca pensó ser un ángel, ni un arcángel, pero, así son
las cosas, quien habla el último, habla mejor. Novalis estableció que Sophie
fue su ángel mensajero de la religión
de la noche y así quedó la cosa.
Sirva esta anotación para incitarles a
la lectura, si lo consideran oportuno, de los “Himnos a la noche” del poeta sajón. En ellos la experiencia de la
muerte de Sophie se convierte en una propedéutica no sé bien de qué, pero propedéutica,
quizás a una ciencia de la nostalgia de los tiempos en los que el dominio
estaba más sólidamente fundamentado. No puedo decir nada más.
Como ven Vds. el 13 de mayo atrae
epifanías.
5.
Ahora, con su permiso, les remito a la “propuesta” del 24 de diciembre (si Vds.
quieren enterarse del asunto que sigue). Los “tres mosqueteros” que, procedentes de Holanda, desembarcaron en la
piel de toro, dispuestos a forrarse, tuvieron a bien, cubiertos por Joaquín Gasa, propietario del Teatro Olimpia, organizar
una revancha histórica por el bien de la marcha del negocio. Eligieron el
estadio olímpico de Montjuic, recién construido y ya echado a perder y como
púgiles, a dos pesos pesados ya un poco pasados: Paulino Uzcudun, de capa caída
y al campeón Max Schmeling, devorador compulsivo de salchichas y chucrut, a quien la capa tampoco le
ajustaba bien a los hombros. El alemán acababa, sin embargo de vencer a Joe
Louis que destrozaría al año siguiente al fascista vasco.
La terna holandesa, de cuyos apellidos
procede el nombre de “Straperlo” que
nosotros “españolizamos” como “Estraperlo”,
quiso, mediante este evento, crear las condiciones adecuadas para el chantaje y
la publicidad: se trataba de colocar una ruleta, con el corazón trucado, en la
mayor cantidad de casinos posible, naturalmente con participación del gobierno,
que se llevaría una parte de las ganancias (lean la propuesta indicada). Todo
saldría mal, pero antes veamos cómo se desarrolló “el match del siglo” (hay más “match
del siglo” que “rutas del vino”).
La pelea se anunció para el 13 de mayo
del 34, en pleno bienio negro y sus consecuencias ayudaron a la victoria del
frente popular.
Estaba anunciada a doce asaltos. El toro vasco salió el jueves de Donostia.
El viernes llegaron a Martorell… y otros cincuenta coches se unieron a los
cuarenta que arropaban al chulo fascista. Tal era la riada que cuando el primer
coche giró desde Pelayo hacia las Ramblas, los viajeros del último estaban
tomando un vermut en el club de polo. Nunca se había visto nada igual. El
sábado acudieron a las oficinas del “Mundo Deportivo”: Uzcudun le sacaba 10
kilos al alemán, que pesaba 85.
La mañana del domingo amaneció radiante.
Sobre la hierba del estadio habían construido tres rings, dentro de los cuales, y desde las once de la mañana,
estarían machacándose treinta púgiles a razón de cuatro asaltos por pareja,
como personajes de microrrelatos. Cuando a las dos de la tarde, tras analizar
concienzudamente cuál de ellos estaba más presentable, retiraron dos de los
tres cuadriláteros, pasaron la manguera y la cosa empezó en serio: tres
combates a 10 rounds, a los que seguiría el plato fuerte. La velada acabaría
con un enfrentamiento pluma entre el héroe local Josep Gironés vs. el galo Leo
Hermal. Treinta mil espectadores, sin contar la multitud de gladiadores, y una
bolsa descomunal.
El alemán había recalado en Sitges hacía
meses. Allí entrenaba por las mañanas y se destrozaba el hígado por las noches.
En todo momento fue consciente de la utilidad del combate de cara al
establecimiento del verdadero negocio que no era otro, como ha quedado dicho,
que la instalación de ruletas (“Straperlo”)
con el corazón trucado en el máximo de casinos posible. Que el juego estuviera
prohibido, era el menor de los obstáculos, pensaron.
