Cargaremos en nuestro i-pod: "La Verbena de la
paloma" (Bretón, nada que ver ni con Nadja ni con Trotsky) y
"Parade" de Satie.
Hoy tomaremo (?) el tren de cercanías: a BCN. Como no hace
sol, intentaremos, a codazos, lado mar. No nos importarán las miradas de
reproche. Los perdonaremos, pues no saben de nuestro estado. Plaza de Catalunya
y, antes de hacer otra cosa, pediremos en uno de aquellos antros subterráneos
de Caronte, una cerveza y un pincho de tortilla (insistiremos en se sea del
día). Hoy no hay croissant; pero sí carajillo. (Que valga para siempre: tras
engullir algo sólido, conviene). Metro línea roja que nos llevará, no a la
Revolución, sino a la Plaza de España. Optimistas y decididos, podremos silbar
lo del "mantón de manila", subiremos María Cristina, las escaleras
mecánicas, rodearemos el MNAC y llegaremos a la Fundación Miró sin resuello. Serán
sobre las 11 de la mañana. Entraremos y veremos por n-sima vez las obras de
Miró. Aquí lo tenemos: un triunfador. Toda una fundación a su nombre y
reconocido como uno de los grandes pintores del siglo acabado. Hemos empezado
por el final para sumergirnos en el principio.
Pero antes nos lanzaremos sobre una cerveza fresquita con la intención de tomarla en el patio interior, si la grúa se ha dignado ya retirar el coche de alta gama (hecho una ruina, todo hay que decirlo) que un "artista contemporáneo" crítico y perspicaz ha estampado contra el sufrido e inocente olivo: La crisis de Occidente...o algo parecido.
Todo esto viene a cuento porque tal día como hoy: 16 de febrero del año 1918, Miró hizo su primera exposición individual, en las Galerías Dalmau de Puertaferrisa (que después situaría en el Paseo de Gracia y finalmente en la libreria Catalonia).
Dalmau, ese Kahnweiler catalán a quien le faltaron los mimbres, merece ser recordado y apreciado por su apoyo a toda manifestación de vanguardia que se diera en la Barcelona rancia de la época (Gracias a su condición de neutral (refugiados, vividores, espías, contrabando...) pudo creerse una ciudad cosmopolita durante algunos meses).
Nuestro destino: El carrer Portaferrissa.
Pero antes nos lanzaremos sobre una cerveza fresquita con la intención de tomarla en el patio interior, si la grúa se ha dignado ya retirar el coche de alta gama (hecho una ruina, todo hay que decirlo) que un "artista contemporáneo" crítico y perspicaz ha estampado contra el sufrido e inocente olivo: La crisis de Occidente...o algo parecido.
Todo esto viene a cuento porque tal día como hoy: 16 de febrero del año 1918, Miró hizo su primera exposición individual, en las Galerías Dalmau de Puertaferrisa (que después situaría en el Paseo de Gracia y finalmente en la libreria Catalonia).
Dalmau, ese Kahnweiler catalán a quien le faltaron los mimbres, merece ser recordado y apreciado por su apoyo a toda manifestación de vanguardia que se diera en la Barcelona rancia de la época (Gracias a su condición de neutral (refugiados, vividores, espías, contrabando...) pudo creerse una ciudad cosmopolita durante algunos meses).
Nuestro destino: El carrer Portaferrissa.
Saldremos de la Miró en dirección al funicular que nos
conducirá al moll de la Barceloneta. Antes, y para contrarrestar el vaivén del
cajón, habremos tomado un dry martini al estilo de Buñuel en el bar que
franquea la estructura voladora, digna de Tatlin.
Nos dejaremos atracar y subiremos, inconscientes, al artilugio. Bajamos en la torre del reloj de la Barceloneta y, puesto que vamos en esa dirección...¡un par de champanyets!.
A estas alturas, podemos empezar a oir algunos compases de la "Verbena de la Paloma" (estrenada un 16 de febrero de 1894 en el Teatro Apolo de Madrid). Aguantaremos las náuseas y seguiremos decididos. Saludaremos al destartalado y paciente camello del mercadillo del bazar colindante con lo que era, hasta no hace mucho, la casa de Murcia y Albacete (volveremos a oir algunos compases de la "Verbena" y recordaremos con nostalgia los gazpachos manchegos que en tiempos pretéritos se cocinaban aquí y la decrepitud general). Bueno, pues el 16 de febrero y hasta el 3 de marzo de 1918, se presentó aquí, en el número 18, la primera exposición individual de Miró (que ya había expuesto alguna cosa en ese círculo de beatos que fue el Crecle de Sant Just, tan íntimamente unido a nuestros ínclitos hermanos Llimona y que se encontraba en la calle que une la plaza del Pi con Portaferrissa y que no es Petrixol).
