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viernes, 24 de enero de 2014

Propuesta para la tarde de hoy, día 24 de enero. Siguen las Ofelias.





La Belleza abre puertas… ¡aunque sean las del infierno! Y Elisabeth Siddall era una verdadera belleza. Un dechado, que se dice, de beldad. Dueña de una cabellera espesa y trigueña adecuada para su oficio: diseñar y coser cofias y sombreros. Y todo fue bien… hasta que aparecieron, en jauría, los prerrafaelistas, D.G.Rossetti a la cabeza.

Vieron en ella a la verdadera Simonetta Vespucci.

 A puñaladas se la disputaron. Finalmente se la apropió Rossetti que, además de pintor, cultivaba las bellas letras y rondaba a la mujer de su socio W. Morris. Así como Millais lo hacía con la mujer de Ruskin. Después vendría Bloomsbury y “Los Apóstoles” de Cambridge. Lizzie nunca se acostumbró a ese sin dios (¿), pese a que desde que casualmente envolvió un trozo de manteca con una hoja de periódico en la que estaban escritos los veros de Tennyson: “Nadir hay como ella / ni la habrá cuando nuestros veranos se hayan acabado”, se había convertido en poeta (y pintora) “tapada”. Una cosa es ser mujer poeta, se dijo, y otra, bien diferente, objeto. Y fue perdiendo la cabeza. Rosseti no le ayudó a buscarla. La pintaba obsesivamente y, en la misma medida, ella se difuminaba. No entraré en truculencias. Ya saben Vds. dónde acudir. Además, puesto a mermarla, le arrebató hasta la segunda “L” de su apellido.

Millais se la pidió prestada…para enviarla a “una muerte de barro” (Rimbaud).

Pues nada, que le compró un vestido viejo y sucio, como de novia y mártir (¡por 4 libras!) y la arrojó a la bañera a remedar a "Ofelia 3". Ni en las tardes más lúgubres del invierno londinense pudo la modesta modistilla soñar con tal trágico honor. Millais ya había escogido el paraje-paisaje que convertiría la cutrez en paraíso. Había recorrido, desde la desembocadura hasta la fuente, el río Hogsmill y encontrado el lugar adecuado, en Ewell. Hundiéndose en el barro fue haciendo bocetos y tomando apuntes de la flora del lugar, que resultó ser a tal punto parecida a la que decoraba las paredes de la oficina de "Ofelia 1" que pudo pensarse en flagrante plagio.  El río entonces era rápido y con fuerza suficiente para mantener vivos varios molinos. Ahora recorre mortecino tierras bajas


Pueden Vds., en unas cuatro horitas, recorrerlo casi en toda su longitud. Cuando lleguen a Kingston, ya en la desembocadura, tomen una pinta en “The Ram”, junto al viejo puente de Clattern. En “The Ram” proponen un juego, por el que el local se ha hecho famoso en los países de lengua hispana: Te sirven la cerveza en una jarra cuadrada y si consigues beberte el contenido sin derramar ni gota, te sale gratis. He de decirles que voy por la tercera y, gracias al chubasquero, no tendré que pasar por Marks & Spencer, que, por cierto, tienen rebajados unos albornoces color cerveza tostada que son una monada.

En su loca localización de exteriores destrozó varios campos de coles (el dueño llevó el caso ante el juez y le cayó una severa advertencia), las moscas lo martirizaron y el viento del norte lo empujaba hacia la corriente. Por suerte, la pintura “A pleine air” no estaba desarrollada.

Ahora volvamos desde Kingston, a contracorriente, como los salmones. Tomemos asiento a una mesa de madera de la terraza del Spring, en el 1 de London Road, Ewel, patria chica de Petula Clark y lugar envidiable. Nos pediremos una estrella (¡tienen!) y, sin prisas, nos daremos a la recreación de los hechos.

Previsores como son habrán llevado con Vds. el “esputofaif” (yo sí). Busquen “Per la ricuperata salute di Ofelia” una cantata de Salieri, Mozart y “Cornetti” (¿) sobre texto de Da Ponte. Ni Ofelia 3 ni Ofelia 4, recuperaron la salud. Es más, murieron como consecuencia de todo este dislate: “fantasma blanco sobre el largo (¿) río negro” (A.R.).

–Zenquiu!

–¡Son 5 euros y la voluntad!

Ofelia 3”, hija de Polonio, nombre radioactivo donde los haya, y hermana del valeroso Laertes, pero ella misma una abstracción, se enamoró de Hamlet. Shakespeare, sin embargo, no estaba para ternuras: Su joven amigo Herbert le había robado su Coralina (Mary Fitton) y se entregaba (Hamlet, Macbeth…) a sueños de venganza y asesinato. Así que le aconseja, por medio de un inestable Hamlet, que se meta en un convento… si no quiere bañarse en sangre. Ofelia 3 (ahora Ofelia 4) prefirió bañarse en una bañera. Allí la colocó el desconsiderado Millais. Cubrió la tina con un enjambre floral y colocó candelas debajo del recipiente para mantener el agua templadita. Esto ocurría en el estudio del pintor en Gower Street, junto al British Museum, en pleno invierno de 1852.
Las candelas se consumieron y con ellas la salud de Elisabeth. Abría la boca como si estuviera cantando, en realidad tiritaba. Neumonía, depresión, y láudano. Neumonía por la desidia, depresión por la desconsideración y la “hija” muerta, y láudano… ¡para olvidar!

Dicho de otra manera: Cuando quitó el tapón de la bañera, sólo quedó el vestido. Ella, se deslizó, cual ofidio, por la tubería y ya no “volvió”.