Su fuerte era su refinada técnica, su
amplitud de movimientos y una derecha demoledora. Uzcudum, antiguo aizcolari,
aportaba una mandíbula de granito, y una izquierda capaz de derribar los broncíneos
caballos de Gargallo.
El primer asalto fue de tanteo, pero, a
pesar de eso, un upper del alemán
estuvo a punto de noquear al vasco. El asalto se lo anotó el alemán. Hasta el
quinto asalto el alemán fue amontonando puntos de forma discreta. En el sexto,
un crochet de derecha rompió la ceja del aizcolari. Siguió un derecho cruzado
(noveno asalto) que le rompió el pómulo izquierdo. El idiota vasco pensaba que
iba ganando y lanzaba la izquierda como si lanzara peladillas a los niños. Para
desgracia del teutón uno de esos izquierdazos
fue a dar en su mentón y, tras un momento de desconcierto, una lluvia de golpes
estuvo a punto de lanzarlo a la lona. Cuando parecía que Uzcudun se llevaría la
parte del león, sonó el gong. En el último asalto jugaron al escondite. Uzcudun,
con la cabeza como si acabara de sacarla de una artesa de pintura roja, daba
saltos para presionar, pensaba, a los jueces. Los saltos estaban de más: la
impresión fue inolvidable. Gasa, el promotor visible, hizo honor a su nombre y
envolvió aquellas enloquecidas cabezas con toda la amplitud de su apellido.
Dos jueces declararon un empate y el
tercero, la victoria del alemán; así que el combate fue declarado “nulo”,
“nulidad” que se resolvió en Berlín a favor de Schmeling. Por si fuera poco, el
asesino vasco fue vapuleado, al año
siguiente, en el Madison, por el “bombardero
de Detroit”. A Uzcudun no le quedó más que el puesto de chófer del
principal estafador: Strauss. Acabada la revolución española demostró su
verdadera naturaleza sádica y la mostró orgulloso por los pueblos de la cornisa
vasca.
Infórmense Vds… porque a mí me dan
arcadas.
Cuando los espectadores volvieron a
casa, los canelones aún seguían allí.
Uzcudun, como tantos, murieron sin ser
juzgados. Del susto, cuando murió el Generalísimo, le atacó una parálisis que
lo envolvió en un halo de conmiseración. “Juguete
roto”, se arrastró hasta mediados los ochenta.
6.
Tal
día como hoy, del año 1921, Breton y los suyos
sometieron a juicio público a Barrès, “el
príncipe de la juventud”, que, de unos inicios casi anarco-sindicalista,
desembocó en una adultez miserable y fascista. Fue un hecho memorable, que
marcó la ruptura definitiva con Dadá que,
a esas alturas, había perdido su sentido y seguía empeñado en suspender el juicio. Pero todo tiene su comienzo…
Breton, Aragon y Soupault (“los tres mosqueteros”) y otros secuaces
de Littérature, reunidos en el Certa, bar, ahora inexistente,
frecuentado por obreros vascos, bebían Picon citron en memoria de Apollinaire. Aquí hay que anotar que, algunos,
pues la disidencia estuvo ya presente en el origen, pidieron un Pick me Hup e,
incluso, alguien, a escondidas, se pimpló un
Kiss Me Quick. Un “umor” fúnebre se extendía por el
establecimiento. Breton, el más compungido, pues a la desaparición del “poeta asesinado”, había que añadir la
excesiva muerte, que Bretón calificó de umorístico
suicidio, de su admirado Vaché… y su
natural sectario, clamaba por la venida del profeta Tzara, al que Suiza, tras
la guerra, se le había quedado pequeña. Allí cundía, como he dicho, la desolación, “cierta timidez” y “la buena crianza”. Tzara prendería fuego a la mecha, pensaban.
