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lunes, 23 de diciembre de 2013

Propuesta para hoy, día 23 de diciembre. SEGUNDA SERIE. Oreja de Van Gogh.

“Ahora bien, con este esbozo el pintor trabajaba en su casa en las litografías, tratando, litografía tras litografía, de alejarse cada vez más del aspecto natural, y al mismo tiempo de no violar su estilo artístico, sino más bien acercarse cada vez más a él, línea tras línea. Es así por ejemplo que el pabellón de la oreja ya perdió las volutas humanas del borde minucioso, y se convirtió en un arabesco semicircular y hundido, en torno a un pequeño orificio oscuro.” (Kafka. 23 de diciembre del año 1911. Sábado).

“El domingo pasado por la noche, a las 11 y media, un pintor llamado Vincent van Gogh, natural de Holanda, apareció en la maison de tolerance nº. 1, preguntó por una tal Rachel y le entregó una oreja con estas palabras: “Guarde este objeto cuidadosamente”. Luego desapareció. La policía informada de estos hechos sólo atribuidos a un pobre loco, buscó al día siguiente a este individuo y lo encontró acostado en su cama y sin dar a penas señales de vida” (Prensa de Arlés bajo el rótulo de “Noticias locales”. El hecho había ocurrido tal día como hoy, del año 1888).



–“Ecce auris – diría el desdichado entregando un ensangrentado papel de estraza. Entrégueselo al pintor del futuro. Sé que los modelos naturales escasean. ¡He aquí mi contribución!

Hacía dos meses exactos que Gauguin había recalado en Arlés con la intención manifiesta de coproducir un “Japón en el sur” (y con la intención latente de pirárseles a la primera de cambio). No es que Vincent le cayera mal (¡al contrario!), pero no podía soportar su cháchara sobre la autenticidad y la necesidad de no apartarse lo más mínimo de la naturaleza. Gauguin había optado por el “sintetismo” y no estaba dispuesto a coger una pulmonía exponiéndose al inclemente mistral. Venía contento. Theo (van Gogh) había conseguido vender alguna cosa y le había prometido ayuda financiera. Además la casita parecía acogedora y, tal como pudo comprobar en el cuadro que le envió Vincent, de un amarillo arrebatador que anunciaba el oro de la esperanza y la amistad. Van Gogh compraba y Gauguin cocinaba. Perfecto. La economía doméstica rulaba. Pero la economía del espíritu (¿)… Arlés le había defraudado profundamente. Este no era el reino de la luz y del color. Era la tiranía del blanco-gris que sofocaba cualquier muestra de color local. Gauguin deseaba el trópico y se encontró con el desierto.





Gauguin avanzaba, de la mano de Bernard, hacia una reducción esencialista, un esquematismo de los volúmenes, hacia un perfilado espeso y definido, hacia los grandes campos de color, hacia el olvido de la pincelada corta y nerviosa, hacia una meditada composición, hacia lo desconocido… Van Gogh profundizaba en las pinceladas electrizadas, como campos magnéticos; en el empaste. ¿Puedo decir que la obra de Van Gogh es como una ranura por donde se muestra el mundo? ¿Puedo referirme a su obra como “hierofante”? Las obras de Gauguin son “proyecciones”, donde aprendemos acerca del artista. Las de Vincent, “agujeros en el mundo”, por donde miramos ateridos.

–¿Te vas a ir?

–¡Sí!

Entonces Vincent recortó una frase que había en un periódico y se la puso en la mano a Gauguin: “El asesino se había dado a la fuga”.

Gauguin lo tenía claro. No quería que se repitiera la escenita del café. No quería porque no sabía si podría volver a contenerse o le metería un estacazo que le partiría la cabeza. Vincent no podía vivir con esa incertidumbre. Así que aquel fatídico domingo de diciembre, cuando Gauguin, después de una cena frugal, salió a estirar las piernas y a hacer lo que tuviera que hacer, oyó unos pasos agitados y familiares. Se volvió y vio al “loco” que lo amenazaba con una navaja barbera. La mirada de Gauguin fue como la de Medusa. El infeliz armado, volvió sobre sus pasos y, martirizado por las erinias, entró en la casa amarilla (a esa hora, parda). Cuando salió llevaba en la mano un paquete ensangrentado…

Al pasar ante la maison de tolerance nº 1, regentada por una tal Virginia…la prostituta (Rachel) cuyo nombre de guerra era Gaby, en presencia de la propietaria me entregó un periódico…  diciendo: “Mire que regalo nos ha hecho el pintor”. Les hice algunas preguntas y abrí el envoltorio, que resultó contener una oreja. Mi deber era informar a mi superior… que partió hacia su casa con otros gendarmes” (Recuerdos del policía Robert).