Permítanme este interludio: Volvió. Pero lo hizo en forma de anguila y apareció por el conducto de agua fría en el lavabo de Nicolás,  cocinero de Colin (“L’écume des jours”).  

El padre de la ninfa lo demandó por incuria y perversidad. El juez admitió la primera acusación y se declaró incompetente para juzgar la segunda. Millais pagó los gastos del tratamiento y Rossetti las dosis (y la sobredosis)… y los derivados del sepelio, que resultó una especie de escenografía gótica y estrafalaria. El clímax llegó cuando el pintor, en un rapto poético, colocó sobre el pecho de su amada los tomos de poesía que no había habido manera de publicar. El peso de los versos hizo que “Ofelia 4” exhalara su definitivo último aliento.

Fue enterrada en el cementerio de moda: el Highgate, a un centenar de metros de donde una década más tarde llevarían a Marx que, mientras Millais destrozaba a Elisabeth, (1851-52), escribía, en la cercana calle Dean, nº 64 (actualmente 26-29), en pleno Soho, “El 18 de Brumario”. Wilhem Liebknecht, padre del mártir, nos da noticias sobre las precarias condiciones de la morada.



Londres estaba lleno de conspiradores exilados y expulsados

La casa original ya no existe. Y en los bajos, para que lo sepan, hay un restaurante conocido, el “¿Quo Vadis?”. Si se cansan del Spring, pásense por allí. ¡Ah, y la consabida plaquita!...  equivocada por cierto.

Los remordimientos reconcomían a Rossetti, y dedicó todos los años que le quedaban a pintar a Lizzie con una devoción obsesiva que culminó en “Beata Beatrix”. 



Había, sin embargo, un hueco en su corrículum; la poesía. Los versos le huían y en su locura imaginó la traca final: abrir la tumba de su amada y recuperar los versos que en un exceso de altruismo había depositado sobre el pecho de la infeliz. La pandilla lo jaleó y montaron otra escena gótica. Lizzie estaba, dijeron, intacta, bella como cuando dejó la sombrerería. Y los versos también. Rossetti los publicó desde su infierno de Chelsea: 

Yacen tus manos abiertas en la hierba…”

Laertes dejó dicho: “Dadle sepultura y que broten violetas de su carne pura y sin mancha”.

Tal día como hoy, del año 1972, unos pescadores de camarones de Talofofo (al este de la isla de Guam, Japón), “desenterraron” a Schöichi Yokoi. “Es un poco vergonzoso, pero he vuelto”, dijo, después de estar escondido en una cueva desde el final de la segunda guerra mundial.

EPÍLOGO.

“–…Escúcheme, Kavalérov. He inventado una máquina así… Puede hacer saltar una montaña por los aires. Puede volar. Levantar grandes pesos. Tritura minerales. Sustituye los fogones de la cocina, el cochecito del niño, la artillería de largo alcance… Es el genio de la mecánica… No puedo hablar de mi máquina sin que el corazón me salte como un huevo en agua hirviendo… La he dotado de ciento de habilidades…capaz de todo…Pero se lo he prohibido. Un buen día comprendí que me había sido dada la posibilidad sobrenatural de vengar mi época…He corrompido mi máquina adrede. Por despecho… ¡La doté de los sentimientos humanos más banales!... Vengué mi siglo…engullen el siglo XIX como una boa constrictora engulle un conejo… ¡Nuestros sentimientos, los rechazan; nuestra técnica, la absorben! Me vengaré en nombre de nuestros sentimientos. Mi máquina habría hecho feliz a la nueva era al instante…habría sabido conducirla al cenit de la técnica. Pero mire, ¡no se harán con ella! Mi máquina es la ofensa cegadora que la era agonizante inflige a la que nace. Cuando la vean se les hará la boca agua…” (“Envidia”. Yuri Olesha)

Esa máquina es “Ofelia 5”.



Dejen ya el Spring y vuelvan a casa.



EJERCICIO 1.

Háganse un “book” con imágenes de Ofelia. Les propongo:
1.      Delacroix: “Hamlet hace reproches a Ofelia”
                  “Ofelia loca”. (1834)
                  “La muerte de Ofelia” (1853)
2.      Arthur Hughes: 2 obras (1851-53)-(1863-64)
3.      George Frederic Watts (1864).
4.      Ernest Hébert.
5.      Pierre August Cot (1870).
6.      Jean Baptiste Bertrand.
7.      Williams Gorman Wills.
8.      Richard Westall.
9.      Cabanel (1883)
10.  Waterhouse: 3 obras (años 90)
11.  Paul Albert Steck (1895)
12.  Millais: “Ofelia” (1851-52).
              “Primer brote de locura de Ofelia”
              “Hamlet y Ofelia”.
13.  Odilon Redon (1903)

El orden sería el siguiente:
1º. Waterhouse: Ofelia está sentada en la rama de sauce.
2º. Cabanel: La rama se ha roto. Ofelia yace en el suelo. Flores esparcidas.
3º. Paul Albert Stack: Ofelia se hunde vertical, a plomo.
4º Delacroix: Ofelia muere. Su brazo sigue agarrado al sauce.
5º Millais (y otros): Ofelia es llevada por el río y la muerte le acecha.


EJERCICIO 2.

Propongan un simbolismo para las flores (“flores para una flor”) que aparecen en el cuadro de Millais. Propongo:
·        Rosa: Laertes llamaba “Rosa de mayo” a su querida hermana.
·        Sauce, ortiga,: amor abandonado, dolor, inocencia.
·        Pensamientos: amor en vano.
·        Amapola: muerte.
·        Violetas: castidad.
·        Margaritas: recuerdo. Dolor de amor.

     








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