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jueves, 21 de noviembre de 2013

Propuesta para hoy, día 21 de noviembre. SEGUNDA SERIE. Día del Rapónchigo. Café Central, Viena. Altenberg. “Matar un ruiseñor”.

(Asteriscos * remiten a efemerísticas razones)

La Revolución francesa, en su inmenso refinamiento (y ternura), tuvo a bien dedicar el día de hoy al rapónchigo, astrigente. ¿No conocen Udes. el rapónchigo? ¿Y si les dijera que también se conoce como campanillas de todo el año? ¿Tampoco? En algunas zonas se le llama nabiza o nabo montesino, debido a las cualidades gastronómicas de sus raíces, muy apreciadas en Liguria. O bien, Rapillo, repuncio, ruiponce, ruipóntico… y en las sacristías lo llaman “vara de san José del campo” y con sus campánulas adornan los pasos de la semana santa. Vean su porte.





En Alemán es Rapunzel y Rapunzel es el nombre que los hermanos Grimm dieron a la joven trenzuda, encerrada por la bruja en lo alto de una torre infranqueable. La única entrada eran sus trenzas: “Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer, así puedo trepar por la escalera dorada” ¡Y todo por haber robado unos rapónchigos! —“¡Pagarás por haber robado mis rapónchigos! Deberás pagarme con tus servicios tantos años como rapónchigos hayas robado…” Ejemplo clarificador (como deben ser todos los ejemplos, por otra parte) del “amor Disney” (Brigitte Vasallo). 


Hablando de trenzas: Oigan Udes. al grandísimo Manolo Caracoliflor (perdón, Caracol) cantando aquello de “carcelero, carcelero (…) porque no quiero matarla… con las trenzas de su pelo….Ay”. Copla apropiada para abrir un congreso feminista, ¿eh, Brigitte?

 1
El café Central (en la educada y fascista ciudad de Viena) esa periclitada universidad del ajedrez en la que el mismo Trotsky ensayó sus estrategias, era algo más que un café, era una forma de ver el mundo (…) Sus habitantes son en su mayor parte gente cuyo odio por sus semejantes es tan intenso como su deseo de estar con otras personas que a su vez también quieren estar solas pero necesitan compañía. Los clientes del Central se aman y menosprecian mutuamente (...) A algunos autores les sucede que cuando están en el Central no se les ocurre nada. Fuera de él, mucho menos todavía." (A. Polgar). Como es natural, al amparo de la Sociedad de protección del patrimonio artístico, el local (y su clientela) fue renovado por todo lo alto. Ahora, como en todas partes, tupés a lo Trump… comerciantes de lomo alto de Nevada… pura (si se me permite esta paradoja) purria, vamos.
 
"¡AH! Ser psiquiatra en Viena!" (como diría el otro).




Bueno, Polgar exagera la misantropía de los asiduos. Altenberg residía, en el sentido literal del término, en estos arcádicos espacios y no era un misántropo (al uso). Algo así como yo y el Condis: Hasta he alquilado una especie de cajón-apartado de correos para empezar a recibir aquí mi correspondencia (perdón por la hipérbole). También influía un poco la miseria o, por lo menos, la incomodidad (perdón por el eufemismo) de las moradas… (¿?)

Tal día como hoy del año 1895, veinte años exactos después de que Mahler se convirtiera en wagneriano, estaba Peter tomando un carajillo en el Central cuando leyó en el Extrablatt la siguiente noticia:

“Muchacha desaparecida.
La muchacha que muestra la fotografía de arriba es Johanna H., de quince años de edad, hija de un funcionario de ferrocarriles. La susodicha debía dirigirse el domingo pasado al mediodía a su clase de piano, pero no llegó a su destino y desde entonces se encuentra desaparecida. Tenía pelo rubio con reflejos rojizos, ojos castaños, y es de complexión esbelta. Los desdichados padres, etc., etc….”

Y Peter, dado a la idealización de la mujer-niña (o viceversa), se extendió en consideraciones melancólicas y casi fulminantemente enamoradas. Es como matar ruiseñores*, se dijo. Así era él. La fotografía en blanco y negro no hacía justicia a la descripción. Lo suyo, se dijo, sería como los Rayos “X”, pues desde el día 6 de noviembre, la expresión, y el concepto, estaban a disposición del público. En efecto, sus artículos, si bien breves, tienen la capacidad de la “X-sicidad”, por así decir. Fue, en consecuencia, a la literatura, lo que Röntgen a la radiación.




Que la noticia saliera en el Extrablatt indicaba, sin duda, una extracción elevada… ¡y lo del piano! Esa misma tarde desaparecieron otras niñas. Se internaron por las desoladas extensiones de más allá del Ring y nunca más se supo de ellas. Ni tuvieron su escoliasta… ni su príncipe (des)encantador.

 ¡El pollo frito y los valses! ¡El alegre apocalipsis!