Nos dejaremos atracar y subiremos, inconscientes, al artilugio. Bajamos en la torre del reloj de la Barceloneta y, puesto que vamos en esa dirección...¡un par de champanyets!.
A estas alturas, podemos empezar a oir algunos compases de la "Verbena de la Paloma" (estrenada un 16 de febrero de 1894 en el Teatro Apolo de Madrid). Aguantaremos las náuseas y seguiremos decididos. Saludaremos al destartalado y paciente camello del mercadillo del bazar colindante con lo que era, hasta no hace mucho, la casa de Murcia y Albacete (volveremos a oir algunos compases de la "Verbena" y recordaremos con nostalgia los gazpachos manchegos que en tiempos pretéritos se cocinaban aquí y la decrepitud general). Bueno, pues el 16 de febrero y hasta el 3 de marzo de 1918, se presentó aquí, en el número 18, la primera exposición individual de Miró (que ya había expuesto alguna cosa en ese círculo de beatos que fue el Crecle de Sant Just, tan íntimamente unido a nuestros ínclitos hermanos Llimona y que se encontraba en la calle que une la plaza del Pi con Portaferrissa y que no es Petrixol).
Miró, por entonces era un ya un no tan joven artista (25
años) que cultivaba un estilo intermedio entre el fauvismo y un cubismo más
deudor del "segundo grupo cubista" que de Picasso, a quien por cierto
conoció en año anterior en el estreno del ballet "Parade" (libreto de
Cocteau, música de Satie, vestuario de Picasso y coreografía de Massine)
producido y representado por Diaghilev.
Ahora es el momento de volver a conectar el i-pod y escuchar
fragmentos de "Parade". Poco después el joven Miró se marcharía a
París, huyendo del filisteismo de la ciudad condal y con la intención "de trenqar la guitarra els
cubistes", pero la guitarra ya hacía tiempo que estaba rota. Dicen
que, meticuloso y amante de su patria chica, Montroig, se llevó consigo la
hierba (¡!) que tan minuciosamente reproducira en esa obra cierre (y
anunciadora) que es "La masía".
Ya en París se convertiría en el máximo representante de lo que Bretón
llamará: "surrealismo sígnico" para distinguirlo del
"surrealismo onírico" (Dalí, que también realizaría su primera
exposición en las Dalmau).
A estas alturas estaremos un poco fastidiados de tanta remembranza. Nada mejor que acercarse a la Pineda. Comeremos unas tajadas de "morcón" de Murcia y media botella de Jumilla (si no las venden medias, que sea entera). Ahora sí. Todo vuelve a su estado natural. No se nos ocurrirá ir a "Els quatre gats", donde Dalmau intentó, sin éxito, una carrera artística. Me perdonarán los puristas y los turistas, pero la cutrez no va con nosotros. Con este interludio se nos habrán hecho casi las dos. Habrá que ir pensando, previsores, en comer. Antes, y para aprovechar el viaje, engulliremos un par de drys, según la receta de Buñuel (esto vale para siempre) en el Boadas.
Entre los acordes de la "Verbena" y los espirituosos
estaremos deseando sentarnos tranquilamente a una mesa digna y, puesto que
llevamos dinero, sino no no estaríamos haciendo el turista (seríamos simples y
achispados flâneurs), nos dirigiremos a Casa Leopoldo donde, en honor a Santi
Santamaría, fallecido hoy hace ¿dos años? y recordando al gran Manolo Montalbán
nos comeremos lo que nos pongan…Carajillo fif-fift.
Puede que a esa hora la gente empiece a abarrotar la Plaza
de Catalunya contra "el crimen financiero organizado". Nos uniremos,
como podamos, a la marea y, hombro con hombro, de lo contrario nos
desplomaríamos, marcharemos hacia el futuro deseado en el que, sin duda, no
deberá faltar tiempo (el dinero se nos da por supuesto) para realizar estos
instructivos viajes. A la vuelta tendremos especial cuidado en no pasarnos de
estación.