Mientras tanto había que ir preparando la llegada. Se propusieron “matinés” poéticas que enturbiaran las
aguas bautismales del Jordán parisino. “Tzaratustra”
bajaba de las montañas helvéticas (¿er
béticas?) con un mensaje tan contundente (como ineficaz): “épater les bourgeois” (o algo parecido).
Iba a ser la hostia
Apareció el día que, precisamente,
después de varias salidas infructuosas, nadie había ido a recibirlo. Se dirigió
a casa de Germaine (y de Picabia, que siempre fue un poco a la suya) y allí, de
manera harto desconsiderada, sobre todo teniendo en cuenta que allí habitaba un niño nacido dos semanas
antes (ante la indiferencia de su padre y de Breton, recién conocido) instaló
sus reales y su corte. Cuando “los tres
mosqueteros” (más Élouard) acudieron
a presentarle sus respetos, en vez de un “Tzaratustra”,
se encontraron con una especie de enano japonés o, quizás, mongol. Pasada la
primera sorpresa se pusieron manos a la obra: la primera “matiné” del Palais de Fêtes, algo lamentable. A esta primera
declaración sucedieron otras. Tzara, en efecto, había prendido la mecha: Grand
Palais, Club Poldès du Faubourg, Thêatre de la Maison de l’Oeuvre… pero el
barril de pólvora no explotaba. Dadá se estancaba como el río Meandro de la
antigua Mileto, dando vueltas sobre sí mismo. Breton y los suyos querían
clarificación política… ¡ya estaba bien de del “señor Antipirina”!
Entretanto Breton perdió el apoyo
financiero (¿) de la familia y rompió con la medicina. Valery, por respeto a su
padre, le consiguió un trabajillo: joven
de recados de la Editorial Gallimard. También tuvo la oportunidad, en medio
de comodidades sin cuento, de ayudar a Proust a revisar su “Mundo de Guermantes” que cuando se
publicó a pareció con una “fe de erratas”
de más de doscientas correcciones.
Llegó la primavera y la cosa seguía
igual. Los revólveres de Breton no se disparaban nunca; las amenazas de
destrucción universal de Tzara no pasaban de romper un paraguas en la cabeza
del más tonto de los espectadores. Las fisuras empezaron a convertirse en
grietas: por una parte Tzara y Picabia y por otra “Litterature”. Y siguieron las chorradas: Salle Gaveau (rue Boétie),
espectáculo de “una vulgaridad y pobreza que dejaban sin excusa tanto a la
una como a la otra” (S.B.).
En junio ocurrió algo que suavizó el
humor de Breton y marcaría los años por venir. Así lo cuenta Simone:
“Era
un día muy soleado en los Jardines del Luxemburgo cuando encontré a los tres
amigos. Breton era un joven delgado y pálido, que mantenía una cierta elegancia
a pesar de su pobreza. Ya tenía esa mirada leonina que contribuyó a su
leyenda…”No soy dadaísta, sabe usted”, le dije sin miramientos, después de que
nos presentaron. “Ni yo”, me respondió, con una sonrisa que conservó toda su
vida siempre que tenía reservas acerca de una de sus posturas doctrinales.
Después de eso, la conversación giró hacia temas que nos eran caros a ambos”
(Simone Kahn, después Breton)
Tras el verano y medio otoño, siguió la
desconfianza: Litterature se
internaba en lo político, renunciando a la poesía y Picabia (que seguía con su 391), secundado por Tzara, montaban la sonada
exposición en la sala Povolozky (rue
Bonaparte): Allí se mezcló lo peor, vestido de etiqueta. Y cuando digo lo peor,
digo lo peor: ¡Cocteau! haciendo el gracioso y secundado por miembros de su
coalición musical, Les Six. Sólo fue
memorable la receta “para hacer un poema
dadaísta”. La lectura acabó con la palabra “aullido”, repetida tantas veces, o casi, como las “Vexations” de Satie. Los “tres mosqueteros” aullaron “¡Lamentable!” “¡Idiota”! y dieron un portazo…como el que daría Tzara en el juicio a
Barrès.