Sacó unas plateadas y curvas tijeritas, como de manicura o cirugía, y, con delicadeza, fue recortando la ilustración. Se la metió en el bolsillo, pues la cartera le era del todo innecesaria, para añadirla a su incipiente colección. Años más tarde ocuparía toda una zimmer del hotel Graben. No mal interpreten, Altenberg no es un voyeur. Él aprecia el “mundo menudo” en el que se desenvuelven las mujeres. Desprecia la masculina sexualidad predadora y es un amante del género femenino,  lo que significa sustraerlo de la banalidad y la ignorancia, atributos machos por antonomasia. Ya lo decía L.A. Salomé: “Cuando se está con él, no se piensa en un hombre o en una mujer sino en una criatura de un tercer tipo”. Él no es un cazador de mariposas, como, literalmente, lo era Nabokov, aunque las fotografías parezcan trofeos. Para cazar estaba Schtnitzler. Él acompaña…

En estas estaba Peter cuando entraron, esquivando los arcos, von Hofmannsthal, Salten, Beer-Hofmann, Barh y Schnitzler. K. Kraus, adolescente-casi niño, embreando la antorcha: El Cafè Griensteidl está a punto de ser demolido. Loos, recién admitido en el club de los sifilíticos y de los repudiados por la familia, está en Estados Unidos. Cuando vuelva a Viena, asombrará con su Café Museum. Frida Uhl lee el Wiener Zeitung.

–Hombre, Peter ¿tú por aquí?

–¿Dónde si no? 

–Y escribiendo… ¡no sabía que TÚ escribieras!

–Pues… ¡ya ves!

Fue Schnitzler, que iba un poco empanado (y a quien no se le había pasado desapercibida la presencia de la jovencita Uhl que cargaba la estilográfica en su vena basílica) quien dio inicio a esa histórica conversación. Peter se limitó a darle la réplica. El que llegaría a ser el alter ego de Freud (ocupado por entonces, con Breuer, en “Un estudio sobre la histeria”), miró por encima de la desgastada hombrera de Peter, vio el vacío que había dejado la fotografía y guiñó un ojo a la concurrencia. ¡Vaya, vaya! Semanas más tarde K. Kraus envió al editor Fischer (“pescador”) un paquete con los articulitos de Altenberg, recomendándolo como genio. Y así empezó todo.

Tenía casi cuarenta años. No fue una carrera fulgurante, pero le dio al bueno de Peter para ir tirando. Nunca, sin embargo, para acabar de arreglar cuentas con la casa. Bebía a otro ritmo, relativista, por así decir, mientras que sus entradas se mantenían en los límites newtonianos.

¡Que no han leído a Peter Altenberg!… ¡pero, bueno! ¿Con quiénes me las veo? ¡Por favor…!

***

No hagan Udes. el paleto. Ni se les ocurra pisar el café Central, ahora Palais Ferstel. En su lugar sigan hasta la Michaelplatz, que ya estará decorada para las abominables fiestas de navidad, y pidan una salchicha en el Imbiss del rincón. Si siguen mi consejo, me encontrarán apoyado en el mostrador, envuelto en la bufanda blaugrana y tomándome unos aguardientes de trigo sarraceno con la mirada fija en la mano ensortijada* de la dependienta. A mi espalda queda la casa Loos. Y cerrando el Hofburg, la fuente Macht auf See con el busto altenbergiano de Friedrich Uhl actuando de Neptunode.


  Lean ustedes las páginas de "La montaña mágica" dedicadas al intercambio , amoroso, de placas de rayos X
 
Bueno, llevo aquí dos horas y por aquí no aparece ni dios (¿?). Hace frio. Y me sale el Korn por las orejas. Pago. Derribo el taburete y me dirijo, contra mis recién enunciados principios, al Café Central, ahora Palais de no sé qué.

Esto está a parir, que se dice. 



Junto a la vitrina de los dulces un caballero ocupa (él solo) una mesita. Una china-japonesa le está preguntando si tiene para mucho. Perspicaz, aunque no demasiado, consigo esquivar las columnas… ¡menos una!… y me planto delante del bigotudo cliente que descansa justo al lado de la vitrina de los dulces y que acaba de despachar a la china. Parece que me mira, pero no acaba de fijar la mirada. Está a lo suyo. Ensimismado. 