Mientras Vincent se dirigía, sonámbulo, a su casita amarilla, tras hacer entrega del paquetito, Nietzsche (¡Ecce homo!) volvía a casa de la familia Fino a seguir ajustando cuentas con Wagner. No había tiempo que perder (¡ni que ganar!):

(“El arte de Wagner está enfermo. Los temas que lleva al escenario—problemas de personajes históricos--, su pasión convulsiva, su sensibilidad enfermiza, su gusto estético, que introducía especias cada vez más fuertes, su inestabilidad que disfrazaba de normas, y sobre todo la elección de sus héroes y heroínas, considerados como tipos fisiológicos, (¡una galería de enfermos1): todos estos elementos juntos componen un cuadro clínico que no deja lugar a dudas: Wagner est un névrose”)




El innombrado y hambriento personaje de Hamsum dice adiós a Christania.

Munch pasea por la Karl Johan. Un grito está a punto de desgarrar los cielos huérfanos de dios.

 La luna, decreciente y visible al 81%. Las sombras, sin embargo, eran proyectadas enteras. Era la hora “en la que uno sólo querría escribir música” (Renard, tal día como hoy, del año 1892).

“La paleta actual  es absolutamente colorida: azul celeste, rosa, naranja, bermellón, amarillo intenso, verde claro, rojo vino puro, violeta. Pero mediante el esfuerzo de todos los colores se obtiene de nuevo calma y armonía; ocurre algo parecido a lo que ocurre con la música de Wagner, que, aunque la ejecute una gran orquesta, no por eso resulta menos íntima.” (Carta de Vincent a su hermana, que no entendió  nada. Y menos cuando le aseguraba que estaba en Japón: el lugar en donde los cuerpos no proyectan sombras. Desde Turín llegó un bufido chiricciano).

“(…) Me siento como un extraño en Arlés; ¡el paisaje y la gente me parecen tan pequeños, tan mezquinos! Vincent y yo, en general, no solemos estar de acuerdo en nada, especialmente en cuanto a pintura (…) “Tenéis razón brigadier”, le contesto para que me deje tranquilo. Le gustan mucho mis cuadros pero, cuando estoy pintando, siempre cree que estoy equivocado en esto o en aquello. Él es un romántico y yo me inclino más bien hacia un estado primitivo” (Gauguin. Carta a Bernard. Arlés. Mediados de diciembre, 1888).

“Veo que me está esperando con los brazos abiertos; se lo agradezco, pero por desgracia, todavía no puedo ir. Mi situación aquí es muy penosa; debo mucho a Théo y a Vincent y, a pesar de muchos desencuentros, no puedo tener nada en contra de un corazón excelente que, además, está enfermo, que sufre y me solicita (…) De cualquier manera me quedo aquí, pero mi marcha sigue estando pendiente” (Gauguin. Carta Schuffenecker. Arlés. Mediados de diciembre. 1888).




Vincent lo había intuido cuando retrató la “ausencia” de Gauguin. Éste lo había retratado pintando unos girasoles. Aquél le correspondió con el “retrato” de su silla vacía, sobre cuyo asiento descansaba una lóbrega palmatoria. Y es que, en realidad, apenas se conocían: cuando Van Gogh llegó a París, Gauguin se marchó a Pont-Avent. Cuando Gauguin volvió a París, Vincent se fue a Arlés. Y tras el hecho luctuoso, Gauguin se marchó a París y el “loco”, al hospital…paso previo para el psiquiátrico. Podrían haber coincidido en París, pero, para entonces, Vincent criaba malvas. Gauguin se fue a las antípodas. Théo y Bernard fueron el medio.

A la mañana siguiente, Gauguin, consumido, entró en la casa de la plaza de Lamartine. La casa le pareció amarillo-azufre. Un policía guardaba la entrada y le soltó a bocajarro:

–“¿Por qué ha matado a su amigo?”.

–¿Matado? ¡Es lo que tenía que haber hecho! – Pensó.

Subió al primer piso. Vincent yacía en la “habitación de artista”. Miró largamente por la ventana. “¡Angustiado que estás tan cerca siempre de la ventana, empañados sean los cristales!” (P. Handke. 23 de diciembre de 1976). Comprobó que el muerto estaba vivo, cogió sus cosas, salió, tomó un billete para París y, desde la estación llamó a Théo Van Gogh. Dejad que los muertos entierren a sus muertos.

“Hoy no pasó nada y si pasó algo es mejor callarlo, pues no lo entendí”. Así reflexionaba García Madero, realvisceralista, tal día como hoy, del año 1975.

Si mis datos son verdaderos, tal día como hoy, del año 1995, se estrenó Dead Man (Jarmusch), con lo que la cosa se espesa y se cierra el círculo.
Y asistimos, acompañados de Nadie, a las nupcias del Cielo y el Infierno… Y la guitarra de Neil Young engalana de frío adelantado la muerte prometida.





¿Ha quedado claro?

“¡Oh padres enfermos de un hijo aún más enfermo, que por tanto se vio obligado a recorrer solo el vía crucis de un poeta implacable, por motivos absolutamente íntimos e insuperables, por un destino fatídico, fatalísimo e irremediable que llevaba de forma directa a la ruina!” (P. Altenberg. 23 de diciembre de 1918. Dos semanas antes de morir)








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