La cosa no tenía arreglo, se deslizaba
por la pendiente del ridículo y la diversión sin sentido. Por otra parte, los
fondos se acabaron, el tiempo había que repartirlo con Simone y había que
buscarse algún trabajillo…Breton consideró un éxito dejar el apartamento de
Soupault para instalarse en la menesterosa calle Delambre. Y como dios (¿)
aprieta, pero no ahoga (¡¡), fue contratado por el prestigioso modisto, y
coleccionista de arte, Doucet que, por entonces vestía a medio París,
incluyendo a la valiente y hermosa Sarah Bernhardt que, por entonces, estaba a
un paso (¿a una pierna?) de la muerte.
Breton y Aragon siguieron con interés la
evolución del Partido Socialista y su conversión en PCF. Intentaron un
acercamiento, pero las absurdas exigencias, y el mal gusto, les hicieron
desistir.
Enero de 1921. Dadá reanudó las reuniones del Certa. Breton empezó a apoderarse
del movimiento y a dotarlo de un contenido “moral”,
por así decir. Todos estuvieron de acuerdo en la necesidad de no dejar morir a
Dadá, sólo que Breton pretendía que la supervivencia de Dadá pasaba por su
desaparición. Fue entonces cuando apareció “Liquidation”,
un ejercicio de calificación-descalificación que mostraba públicamente las
afinidades y las fobias de Litterature.
Y tras esa incursión vinieron las excursiones a lugares que “no tienen una razón real de existir”,
por ejemplo, Saint-Julien-le-Pauvre, que tuvo el honor de ser el primer, y
fracasado, objetivo: bajo una lluvia persistente, acabaron todos pidiendo Picon
citron en una taberna de los
alrededores, como si de un vulgar entierro se tratara. Tzara se había
desgañitado, como siempre. Picabia, acosado por un herpes oftálmico, se ahorró
el chaparrón. A este fracaso se sumó el asunto de la exposición de Max Ernst.
Sus collages, a él se le negó el visado, mostraron en qué consistía la belleza proclamada
por Ducasse: Abrían los objetos cotidianos a la posibilidad de una belleza inesperada
y “convulsa”. La exposición fue un exitoso fracaso. Picabia, además, se “puso verde de envidia” y rompió,
definitivamente, con los dadaístas.
Estaba hasta la coronilla de la “seriedad”, ¿pompa y circunstancia?, de Breton
que, dio un paso más con el controvertido “Juicio a Barrès”…
¡Al fin hemos llegado al principio!
Así que a las 9’30 de la noche en la
Salle des Societès Savantes, rue Danton, se abrió la sesión. No era una pura
farsa. Había detrás todo un estudio de los procedimientos judiciales y una
seria documentación. Había, además, asesores,
acusación, defensa, fiscal, testigos, jurado , vestidos con hospitalarias batas blancas y birretes de
diferentes colores según su función en el proceso y, puesto que Barrès no
acudió, una réplica, bigote incluido, del acusado que, impasible, eludió la
pena de muerte por veinte años de trabajos forzados. Allí el único que murió
fue Dadá…pues de eso se trataba en el fondo.
Tzara, testigo, dejó bien claro su “profundo disgusto y antipatía” por todo
juicio. Dadá no juzgaba. Breton, SÍ. Era necesario poner las cosas en claro.
¿De qué parte estaba Dadá?
“Come
chocolate
Lava
tu cerebro
Dadá
Dadá
Bebe
agua…etc”
Y se fue dando un portazo… como aquel
que resonó en la sala Povolovsky.
Tras esto sólo restaba la aparición de
Peret como “soldado desconocido”, y
las conclusiones… en medio de un alboroto sin precedentes.
De nada sirvieron los inmediatos
intentos de acercamiento entre Bretón y Tzara. El grupo del Certa se fue
constituyendo como el corazón del futuro movimiento surrealista.
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