–Buenas tarde, querido cliente.
–No es Ud. muy locuaz que digamos.
–Podría Ud. mirarme, por lo menos. Es igual. Permítame tomar asiento a su vera– Mientras, con esa campechanía propia de la piel de toro, arrimo dos sillas a la mesita: una para mí y otra para la impedimenta­– ¿Puedo invitarle a algo? ¿No? ¡Mejor! ¡Camarerooo! ¡Póngame un aguardiente de centeno!... es que fuera hace un frio que pela y yo, oiga, como soy de Murcia… Vamos a ver. Vamos a probar el aguardiente de centeno. El de trigo está bueno, pero, vamos, para variar, sabe Ud. ¡Camarerooo! ¡Ponga cuatro aguardientes! Con uno no hay ni para empezar. Y así ya no le molesto más…  A mí me gusta viajar solo... Meditar… ¿sabe Ud.? Tengo un perro ¿sabe? Un pastor alemán… de por aquí ¿no? ¡Gracias, camarero! Le he puesto Hegel. ¿Ud. gusta? ¡Coja una copita! Bueno me pimplaré las cuatro, no sufra. Mi mayor afición es conmemorar, rememorar… recorro el mundo siguiendo los pasos del calendario: hoy aquí, mañana, allí… No crea, a veces es pesado. Y esos cuadernos… a ver… a ver… 



El alter ego de Altenberg, que lleva décadas apoyando el brazo derecho sobre la coqueta mesita, justo al lado de la vitrina de los dulces y que parece mezcla de Nietzsche y Labordeta, gira dolorosamente la cabeza hacia la derecha y clava sus ojos muertos sobre los míos miopes. 

–Es Ud. como el Príncipe del cuento (de los hermanos Grimm, por supuesto. Digno también de un congreso feminista). Su balbucir me ha despertado del coma. Yo esperaba la escena de otra manera: que una Lolita (perdón por el anacronismo) inocente (perdón por la paradoja) se sentara en mis rodillas, besara mis ojos y ordenara a su padre que pagara mis incontables consumiciones. Veo que la espera ha sido en vano. Es una desgracia. Tanto tiempo fuera del tiempo para que ahora venga un gilipollas (perdón por el insulto) y destroce mi más íntimo anhelo. Déjeme en paz, por dios (¿?)… Pero no sin antes dejar a cero mi debe.– Y diciendo lo dicho, se levanta apesadumbrado, recoge sus cuadernos y desaparece por la puerta cristalera que da a la Herrengasse… para perderse por las, ahora, desconocidas e inhóspitas calles de Viena.

2

"Era la noche de veintiuno de noviembre-dijo el señor Tate-. Yo estaba saliendo de la oficina para irme a casa cuando el señor Ewell entró, muy nervioso, y dijo que fuera a su casa rápidamente, que un negro había violado a su hija."



Maycomb, Alabama. Era el año 1936, sábado y la luna empezaba a hacerse visible.
Hacía tres meses de lo de Jesse Owens. Las Leyes de Jim Crow (esa caricatura de negro tan parecida a la que los nazis tomaron de Krenek para publicitar su música degenerada) eran inviolables e invioladas y parecían eternas. La esclavitud había desaparecido, pero quedaba el racismo (“separados, pero iguales”). El desarrollo del capitalismo exigía libertad de mercado, cosa que, como es natural, incluía libertad de contratación. Con el Movimiento por los derechos civiles de finales de los 50’s y la década siguiente se entró en una nueva fase. En diciembre del 55 Rosa Parks se negó a dejar el asiento… Ardió Missisipi y toda la nación… Sin embargo, mediante la cooptación, la represión y el asesinato se fue imponiendo un nuevo orden… Y en esas estamos… y no salimos…



En 1960 aparece “Matar un ruiseñor” de Lee Harper. Carson McCuller deambula por entre quirófanos. Flannery O’Connor medita sobre su inútil experiencia en las aguas de Lourdes. Truman Capote, canario por parte de padrastro, recogía las mieles de “Desayuno en Tiffanis”… y buscaba nuevo tema: Lee Harper no fue ajena a esa búsqueda.

… Missisipi, Alabama, Carolina del sur, Carolina del norte, Carolina del este, Carolina del oeste… Y, ahora, el muro mexicano… 

Antes de seguir oigan y comparen:
Neil Young: “Alabama
y la respuesta de Lynyrd Skynyrd: “Sweet home Alabama
Y, si les quedan ganas, vayan a Brecht/Weil: “Alabama”… o a las versiones de  Doors o Bowie.
Y si desean continuar, lean Udes. la siguiente entrada donde me refiero a los hechos que inspiraron “A sangre fría” de Capote y se dice algo de Lee Harper.

La obra de Harper fue todo un revulsivo. Y Gregory Peck, Atticus, se convirtió en el héroe de la integridad americana. Tanto es así que cuando lo veo vestido de pistolero no puedo evitar echarle encima una discreta toga de abogado para cubrir su desnudez. Scorsese lo llamó ”teorema geométrico” sin posible discusión, por la contundencia de su mero estar. 

Su estrella (de Gregory) fue robada del Hollywod Bouevard, honor que compartió con Gene Autry, James Stward y Kirk Douglas. La de Trump aparece destrozada día sí, día también. 

Billie Holiday tuvo que salir por piernas del estadio de Mobile (Alabama) cuando anunció que iba a cantar Stranger fruits: 

“(…) Bucólica escena del galante sur,
los ojos abultados, la boca torcida
el aroma de las magnolias, dulce y fresco
y de pronto el olor de la carne quemada. (…)




Alabama, Alabama… ¡qué bonito nombre tienes!







RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...